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sábado, 29 de diciembre de 2012

Fealdad y Belleza



Si nos cortas sangramos,
si nos hieres lloramos,
Ambas iguales
pero de distintos caudales.

Algunos han llorado, unos pocos han gritado
y muchos se han burlado. Tres veces, todos ellos, me pegaron.
¿Qué he hecho yo, para… cabrearles tanto?

Oh. Sí, ya veo. Es este lienzo…
… este rostro que me devuelve el espejo.
Corrupto reflejo.

Si me percibes entre la multitud encogido
y con pensamiento de pena henchido
verás esta negra, desgastada cabellera.

Repararás en mi mirada oscura,
estas dos pupilas de color púrpura.
Seguro llores, tal vez tiembles.

Descubrirás entonces las marcas de esta cara:
Enredaderas de surcos, putrefactos puntos de otros mundos.
Son las cicatrices más extravagantes
de los matices más repugnantes.

Soy el producto infecto
concebido de un fugaz y sucio afecto,
El retoño de una corrupta matriz
con figura de actriz.

Soy la sombra agazapada
que espera, llorosa, bajo tu ventana.
Un monstruo con corazón
que por vivir pide perdón.

Este rostro no es más que decadencia
pero suplico, por el Demonio, no me rechacéis
ni al Señor me entreguéis.

Mi llanto os suplicará siempre clemencia
por el único pecado
que será siempre mi presencia.
Aquí sólo soy yo el apestado.

¡Poned fin a vuestra violencia!
Porque aun consciente de mi aspecto
más dulce sería vuestra indiferencia.
Soy la verdad más incorrecta.

Mi llana existencia
es el crimen propio de la demencia,
la respuesta a un enfermo eterno
que escribió, aquí, en mi esencia:
Bienvenido al infierno.

·
Si observarais con atención,
Si estudiarais detenidamente…
Veríais más allá de la seducción
De este cuerpo y de esta mente.

Me habéis regalado rosas,
amores, cuadros, palacios,
pasiones y joyas lujosas.
Fueron presentes lacios.

Me tenéis en un pedestal
del que es complicado bajar.
No soy una princesa con zapato de cristal
que no pueda, sola, trabajar.

No ansío diamantes o amoríos de realeza,
tan sólo alguien llamado amigo
que acepte mi llaneza
y que me confiese, en silencio: yo te sigo.

Porque esta hipocresía
se me hace insoportable
y vuestra gran mentira
una gran impresentable.

Te amo, dijiste.
Eres hermosa, me recordasteis.
Menudo chiste
del que os jactasteis.

¿Por qué dicen que la belleza
es originaria del cielo
si aquí sólo siento tristeza
y me hundo en el hielo?

Me dicen afortunada
cuando nado en el limbo
sumida en la apatía, en la nada,
en la que constantemente sucumbo.

Nada es amor, todo es lujuria.
Nada es amistad, todo es interés.
Sobrevivo en un mundo de injurias,
ira, falsedad, escasez y estrés.

Por favor lo pido: segad las rosas,
secad los ríos, oscureced las luces
y no me regaléis más prosas.

Ya no quiero poemas, palabras dulces
o engañoso afecto. Sólo sinceridad.
Ansío malas nuevas, pesadillas suaves
pero que sean reales.

Ante todo exijo realidad,
no una hermosa mentira
de la mejor, inigualable, calidad…
sólo porque este rostro lo elija.

No busquéis antiguas disputas doloridas
porque la hermosura puede ser malvada,
convertirse en verdugo, en manzana envenenada,
denigrar vidas y hacer sangrar viejas heridas.

 Somos las dos caras de una misma moneda.
Somos tan sólo muñecas de esta caprichosa rueca
Que es la vida de la Fealdad y la Belleza.

martes, 25 de diciembre de 2012

¡Felices Fiestas!


Hoy, por encima del cinismo y de la nostalgia, os deseo Felices Fiestas a todos. Aprovechad las fiestas para disfrutar lo que los universitarios no nos está permitido en vacaciones navideñas.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Ensoñaciones de un suicida


Ojalá el frío partiese mi cuello
y ahogara así los gemidos que intentan salir.
Ojalá pudiera el calor erosionar 
en mis venas para ahogarme en mí mismo,
en la ponzoña y la adrenalina de una muerte repentina.

