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viernes, 8 de julio de 2016

Ahí va el tic-tac, el tic-tac...


Tengo la cabeza angustiosamente articulada. Como si a veces perdiera mi nombre real y mi rostro se hiciera fino humo como la niebla y acabara creyendo que, a modo de romántico psiquiátrico en un ambiente literario barato, me hubiera convertido en un paciente de bata blanca y pastillas amarillas y rosas.

El cerebro se me ha fragmentado e, irónicamente, no me va mal. La ansiedad se ha ido, ya no divago, los puntos de estabilidad parecen haberse fortalecido mientras, de fondo, el océano en el que aún me siento hundida ya no me ahoga. Hasta podría decir que me siento invencible.

Resolutiva.

Pero de fondo hay un rincón de mi cabeza, a modo de cuarto viejo y crujiente, que me recuerda las cosas viejas: sentimientos reprimidos en un cofre bellamente tallado, la exigencia enredada en un collar de perlas cortadas, arañas tejiendo nuevas mentiras mientras pulen las viejas historias... Y de fondo un antiguo reloj de cuco, inclinado sobre una podrida viga, me resuena con su relajante tic-tac, tic-tac que me recuerda que... eh, aún funciona la cabeza.

Creo que, mientras mi cuerpo se ha olvidado en el hondo mar, mi cerebro se va articulando entre sus aguas con hilos de araña. Y el cofre por ahí anda. Tal vez con monedas de oro, tal vez con joyas preciosas... Pero no lo abro y no lo busco. Demasiados piratas han muerto por hacerse con tesoros malditos, riquezas que no eran suyas.

Oro que brilla un segundo cuando en el siguiente se torna en piedra.

Y yo mientras me sigo hundiendo. Abajo, un poco más hondo cada vez. Con mis sonrisas de perlas quebradizas, con las arañas murmurando mentiras, con los hilos de luz sosteniéndome brazos y piernas con, de fondo, las agujas continúan avanzando: tic-tac, tic-tac, tic-tac...

Eh, todavía me funciona la cabeza.

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Imagen extraída de deviantART. Nombre: Moonclock. Autor: iNeedChemicalX.

miércoles, 13 de abril de 2016

En ti vi el azul


A H.,

Nunca se me ha dado especialmente bien la amistad. Ya de pequeña la veía como una certeza cínica. Porque me escasea la fe.

La amistad no la creía real. Era gris. Un pantallazo negro de un programa barato.

Esa rutina social no cambió demasiado en el instituto. Me llenaba los oídos con las voces que me repudiaban o, bien, me ignoraban. Las pocas que me hablaron nunca me calaron. Eran ruido sordo de fondo.

Voces vacías.

¡Meow...!

Contigo todo fueron maullidos. Una fiera de cola enroscada y mirada negra que ruge y araña al mismo tiempo que, desde lejos, te guarda. De fondo, un cielo infinito abierto al mundo.

Imagina una pradera abierta al mundo. A un mundo infinito. Ese mundo eterno que sólo abarcan los libros, las plumas, el olor de la lluvia, la noche cerrada, la honda negrura de los ojos de un felino.
Una agraciada figura a cuatro patas pisa la hierba, la hace saltar, revolotea entre ella y, en el aire, la hace prender. Chispas, Fuego. Una pequeña llamarada que crece cuando ríe. Que se expande, que se crece, que abraza, que quema, que con gusto abrasa.

Su risa sabe a fuego, a unas brasas vestidas del hondo azul que guarda el mar.

... Y la fiera se volvía mujer.Una joven que se mecía en el viento mientras el azul del fuego le lamía las piernas. Lucía un vestido ribeteado de marfil y su risa me alcanzaba con la misma facilidad que lo hacía la brisa del mar. Había algo en su presencia que flotaba, que fluía de la misma forma que lo hace el viento cuando le revuelve el azabache de su pelo.

Y, de pronto, se volvió a mirarme. Chasqueó la lengua, a sus ojos afloró la malicia, las comisuras de sus labios se rizaron. Ojalá viera a través de mis ojos cómo ríe. Cómo de hermosa se vuelve. 

Vislumbré una belleza huidiza, selectiva; como la hermosura de una vela que, únicamente, puede contemplarse cuando se asoma la luna.

Porque hay bellezas que sólo pueden contemplarse de noche.

