SafeCreative

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lunes, 28 de octubre de 2013

A esto lo llaman bloqueo


Me siento irresponsable. Debería aplicarme más.

La mayoría de las horas que conforman el día las paso recriminándome el vacío de la hoja en blanco. Las ganas de escribir están ahí, fluctuando como ondas, pero parece que a mi brazo le faltan fuerzas para lanzar la primera piedra que las hará surgir.
La terapeuta opina que es lógico dado el giro de los acontecimientos: "cuando alguien logra una serie de estabilidad y control, lo que antes de obligaba a hacer por fuerza para no pensar... después deja de tener sentido."
Opina que debemos encontrar una forma de hallar otra vía para la escritura que no sea la autotortura porque eso me haría recular en la recuperación. Arg, lo odio. La ansiedad, ese dolor pesado, vacío, metálico; las punzadas en la muñeca, los lapsus de cordura... Es verdad, ya no existen. Pero mentiría si dijera que no añoro la positividad que extraía de ello aunque... no, no me compensa.
No me considero masoca.
Los ataques cada vez son más distanciados. El último desapareció en la nada con un diazepan y yo escondida entre las sábanas de mi cama con la esperanza de dormir durante horas, horas, horas y más horas. Aquel día todo fue negro; mirada nublada. Lo único que sí recuerdo es la cara de mi madre, preocupada, casi asustada.
Supongo que recordó cosas. Como todos.
El efecto de la pastilla me dejó perdida pero mejoró las cosas. Sentía que flotaba y, por otra, que los problemas ya no importaban. Fue un alivio. Todo daba vueltas... Eso sí, mi sintaxis empeoró algo. O quizá sólo era mi cabeza, mintiéndome.
En cualquier caso intentaré implicarme a fondo a pesar de que quizá no sea por aquí. Bueno, lo cierto es que no lo sé. Le sigo guardando un especial cariño a este rincón, uno en el que como cartel de entrada reza: Prohibida la entrada a los conocidosAquí nadie juzga y, si lo hacen, poco importa.
Debería escribir. Al fin y al cabo las imágenes de sangre, toxinas, veneno, cuchillos, monstruos a plena luz del día y la rueca de la degradación humana continúan brotando en mi cabeza. Es tan sencillo como respirar.
He encontrado un diálogo en una serie policíaca de una, indefinida, calidad que, a pesar de que tal vez no es gusto de los más cultos a mí me supone un encanto verla. El protagonista es tan sencillo y transparente que me provoca verdadera simpatía al permitirme un segundo de descanso mental.
Decía algo así:
-A ti... te gusta... la muerte. Te excita, sueñas con ella. ¿De dónde te viene eso? ¿Tal vez de tus propios impulsos reprimidos? Dime, ¿cuánto cerca de la muerte quieres estar?
Ay, lo adoré. En mi cabeza pensé: "No lo sé". No obstante, sí la invitaría a merendar los domingos. He simpatizado con ella desde los nueve años. Debe tratarse de una... ¿mujer?, ¿hombre? encantadora, encantador.
Como ya he dicho, debería escribir. Escribir sobre cómo se muere, cómo se vive, cómo se encuentran los monstruos, cómo destruyen, cómo miran, cómo mienten, cómo aman, cómo la Muerte roza la nuca con su aliento, cómo abraza pero no abrasa, cómo resbalan las salpicaduras de sangre, cómo el rojo impregna moquetas y cincelan pieles ya moldeadas.

Ah, en serio (suspiro), necesito escribir.


De fondo: I'm not a vampire de Falling in reverse.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Esos viernes 13


Volvemos con un acertijo:

Dos hermanas acuden al funeral de su madre fallecida. La mayor, una vez ahí, ve a un hombre del que se enamora perdidamente. Al día siguiente asesina a su hermana pequeña.
¿Por qué la ha matado?

Un consejo: no seáis cuerdos.

jueves, 4 de julio de 2013

Mi pedacito de cielo


Ahí va mi trozo de cielo,
esas blandas mejillas rosas
que me llenan de anhelo,
de caricias esponjosas.

Mi ángel de ojos pardos,
nariz pequeña,
toda ella encantos;
mi recta, mi estrella.

Me llama, me abraza,
me sonríe,
¡cómo me amansa
cuando se ríe...!

Mi ángel, mi águila,
me confiesa, me llora,
y a escondidas me vigila
mientras mi sonrisa aflora.

Me traes tu cariño,
la frescura de la brisa,
el encanto de un niño,
la música de tu risa.

Mi gato, mi leona,
no te vayas nunca;
eres la campeona
más noble, más franca

que jamás he conocido,
sentido, admirado o vivido.
Mi pedacito de cielo...

que derrites la roca, 
que prendes el deshielo
de esta pobre loca.