¿Qué ocurriría si el dolor de mi pecho,
entre tejidos musculares, venas finas
y burbujeos carmesí, explotara?

¿Por qué me encuentro, entre la inmensidad de la eternidad,
siempre cara a cara con el mar? Veo perlas, veo espuma,
tal vez una sirena que exuda vida y marineros de causas perdidas.

¿Qué hago al abismo de este acantilado
recreándome en el vacío bajo mis pies?
¿Me atrae, acaso, ese lecho de agua?

Escucho, en medio de una ensoñación,
¿los latidos en mis oídos? ¿Es mi corazón?
Martillazos, burdos todos. Y la sangre...
mira cómo corre, mira cómo lame la roca y se precipita al mar.

Distingo entre su borgoña el hiel,
oscuro y espeso como el alquitrán,
pesado como el plomo.
Brilla al fulgor de la luna,
como el filo plata de mi cuchilla.

Mis ojos ya no brillan ni pestañean.
El color ha volado, el viento se lo ha llevado
y en su lugar sólo ha dejado suspiros.

Bajo mi cintura palpo el beso helado del cañón
y el tacto rugoso de la culata, sus callos y sus heridas.
Ahí quedan, ahí agonizan las viejas huellas de manos desprendidas.

Céfiro me susurra pero no escucho,
sólo huelo la pólvora y el metal
y el hierro y la sal en mi boca.

A mis pies la piedra se abre,
se cierra y se parte.
Y mi cuerpo, cascarón vacío,
es el estandarte que derrotó vida y conquistó muerte.

En el tobillo una cuerda trenzada
a una roca llamada agonía.
Hace tic-tac, tic-tac, el tiempo que le queda a la vida.
Y mientras, al extremo, la piedra se cuelga,
se mece, se estira, se tensa y peligra.

Hasta que el cuerpo se tira,
el viento lo rasga y se pierde en la nada.
El mar, de sonrisa triste,
lo abraza pero nadie le canta.

Y entonces, al aullido de un trueno
despierto en mi cama empapada,
mojada y con la manta en un rincón abandonada.
Desde mi ventana se avecina tormenta,
un vendaval que trae olor a menta.

Miro mi muñeca, la historia que cuenta y yo,
aletargado, no pienso ni en la hora,
ni en el mundo ni en las voces de esta casa.

Sólo el mar, sólo el mar y nada más.
Sólo lanzarme al mar y, de camino, soñar sin nada más.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Entre líneas


Lo he imaginado muchas veces. Muchas, más de las que pueda recordar: pasear por los entresijos del alcohol, cruzar la neblina de la marihuana en una esquina, sortear a cuatro individuos expulsando la bilis en cualquier árbol plantado con las mejores intenciones del ayuntamiento y alcanzar a escuchar, de fondo, el metalizado sonido de una guitarra eléctrica en el barrio catalán que hace alusiones al mar. Yo pateando la acera bajo mis tacones y tú mirándome, a lo lejos.
Sentiría de nuevo esa mirada viperina y toda tu mierda en el interior, burbujeando inquieta.
Y recordaría, entonces, desde los confines de mi mente; la melodía del piano, la señal del teléfono al otro lado del auricular y tu voz camuflada en la misma canción de un loco. Cantaba recuerdos rotos, mentiras no olvidadas, vidas pasadas, pesadillas camufladas en una sonata. Veré cómo dijiste que me observarías a través de la ventana, cómo me espiarías al dormir, que encenderías una vela por mí y que en silencio, a solas, proclamarías eres mía. Mientras, recordabas entre líneas reflexionando que jamás habías deseado matarme... hasta ahora.
No obstante, el tiempo ha pasado y no te has posado tras mi ventana, no me has espiado al dormir, no has encendido una vela por mí... Sólo has intentado investigarme a través de una burda pantalla enviado mensajes tristes y espolvoreando advertencias a voces que jamás te hicieron caso. Sólo me añoraste y me buscaste desde la lejanía para vislumbrar cómo me difuminé y me transformé en humo.
Quizá nos encontremos de nuevo entre esas calles oscuras, tú con una pandilla que no volverá a saber cómo dirigirme la palabra y yo rodeada de extraños de los que te preguntarás quiénes son y por qué se relacionan conmigo. Siempre lo quisiste saber.
Tal vez estudie tu compañía, pensaré que te sienta bien para alguien como tú y hasta será posible que crea que sigues siendo el mismo al que con gusto humillaría con la lengua empapada en ponzoña.
Pero siempre, siempre, me cuestionaré dónde quedó; revoloteando, ese... Nunca he deseado matarte... hasta ahora.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Escarcha, hielo y cristal



Sólo podía ser en diciembre. Sólo alguien como ella podía haber elegido el inicio del invierno para dormir durante un largo, largo tiempo.

