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sábado, 31 de diciembre de 2011

Al filo... Al otro lado del espejo


Dos jóvenes se acomodaron en el suelo frente a un cristal. Éste hacía cinco metros de alto por dos de ancho, profundo, infinito. De forma ovalada, a su alrededor unos detalles de estilo rococó asemejaban la esencia más salvaje de la naturaleza mientras que entre las hojas de plata se ocultaban las siluetas de las olas del mar.
La decoración parecía ser hecha a mano de la tierra y del océano.
La primera joven, la más alta, de cabellera oscura y larga; se apoyaba en sus manos en ese suelo oscuro; semejante a un pozo sin fondo. Estaba muy pálida, pero no lo suficiente como parecer enfermiza y frágil de salud. Sólo recordaba a una muñequita de porcelana de belleza huidiza. De ojos color miel y destellos dorados, observaba con atención y a la vez con una mirada fantasmal el reflejo del espejo que se asentaba frente a ella.
A la izquierda de la muchacha pálida se asentaba una chica de color natural con los ojos, esta vez, de color carmín. La cabellera, rojo fuego, le ocultaba parte del rostro y caía por sus hombros como una cascada. De lejos, el bermellón se confundía con la sangre. De labios carnosos y en otros momentos risueños, los mantenía firmemente cerrados.
Tal vez meditaba un secreto.
Ambas estudiaban inquisitivamente el reflejo del espejo de delante. En su superficie, la silueta esculpida en el cristal no era el reflejo natural que un espejo debe devolver a quien se mira en él. En su lugar, aparecía una joven de estatura media, con el cabello castaño y de ojos rasgados color chocolate. La muchacha estaba tendida en el suelo, en posición fetal, agarrándose con ansia las piernas con los brazos e intentando esconder su rostro con su cuerpo, oculto tras un vestido de un blanco apagado. Iba descalza.
-¿Dónde está?- preguntó la chica de ojos miel.
-Lejos de aquí... de nosotras- respondió Cath.
La chica tras el cristal no se movía apenas un ápice. Cualquier extraño creería que estaría muerta.
-Parece cansada.
-Lo está. Este año ha sido una odisea- repuso la pelirroja.
Lea se enderezó y una vez estuvo de pie se apoyó en el cristal.
-¿Volverá...?
Cath asintió con la cabeza de forma lenta y pausada, pero con firmeza.
-Lo hará, estoy convencida, pero le llevará tiempo.
Lea acarició el reflejo del espejo con cuidado, con sumo cariño. Resiguió con sus dedos los detalles que decoraban los bordes del cristal, ahí donde las hojas, las flores y las olas del mar se entrelazaban en una danza sin fin. De repente, su mirada fantasmal adquirió un brillo especial e inmediatamente retiró la mano de aquel objeto aparentemente tan hermoso y frágil.
El dedo índice tenía un corte fino y rosado del que goteaba sangre. Cath se levantó, acercándose a inspeccionar al herida con un fulgor caprichoso encendido en la mirada. Su compañera frunció el ceño.
-Deja de observarme como si fuera un animal al que dar caza.
Cath se alejó un poco y tan sólo sonrío dulcemente.
-Oh, perdona.
Lea la miró con cara de pocos amigos, como siempre.
-¿Por qué crees que esto corta?- señaló el contorno del espejo.
-Es el filo, el filo del espejo. Corta... Será que no quiere que lo toquemos demasiado.
-¿Por qué? ¿Por ella?
Ambas chicas miraron de nuevo a la joven tendida al otro lado del reflejo, igual de indefensa que un minuto antes. Seguía sin moverse ni una pizca.
-Debería dejarnos entrar. Está demasiado sola.
Lea hizo ademán de dar únicamente tres pasos y extender la mano como si quisiera traspasar el espejo pero, en cuanto lo hizo, sus dedos empezaron a cortarse y a sangrar. Unos hilos invisibles brotaron de las flores plateadas y salieron disparados hacia la mano de Lea. Ésta resultó herido, con un sinfín de cortes que cruzaron su mano formando un camino tortuoso y cruel.
-Te lo dije- se escuchó sus espaldas.
Cath agarró la mano herida y la escondió tras las suyas. En unos segundos el dolor se fue y al apartar el disfraz la mano volvió a ser la de antaño: frágil y pálida.
-¿Ha dolido mucho?
-Sólo lo justo- respondió Lea, con la mirada dolorosamente inexpresiva.
Cath se fijó en el espejo y en la joven de su interior. Parecía todo tan... absolutamente normal. Bueno, todo lo normal que podía resultar su entorno en aquellos mundos paralelos.
De pronto Lea le cogió del hombro, arrugando el ceño y dirigiéndole una mirada decisiva. Cath simplemente esperó paciente, tranquila.
-Debemos sacarla de ahí. ¡Está atrapada!
Cath la miró de forma triste. Era muy pocas las veces que Lea alzaba su voz, por lo general tan inquietantemente tranquila. Aquella exclamación provocó que una brisa desagradablemente helada le recorriera la piel por completo. Su cabello soltó unas chispas rojizas al aire.
-¿Es que no te das cuenta?- le susurró.
-¿El qué?
Lea parecía impaciente y confundida.
-Ella no está atrapada, Lea.
Lea forzó más su mano sobre el hombro de Cath y éste brilló con un fulgor azul. El cuerpo de Cath pedía a gritos apartarse de esa piel helada aunque la joven se resistía. De nuevo, el fuego de su pelo soltó alguna chispa pero, esta vez, más intensa. Parecía querer prender algo.
La pelirroja le señaló a la morena de nuevo el espejo. Éste seguía allí, quieto, como antes y aparentemente normal. Tras él, una chica de ojos y cabellera color castaño continuaba con el cuerpo tendido en el suelo, esa superficie negra y honda que parecía ser el pozo sin fondo de algún lugar perdido del mundo. Lo único que santiguaba aquella oscuridad eran unas pocas luces diminutas que aclaraban poco y más el paisaje azabache.
Lea se dio cuenta que, al otro lado, más allá de donde no podían llegar; unas escaleras de mármol se alzaban para reflejarse en el espejo. Tocaban el suelo de oscuridad y eran de subida, allí a una diminuta tarima donde, de pie; cualquiera podía reflejarse y ver el reflejo...: a Cath y Lea.
-No es ella la que está atrapada...
Lea abrió los ojos de golpe. La joven del otro lado se había movido. Había alzado el rostro del suelo y las miraba fijamente con tristeza, con sorpresa... con ansia.
-... Somos nosotras, Lea.
La muchacha empezó a caminar en su dirección, ya siendo conscientes ambas de que formaban parte de una cárcel voluntaria en las que esa chica las tenía presas. Ésta las estudió desde la tarima y con su mano, delgada y pequeña, acarició por completo el cristal. Su rostro se volvió sereno, aunque con la determinación brillando en su mirada color café.
De la nada, Lea y Cath se retiraron de forma instintiva y el espejo empezó a temblar. El aire inició unas convulsiones y unos latidos fuerts y compactos nacieron del cristal, de ahí donde la palma de la joven se posaba. El espejo, el aire, la oscuridad... estaban latiendo.
Unas hondas semejantes a las que impregnan el agua cuando una hoja toca su superficie se propagaron por el suelo negro, alcanzando los pies de las dos jóvenes y de la tercera chica en disputa.
-¿Qué es eso?- preguntó Lea, de repente fría y cerrada, como siempre.
Cath estaba alerta, pero sonriendo con malicia y predicción.
-Algo se acerca.
-¿El qué?
Cath no dijo nada pero sí mantuvo esa mueca suya impregnada de picardía y malicia, dándose la vuelta y ofreciéndole la espalda a la joven desconocida, con tal de que ésta no viera su sonrisa.
Lea no esperó respuesta. Se quedó quieta reflexionando, observando a la joven de pelo castaño y sus latidos, tan potentes y llenos de vida que parecían contagiarle adrenalina. La misma escarcha de su sangre se quebraba y se alteraba feliz, a la vez.
La chica de al otro lado del espejo... Ella, tan sólo sonrió con perfidia y diversión mientras en la superficie del espejo una grieta empezaba a tomar forma.
Algo... algo se estaba acercando.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Recuerdos de infancia