Hay algo en ella que te recuerda a la negrura, a un felino oculto. En ella duerme una pantera vestida de noche, la misma que rehuía mis abrazos al mismo tiempo que ronroneaba un te quiero en mi oído.



Adoro su risa. Porque es contagiosa, es franca, como cuando te golpea la brisa... que más que chocar, te abraza.
Siento una ternura infinita por ella. Demasiado amor que dar, que devolver, que sentir, que reír, que a veces llorar.

La picardía enroscada en la cola de un gato, una chispa llamada astucia durmiendo en sus ojos, un ribeteado vestido blando llamado Beatriz, el rugido de una pantera, ternura cocinada en un muffin, colorete y brochas teñidas por las risas, una honda profunda tierra a la que llamo Azul. No azul del mar, no azul de llanto, azul de libertad, de infinito, de eternidad.

Si fueras la nada, serías infinito. Serías azul. Mi particular, alocado, querido azul.

Un azul profundo, un añil tan hondo que no se es capaz de abarcar, un matiz tan claro que únicamente con respirar ya sientes su libertad.

Porque eso eres para mí, siempre tantas cosas a la vez: mi azul, mi índigo, mi vida más celeste. Eres la mota de color que tiñe de cobalto el gris que ahogaba mis amistades.

Eres un fenómeno extraño, único y, aún así, real. Real porque me haces feliz. Contigo las rosas azules son ciertas, los gatos negros no traen la mala fortuna, las amistades las creo infinitas, las llamas me guardan de noche.

Gracias por esta amistad azul: por la compañía, por las críticas, por la confianza, por la aceptación. Gracias por ser, en definitiva, lo que significa ese color: confianza, libertad, fantasía, noche, lealtad, nobleza. Sinceridad cruda y absoluta en su esencia más primaria.

Mi paleta favorita hecha amistad.

Deseo, con el riesgo de pecar de ingenua y egoísta, que nuestra amistad sea como esa novela tuya en espera de sus últimas líneas: inacabada.


Tu sincera y alocada amiga,

C.

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Imagen extraída de deviantART. Nombre: Blue. Autor: AshleyxBrooke. /  Nombre: Blue. Autor: colorsformind.

miércoles, 16 de marzo de 2016

La estación de las lluvias



Éramos la mitad el uno del otro. Nos teníamos ese cuidado que sólo se gana con los años, que se siente cuando ambos corazones palpitan al unísono casi sin pretenderlo.
Éramos tiempo, espacio, risa, un roce en la palma de nuestra mano. Nadie supo entendernos mejor que nuestros ojos al mirarnos, que nuestros pasos al sintonizarse. Hablábamos una lengua propia, una canción nunca escrita.
Éramos esa pareja que, sin ser nada y todo, contemplábamos la lluvia y callábamos porque no hacía falta nada. Soñábamos que cada gota resbaladiza contra el cristal era alguien próximo a morir y creíamos que cuando el agua se arrollaba contra el suelo, ésta cantaba.
Éramos los que creíamos que el mundo se pintaba de un rosa pálido, de un verde de la hierba, de un azul celeste, de un amarillo dorado que ilumina el mundo.

Me prometías estar ahí para mí siempre. Tu protección, tu cariño, tus riñas, tus bromas. De verdad que sentí que deseaba codiciarte para siempre. Tenerte para mí, mantenerte a mi lado, sentirte cercano en la eternidad de nuestra vida.

Sólo conocíamos la felicidad que concedían los pocos años. 

Y esa noche se perdió todo. La infancia murió. La inocencia perdió el brillo de su mirada y acabó destellando en lágrimas de agua salada.
Atravesé la puerta principal empapada, no sólo por la lluvia, sino por el llanto que me apuñalaba la garganta y me pintaba las mejillas. Tenía el corazón triste, un zapato roto, el maquillaje corrido y quería hacer trizas mi vestido.

Apareciste a los dos minutos de ahogar un par de sollozos. Me observaste con dolor pero con los ojos más serios que nunca te había visto. Noté la ira en tu pregunta, incluso en el abrazo que me diste mientras negaba con la cabeza con tal de no contarte el rechazo, la verdad.

Me consolaste con un par de abrazos, con ese cacao caliente de los días fríos y el fuego encendido en mitad de la noche. Me tumbé en la cama con dolor en el pecho, contigo guardando mi espalda, curándome la cabeza con tu consuelo susurrado.
Me volví para encontrar la calidez de tu mirada y me asusté. Tu voz sonaba amable pero tus ojos me hundían al mirarte. Me quedé quieta, temblando de pronto y sin saber por qué. Nada en ti sonaba propio de un extraño: ni tu tacto, ni tus palabras, ni tu voz...