jueves, 20 de junio de 2013

Un pedazo de "Sangre y música". Prólogo

"Fue… la primera vez.
Era una fría noche de otoño a medianoche. Había visto aquella chica cada día desde hacía cuatro años y se había convertido en toda una preciosidad: alta, con curvas, una larga melena color caramelo, unos labios risueños… Todo ello con una elegancia tan natural, sencilla y grácil que se me hacía inconcebible no observarla cuando ella no miraba.
Empecé a ver, poco a poco, cómo los ojos de los jóvenes se iluminaban al verla pasar, víctimas del deseo. Sí, era hermosa, verdaderamente hermosa, tanto como lo fue ella. Quizá por eso me fijé en ella, tal vez por eso…
El viento era cortante y se abrazaba al cuerpo con una pasión helada. En medio de aquella urbanización, a lo lejos, alcanzaba a oler un aroma a leña quemada que me dejó relajado, más aún si cabía. Y más allá escuché los gritos y risas de una fiesta vecinal. ¿Una fiesta sin padres, tal vez?
El mundo empezaba a desaparecer ante mis ojos sin mucha preocupación. Ante mí sólo existía aquella casa sencilla de vallas blancas y césped recién cortado por el que pisaba, con los olmos desnudos anunciando el porche y la luz del salón y la cocina alumbrando vida.
Tras llamar a la puerta de entrada, unos segundos de espera rutinaria dejaron a la vista una melosa cabellera asomándose por detrás de la madera. La joven me echó un vistazo rápido y me sonrió con motivo de una cálida bienvenida a pesar de las altas horas de la noche.
-¿Aún despierta?- pregunté, dando el primer paso hacia el interior tras rascar las suelas de mis botas en el felpudo de la entrada. Me observó con la confianza que tan sólo concede la familiaridad- ¿Tu hermana no está?
Agudizó su sonrisa en señal de alegría. Atisbé sus perlas, gentiles y bellas. Sus gestos, toda ella, irradiaban vida… Una lástima.
-Sí. Ha ido a celebrar su compromiso con los del trabajo. El afortunado también ha ido. ¿Quieres tomar algo? Puedo preparar un té.
Negué con la cabeza con mi mejor disfraz: el vecino discreto, educado y encantador.
-No quisiera molestar. ¿Cómo es que tú no has ido?
-Estoy cansada y creí que sería mejor que mi hermana no se preocupara por tener que cuidar de mí. En ocasiones es demasiado protectora, pero es lo que debe soportarse a veces por ser la pequeña- comentó con un gesto burlón, antes de echarle un vistazo a mis ropas sonriendo de nuevo-. ¿No tienes calor con la sudadera?
-¿Bromeas? ¡Hace un frío horrible!
La joven asintió mientras me ofrecía asiento en el salón. Sí refrescaba pero la sudadera era gruesa y mis guantes de un resistente cuero negro.
-Lo cierto es que sí, no han dejado de bajar las temperaturas durante todo este mes. De hecho, hoy han dicho que es posible que volviera a nevar…- miró en dirección a la ventana, quizá esperando descubrir algún copo de nieve cayendo.
-Sí, yo también lo he oído. Espero que nieve.
-¿Te gusta la nieve?- preguntó alegre.
-No especialmente- respondí, a lo que ella cabeceó y me miró, confusa, esperando a que yo le aclarara eso. Sin embargo no lo hice, no tenía intención.
-Bueno, desde luego yo prefiero el verano a toda costa. Lo añoro. De hecho, voy a buscar una rebeca para abrigarme. Tener la calefacción estropeada es un fastidio.
Se levantó de su asiento de un salto, me dio la espalda y ya en el pie de las escaleras del piso superior se dio la vuelta y con gesto dichoso me dijo:
-En cuanto vuelva tienes que contarme qué haces aquí. ¡No nos visitas muy a menudo!
Agaché la cabeza como si el arrepentimiento hiciera mella en mí:
-Soy un mal vecino.
Su risa sonó como el gorjeo de un pájaro que desapareció escaleras arriba. Fuera de mi campo de visión y yo del suyo, descolgué el teléfono del salón y corrí las cortinas del mismo, además de las de la cocina y del vestíbulo. Automáticamente, respiré hondo y con firme determinación recorrí sigilosamente el camino hasta su dormitorio, donde la elegida rebuscaba impacientemente en una cajonera. Tensé los cordones de la sudadera para que la tela cubriera parte de mi cara pero sin enturbiar mi visión. Quería verlo todo: sus manos, su piel, su suave cabellera, sus ojos… Aquellos hermosos ojos azules mirándome a mí, sólo a mí.
Al mismo tiempo, mientras ella todavía no se había percatado de mi presencia, palpé con mi mano el bolsillo derecho de mi sudadera, distinguiendo la suave lana del rígido cordel con el que jugueteaban mis dedos. Más tranquilo y, aún así, excitado, empecé a caminar lentamente sin arrastrar los pies por encima de la estera. Saqué la cuerda de la sudadera y un rizo metalizado rompió la negrura del vacío. Lo cogí por ambas extremos alzándolo en el aire y deslizándolo más allá de su rostro. Un destello plateado quebró el aire justo cuando su mirada halló al extraño que había tras ella.
La cuerda se tensó en el instante crucial en el que se llevó las manos al cuello y empezó a revolverse. Un grito ahogado escapó de su garganta. Después, todo fueron gemidos lastimeros. Intentó pronunciar mi nombre con voz dolorida, confusa… y yo sólo podía pensar que era fácil, sencillo: más simple que romperle el cuello a un pájaro.
Sus piernas, más de una vez, me propinaron una patada y sus manos, en más de una ocasión, se debatieron entre desgarrar la piel de mi cara o la de las manos que dirigían esa cuerda de piano. No lo consiguió. Aún así…ni mi postura ni mis intenciones cambiaron de parecer. Ni su voluntad, ni su resistencia, ni sus gritos eran motivo de preocupación: era menuda y su fuerza no podía igualarse en nada a la mía.
Mientras ella se revolvía y luchaba desesperadamente, malgastando fuerzas, yo iba estrechando cada vez más el lazo que devoraba su cuello. Poco a poco, el oxígeno quedaría inservible y los movimientos se ralentizarían.
Mi corazón latía fervientemente, la adrenalina palpitaba con ardor en mis muñecas y la cabeza me gritaba que siguiera, embotada por la emoción. Quería continuar, lo deseaba, lo necesitaba… tanto como que sabía que ansiaba fervientemente que ella continuara presentando batalla. Cuanto más lo intentaba, más disfrutaba yo.
En mis oídos sólo retumbaba el ritmo de mi pecho, que parecía a punto de explotar por el éxtasis. El único sonido que ahogó el de mis latidos, exultantes, fue el de su silencioso grito de agonía que parecía recorrer mi cuerpo entero como el martilleo de la lluvia de otoño. Era un cosquilleo de lo más placentero.
Poco a poco el cuerpo de la chica empezó a agitarse cada vez menos, pesarosamente, pero aún con las convulsiones propias de la lucha, de quien quiere vivir y lograr una victoria que sabe que no puede obtener. Al ver que cada vez suponía menos una molestia la arrastré por el suelo hasta su cama, donde tendí su cuerpo e hice que sus ojos se encontraran con los míos.
El azul de su mirada me golpeó con furia. Podía palpar la ira que me enviaba, todo el desdén y el odio que me dedicaba. Aún así, cuando empecé a estrangularla con más vigor su mirada me regaló una súplica desesperada, la cual me impulsó a no detenerme.
El brillo de sus ojos comenzó a atenuarse cuando quedaron húmedos por las lágrimas y en ellos vi la mirada de ella. Podía sentirla, recordarla y verla ante mí como si todavía siguiera allí, en vida, observándome. Creí firmemente que me acompañaba, estudiándome y dándome ánimos, prometiendo en silencio que estaríamos juntos para siempre.
Esa dulce belleza se quedó inmóvil, en su mirada murió todo rastro de vida y sus manos cayeron a ambos lados de su cuerpo como el pliegue del tallo de una rosa al marchitarse.
Paulatinamente me aparté de ella, me tomé unos segundos para serenarme y la observé complacido, satisfecho, mientras lo que quedaba de ella se deslizaba hasta el suelo. Su expresión encuadraba la perfecta representación de quien se desespera por el horror.
Ya de madrugada y frente a la ventana de mi dormitorio, mi aliento enteló el cristal al mismo tiempo que unos copos de nieve se arroyaron al vacío. La pálida bendición cubrió por completo los jardines y los porches de aquella encantadora urbanización, incluyendo aquellos rincones que mis botas pisaron.
Esa fue la primera vez, la primera noche… que mi corazón palpitó clamando, en silencio: ¡vida!"