Desde que era un bebé. Es decir, desde siempre.


Los sábados por la mañana, tres al mes con suerte, me levantaban mis padres y me sacaban de la cama con prisas. Nos vestíamos, me arreglaban y desayunábamos como si nos fuera la vida en ello. Todo era muy rápido.


Al principio en brazos, después cogida de la mano y a continuación a solas, caminaba junto a mi madre y a mi padre... Más tarde, con mi hermana a mi lado. Caminábamos lento aunque yo, por lo general, solía correr. Quería volar, flotar, en dirección al coche.


Me hacía ilusión hacer mío el asiento trasero del vehículo, bajar la ventanilla y sentir el aire en mi cara mientras el coche parecía navegar, audaz, por la carretera hasta alcanzar la autopista. A los veinte minutos me llegaba la somnolencia y, ensoñada, la radio del coche que me cantaba canciones de los años ochenta me mecía en el rincón de mi asiento.


El sol entraba por la ventana y conseguía desvelarme de lo fuerte que era. En frente oía lejos, muy lejos, a mis padres. Charlaban sobre si llegábamos tarde, pronto, si debíamos pasar o no por el supermercado, si deberíamos detenernos a repostar, si lo traíamos todo... A veces, llamaban la atención de mi hermana y, en otras, escuchaba:


Mírala, ha vuelto a quedarse dormida.


El coche me arrullaba pero me molestaba ese aroma a tapicería, a polvo en ocasiones acumulado, al ambientador de pino que tan poco tiempo se balanceó sobre el salpicadero... Me mareaba ese olor... y aún lo sigue haciendo.


Cuando los neumáticos frenaban gradualmente, acariciando el asfalto y lo último que vislumbraba eran las manos de mi padre girando con gracia y agilidad el volante, abría la puerta y me bajaba, con los ojos entreabiertos; aún con sueño. Tras eso, a los dos pasos me despertaba y corría al alto muro de piedra, con la verja de metal que por aquel entonces me parecía gigantesca.


Tras ella los perros ladraban, uno enorme y otro canijo, muy alegres; muy contentos. Me saltaban encima y me lamían hasta que crecí lo suficiente como para detenerlos y no sentirme arrollada por esos animales.


Nos daban la bienvenida mi tía, mi tío, mi abuela y mi abuelo paterno y mis primos, chico y chica... gemelos de nacimiento. El resto del día parecía volar.


Mi tía la recuerdo como un duende: bajita, saltarina, gritona, alegre, y risueña; con un cigarrillo siempre en la mano derecha. Me gustaba, me alegraba, me hacía sentir bien... siempre joven. Era algo alocada, pero me encantaba. Mi tío político iba en consonancia: contento, muy amable, bromista, algo vago pero muy trabajador, también. Sacaba mi vena más peleona.


Mi abuela, por el contrario, era un gran muro de hielo inquebrantable. Sonreía siempre pero era de esas sonrisas finas, que apenas se abrían para dejar escapar palabras. Era partidaria de los silencios, de las críticas y de la tranquilidad, además de un egocentrismo muy bien disimulado que yo únicamente descubría. A pesar de ser de lo más amable y apacible, teníamos conceptos de la tranquilidad muy distintos. Siempre me pareció una muñeca de porcelana muy bella, rubia y de ojos azules y de un cuerpo frágil; pero aún así... helada, rodeada de escarcha.


Para mí sus palabras eran como agujas de hielo.


Mi abuelo era el mismo fuego personificado. Tenía alma de galán, de caballero, de sangre caliente. Poseía un gran afán por los banquetes y el puro de después de las comidas, vestido siempre con camisa o traje; guardando las formas. Me recordaba a esos hombres que se habían quedado atrapados en los años cincuenta, siempre rezumando elegancia y el "saber estar".


Mis primos eran otro par de duendes. El chico era de lo más revoltoso, nervioso y, por regla general, un tornado de incordio y travesuras. Su hermana, por el contrario, era un oasis tranquilo, sereno, apacible y de pocas palabras. Ambos rubios y de ojos castaños.


Los días transcurrían con el cielo despejado, con el jardín bañado por el sol, con los chapuzones en la piscina y nuestros paseos al bosque de al lado.


Todo era maravilloso, todo era un carpe diem de diversión y el único sonido que viajaba por el aire eran las risas y la charla amena, interesante.


En mi mente quedan la montaña de Montserrat, el primer amor de niñez, los perros en las verjas, los vecinos que te saludaban y te hablaban recordándote desde tu nacimiento, la vergüenza de una joven tímida, las leyendas de lobos y de brujas, el bosque y el río que nunca logré encontrar, las casas abandonadas y a las que quise entrar, las vivencias maravillosas bajo el agua azul, el sonido musical de la risa de mi tía, las vistas a Esparraguera, las calles oscuras y poco iluminadas que te atraían a vivir aventuras de magia...



Esos eran mis recuerdos. Estos son y lo siguen siendo.


Al día de hoy, nada ha cambiado, pocos han sido los detalles que se han distorsionado con el tiempo. El abuelo ha faltado, los tíos han crecido, los primos se han hecho mayores y la abuela... Bueno, ella sigue rezumando escarcha. No obstante, la sensación de los viajes, de la estada en la torre, de las caminatas entre el follaje y el goce en el alma no son distintos del ayer, del hoy y del mañana.



Esparraguera, 2011.

domingo, 25 de diciembre de 2011

25 de diciembre


A pesar de que estas fiestas no acaban de hacerme el peso, os deseo feliz Navidad a todos.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Muchas sombras y pocas luces



La vida te da a elegir. Siempre. Elegir entre lo bueno, y lo malo. Pero no siempre es sencillo, fácil. No es una decisión tomada a la ligera, cuando la cabeza te dice blanco y el corazón chilla a pleno pulmón negro.
La vida es imposible dividirla entre blanco y negro, luces o sombras. Hay tantas y distintas tonalidades de colores que es demasiado complicado conocerlas todas, así como elegirlas o diferenciarlas unas de otras.
En su vida una persona se cruzará con mucha gente. Y todas, por regla general, le sonreirán, le serán amables y puede que hasta en algún momento le concedan un favor u otro. No obstante, ante tanta aparente blancura... ¿es ésta tan reluciente?
Últimamente veo manchas negras, alquitrán, donde antes tan sólo veía alguna que otra luz. Su presencia me perturba lo mínimo, curiosamente, cuando en resultado debería hundirme. La apatía vuelve con una fuerza sobrenatural, contranatura, susurrándome algo tan terrible que me parece una perdida de tiempo luchar contra ello.