No obstante, eran tus ojos devorándome cruelmente los que me hacían marearme, perder la cabeza y creer que podía perder el corazón. Esta vez de verdad.

La calidez de tu mano contra mi mejilla me tranquilizó pero mi pecho no dejaba de temblar y, sin embargo, no era el miedo lo que me paralizaba. De repente, callaste, y lo único que quedó fue la furiosa lluvia contra la ventana.
Tenía la cabeza vacía y, al mismo tiempo, tan llena de tu mirada que me sentía impotente. Tus ojos de serpiente me atravesaban y pensé, tal vez poco equivocada, que la semejanza de nuestra mirada provocaba que tú también te hundieras en la mía.

Suspiraste tan fuerte que creí que te ahogarías en un mar que no existía. Algo en ti sonó a que perdiste una guerra. Tu mano me sostuvo con delicadeza antes de absorberme. Creí asfixiarme contra tu boca; me faltaba el aire. El pecho me dolía. Algo se estaba rompiendo.

Afecto roto, cariño oscuro. Jadeos extraños, llanto contenido, un calor distinto. Creí que, afuera, la lluvia lloraba por mí. Recuerdo aquel cuerpo, aquel momento, como una jaula que me atrapaba dentro de sí con el miedo, latente, de que me escapara.

Pensé que mis manos no eran mías, que mi voz y ojos fueron otros esa noche. Éramos extraños, éramos la mitad el uno del otro de forma distinta. Dolía, llenaba, apuñalaba, laceraba, quemaba, enfriaba, vaciaba, iluminaba y oscurecía.
Los colores se volvieron eléctricos. Atrás quedaron los rosas inocentes o los amarillos risueños. El mundo se me concibió bajo los matices que me ahogaron esa noche: el negro que envolvía el cuarto o el rojo de tu boca que me besaba con dolor.

Esa noche pasó. Vinieron otras. 

Las noches de cielo cerrado mi puerta permanecía cerrada. Las noches sin luna, con ella, con nubes difuminadas, las ruidosas, las silenciosas... Todas ellas. Puerta cerrada, quietud absoluta. Con cada una de esas noches mi respiración se acompasaba pero dentro de mí, enferma, la ansiedad crecía. Mi alma buscaba algo, un pedazo tuyo. Tal vez una respiración más, una mirada más, una noche más.

Pero luego volvía la estación de las lluvias y la puerta de mi dormitorio se abría. El agua llamaba a mi ventana, los truenos comprimieron todo ruido ajeno, los rayos trazaron las formas de nuestros cuerpos.

Callábamos. Te deslizabas a mi lado mientras repetías quererme y yo no te respondía. Tu voz, mi silencio y un beso por cada respuesta. Volvía el roce, el calor, mi ansiedad silenciada, los jadeos que la tormenta ocultaba.
Y al fin, como cada noche acabada, tu voz me confesaba:
-Espero que mañana llueva.


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Imagen extraída de deviantART. Nombre: Rain texture. Autor: koko-stock.

viernes, 4 de marzo de 2016

Si confieso


Practiqué la misantropía como religión hasta hace relativamente poco.

La he cambiado por la práctica del autoconocimiento.

He vivido enamorada del mar y del agua toda mi vida.

Mi peor creencia siempre ha sido: "Yo estorbo" o "No soy digna".

Creo que cada persona es una obra de arte, oscura o clara. No importa.

Conozco muy bien mis virtudes. Aún mejor mis defectos.

Me he considerado muerta tres veces.

Comparto la mente con dos personalidades contradictorias.

Cuando descubrí la escritura, respirar se hizo más fácil.

Me arrepiento por no ser constante con ella.

Cada persona que ha sido o es significativa para mí ha sido color, aroma, textura y música en mi cabeza.

Creo que de pequeña perdí algo. Aún lo estoy buscando. A veces sospecho que se trata de mí misma.

Adoro leer personas. Pocas veces confesaré la historia que me han mostrado.

Cinismo, humor negro, sarcasmo e ironía como eternas compañeras.

Busco la autenticidad en mentes ajenas.

Me atrae la intensidad.

Me escasea la fe.