PD: es terrible estar en época de exámenes; una no tiene tiempo de escribir.

martes, 4 de junio de 2013

"Lira lire"


Estás loca; estás como una cabra.


Me paso la vida intentando definir, mediante todos los medios posibles, si sufro de locura. En más de una ocasión he creído que deliraba, que la cabeza se embotaba o que, simplemente, todo se quedaba en silencio, un silencio sobrecogedor que me atacaba los nervios.
He visto locos que gritan, que te siguen, que te controlan, que te vigilan y que incluso te cantan. En algunos he visto la histeria y en otros un sufrimiento tan infinito que era posible asemejarlo al caos. En algún que otro momento he pensado: ¿Dónde van los locos como yo?
He encontrado el placer y la satisfacción más retorcida en los versos de los Malditos, he contado las veces que he disfrutado con el carmín y, aun así, asqueada, lo he evitado siempre. Pero siempre me he movido mejor entre los que deliran, los que pierden la noción de la razón y los que no se dejan llevar por una cordura insana. No debe afirmarse que no aprecio, no tolero o no me relaciono con los mundanos pero sí que, desde luego, cuando lo hago, añoro la disociación que me avoca las cabezas rotas.
He encontrado belleza y vida en la sangre que gotea de un cuchillo, en los balbuceos que murmura un alma rota, entre las curvas por las que ondea la cola de un gato negro, en lo que grita una mirada, en la apatía que golpea con fuerza la cabeza, en lo vacío que resulta un corazón al partirse en dos.
Las disfruto. Disfruto de esas cosas, pero las odio, también las rehuyo con toda mi alma. Quiero pensar que quizá lo que hago es embellecer el horror, demostrar que hasta en el pedacito más hondo del infierno existe un resquicio de arte para azotar la sensibilidad del mundo.
Sí, sí, realmente lo creo... creo que deberíamos azotarla, golpearla, zarandearla hasta que se despierte del estado catatónico en el que se encuentra. Desearía sumir al mundo entero en un estado entero de sinestesia y que la conciencia se zambullera en la locura y disfrutara de ella, que la aceptara como la parte más necesaria para valorar la razón.
He simpatizado con Dalí, llorado con Poe, maldecido con Baudelaire, delirado con Caravaggio, probado un cuchillo como Gentileschi, andado por la autodestrucción como débil símil de Van Gogh, criticado intentando alcanzar a Larra, filosofado de monstruos con Nietzsche, he gritado con Munch...
Adoro a los locos.
Han contribuido más a despertar las cuencas vacías del mundo más que cualquier otro revolucionario: han hecho emerger más pasiones y más odios turbios que cualquier amante, han azotado el pensamiento estancado de todas las sociedades y enturbiado más éticas hipócritas que el mejor de los moralistas.
Fueron tachados de locos para renacer como genios una vez muertos. Fueron extraños, llamados raros. El tiempo y sus aptitudes los volvieron especiales, unos sujetos que sumergidos en su originalidad alcanzaron la genialidad. Aspiraron a genios y ellos, a la larga, resultaron algo extraordinario. Y lo extraordinario, ya se sabe, resulta inmortal.
Son, en definitiva, lira lire.
Los adoro, adoro a los locos.