Es una sombra intensa, enorme, que crece, con una voz grave y mansa que murmura: Nunca... ¡nunca más!

Nadie más la oye. Tan sólo yo. Está en todas partes, incluso en mi cabeza. Ni siquiera me abandona mientras duermo, pues me asalta en sueños y me obliga a despertarme a las tres o cuatro de la mañana, sola, con los ojos abiertos de par en par.
De día me grita lo mismo una y otra vez, repitiéndome lo ocurrido. Una voz que cuenta un cuento, un cuento de lobos, brujas y tinieblas. Tan turbio, tan agónico, tan increíblemente sangrante, que un cuento de Poe se asemeja a una nana de cuna.

Haría cualquier cosa para acallarla. De verdad.

Me arrojaría al mar y las olas rugirían, me tomaría unos calmantes, me sumergiría en historias de asesinos y sería capaz de simular la escena del Caminante en un mar de nubes antes de saltar de un saliente, compraría un ramo de flores y visitaría a los que ya se fueron, borraría mis huellas.
Sería agradable sentir algo distinto a la desesperanza o a la nada o, tal vez, creer en algo simplemente. Sin embargo, quizá sería de hipócritas decir esto... porque sí creo en algo: en la oscuridad. Doy fe ciega de las sombras, del alquitrán, de la negrura, de ese manto azabache que lo oculta todo. Entregaría mis manos a las llamas y al retirarlas ahí seguirían: intactas, igual de finas, blancas.

Pero no vislumbro luces.

Dicen que sin oscuridad no existe la luz y que sin la luz la oscuridad no toma forma porque, de lo contrario, ninguna de las dos seríamos capaces de apreciarla y ser consciente de su presencias. Si así es, debe haber luz en algún lugar ¿no?
Y si en el fondo no hay luz para mí, ni un resquicio de esperanza, ¿qué narices hago yo aquí? ¿Por qué sigo aguantando? ¿Por qué sigo luchando por ponerme de pie? ¿Por qué continúo escribiendo? ¿Por qué sonrío aún cuando por dentro quiero llorar? ¿Por qué me esfuerzo por pensar que en el fondo sigo siendo un poco especial? ¿Por qué continúo caminando entre la gente cuando lo que en realidad deseo es correr, escapar de esa condenada voz?
Únicamente ansío volver a ser yo misma, jugando entre sombras y claros de luz y no en este ente desecho y sin sentido, que vaga sin rumbo y deseando desaparecer.
Quiero encontrar una puñetera luz en este pasillo al que se le han fundido los plomos.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Tez oscura



Tez oscura de gitano,
caballero viejo del bailar,
picardía de malvado
y fanático del amar.

Marcar una rumba en el salón,
dejar huella en el manjar.
El cigarrillo sigue juguetón
a la tonada de Julio y su cantar.

Esa alma de Casanova,
por impulso pasional
entrañada en una oda
junto a tu quimera banal.

Tu fantasma salvaje
atado a mi espalda fría
recordando tu traje:
el abrazo del día final.

Mirada infamada de pasión,
marido de buena suerte
y padre de firme corazón...
que palpitó hasta ser fuerte.

Lilith



Esta noche traigo un tesoro:
corazones extraviados de tus labios;
amantes perdidos en rojo hilo.

Fría del norte,
ardiente del sur.
Romance sin suerte.

Tu desafío de ojos pardos
con tu lírica... prosa cínica.
Tu ponzoña cual dardos.

Mi Eva difusa,
mi Lilith borgoña.
Eres la manzana de una diosa.

Samael se baña en tus aguas
mientras tú danzas su caída
quemada, envuelta en ascuas.

Fruto prohibido de las llamas,
desterrada por los divinos cielos,
hechicera de estas pobres almas.

Pecado de hombre
y envidia de mujer:
¡seré tu servidumbre!

Pasión es esta fiebre
que me ahoga en delirios.
De ti tengo hambre,
¡compasión de este quiebre!

jueves, 15 de diciembre de 2011

Prisión de agua



Salto desde el acantilado
dejando atrás el faro:
mi hogar más preciado
sin ningún amparo.

Caerme en la lejanía
rasgando el aire, su vacío,
fruto de una epifanía
y un salto sin brío.

Perderme en aguas crueles,
que jamás fueron amistosas
durante viajes interminables,
aunque sí bellas como rosas.

Sentirme húmeda y arrugada
durante horas en ese abismo
acompañada de sirenas, colmada,
con el hermoso mar en sí mismo.

Dormirme en hondas de satén
rodeada de espíritus de agua.
Complaciente seré su rehén,
víctima de una melodía ambigua.

Prisionera soy de estas burbujas,
cárceles de humedad y cristal,
espejos del océano por su bruja.
Una tumba de rocas mi pedestal.

Ahogarme en un lecho de lotos
entre una soledad maravillosa
con mis sentimientos rotos
y mi alma, por fin, silenciosa.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Pensamiento

Que tiemblen los insensatos que confundan la nobleza con la debilidad, pues pronto pueden verse abandonados a su suerte

martes, 6 de diciembre de 2011

Un padre, un héroe



Un combatiente empuña una espada,
un arquero apunta con su saeta,
de un claro lago surge un hada,

caballeros alrededor de una esférica mesa.

Batallas marcadas por victoria,
otras por sus crueles desgracias.
Luchar en un país por su custodia
donde las muertes son grandes gracias.

Un cruel violín entona una sonata
una madre acompaña con su llanto
sobre su pecho, muerto, inclinada;
sin desear en realidad velarlo.

Un rey ha sido coronado,
su hija ha contraído nupcias
y el pueblo se siente respetado:
paz y calma sus reliquias.

Firmes contornos, ojos añiles
claros cabellos y alma honrada;
tomas de acciones cabales
esta ha sido siempre tu casa:

Una doncella de rizada cabellera,
dos hijas esperando en la puerta,
una obsoleta, pensativa, de otra era
y otra risueña, siempre despierta.

Valores impartidos: honor y libertad...
has comunicado en cada ocasión
derrochando plena integridad,
total y clara comprensión.

Talante de padre,
paciencia de hijo,
hermano de sangre
pasión de marido...

...siempre corazón amigo.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Prepárate para sangrar



Esta noche vas a ir a buscarle,
para que muerda hay que motivarle.

Prepárate para sangrar.

A lo lejos se escucha la luna aullar,sentirás que vas a fallar.
Prepárate para sangrar.
Esta noche él irá a por ti,
recordarás que ya te lo advertí.
Prepárate para sangrar.

Al sobrevalorarte podrás engañarte,
porque pensarás en confiarte.
Prepárate para sangrar.

El siseará juguetón,
tú temblarás,
porque sabrás que caerás.
Prepárate para sangrar.