Eneatipo cuatro en estado medianamente sano.

He invitado a la Parca a tomar un café varias veces y no debería haberlo hecho.

Fuerza como precepto obsesivo.

No llevo nada bien los halagos.

La confianza es un regalo que se gana.

Soñar despierta.

Aficiones... en ocasiones inquietantes.

Poe, Baudelaire, Bukowski.

No ser persona por la mañana.

Altos niveles de autoexigencia.

Mentir para proteger a alguien.

Pocas veces he escrito algo tan claro y conciso como esto.




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Imagen extraída de Aquasixio - Cyril ROLANDO. Nombre: As painting as a door. Autor: Cyril ROLANDO.

domingo, 14 de febrero de 2016

Ceguera en cadena


Entrar en quirófano, divertirte en la camilla de operaciones, relajarte hasta quedarte dormida con los ojos abiertos, quince minutos de anestesia tópica ocular, salir de allí, no ver nada, pasarte las horas muertas en casa durmiendo o tanteando los caminos de casa, que el mundo se vuelva borroso, crear películas mentales para no aburrirte, rehuir móviles, ordenadores y televisores por salud, agobiarse por la poca visión, contar los días, lágrimas artificiales, querer trabajar, no poder, frustrarse, pensar, recordar demasiado, ver doble, no ver nada; intuir sombras, líneas y figuras, acercarse tímidamente a una pantalla, querer escribir, suspirar, cerrar ojos, más lágrimas artificiales, recordar heridas viejas, maldecir la poca actividad, odiar el pos operatorio, cansarse de todo y ponerse a escribir algo, lo que sea; y más ceguera, más negrura, más borroso y más lágrimas artificiales en lugar de las reales.

miércoles, 27 de enero de 2016

En ti vi música, colores y pájaros


En los territorios de Centroamérica y Norteamérica, así como en la parte oriental de Estados Unidos, se encuentra un ave llamada cardenal norteño que habita en bosques, pantanos y jardines. Se trata de un pájaro cantor de un brillante plumaje rojo en los machos y en matices bermellón y café en las hembras.

Lo que más atrae de esta especie es su canto, que consiste en un sonido alto y claro, en ocasiones suave, cuyo gran objetivo la mayor parte del tiempo es atraer al macho o a la hembra. Canta alto, sin llegar a ser estridente, en muchas ocasiones para lanzar dos mensajes muy claros: delimitar su territorio o atraer al compañero. Tan bien se le da la virtud de su canto, que una de sus mejores capacidades es que es capaz de distinguir a otros cardenales mediante el sonido de su música particular, pues a medida que pasa el tiempo los patrones de sus llamadas evolucionan y cambian en patrón y ritmo.
Se pasan el resto de su vida escuchando cantar a sus compañeros, sus canciones, y entregando, de vuelta, su propia música. Es escuchar una canción hermosa que no tiene fin.

Así es un poco ella, al menos es lo que acude a mi mente cuando la escucho hablar. Cuando habla es como si cantara. Su voz tiene algo de musical, suave pero al mismo tiempo un tono claro que te obliga a escuchar. A atender si su canto delimita el limbo por el que viajan los pensamientos de tu mente o si, por el contrario, está advirtiendo la amenaza que te supones a ti mismo cuando ahondas en la autodestrucción.

Cuando la observo y se me manifiesta la sinestesia automática en la cabeza, un cardenal de deslumbrante plumaje púrpura me inunda las pupilas. Contemplo un pájaro que vuela sorteando otras aves y copas de árbol naciente o a medio quebrar. Y vuelva, y canta, y vuela, y canta... El sol se refleja en sus plumas, rebota contra ellas y la luz dorada se torna un tanto rojiza.

Brilla. Es luz. Luz que canta.

En mi caso, tanta luz y música es bienvenida. Si tuviera que explicarlo con palabras, que es prácticamente lo mejor que humildemente puedo ofrecer, hace cuatro años me volví ciega, sorda y muda. La vida se había convertido en un fundido a negro donde, el único color que me permitía contemplar, era un rojo oscuro que me dañaba las muñecas y me acongojaba la cabeza.
El rojo me ataba a la vida. Eso y el gris que tiene el llanto; y el negro de tinta que tienen las palabras; y el vacío de color que escuchaba cada día en casa cuando gritaban mis padres.

Mi escala cromática de aquella época era triste, seca, limitada y, bien lo sabe ella, dolorosa.