Gracias, no sabes cuánto.

"Nací insano, con grandes momentos de cordura horrible."
Edgar Allan Poe

sábado, 18 de mayo de 2013

Hoy les toca a los poetas:



El Poeta aparece en este mundo hastiado,
Su madre espantada y llena de blasfemias
Crispa sus puños hacia Dios, que de ella se apiada:

-"¡Ah! ¡no haber parido todo un nudo de víboras,
Antes que amamantar esta irrisión!
¡Maldita sea la noche de placeres efímeros
En que mi vientre concibió mi expiación!

Puesto que tú me has escogido entre todas las mujeres
Para ser el asco de mi triste marido,
Y como yo no puedo arrojar a las llamas,

Como una esquela de amor, este monstruo esmirriado,

¡Yo haré rebotar tu odio que me agobia
Sobre el instrumento maldito de tus perversidades,
Y he de retorcer tan bien este árbol miserable,
Que no podrán retoñar sus brotes apestados!"

Ella vuelve a tragar la espuma de su odio,
Y, no comprendiendo los designios eternos,
Ella misma prepara en el fondo de la Gehena
Las hogueras consagradas a los crímenes maternos.

Sin embargo, bajo la tutela invisible de un Ángel,
El Niño desheredado se embriaga de sol,
Y en todo cuanto bebe y en todo cuanto come,
Encuentra la ambrosía y el néctar bermejo.

El juega con el viento, conversa con la nube,
Y se embriaga cantando el camino de la cruz;
Y el Espíritu que le sigue en su peregrinaje
Llora al verle alegre cual pájaro de los bosques.

Todos aquellos que él quiere lo observan con temor,
O bien, enardeciéndose con su tranquilidad,
Buscan al que sabrá arrancarle una queja,
Y hacen sobre El el ensayo de su ferocidad.

En el pan y el vino destinados a su boca
Mezclan la ceniza con los impuros escupitajos;
Con hipocresía arrojan lo que él toca,
Y se acusan de haber puesto sus pies sobre sus pasos.

Su mujer va clamando en las plazas públicas:
"Puesto que él me encuentra bastante bella para adorarme,
Yo desempeñaré el cometido de los ídolos antiguos,
Y como ellos yo quiero hacerme redorar;

¡Y me embriagaré de nardo, de incienso, de mirra,
De genuflexiones, de viandas y de vinos,
Para saber si yo puedo de un corazón que me admira
Usurpar riendo los homenajes divinos!

Y, cuando me hastíe de estas farsas impías,
Posaré sobre él mi frágil y fuerte mano;
Y mis uñas, parecidas a garras de arpías,
Sabrán hasta su corazón abrirse un camino.

Como un pájaro muy joven que tiembla y que palpita,
Yo arrancaré ese corazón enrojecido de su seno,
Y, para saciar mi bestia favorita,
Yo se lo arrojaré al suelo con desdén!"

Hacia el Cielo, donde su mirada alcanza un trono espléndido,
El Poeta sereno eleva sus brazos piadosos,
Y los amplios destellos de su espíritu lúcido
Le ocultan el aspecto de los pueblos furiosos:

-"Bendito seas, mi Dios, que dais el sufrimiento
Como divino remedio a nuestras impurezas
Y cual la mejor y la más pura esencia
Que prepara los fuertes para las santas voluptuosidades!

Yo sé que reservarás un lugar para el Poeta
En las filas bienaventuradas de las Santas Legiones,
Y que lo invitarás para la eterna fiesta
De los Tronos, de las Virtudes, de las Dominaciones.

Yo sé que el dolor es la nobleza única
Donde no morderán jamás la tierra y los infiernos,
Y que es menester para trenzar mi corona mística
Imponer todos los tiempos y todos los universos.