La idea ya no te parecerá tan atractiva
ante la pavorosa perspectiva.Prepárate para sangrar.

Cuando te acometa verás sus colmillosa los cuales temerán hasta los grillos.
Prepárate para sangrar.

Asustada te lamentarás,pero tarde gritarás.
Prepárate para sangrar.
Poco falta para que te muerda,
pronto creerás no haber sido cuerda.
Prepárate para sangrar.

Él te está mordiendo,
tu vida está corriendo,
la sangre está cayendo.
¡Prepárate para sangrar!

Manualidad de la semana: rosa en la caja


En el fondo, una gran frustración, puede desembocar en algo creativo. Es una liberación sorprendente.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Cuervo


Hoy mi mente me ha jugado una mala pasada... Parece no tener final.
Durante todo el día tan sólo he visto cuervos, pajarracos grandes y negros que no dejaban de chillar. Me pitaban los oídos, picoteando ese caparazón que siempre llevo conmigo y que en momentos como éste parece servir tan poco.
Hoy, después de tanto, no puedo respirar.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Nuestro goce



Ese mar inmenso,
ese mundo de tus labios
ese rastro imborrable en mi boca
cuadro de mis vicios.

Atrapar ese labio tembloroso
Congelar nuestras manos
Embotellar esa dulce incitación.

Un poema de ese beso,
mi heroína tu fricción,
es perfume destilado
que impregna adicción.

Condensar ese aroma ebrio
al servirlo en mi copa
y apenarme al expirarlo.

Tus ojos al despertar,
esa mirada brumosa de hiel,
ese rastro en el lecho
y el suave tacto de tu piel.

Despertarte al sol de la Luna,
soñarte al dictamen del Sol.
Enamorarme a nuestro goce.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Marca de Caín: ira



Nadie sabe, en realidad, cómo de hondo, el odio puede llegar a pudrirte el corazón.
... Ya he vivido esta sensación antes.
Es ese momento en el que tú, sólo tú, puede ver esa esfera abierta en el corazón, como la huella que puede dejarte una bala al dispararla contra tu pecho. Yo la llamo la Marca de Caín. En ocasiones es especialmente pequeña, en otras más grande y a veces toma formas extrañas: esferas, cuadrados o, simplemente, círculos de bordes serrados.
Produce una sensación de oscuridad muy grande, muy profunda. En esos momentos me cuesta vislumbrar la luz al final de la senda, creer en esa esperanza que muchos dicen poder hallar mientras caminamos, pensar en... tal vez, una buena o positiva visión de futuro.
Es como ver que has adoptado una postura nihilista negativa de vida a la que te entregas con toda la fe que puedes albergar, te abrazas a ello ciegamente, con los brazos abiertos.
Es parecido a amar el odio, la ira, quererlos y aceptarlos; saber que corren por tus venas más espesos que la sangre.
No obstante, lo más horripilante de todo es que nadie, a excepción de muy poca gente, es consciente de cuánto puede destruirte o mutilarte. Es como aceptar que la mordedura de una serpiente y la ponzoña que ésta te regala forma parte de tu existencia.
Es aceptar el veneno y, más grave aún, su agonía. Es aceptar a Caín, es abrazar a Lilith, es aferrarte a la mano que te tiende el Diablo.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Cuéntame bella dama


Cuéntame, bella dama
tu papel de viuda negra,
cómo es tu picadura,
ese escozor que dejas.

Cuéntame, mancha del fracaso,
esas cazas de piel salvaje
que resultan ser siempre sapos:
presagios de terribles finales.


Cuéntame, brisa pobre,
qué es lo que adorna tu cara
lo que conjunta con tu escote,
advirtiendo la etiqueta de fulana.

Cuéntame, doncella de pega,

cómo desprecias la amistad,
cómo tus amores la dejan reseca...
¡burlando siempre la lealtad!

Cuéntame, princesa ignorante,
dónde quedó tu propio cariño,
en qué lugar lo arrojaste;
con disfraz mohíno.

¿En qué pobre lugar acabarás?
Los días de tu camino seguirán,
dudando qué pecados absolverás.
¡Qué triste vida te aguardará!

Por favor, no vistas de musa.
No me engañas a mis ojos:
veo en ti a una bruja
y no van a serte piadosos.

Te dedico con ternura
esta ideal dedicatoria,
esta poesía cruda
no muy amatoria.

martes, 15 de noviembre de 2011

Transición


El agua choca contra el cristal
y baila junto a mi paraguas.

Hay en ello una extraña unión brutal,
quizás un ensordecedor compás.

Y a este son la lluvia se estrella contra mí
gritándome mi derecho a ser feliz.

Al percibir en el cuerpo de mi alma...
que dulcemente se avecina la calma.

martes, 8 de noviembre de 2011

Ahí estarás


El tiempo nos mece suavemente
mientras el pasado huye de la mente.

Las palabras podrán sonar crueles
y mientras me apoyarás con creces.

Hoy los ánimos morirán
y aún así tu mano tenderás.

Hoy las hojas pueden perecer,
te negarás a verme caer.

Poco serás capaz de hacer
pero me invitarás a arder.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Ese aroma a lilas



No fue hasta hace un día más o menos que, tras caminar en uno de estos días de tormenta que sacuden Barcelona, que fui consciente de toda la ira que mi interior alberga.

Es como si el mismo dolor no fuera suficiente, como si el daño infligido fuera... demasiado insignificante. El sufrimiento puede hacerse más intenso a la larga, a medida que los días y las semanas pasan. El otoño acrecienta esta sensibilidad, esta herida aún sin cicatrizar. No ayuda, no ayuda en absoluto. No obstante, los días de lluvia como hoy suavizan el dolor, limpian la carroña que el pecho genera.

Estoy llena de ponzoña.

Y lo único que se puede hacer al ser mordida por una serpiente es sacar el veneno. Eso debo hacer: extraer el veneno de mi vida.

De momento no he encontrado otra fórmula para calmar la ira que no sea ingiriendo alguna valeriana o algún tranquilizante para mantener a raya los nervios cuando sospecho que estoy a punto de echar a perder la compostura. Por otra parte, otro método bastante efectivo es volver al campo de tiro y emplear la pistola o sacudir algún saco de boxeo... Lamentablemente, las circunstancias me han negado tales medidas.

Sólo me queda esto: el arte, la creatividad, la escritura, la lluvia y... paradójicamente, la gente.

Hoy alguien me ha regalado un perfume, uno que huele a lilas. Es uno de esos aromas que, más que un perfume personal, es para aromatizar la casa. A simple vista puede parecer un regalo triste o tal vez poco importante pero personalmente me ha encantado.

Al llegar a casa he rociado el salón, el dormitorio principal y mi cuarto. He dejado que el perfume se expandiera por las cortinas, las sábanas, los cojines, mi escritorio, mis libros... En pocos segundos el aroma ha invadido el espacio por completo y he respirado hondo.

En pocos segundos me he sentido más tranquila, transportada en otra dirección. Me he visto lejos de la ciudad, rehuyendo del humo y del óxido. A mi alrededor no se encontraba la habitual superficialidad y los mares de gente que me ahogan y me oprimen... ni quedaban los rastros de los ruidos más molestos, como los claxons de los coches o el sonido de unas obras a la vuelta de la esquina.