Llegué a aquella consulta con mi música particular pintada de colores tristes y rotos. Era como un cuadro que alguien hubiera tirado o una canción tocada por la armonía rota de un violín. Mi música negra y oscura. Qué extraña era, qué abominable me parecía.

Me senté en una habitación pintada de blanco y me acomodé en un sillón del mismo matiz. La sala olía a vainilla cuando reparé en las velas que adornaban el banquito de madera. Prendió una y atenuó las luces.
La sala se volvió oscura, cierto, pero la luz de que luchaba en la penumbra me calmaba la cabeza y facilitaba que el nudo que vivía en mi garganta se soltara y empezara a llorar. 

Llorar.

Sólo eso: llorar. Llorar con la tranquilidad de quien sabe que nadie gritará, que nadie humillará, que nadie juzgará. Llorar con la certeza de que quedará, únicamente, la escucha y, en su caso, una voz que hablando casi roza el canto.

Y entonces, cuando callé yo con mi voz rota de violín en negro y rojo, habló ella.

El momento me recordó a esos paseos de infancia que tenía de joven cuando, en el bosque de Esparraguera y en la quietud del sendero, de pronto el silencio se rompía y un pájaro piaba. Miraba al cielo y buscaba pero, lógicamente, no encontraba desde dónde sonaba la música.

Pero allí, en el policromado blanco de la consulta, la música me llegaba con claridad y no debía alzar la cabeza a los árboles o al cielo para descubrir el canto y su autor. De pronto mi cabeza fundida en negro ya no era oscura, los gritos ya no eran las únicas notas que me alcanzaban con claridad. En aquel momento era una voz de suave tono risueño, claro, directo y sincero la que me hablaba con verdad y empatía.

Pasaron los días a ser semanas, las semanas se convirtieron en meses, los meses se volvieron años. Los años en el hoy tan presente ya. Mucha música se ha tocado en aquella consulta con su, siempre eterno, blanco de fondo. Sonidos formados por llantos, por risas, por charlas amenas, por desesperados gritos callados, por silencios que susurraban derrotas, por regocijo de victoria... acabaron mutando en una canción tocada a dos manos.

A veces una canción extraña, a veces triste, a veces feliz, a veces burlona. Pero nueva, auténtica, que rezumaba vida. Algo que, al fin y al cabo, parecía no sentir.

Siempre guardaré con cariño aquellas primeras palabras suyas: Estoy aquí para romperte la cabeza. Todo lo que creas, todo lo que creas cierto, todo lo que pienses que es verdad... Todo, absolutamente, todo, lo romperé.

Gracias por romper la música rota, los colores viejos en negro y rojo, el sufrimiento en cadena. Y gracias de nuevo por continuar haciéndolo todavía al día de hoy cuando tropiezo y sola no puedo. 

Quizá te rías al leer estas líneas. Hazlo. Será como escuchar de nuevo el canto del cardenal, que rompe el silencio en notas de destellos cobrizos. Si tuvieras otro cuerpo, en mi mente, serías así: un ave perfilada en intenso rojo y ocre. 

Música. Plumas. Color. Gracias, en definitiva, por salvarme con palabras. Sólo estando ahí, escuchando, interrumpiendo, enseñando, mostrando y evidenciando la verdad más clara y también la más oscura. Y más gracias aún por hacer de ello tu profesión.



Tu infinitamente agradecida paciente,
C.


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Imagen extraída de deviantART. Nombre: Red Cardinal watercolor. Autor: excentric.

viernes, 22 de enero de 2016

En ti vi arte



A Mq,

Cuando he captado con los ojos o con el sentido del tacto aquello que me ha producido un cosquilleo que nacía en la nuca, descendía por la columna y acababa en la cintura culminando con la relajación absoluta de todos y cada uno de mis músculos, he sabido que se trataba, al menos para mí, de arte. Es una especie de agitación que me llega cuando veo ese contraste de colores que me sacude, cuando escucho esa voz o armonía rota que me parte o me regenera el alma, cuando unas líneas me dejan reflexiva, cuando la visión de una hoja de otoño crea armonía junto a sus hermanas o cuando un aroma a libro o lluvia me abraza el olfato hasta sumirme en un sosiego capaz de calmar cualquier inquietud interior.