Pero las joyas perdidas de la antigua Palmira,
Los metales desconocidos, las perlas del mar,
Por vuestra mano engastados, no serían suficientes
Para esa hermosa Diadema resplandeciente y diáfana;

Porque no será hecho más que de pura luz,
Tomada en el hogar santo de los rayos primitivos,
Y del que los ojos mortales, en su esplendor entero,
No son sino espejos oscurecidos y dolientes!">>


Bendición, por Charles Baudelaire

lunes, 29 de abril de 2013

Una fuerza, una debilidad y un capricho de sangre


Hoy toca melancolía. Será por la lluvia.
Mi familia está formada por una colla de romanticones, duros matones, amantes de las fiestas, del barullo, algunos inconscientes, tozudos, muy orgullosos, otros muy cultos, muchísimos valientes, una marcada disciplina férrea, bastantes ligones, muchos enamorados, varias sonrisas encantadoras, ningún mentiroso cruel, un increíble cariño, una exagerada sobreprotección, contadas preferencias, mucha humildad oculta.
Pero sobre todo hay, por encima de todo, mucha locura. De la buena y de la mala.
Locura por el amor, por el cariño, por nuestras miradas, por los incontables abrazos, por las copas de vino que parten y vuelven en el viaje por el mantel, por las luchas libres, por las disputas en el agua de la piscina, por los besos que parten mejillas, por el eterno orgullo que marca los gritos y la mala leche, tan vanidosa ella, en esta familia mía.
Mis reuniones de familia van marcadas por las risas, los duelos, los pulsos, los escandalosos gritos de la alegría y de la buena compañía. Y hay de todo: coexistimos bellezas del norte, rubias y de ojos azul cobalto muy claro con miradas de tierra moteada de verde, enmarcadas por cabelleras del color de la arena y el caoba chocolate.
Sin embargo también coexiste con nosotros una locura latente, escondida y alterada, oscura, fruto de muchos llantos. Locura acompañada de ojos en blanco, miradas perdidas, rostros ocultos tras mantas, sonrisas traicioneras, mentes resquebrajadas, disimulados espasmos, ánimos depresivos e inseguras retenciones.
De más joven creía, apática, que quizá está familia llevaba una maldición encima, alguna de esas en las que la muerte llegaba siempre porque la reclamaban antes de la hora, una en la que llamaba a nuestra puerta para colarse en nuestro cuarto.
... Y luego estamos el resto, nosotros.
Una sonrisa de huesos huecos llama a las puertas y se cuela en nuestros lechos para llevarnos con ella contra nuestra voluntad. Pero nosotros no, nosotros no hicimos eso: nosotros la invitamos a pasar, le ofrecemos una taza de café precedido de un ¿no te parece que llegamos tarde?
Somos un niño de sonrisa triste que le pide llévame contigo, llévame lejos. Y ella nos observa, nos valora, suspira, desaparece y nos mantiene en su mira. Y mientras, nosotros, la esperamos escondidos y a la luz.
A veces nos visita, nos roza entre la multitud, nos suspira en la nuca, nos abraza, nos tienta, pasa al salón y con sonrisas triste, a la espera, se sienta.
Años más tarde entendí que esta familia, la más extravagante en lo que la muerte se refiere, sólo se entrega a ella si lo desea. La anciana nos pone a prueba: a las complicadas, aquellas que parecen imposibles, que exudan esencia de quimera y que te ofrecen, por ejemplo, que uno mismo debe superar a lo largo de toda una vida cinco cánceres, cinco tumores caprichosos que florecen porque sí, porque ella... quizá, dijo quiero ver qué hacéis ahora.
Somos esa clase de personas que cuando algo nos abofetea nos alzamos con ojos vacíos, con el dolor como lanza y el sufrir como una opción encadenada a la fuerza. Sólo nos crecemos en las adversidades.
Comprendí hace tiempo que si algo marca a esta familia por mayoría absoluta es la fortaleza, esa obsesión por crecernos fuertes e irrompibles. Aquí el hundimiento no es una opción y la tristeza resulta, ante todo, un lujo que nadie se permite. Sin embargo, lo que ellos no saben es que nuestra debilidad es la misma fuerza.
Y lo pagamos muy caro.
Incluso así, aun con todo, siempre me pregunto en momentos de lucidez y paranoia absoluta, como un mal chiste negro... que qué manía tiene esta familia con lanzarse por una ventana.


Imagen: "Ofelia", por John Everett Millais.

miércoles, 3 de abril de 2013

El Salmo de la Inanición


Me he sentado a la mesa
con la intención de catar
con mi madre como mesera
y convenciéndome, ahogada, de no enfermar.

El plato me ha mirado
con ojos y voz sorda
señalando el postre, un helado,
musitándome: ... Gorda.

Un torrente de gusanos
me ha cerrado el estómago
surcando los restos humanos
de un cuerpo que se hace llamar sano.

Entes de cuencas vacías
me preguntan: ¿ya quieres postre?
y yo, ocultando estas podridas encías,
me condeno a las calorías.

Por la noche busqué a tientas
el camino del agujero abierto,
el trono blanco del infierno
con mis arcadas más sedientas

y al levantarme, manchada,
reparo en la ventana del averno
donde el reflejo me susurra: desechada
a la vez que, hueca, empequeñezco.

El vestido azul cobalto
deja al descubierto mis fallos
y mi rostro víctima de un asalto
por cada uno de mis desmayos.

Este cuerpo se arrastra
cubierto de vómitos y ascos,
amante de moda ególatra
y sonrisas como chubascos.

Ese chico me ha mirado,
he temblado, querido gritar
porque el pensamiento, torturado,
me ha recordado: Debes vomitar.

Y vuelvo corriendo al baño
en el que la báscula
me acusa mi peso, mi año;
la vida que queda la calcula.

Los bultos de mis clavículas,
las costillas perforándome...
desgajándome las cutículas
me abren la piel arañándome

como si fuera un cuchillo
cortándome el que, sombrío,
me retuerce cual ovillo
cuando, en realidad, es el frío.