Había silencio...
... silencio y viento, tan sólo viento.

Los árboles se levantaban majestuosos por encima de mi cabeza y más allá, un sol marcaba el principio del día y las nubes, en primer instancia tan bonitas cuando amenazan tormenta; se habían alejado hacia algún paraje desconocido. Las hojas se mecían en plena tranquilidad a la vez que el viento les cantaba y les susurraba palabras dulces. Sentí la tierra bajo mis piernas y mi cuerpo, tendida en aquel campo abierto, perdido en medio de la nada.

Un cosquilleo en los pies y en las mejillas me despertó de mi ensoñación y al abrir los ojos a mi alrededor hallé unas flores diminutas, de color lavanda o morado, esparcidas por aquellos parajes tan limpios. Se balanceaban con gracia y con cada elegante brisa su perfume se levantó y voló. Flotó en el ambiente y pronto éste quedó lleno de ese aroma dulce, tanto en la naturaleza como en mis pulmones.

La rabia pareció desaparecer, la ira dejó paso a la paz y mi mente se quedó en blanco. Tan sólo imaginé lilas, lilas por todas partes. Unas bailaban, a otras les daba el sol, a las terceras se las vestían con ramos, a unas cuantas las proyecté sobre un lienzo y al resto las vislumbré cayendo del cielo y bañando la tierra con su morado, su perfume y su calma.


Y en un segundo, tan sólo en uno... hallé lo que hace meses hubiera vendido todo el oro del mundo: tan sólo... paz.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Atracción por la lluvia


Mientras iba en el coche, al volver del aeropuerto para casa, me coloqué los auriculares y, como siempre, me aislé en mi mundo escuchando la música con el volumen al máximo.
[...]
Mientras el asfalto se iba quedando atrás yo disfrutaba del cielo, encapotado, repleto de nubes negrasm turbio, amenazando una tormenta inminente. Cuántas más nubes veía más quería que lloviera. Por eso miraba constantemente hacia atrás, donde los coches que nos seguían a la cola no me llamaban para nada la atención. Únicamente miraba en su dirección porque ahí estaban las nubes más azabaches, más grises... de un gran tamaño.
No obstante, si miraba hacia adelante, en dirección a casa; veía que las nubes grises ya perdían fuerza y su blancura empezaba a surgir de nuevo. El cielo volvía a clarear. Y no quería.
Deseaba que lloviera, que tronara, que los relámpagos fueran la única luz que iluminara el firmamento.
Puede que sonara extraño pero me sentía mucho más cómoda si llovía, aunque desconocía por qué razón. A veces creo que es porque me gusta muchísimo el agua, por el hecho de sentirme un poco pez. Otras opino que es porque cuando mundo se envuelve por la lluvia las preocupaciones que puedo llegar a tener en la cabeza son capaces de pasar desapercibidas y nadie logra verlas. Es como si aunque quisiera llorar un día de lluvia no pasaría nada malo, nadie peguntaría; porque nadie sería capaz de distinguir el agua salada de la dulce que cae.
El coche continuaba avanzando y en una curva en la autopista, el vehículo quedó de tal modo que el cielo nublado quedó a mi izquierda y a mi derecha el firmamento ya claro, limpio, con el añil empezando a asomar entre las nubes.
Me sentía inclinada a acercarme a la izquierda, en dirección a los montes y a las montañas; donde ahí el tiempo era tan impredecible que las probabilidades de lluvia aumentaban.
Me llené de ilusión cuando vislumbré que en un momento determinado el cielo chispeó pero llegué a decepcionare enormemente al ser consciente de que al poco tiempo las horas dejaron de estrellarse contra el cristal de la puerta trasera.
Sólo fue a la mañana siguiente, cuando el día pasó de sus veinte y cuatro horas acompañado por la lluvia. Tronó, tembló y el agua inundó las calles. El viento se intensificó y era frío, cortante.
Fue maravilloso.
A la noche, la mejora hora, a los pies de mi ventana me dediqué a saborear el aroma a lluvia y a humedad, el olor a limpio. Me gustaba pensar que el agua que corría por la calle arrastraba cualquier indicio de malicia, así como las sombras que no me dejaban pensar con claridad. Las gotas de lluvia me traen una calma inmediata y el aroma a humedad me hace sentir el espíritu... limpio.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Una buena atmósfera


En más de una ocasión las clases no son de mi gusto. En algunas me da pereza actuar, en otras los deberes se me han olvidado y están las que la materia es tan poco motivante que me dedico a otras cosas por las que me muestro más perceptiva; como dibujar o escribir.
No obstante, dejando de lado el campo de los estudios, donde prefiero no evaluarme por temor a la autocrítica; cuando salgo de las aulas me encuentro con algo mucho más agradable que lo que puedo hallar en casa o en la gran cantidad de pupitres en los que me paro a sentar.
Primero me topo con un pájaro, una joven menuda de pelo corto y azabache que siempre sonríe, con un aire distraído que en el fondo envidio. Hay un chico algo mayor de pelo largo y negro, semejante al Sombrerero loco de Alicia en el País de las maravillas. No bebe té, pero sí posee un gusto peculiar por el fuego y la cremación. Luego aparecen dos chicas también mayores, de la veintena, que parecen sacadas de la época de la reina Victoria en Inglaterra, muy risueñas. Y por último se añaden dos jóvenes más, unas chicas, una de pelo negro y rojo muy directa y franca y otra de tierras lejanas; del pelo del color apagado de las cerezas.
Al volver de camino a casa encuentro un vacío de lo más tranquilo pero igualmente monótono. En cambio, bajo ese castaño que apunta la hora libre entre clases, la tranquilidad que hallo es mucho más apetecible. Me siento como dentro de un libro, con grandes personajes y donde, por fin, tras mucho tiempo; me siento como en casa.
Puedo desaparecer y estar presente sin molestia, sin grandes preguntas ni hastiosas indiferencias.
Bajo la sombra de ese árbol, acompañada de esos ilustres individuos vislumbro la serenidad y también la vida; como si llueve, nieva o hace sol.
En pocas palabras... encuentro el arte.