Incluso en ocasiones me he imaginado la palabra arte bajo mi propio prisma. La vislumbro llena de colores que ahondan el rojo fuego, el verde hoja, el negro noche y un blanco luminoso y transparente y la he acompañado de hojas de otoño, de hiedra curvándose por sus vocales y su t, elevada y elegantemente libre. A veces, he añadido tímidamente el matiz azul y el arrullo de las olas del mar, para mí tan importantes.
¿Qué haría yo sin el mar, sin el agua?

El arte significa para mí la mayor expresión que puede desarrollar el hombre, más allá de la superación personal y del afecto. Lo he descubierto en cuadros, en música, en poesía, en prosa, en piedra tallada, en duras superficies, en pasión, en palabras de una noche, en la naturaleza humana y salvaje arremolinándose en ella misma. Está presente en tantos campos… todos ellos semejantes y distintos a la vez, que entristecen y regalan euforia al mismo tiempo.

Sin embargo, un día extraño en un gimnasio, la conocí. Quiero decir a mi propia versión del arte, a éste hecho persona.


¿Es extraño creer que el arte puede personificarse? Si lo es o no o si es, al menos, medianamente posible, lo desconozco. Yo sólo sé que creo haber conocido una personificación del arte, de uno propio que encaja bajo mi prisma. Soy consciente de que esa esencia de la belleza es tan subjetiva que para cada uno será diferente: unos lo verán repleto de tintes de Pollock, otros teñidos de romanticismo inglés, algunos lo verán como el nuevo trasfondo del arte del reciclado. Sin embargo, para mí, esta es mi propia subjetividad personificada.

Lo descubrí, por primera vez en mi vida, bajo la forma de una mujer. Es menuda (aunque más alta que yo, cosa no muy complicada), de castaño oscuro y corto en ocasiones tornado en rojizo. Tengo la sensación que su cabello está en constante transformación. Debe cambiar, mutar, crecer. Tiene unos ojos enormes, algo afilados y terriblemente expresivos. Nariz respingona, labios finos y una peca a su izquierda que los corona. Tiene el cuerpo esbelto, grácil y escasamente torpe. A veces, cuando la veo andar o la encuentro reclinada sobre una barandilla con los cascos puestos, envidio lo etérea que parece. Y es que toda ella desprende ese aire huidizo: da la sensación que si intentas cogerlo, se te escapará entre los dedos y saldrá volando. Es como ver tomar forma al aire, con ese misterio refinado que guardan los fantasmas de siglos pasados y que sólo hallas lo más detalladamente posible en fotografías antiguas en blanco y negro, detalles que siempre lleva consigo, por cierto.

No viste de una forma estridente que llame la atención, opta por los colores oscuros o neutros. No es de las que les guste llamar al ojo ajeno, opta por la discreción. Creo que guarda dentro de sí esos tesoros que sólo encuentran los que esperan algo más que un exterior bonito por lo que, al abrir la caja, ven la belleza entre sombras, esa que al ser descubierta al tirar de la sábana su mismo hallazgo te sabe a algo mucho más dulce que la miel.

Una de las cosas que más me llaman la atención de ella son sus manos y sus ojos. Las primeras porque en la mayoría de ocasiones en que la veo las lleva dibujadas con henna. Sus trazos me recuerdan a los motivos naturales donde hay hiedra, enredaderas, arbustos, hojas, tallos salvajes, lágrimas, un sinfín de curvas que se parecen a los tatuajes que se trazan sobre el cuerpo de la mujer el día de su boda en la cultura de la India. Su arte en henna tiene algo de tribal, de primitivo romántico.


Sus ojos son hondos; te tragan si tienen la suficiente valentía y confianza como para sostenerte. Con ellos pienso en esas noches de tormenta en los que las olas devoran a los marinos. Negrura, azul revuelto, espuma salvaje contra el barco que hondea el temporal y que, aún al día de hoy, recuerdo cuando ella me decía: La vida es un océano infinito y tú eres un barco que lo atraviesa. ¿Cómo es tu barco? ¿Cómo se encuentran las aguas? ¿Está tranquilo el mar? ¿O está furioso? ¿Está capeando el temporal?
Cómo he adorado sus metáforas. Es escuchar hablar casi en verso… o en prosa que baila. Incluso en su voz todo suena como una fina y densa niebla. Su voz hace que todo suene como un susurro, como si  fantasmas te susurraran secretos de viejos tiempos. En ella todo suena a almas recónditas, a belleza oculta. Nada es, en su boca, ordinario.