Los nudillos se han nublado,
el blanco es ahora mi color;
mi vida la han decapitado
la comida y el dolor.

Tras la acusación del doctor
me envuelvo en mi abrigo más grueso
negándolo todo cual actor
a la vista del polvo de cada hueso.

Me recuerdo beber agua, sonrío;
para que el peso suba y descienda
con tal de que se pierda después en gris río.
Esta es mi mayor ofrenda.

El mayor presente para Ana,
confidente y amiga ideal
que me engalana y me afana
en su abrazo más leal

salvándonos del sustento y la comida,
el cáncer por ablación
en el que me tiene sumida...
condenándonos a la extenuación.

Es esta nuestra entonación,
el rezo de la esclavitud
que, con dócil actitud,
nos guía con resignación...
al camino de la inanición.

martes, 2 de abril de 2013

Todo da vueltas



Quizá es la cortisona, la pastilla blanca de sabor amargo, la lluvia que ha bañado la ciudad, una película con la que me siento identificada, los delirios controlados o la alergia, tal vez, pero lo cierto es que tengo la cabeza embotada.
Bloqueada de algo gris, brumoso, que se escapa de entre los dedos y me llena el vacío de algo parecido a la soledad aunque creo que no se trata exactamente de eso. Creo que cuando mañana la anestesia me deje algo estúpida y a la vuelta el dolor remita este mareo se me pasará. El resto toca esperar... sobre todo a que mañana llueva.

Hoy, simplemente, el mundo da vueltas.




Origen y autoría de la imagen: DeviantArt

domingo, 24 de marzo de 2013

Una madrugada de marzo


Es curioso. Hoy alguien ha mencionado tu nombre y me he puesto a pensar y a recordar. He invocado, desde lo lejos de mi mente, tu cara, tus hoyuelos, tu sonrisa, tus diminutas orejas, tu delantal, tus gafas, tu pelo negro, tus manos delgadas, tu fina sonrisa y tus cafés por las mañanas.
Pude recrear, sin duda alguna y por encima del pesado sueño, las imperfecciones y las virtudes de tu piel pero fallé al intentar ubicar el color de tus ojos. Creo que eran castaños pero una parte de mí opina que eran negros. Me he parado a pensar en tus paseos en moto, cómo volábamos por la autopista y yo te pedía siempre, ávida, que me montaras en tu Scooter y nos alejáramos del barrio; de todo un poco. Me respondías siempre que aquel día no podías, que debías trabajar mientras yo agachaba la cabeza, desilusionada. Sin embargo, me prometiste que sí los fines de semana, que cuando tuvieras que coger la moto me llevarías contigo. Lo cumplías.
También me prometiste, una semana antes de mi décimo cuarto cumpleaños, que me llevarías a ver la nieve. Yo te creí porque siempre cumplías tu palabra, nunca fallaste, ni una vez.
Pero todo eso fue antes de que decidieras abrir una ventana. Tal vez porque soñabas con ella desde mucho antes de que yo naciera. Quizá, quién sabe.
Recuerdo con mucha claridad, como una anécdota más que me encantaba escuchar, tus historias de niñez, de cómo tú y tu hermano jugabais en el bosque y hacíais travesuras y os metíais en líos. Soñaba en estar ahí con vosotros.
Pero eso también te lo llevaste. Tu hermano apenas se acuerda de mí ya y no hay nadie que me cuente esas historias con las mismas risas, con la misma nostalgia.
Muchas noches te dormiste a mi lado, cuidándome y otras porque simplemente te daba pereza caminar hasta tu cuarto. La cabeza siempre te pesaba demasiado. Muchas veces fui yo, de menor edad y en tamaño, quien te golpeaba suavemente en medio del sueño y a empujones y trompicones te llevaba hasta la cama.
Pero ya no te has vuelto a dormir a mi lado ni he tenido que llevarte a rastras hasta tu habitación porque no existe más cama, ni más sofá, ni más sueño pesado, ni más cuerpos que arrastrar.
Me llevaste a parques, a paseos largos, a campos y a jugar tras la barra de un bar donde lo único que encontré fueron tus risas, sonrisas y ojos vivos que brillaban como la perla más lustrosa.
Pero eso también me lo quitaste. Porque colgaron un cartel de se vende a las puertas del bar, porque soltaste mis abrazos y no hubo más sonrisas para mí. Porque un viernes te despediste con un Hasta el lunes y ese lunes nunca llegó.

"Y echo a correr:
sin tu café,
sin tu moto,
sin tu sueño,
sin tu aroma,
sin tu sonrojo,
sin tu bienvenida,
sin tu tímida sonrisa...
... sin tu vida en la mía."
13 de julio de 2011

Recuerdo tantísimas cosas y, a la vez, tan difusas que pienso que, en el fondo, al no quedar nada, al desaparecer todo, eres como un fantasma, sólo la ilusión de un pensamiento. Pero fuiste real. Fuiste real pero... dios mío, duele demasiado. Demasiado el ver cómo el paso del tiempo lo ha borrado todo y no ha dejado nada.
Sólo el amor, el mismo que hoy llora como la noche que lo hizo siete años atrás, justo cuando me obligó a despertarme la madrugada de un día de marzo en la cama. Y todo pasó en un segundo, uno en el que supe, de inmediato, que el lazo que nos unía a ti a mí se había roto porque tú decidiste abrir una ventana.
Porque fue una maldita ventana; un amasijo de plástico blanco, persiana maltrecha y encaje enclenque el que, despiadado, quiso arrebatarme de tu lado un cinco o seis de marzo.
Y hoy la maldigo y te lloro, te lloro tanto como lo hice esa madrugada de marzo sola, arropada, llorando sabiendo sin saberlo tu partida hacia el lugar de ninguna parte. Porque sólo dejaste una cosa, tan sólo una: sólo amor, tan sólo mucho amor.
Un amor que ahora delira, escribe y llora.