martes, 1 de noviembre de 2011

Al llegar el otoño


El otoño, según el calendario, empieza el 22 o el 23 de septiembre. El sol empieza a desaparecer y las nubes, antes tan limpias, se tintan de grises oscuros. Tras eso, las temperaturas empiezan a descender y se mantienen alrededor de los 10 ºC o un poco más, tan sólo. El viento se vuelve más denso y más cortante, el frío transporta el inicio del resfriado común y las lluvias, antes fenómeno sobrenatural, se vuelven algo común. Incluso los árboles, que en su momento lucieron unas hojas verdes y frondosas, con una sombra cogedora; perecen ante el tiempo poco cálido.
Todos esos fenómenos parecen advertir la llegada del otoño...
... sin embargo para mí no.
Yo no caigo en que el otoño ha llegado hasta que no brota con todo su esplendor. Cuando reparo en mi calzado lo veo esparcido en un mar de hojas caídas, un caos repleto de naranjas, rojos apagados, marrones y verdes difuntos. Al vislumbrar el cielo lo descubro en compañía de nubarrones amenazantes sin avisar de su llegada, a pocos minutos que la lluvia se avecine sobre mi cabeza y la de las gentes. Céfiro me corta la garganta y en su lugar deja un desagradable resfriado sin que ninguna bufanda pueda detener su paso. Al pasear entre mis calles a las cinco de la tarde presencio cómo el sol ya se despide y en su lugar sólo cae la noche, como si únicamente fuera medianoche y yo pereciera en una aldea fantasma.
No obstante, no son los factores externos los que me preparan para la llegada de una nueva estación, sino otros indicios más significativos.
El cuerpo empieza a pesarme, mi ánimo se vuelve apático y melancólico, el cansancio me invita a dormir y mi estómago se torna vacío. Ansío la soledad como lo más preciado, el roce humano me parece de lo más molesto. Únicamente deseo caminar y caminar sin parar, a pesar de que una somnolencia terrible entumezca cada fibra de mi cuerpo hasta hacerme caer. Un impulso me invita a buscar un lugar desconocido, abandonado, poco habitado y, sobretodo, tranquilo. Los bosques me atraen como una polilla hacia la luz y las bibliotecas se me ofrecen como una tentación muy dulce que, sin remedio, me obligan a andar y explorarlas.
La cama, de repente, me parece el lugar más acogedor de la tierra y el pasado, siempre tan a raya, me alcanza más rápido que la caída de una hoja. Repaso cada segundo, cada acción, cada recuerdo ya guardado en una caja de forma cuidadosa que, de repente, a la llegada del otoño se abre de forma misteriosa sin mi permiso. Es odioso.
La gente me habla, me pregunta, me critica o me juzga, pero todo carece de importancia y de sentido ante tanta tranquilidad y relajación... ante tanto vacío de sonidos.
Cuando eso sucede, me encierro en casa a cal y canto y busco como alma que lleva el diablo láminas, pinturas y; sobretodo, hojas, piñas, piedras o flores marchitas que he recogido del bosque o alguna zona arbolada en la que me he dejado caer. Y mi mente empieza a volar.
El pincel persigue el color, la hoja se mancha sin remedio y los dibujos adoptan algún tipo de forma premeditada en mi cabeza.
Entonces, cuando creo que nadie mira o me descubre, echo a correr. Mis piernas de mueven hasta creer que vuelan, hasta pensar que lograrán levantarse del suelo sin esforzarse. Quien me ve piensa quizá que estaré llegando tarde a algún sitio, que puede que haga ejercicio... pero lo que no saben es que, cuando corro, no sólo disfruto del viento en mi cara; sino que huyo.
Huyo, huyo, huyo y huyo sin parar, sin dedicarme a observar a mis espaldas qué puede ocurrir... Sólo porque el mundo parece quedarse atrás sin remedio, sin conseguir cazarme y quedarse junto a mí. El pasado se queda rezagado, incapaz de seguir mis pasos y mi ritmo porque quiero creer que puedo volar. Si llueve no importa: continuaré aligerando el paso sin remedio con un paraguas sobre mi cabeza y que vaya a juego con los ropajes de los árboles. Tanto me enamoran sus colores que donde antes estuvo el azul, el negro, los grises, el blanco ahora lo ocupan los naranjas, los verdes corrompidos, los rojos tenues, los marrones... Busco esa calidez que rehúso de encontrar en brazos humanos, en brillos vivos.
Finalmente echo a andar, sofocada, rehuyendo lo artificial en busca de lo natural y disfrutando cada segundo de la lluvia, el viento, el silencio y el vacío que el otoño me brinda.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Blancura, pureza



Levantarte una mañana y darte cuenta que le deseas lo mejor a quién te falló es una gran, gran sensación

martes, 18 de octubre de 2011

Colecta

Reflexión del día: si me dedicara a recopilar cada puñalada que he recibido lograría abrir una carnicería donde la única carne que se vendería sería la que perece en el alma humana.

domingo, 16 de octubre de 2011

Seamos sinceros




Recuerdo que, una vez, mientras nos encontrábamos él y yo tendidos en el sofá de mi casa completamente solos, su mano de pronto se dirigió hacia mi vientre y cogió de él un trozo, como si fuera más bien una porción de pastel o de carne extraña.




Me dijo que tenía barriga, que debía vigilar con ello... Tras eso me acordé de cuando, otro día, caminando por la calle él me advirtió que no debía engordar más. Lo decía con una sonrisa y con voz amigable, como si él creyera que era una buena persona haciendo una acción. Y se lo creía, de verdad que se lo creía. Lo sé.




Pensé en mi peso por aquel entonces: 45 quilos.




Desde que nací que he sido de constitución delgada. Es algo que llevo conmigo tan espeso como la sangre, tan marcable como mis huellas o tan brillante como mis ojos.




Poco a poco, comentarios como aquellos que, a primera instancia sonaban amistosos; empezaron a volverse intimidantes.




Recuerdo también que una vez golpeó con todas sus fuerzas las puertas de un vagón de metro tras una llamada de teléfono de su madre. La gente nos miró; yo callé. Otra vez me contó que tuvo que propinarle un puñetazo a la pared para no tener que dedicárselo a su madre y, en una ocasión, en un FNAC; su puño se precipitó contra una estantería.




Jamás llegó a ponerme la mano encima pero él tenía otras formas de hacerme daño. Ahora lo sé y lo veo con claridad:




"Si me dejaras y ella accediera... me iría con ella."




"¿Por qué le llamas? ¿Por qué le tocas el brazo?"




"Todo esto son imaginaciones tuyas."




"¿Es él? Dame el teléfono."




Podía ver cómo coqueteaba con otras chicas frente a mí o cómo intentaba provocarme a través de los celos, buscando la misma reacción que él sentía cuando yo estaba con algún chico.




Y recuerdo cuándo toda esa inseguridad se transformó en un infierno pero... no logro rememorar cuándo fue la primera vez que, para liberar la ansiedad, vomité y dejé de comer. Sólo sé que, tras echarlo todo por el retrete, al hablar con él por la noche; la sensación de alivio desaparecía y no le contaba lo que me pasaba. Tenía miedo, miedo de las represalias... Miedo a lo que él pudiera decirme, hacerme o, simplemente, su indiferencia.




Su indiferencia era lo peor de todo.




Además conozco el hecho de que, tras esa ruptura que provoqué porque no podía vivir de aquel modo, él intentó contactar conmigo dos veces y sé de buena pasta que tras mi marcha me echó en falta... Los expertos lo llaman Síndrome de Estocolmo: esa relación de codependencia que "engancha" al maltratador y a la víctima. Uno porque le atrae esa posición de poder y manipulación a causa de la inseguridad que padece y el otro porque necesita de esa fuerza, poder, esa necesidad de protección.




Una protección que, a opinión propia, es de broma.




Todas aquellas cosas, esos comportamientos, esas acciones ya han quedado lejos al día de hoy pero él no: aún hoy lo encuentro por la ciudad. Él sigue saliendo, riendo, disfrutando, engañando y viviendo una vida irreal que le funciona... todavía.




Por mi parte yo sigo adelante, un poco más fuerte y experimentada. Con esto he aprendido a quererme un poco más... pero también a tener mucho miedo a ese tipo de relaciones sentimentales.