El fuego es bello. Me hace sonreír cuando la escucho hablar. Me recuerda, a veces, a la belleza sucia de la que hablaba Baudelaire. Ser capaz de contemplar el mal como belleza sublime, como arrebatadora las sombras que plagan el alma. Eso es una de sus mejores virtudes: ve belleza donde otros ni siquiera la intuyen.


Incluso en ratas a medio descomponer sumidas, tal vez, en etanol. Todo lo que toca se torna original e único. ¿Quién más puede hacer algo así? Todos tus tesoros, desde los más pequeños hasta los más grandes, los tengo guardados y a buen recaudo, incluida una primera Lea hecha muñeca en su caja. Uno de los mejores regalos que me han hecho nunca. Tal vez el que tiene más valor incluso.
En ti vi belleza. De toda clase. Y así continuará siendo siempre. Eres auténtica. Sigue creando.

Tu sincera admiradora y amiga,
C.



Imágenes extraídas de Tumblr, Blogger y Deviantart. Si deseas saber más de su arte, no dudes en visitarla en los siguientes enlaces:
http://abralacambra.tumblr.com/
http://abralacambra.blogspot.com.es/
http://lady-monique.deviantart.com/

viernes, 15 de enero de 2016

Teclear en negro. Mente dormida


Sucedió… a oscuras.
La puerta de la entrada crujió. Un ruido pesado, sordo, se arrastró desde la entrada hasta el pasillo y, a tientas, busqué la lámpara de la mesilla. Presioné el interruptor.
Nada. Negrura absoluta.
Temeroso, abandoné la cama…, con los nervios punzándome la nuca y un cosquilleo en mis dedos. Un zumbido agudo, penetrante, me atravesaba los oídos. Era el corazón.
Un eco de pasos se detuvo frente al dormitorio. El picaporte giró, la puerta chirrió. El silencio dio paso a murmullos desconocidos, a suspiros ahogados; afuera un perro ladraba, un coche aceleraba y el viento golpeaba mi ventana.
Y, de pronto, vislumbré el inconfundible resplandor metálico, brillante, del cañón. El zumbido en mis oídos se hizo más intenso y claro, tanto como el percutor al accionarse. Una inspiración, el chasqueo del cargador, una espiración y, de la nada, un pávido fulgor que iluminó la estancia.
Una habitación a oscuras, un peso muerto que cae, una sigilosa retirada y, de fondo, un rojo sangre en la moqueta.

viernes, 1 de enero de 2016

De nuevo un año par. Hola, 2016



El balance de este año ha sido, particularmente, satisfactorio y sorprendente. Me ha encantado a pesar de que no todo han sido alegrías (como siempre). Imagino que en parte también, al echar un vistazo a los dos objetivos que me marqué a finales del año pasado, haberlos logrado ha contribuido a haber acabado el año con muy buen sabor de boca. La cabeza ya no se me enferma tanto y algo de fe he recuperado.
Si tuviera que definir en palabras este año, todo se resumiría en “olvido” y “sorpresa”. De todo tipo, en todos los campos, malos y buenos. Lo mejor de todos estos 365 días sería decir, sin duda alguna, que a pesar de que lo bueno me ha encantado, lo malo me ha satisfecho. Y mucho.
Es paradójico que lo malo me haga sentirme más llena cuando, ya por su mismo nombre, se deja suponer que a uno le disgusta. Pero precisamente el conocimiento de saber con certeza que algo es ponzoñoso para uno, le brinda al mismo la oportunidad de distanciarse y preservar el bienestar personal. Y conseguirlo ya de por sí resulta en una doble victoria. “Cerrar puertas” creo que sería. Eso lo he adorado y no sería capaz de describir hasta qué punto.
Ha sido el año de lo inesperado. Detesto profundamente lo ordinario, así que gracias a aquellos que han hecho posible que pueda definir la esencia del día a día como “increíble”.
Me despido este año con una imagen que, como presente de este año, me ha descubierto un reciente amor por los animales que jamás creí concebir. Tanto que se me pasea con fuerza la idea de adoptar cuando esté en las condiciones óptimas para llevarlo a cabo.
Y, como cada fin de año, esta noche me retiro a prender fuego en buena compañía. ¡Feliz año 2016 a todos!
La irregularidad, es decir, lo inesperado, la sorpresa o el estupor son elementos esenciales y característicos de la belleza.
Charles Baudelaire