Imagen: "El beso de la muerte". Cementerio de Poblenou, Barcelona.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Conmigo al infierno


Gritaste a medianoche,
rompiste mi sueño...
Esa fue la última noche
en la que fui pequeño.

Todo empezó una noche sin luna.
Yo escondido tras la puerta, tú sobre la cama
y la sangre y la locura
pintando tu cuello bajo su cara.

Salí a buscarte
para encontrar arte
en un lienzo
donde todo era sangre.

Movimiento rápido y breve
saltó, en mi mente, un resorte
que difuminó el relieve
y fracturó este quiebre.

Ven, ven conmigo al infierno.
Vuelve al hermoso invierno
en el que hicimos un pacto de dolor eterno.
¡Vuelve conmigo al infierno!

Eran sus manos
los crueles pinceles
que detuvieron tus años
y mancharon tus doseles.

Pain dejó de cantar por tu partida
dejando de nuevo un pecho sin cabida
en el que, con la conciencia vacía,
dejaste mi alma aún más corroída.

¿Dónde? ¿Dónde estás tú?
Dejaste el infierno, el averno más cruel
con mi alma prendiendo fuel.

Ven, ven conmigo al infierno.
Vuelve al hermoso invierno
en el que hicimos un pacto de dolor eterno.
¡Vuelve conmigo al infierno!

Hasta ahora
todavía sigo buscando
en sus labios 
tu voz cantora

pero sus gritos y sus voces
no ríen ni cantan
antes de que se ahoguen:
tan sólo se quebrantan.

He asaltado cada morada
ansiando sus ojos
pero no hallé tu mirada:
en moquetas matices rojos.

Me perdí en sus cabelleras
aspirando tu caoba
deseando que aparecieras
con tu esencia de loba.

Ven, ven conmigo al infierno.
Vuelve al hermoso invierno
en el que hicimos un pacto de dolor eterno.
¡Vuelve conmigo al infierno!

Seguí sus andares,
acaricié sus rostros
pero por estos lares
manos y pies fueron otros.

Ahora ya eres polvo,
amor mío...
aunque recordaré con asombro
esa voz, ese tacto frío

que me despertó
con un escalofrío,
que desertó
en un hogar sombrío.

Me llevaste a la muerte,
a la paz que sigue a los gritos
de los cuerpos inertes
que escriben mis delitos.

Es aquí donde te espero
invocando tu recuerdo eterno
en el inmortal invierno, gritando:
Vuelve... ¡Ven conmigo al infierno!

miércoles, 13 de marzo de 2013

Epitafio: Yo soy agua


Cuando expire mi último suspiro,
cuando sea mi última mirada
la que sepa que ya no deliro
abandonando mi morada

os diré: hacedme ceniza
y envolvedme en fuego.
Así esta esencia no agoniza
ni atenderá vuestro ruego.

No me deis una tumba,
un sepulto de tierra
en donde mi alma sucumba,
en donde mi alma se aterra.

A mí dejadme volar:
lanzadme al mar.
Lecho húmedo de luz solar
para soñar, remar y amar.

Yo seré la espuma
que os bese los pies,
esa temblorosa bruma
que codiciéis.

Yo seré la marisma
que limpie lamentos
con puntillosa prisa:
el fin de vuestros tormentos.

Porque yo soy agua:
esencia de vida.
Seré la aclamada tregua
que buscáis en tan dolorosa espina.

Porque yo soy océano,
esencia de la inmensidad:
el amor y la mano
que vence toda adversidad.

Me llevaré la soledad
abrazando las lágrimas
sin importar tiempo, edad
o las penas más acérrimas.

Os seguiré en muerte
entre el extenso oleaje
para veros fuertes
susurrándoos coraje.

Así que no lloréis,
ni siquiera lamentéis
mi extraviada vida 
ni mi puntual partida.

Porque no habrá nada
que me haga más feliz
que veros, siempre, sonreír
en vuestra alma sanada.

Recordadme como carne,
sangre, ceniza y hueso
que entregasteis al viento,
el mar en el que me reencarne.

Porque yo seré coral
que repte hasta la arena
arrinconada en el litoral
agitando entre piedra su melena.

Porque yo seré el puerto
que, con gusto, os abrazará
eternamente abierto
y en vuestra ida rezará.

Jamás me iré de vuestro lado,
nunca me perderéis en vida
porque viviré en ese lago azulado
como nueva criatura revivida.

Llenadme dichosa
con vuestra risa,
sed gozosa prosa
para despertar una sonrisa.

