Esto desarrollando un nuevo tipo de sociopatía muy especial... y no me importa. Por eso mismo me considero una sociópata: no existen remordimientos ahora mismo.
Ni siquiera en casa me siento verdaderamente conectada con algo o alguien. Ahora la familia ya casi parece no importar demasiado. Creo que al llegar al extremo de que una madre prohibe a su hija hablar de ella misma y de lo que siente bajo el mismo techo en el que vive, algo instalado en la cabeza salta y hace: ¡clac!
Y todo se vuelve blanco y negro.
Todo me produce, como ya dije, una terrible somnolencia. Sigo siendo empática, sí, pero he aprendido a unir ésta cualidad con la apatía. Forman una mezcla explosiva que no me deja pensar, sentir y expresarme cómo quiero.
Busco, como lo hacía Goethe, la paz en la cima. Quiero encontrar algo, una persona, un lugar, un objeto, una sensación que me haga sentir auténtica... pero nunca un sentimiento.
En Barcelona hace dos días o tres que llueve y eso me hace sentir bien porque sé que si salgo a su encuentro y lloro, las lágrimas se confundirán con el agua. Y si río, el repiqueteo de las gotas contra el asfalto me acompañarán sin preguntar cuál es la causa de mi risa. Entonces será cuando sienta algo parecido a la felicidad porque de buen gusto sabré que la lluvia no es una persona.
Sigo diciendo que la misantropía parece cada vez más arraigada a mi cuerpo y mi mente. Leopardi tenía toda la razón: el uso práctico de la vida, y no la filosofía, es lo que hace odiar a los hombres.
Ahora mismo envidio un poco a Lea, porque ella ha encontrado a personas con las que, en cierto modo, ha conectado. Y también a Cath, cuyo vacío de sentimientos me encantaría desarrollar.
Sonrío en el recibidor, en el baño, en los dormitorios, en la cocina, en el comedor... e incluso en el balcón; pero nunca es real. Al principio sonreír era fácil, después era monótono, más tarde era pesado... pero ahora es tenso. Me cuesta perfilar una sonrisa cuando en el fondo quiero coger la puerta y largarme a una cima, lo más cerca posible de las nubes y del agua que desprenden. No quiero humanos.
...
No quiero humanidad.
Cada vez estoy más convencida de que acabaré siendo una de esas personas que no está hecha para compartir su vida acompañada de alguien. Y creo que eso será así porque a la larga tendré miedo, me cansaré y huiré de lo que pueda empezar a sentir hacia alguien.
Odio la dependencia inesperada y opresiva.
Odio la obsesiva compañía que se pega a ti como si nada.
Odio pasar el tiempo en grupo si no es productivo e interesante.
Odio las masas de gente que se unen en conciertos, botellones, discotecas...
Porque todo son piedras, muñecos huecos, mentes vacías e irreflexivas... No son nada interesantes. Son demasiado mundanos, vulgares, antiguos... Son demasiado normales.
La ciudad está repleta de piedras con la misma forma y volumen, por eso yo no encuentro ninguna que me despierte interés alguno.
Y exactamente por la misma razón me aburro y me siento apática, infinitamente sociópata: yo también soy una piedra...
...
...
...
...
...
... buscando más piedras.
Las piedras se vuelven cada vez más pequeñas por la acción del viento, la lluvia...
ResponderEliminarCreo que tú te pareces más a ese árbol del que ya hemos hablado. Rompes los adoquines a tu alrededor para afianzarte en tu sitio. Los mismos elementos que erosionan a las piedras a ti te vuelven más fuerte y, aunque no lo parezca a simple vista, estás más viva que una piedra.