Él me ha hecho mucho daño y lo admito. Yo también a él al alejarme, pero en distinta proporción. Lo que él me ha dejado son temores muy grandes que me pregunto si algún día pasarán a ser sólo recuerdos de un mal álbum.




A estas alturas él ya no me importa: lo que él me diga o vaya hablando de mí me es indiferente. No obstante, yo sigo sintiendo ese miedo ligado a aquella tortura que viví en su compañía. Al encontrarle por la ciudad vuelven las palpitaciones, los escalofríos, esos sudores fríos y cada palabra que fue un latigazo contra mi persona.




Y a pesar de ya no sentir nada por él, de volver a ser más o menos feliz con la vida que llevo, no puedo evitar desear que sufra, que lo sepa, que conozca al menos la mínima parte del dolor que él llegó a infligirme.




No sé si eso me hace ser mala persona o simplemente humana pero no me gusta nada, es como si significara que él todavía me importa lo mínimo para desearle el mal.




Y yo... yo no soy así.








miércoles, 12 de octubre de 2011

El agua, la tormenta


El agua puede viajar tranquila, serena, en paz... Se transporta entre hondas, lenta y mesuradamente, observando y conociendo el lago donde vive.
No obstante, puede crecer, tormentar, espantar, romper y destruir la más dura roca. Puede tratarse de la tormenta que devaste el acantilado y ahogue a las más poderosas llamaradas.

Es la muerte, la vida, el espíritu, la mente y el cuerpo.



jueves, 6 de octubre de 2011

Carroña



¿Hola? ¿Hola?
¿... recuerdas cuando llamaba a tu puerta
y la cerrabas ante mí?

¿A qué sabe ahora la madera
en tu lengua viperina?

¿Cómo sienta la soledad
en esa cabeza hueca?

¿Cuánto has logrado
quemarte con tu insolencia?

Eres triste, eres triste.
Has optado por ti mismo,
necesitado de una mano amiga.

Has elegido la pasión de noche,
la frialdad y el desdén de día.
¿Cuándo crees que así podrás durar?

Espero que sus besos sean dulces,
espero que sus caricias abrasen tu piel,
espero que sus abrazos te atrapen,
espero que le entregues tu corazón algún día...

... porque algún día ese capricho pasajero desaparecerá.

Te encontrarás solo, abandonado y desechado.
Deberían quererte, deberían haber muerto por ti.
Rodéate de trapos usados, de motas de polvo grises.
Te ahogarán, te despreciarán, te envenenarán.

Así que espero sonriente tu caída,
tu partida a los infiernos:
un billete únicamente de ida.

¿Hola? ¿Hola?

¿Recuerdas cuando llamaste a mi puerta...?
¿... para negarte en tu cara la entrada?

sábado, 17 de septiembre de 2011

Algún día podría caer una estrella



-¿Cómo la ves?- musitó una voz impasible en la oscuridad.
-Lucha, lucha mucho.
Aquel lugar... era el infinito. A su alrededor la oscuridad del mundo se expandía sin alcanzar a vislumbrar un final, una salida. Las sombras impregnaban con su tacto toda forma de vida y la sumían en el azabache de la noche. Sin embargo, esparcidas por la inmensidad de aquella noche absoluta; unos diminutos halos de luz esparcían un fulgor leve pero presente, efectivo. Parecían estrellas.
-Es cierto. Cada día- admitió Lea.
Ésta se encontraba tendida en medio de aquella inmensidad, donde ni el tiempo ni el espacio tenían sentido, principio o final. Su cabellera se fundió en la oscuridad y, en un momento, su pelo se confundió con el infinito de ese cielo. Sin embargo vestía un sencillo vestido níveo que resaltaba su figura y la falda, larga, simulaba el baile de las olas en el mar.
Cath, a su lado, con su rostro a su lado, con su pelo salvaje sin peinar y al contrario que su compañera; parecía ser una llama eterna. Vestía el mismo traje que su antítesis pero el suyo era sin tirantes, tan sólo de palabra de honor.
Era la única distinción entre ambas.
-Parece ser que- susurró la pelirroja-... te ha quitado tu lugar.
-Sí, pero no acaba de importarme del todo.
Ambas dirigían su mirada en dirección a la oscuridad del cielo, concentrándose en cada pequeña luz que lo decoraba con sutilidad. Era precioso.
-Sí, creo que ya sé qué quieres decir... Al final ha hecho todo lo contrario a lo que esperábamos- confesó Cath.
-Ahora quiere ser ella misma. Supongo que... porque él acabó por anularle su personalidad y su forma de ser.
-Y porque... esa chica también le hacía vivir una mentira. Creo que se ha cansado de tanta mentira, de tanto teatro y represión.
-De la represión, más bien...- opinó Lea, quien levantó su cabeza y su espalda apoyándose en sus codos, para lograr una mejor visión del infinito- Oye, ¿qué opinas de lo que le dijeron...?
-Pues que, superar algo, es muy relativo Y esto no es ni fácil ni rápido. Aquí cada uno supera sus males como buenamente puede.
-Quiere decir la verdad, escupir lo que lleva dentro. Lo ha imaginado muchas veces en su cabeza... En una infinidad de ocasiones.
-Sí, aunque... ¿has visto cómo sonríe ahora?
Lea asintió, soñadora. El cielo parecía tan... fascinante.
En un instante Cath saltó del vacío y sus pies, que por un momento parecieron perecer en una caída sin fin, llegaron a tocar un suelo invisible que los mantuvo erguidos. Miró al cielo irguiendo su espalda, logrando estilizar su figura.
Se sentía especialmente bella.
Mediante un ágil movimiento atrapó la pálida mano de la otra joven entre las suyas y la obligó a levantarse. La otra, despierta de su somnolencia, la miró con los ojos muy abiertos. Cath estaba especialmente radiante, agresiva y alegre, como siempre había sido a pesar de su crueldad.
-¿Dónde vamos?- inquiró Lea alarmada en cuanto la pelirroja echó a correr, arrastrándola.
Ésta ladeó la cabeza y le dedicó la sonrisa más traviesa nunca vista.
-¡Al fin del mundo!
La morena llegó a alcanzar sus pasos y mantuvo su ritmo, veloz, en cierto modo infantil e inocente. Se preguntó cómo era posible que tanta felicidad embriagara tanto a alguien, hasta llegar al punto de olvidar las penas. A ella eso no le pasaba con frecuencia.
Lea envidiaba a esa diablesa.
-¿Sabes dónde está?- preguntó, sofocada en su carrera.
-¡No! ¡Eso es lo emocionante!
En medio de aquel firmamento azabache y color zafiro, los puntos de luz que plagaban el cielo parecían ser mucho más grandes de lo habitual. La claridad era mucho más visible en medio de aquel túnel oscuro y sombrío que era, en pocas cuentas, la vida.
Tal vez, algún día, sí que caería una estrella.

jueves, 15 de septiembre de 2011

En un instante de sinceridad

Desde que tengo uso de razón, puede que desde los cinco años, he sido consciente de que no encajaba muy bien con la gente, sobretodo con los de mi edad. Para mí, eso fue un motivo de desgracia cada día. Nací siendo una chica alegre, inocente y vivaracha, pero el trato de la gente y el mundo en general te endurece.
De luz blanca pasé a ser una sombra degradada.
Es cierto que poseo un espíritu dual, una alma partida en dos; pero el mundo y mi vida en general me ha hecho así. Tampoco me parece tan horrible: sé manejarme entre los dos frentes.
Sin embargo, por encima de mis chistes, de mi cinismo, de mi sarcasmo, de mis miradas frías... me duele admitir que soy incapaz de mantener o soportar el odio. Nunca he sido alguien que se sienta cómoda con la mayoría de emociones que mueven el mundo: como el egoísmo, el despecho o la envidia. Siempre me ha sido más fácil manejar la bondad.
Si alguien cercano a mí triunfaba, juro que jamás me lamenté por ello. Me alegré de todo corazón.
Si alguien de mi entorno se sintió alguna vez engañado o traicionado por mi conducta, me sentí con la deuda de recompensar esa decepción causada.