Y no olvidéis: sigo aquí,
en cada suspiro, canto
corazón y en ti.
Porque yo soy marisma,
yo soy océano,
yo soy lluvia,
yo soy mar... donde el dolor no fragua:
¡Yo soy agua!

domingo, 10 de marzo de 2013

Probables crisálidas


Es domingo y hoy hace sol en Barcelona. Un sol de esos que te invita a salir de casa y ver el mar. No hay nubes y las pocas que hay parecen no querer moverse de dónde están, por lo que tampoco hay aire. Las temperaturas han dejado de bajar y la lluvia furiosa que golpeaba las ventanas de la casa se evaporó hace ya días.
Los árboles que bordean las aceras de mi calle ya están en flor y el polen, enemigo acérrimo, pronto me presentará batalla. Dentro de nada la universidad será zona vetada por las alergias y las poluciones naturales.
Tal vez es por la estación que se avecina o porque ya en el aire los aromas varían pero siento que en un rincón muy escondido, oculto y poco transitado va a ocurrir un cambio. Palpo la evolución de una alteración, la cercana ejecución de un paso. Intuyo que, pronto muy pronto, va a tener lugar una evolución.
Ese tipo de evolución que sólo experimentan las crisálidas antes de transformarse en mariposas. Mariposas con tonos color miel, tinta en lugar de sangre en las venas y un cuervo graznando ¡Nunca más! en una de sus alas.

Mientras espero... esta tarde toca ir a ver el mar

viernes, 8 de marzo de 2013

La extraña del espejo (II)


Hoy me he mirado a los ojos
y en lugar de hallar la tierra
brillaban dos zafiros rojos
allí donde mi demonio se encierra.

Su mano rozó el cristal
augurando una caridad
que, con un fatal final,
me prometió la oscuridad.

Caín era su nombre,
la sangre su huella
y siendo óxido cobre
me vendió la oferta más bella.

Un trato eterno
escrito en borgoña
que me salva del averno
librándome de la carroña

Un lugar sin dolor,
sólo aditivos psíquicos,
drogas y nada de emociones rotas
en mundos con color.

Un mundo roto
guardado en frascos
donde agoto
todos los ascos.

Pero no, no es posible.
El precio es muy alto
y el plazo inadmisible;
todo un auténtico asalto.

Un trato que comporta
una firma en la muñeca,
con el precio que soporta
una al sentirse hueca.

Aun así ahí sigue,
allí continua mirándome:
sonrisa pérfida que me persigue
tentándome, torturándome.

Maldigo a esa extraña,
esa bruja espartana
que en tela de araña
me observa desde cada ventana.

Desde allí me llega
su voz lacerante,
burbujeante que me ahoga
cual Caronte en alma errante.

Ella, que me consuela,
no es más que la roca
atada a mí por una cadena
que al foso me avoca.

Y al son de una espina
ella me invita,
como dos difuntas
en fantasía y vida:
¡Muramos juntas!

domingo, 24 de febrero de 2013

Mensaje desde el infierno



Una tarde de un martes muy reciente descubrí, con ojos somnolientos, un mensaje en mi móvil. No conocía el remitente y el mensaje finalizaba con un "... almas gemelas". Hablaba de amor, de almas gemelas.
Abrí los ojos, me reí y en voz alta gesticulé: "¿pero qué es esto?"
Lo dejé atrás, lo borré y seguí bostezando ante una clase de muy poco atractivo. No duré ni cinco minutos. En cuatro recogí mis cosas y de camino en el tren a Barcelona dormí como un bebé con la música aislándome el ensordecedor ruido del vagón. Ya en mi casa fui a visitar a una profesora, una de esas mujeres que te cambian la vida y la visión del mundo. Eso necesitaba: el cambio de una visión.
Pero el mensaje se quedó ahí, en el vacío. Me olvidé por completo de ese anónimo que ligué a una de esas cadenas que circulan por internetUna llamada de teléfono paralizó nuestra charla y escuché:

-¿Has recibido un mensaje extraño?
-Eh, n... Ah, sí, sí. Perdona, pero ahora mismo no puedo...
-Sí, tranquila, hablamos.
-Te llamo más tarde.

Más tarde, ya en casa llamé y me contaron de quién era el mensaje. Era él, rezaba el auricular, con una voz marcadamente cabreada. Ya la he dicho que te deje en paz, no te preocupes; prometía.
Pensé en muchísimas cosas y en ninguna en concreto pero lo mejor de todo fue saber que no sentí miedo, que no olí al lobo ni probé el azufre. En un arrebato de vanidad pensé en Apolo persiguiendo a una Dafne huidiza, dispuesta a ser un laurel antes que caer en sus brazos. La indiferencia nunca fue tan placentera.
Lo mejor de todo fue saber que me sentía victoriosa, fuerte por la verdad más poderosa: no quería - ni quiero - volver al infierno.

Dime, ¿te diviertes pensando en mí?
C.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Vida por el arte


Si pudiera insuflarle vida al arte
pintaría un lienzo con mi sangre,

si pudiera propagar la mirada
que lo encuentra en cada esquina
le robaría la ceguera a una escultura y a su vieja ruina,

si pudiera dotar a la escritura del habla
arrancaría las cuerdas que hacen vibrar mi boca
que cautiva y endiabla,

si pudiera brindarle a la música
la capacidad para escuchar nuestras voces
le brindaría mis oídos
y atenciones feroces.

Y si pudiera, en un delirio,
agitar la sensibilidad que infundo,
con gusto vendería mi alma a los suspiros
y a la carne que azotan el mundo.