Si alguien, en algún momento, tuvo algún conflicto conmigo que le supuso más de un quebradero de cabeza le brindé la oportunidad de hablarlo o aclararlo. Si eso suponía ya no mantener una amistad, a lo hecho pecho.
A mi alrededor me han llamado de todo: tonta, ingenua o "demasiado buena". Lo cierto es que, al día de hoy, me importa un comino. Me siento mucho mejor conmigo misma dando que recibiendo; tendiendo la mano que extenderlas a la espera de algún porvenir.
También es cierto que, sin buscarlo, mucha gente se ha acercado a mí por alguna razón que desconozco y se han quedado enganchados a mí. Siempre me ha pasado. Como si yo desprendiera, según sus palabras, algún tipo de seguridad o calma de la que ellos carecían.
Mientras, yo siempre he estado mejor sola.
Como en el cuento de Poe, Un hombre entre la multitud, siempre me he sentido bien camuflada entre la masa, ajena a ojos extraños. Me considero bastante independiente, a no ser que se trate de mi familia. Ellos son un caso excepcional.
Sé que no soy alguien muy común, muy normal, pero aún siendo la oveja extraviada del corral jamás me han echado de él. Nunca me he sentido despreciada por los míos y sé que eso es ya de por sí una fortuna.
Pero hay otros que sí. Otros que sí me desprecian, me envidian o me utilizan. En pocos casos he podido entenderlo, en la mayoría desconozco el por qué.
Cuando eso ocurre me hago la fuerte, me creo una mentira tan veraz que funciona... Acaba pareciendo tan perfecta, a veces, que a mis ojos me lo creo y el secreto, finalmente; acaba tranformándose en la realidad. En muchas ocasiones no soy consciente de lo triste que puede llegar a ser eso.
Toda la gente de mi alrededor me ha tachado por una chica dura, solitaria, independiente y sensata. Más de una vez también he sido calificada de fría, incluso de insensible. Hasta me lo recuerdan los adultos. Al contrario, ante toda respuesta prevista, no me disgusta esa idea.
Cuando me lo decían, sonreía, los miraba fijamente y les dedicaba una risa de lo más serena. Una de esas superficiales, que no te saben a nada.

Porque, ante todo, soy una defensora aférrima de la valentía y la indiferencia que muchas veces ésta conlleva. Considero que el valor no es la ausencia del miedo, sino considerar que hay algo mucho más importante que el miedo. Por eso me gusta luchar, me gusta ser perseverante... aunque eso me haga testaruda a veces.
Y ahora, justo cuando las circunstancias me han hecho caer hasta lo más bajo, hasta incluso no quererme nada a mí misma; soy consciente de cuánto puede llegar a doler una mentira... o más de una.
Es curioso que, a la viceversa de la mayoría, cuando doy lo mejor de mí es en las peores situaciones. Cuando experimento cómo el mundo se desmorona a mi alrededor, cómo me ataca o cómo me desprecia; es entonces que yo todavía me levanto con más fuerza del suelo.
Jamás me he dado por perdida... porque nadie que haya valido la pena lo ha hecho.
He tenido tiempo de comprobarlo porque la vida me ha echado todo tipo de pruebas que, a mi edad ya, en teoría alguien, nadie más bien; debería pasarlas. En realidad, he podido con mucho que a una gran mayoría hubiera hundido.
Tal vez sea por mí misma, quizá sea porque recibí el apoyo adecuado. Me decanto por ambas, sin embargo.
Por esa razón y por mi educación también soy - muy pocos lo saben -, sentimental. Soy muy sensible y por eso mismo la fortaleza que ofrezco me confiere un caparazón muy certero. No quiero que mucha gente se dé cuenta de eso por el simple hecho de que, si saben de su existencia, también el daño infligido puede ser mayor.
Y aunque el sufrimiento lo lleve todo lo bien que alguien se pueda imaginar, tampoco es un concepto al que haya querido perpetuar alguna vez.

En definitiva, tan sólo soy alguien más. No hay nada de interesante en mí, nada de emocionante. Únicamente una bruja a veces, otras un lobo, otras tantas un ángel y otras una estúpida.
Si me pinchan sangro, si me hieren siento dolor y si me demuestran admiración o afecto me alegro. Tan sólo eso.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Rima LXXXI

Dices que tienes corazón, y sólo

lo dices porque sientes sus latidos;

eso no es corazón... es una máquina,

que al compás que se mueve hace ruido.




G.A. Bécquer.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Muertos en vida


Puedo descubrir esas sonrisas huecas,
esa simple verborrea amable,
y aún así jamás hallo veracidad.
Triste perspectiva.

Imagino cada noche vacía
con el vodka a medio tragar.
Esas risas de mentira
que no alcanzan el mirar.

Luchan entre la sobriedad,
pierden frente al alcohol.
Impulsos de bajo rango,
amistades que jamás fueron.

He vislumbrado esos vómitos,
esa carroña merecida
y la degradación nunca perseguida.
Los pecados son sus amos.

Me pregunto cuándo será:
¿dónde está su Marca de Caín?
¿En sus mentes pobres?
¿En sus cuerpos vendidos?

Y es que no veo nada más:
sólo muertos, muertos en vida.
Que ríen y cantan,
sonríen y bromean...

... para volver al pobre infierno que es su vía,
así como la bebida su guía.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Un día



Hay un día marcado en rojo en mi calendario: se trata del quinto día del tercer mes del año, de cualquier año. Es el día en que mi cuerpo se somete a una total somnolencia, los pulmones se comprimen, el corazón ralentiza su ritmo y los fantasmas del pasado vuelven.



Con el paso del tiempo los recuerdos que antes eran tan desesperantes han expulsado de su interior la bilis que les corroía y, al día de hoy, esa vida pasado resulta más dulce y repleta de ternura que la actual.



Recuerdo la semana en que desapareciste y en la que yo, muerta en vida, fallecí contigo. Aún cuando al día de hoy recuerdo tu nombre inscrito en piedra descubro el mío a tu lado, invisible al ojo humano, tan sólo presente para nosotros y para nuestro reencuentro; pues yo te espero pacientemente a que con el pasar de los años tú y yo nos reencontremos y volvamos a sonreír, a sentir y a devolver nuestro pasado muerto en la otra vida.