El lugar elegido era un acantilado y el cielo, clareado, presentaba un un sol radiante. no parecía que fuera, en realidad, un día triste.
La roca gris era dura, compacta y aun así rugosa e irregular. Entre sus grietas crecían briznas de hierba, impulsados por la supervivencia, acariciando un rayo de luz al menos. Allí, sin embargo, no había más tierra que esos tallos diminutos de verde; nada de flores. Ningún capullo quería abrir sus brazos al día porque ninguno había nacido allí.
Al pie del acogedor abismo se mecía el mar, que a pesar del buen clima parecía algo inquieto al golpearse contra las duras paredes de esa, a falta de un mejor nombre, isla. La espuma lamía la montaña, el agua se recreaba en sí misma y parecía querer subir, escalar las paredes hasta conseguir tocar lo que en lo alto reposaba.
A unos pasos de lo que sería un hermoso salto reposaba un sarcófago de cristal. En su interior yacía el cuerpo de una joven, inmóvil, con los párpados cerrados y su cabellera peinada en forma de abanico cubriendo sus hombros.
Cath, desde el exterior, observaba el ataúd sin revelar emoción alguna. Lo estudiaba, sin más, fijándose especialmente en la chica de su interior. Lucía un vestido de corte victoriano, escarlata, que le descubría los hombros. Con su pelo al viento una flor de cerezo le adornaba el lado derecho de su rostro por encima de la oreja mientras una diadema de tela azabache le cubría la coronilla. Sus manos, ocultas bajo guantes de encaje negro, abrazaban un ramo de crisantemos blancos.
Dio unos pasos hasta acercarse al cristal, lo rodeó y se quedó frente al rostro de su hermana, quien parecía reposar. De hecho, dormía. Se había sumido en un profundo sopor del que se desconocía si despertaría.
-Tal vez, algún día...
La diablesa colocó el ramo sobre el ataúd y de nuevo posó sus ojos en la joven. Inclinó sus labios al cristal y a pesar del remolino helado que los atacó de pronto, dejó prender un beso en el sarcófago. El halo de su aliento quedó tatuado en el recipiente por poco tiempo, pues de pronto unas grietas de frío helado lo atraparon y lo congelaron. En unos segundos, tal como aparecieron se retiraron y dejaron esa superficie tan helada como lo estaba en su origen.
Cath no supo vaticinar si se trataba de cristal, escarcha o el mismísimo poderoso hielo; envolviendo a su misántropa en un abrazo helado.
De pronto, tal como la escarcha apresó el beso de la pelirroja, fue reptando lentamente hasta el ramo posado sobre el cristal y, en un suspiro, envolvió a las flores en el frío. Los crisantemos se congelaron y en un instante cualquiera fueron de cristal.
-Qué propio de ti.
En un momento el suelo quedó oculto ras una gruesa capa de hielo ártico y el cielo, antes claro y azul, quedó oculto tras unos amenazadores nubarrones de lo más pálidos. Un fuerte viento del norte empezó a soplar. En un minuto o dos el silbido de Céfiro cruzó los oídos de la diablesa. En un abrir y cerrar de ojos unas motas de un puro blanco cayeron del cielo, las cuales empezaron a cubrir el ataúd y la tierra que lo rodeaba.
Todo fue pasto de la escarcha. Todo excepto Cath, quien era el único punto de calor del lugar que se mantenía ahí de pie; orgullosa y altiva.
La nieve lo cubrió todo, los crisantemos echaron raíces y sus tallos, cristal y escarcha puros; aprisionaron al sarcófago en miles de espinas translúcidas, protegiendo el interior. La hermana de Cath seguía durmiendo plácidamente en su interior, sin moverse, inconsciente al parecer de lo que ocurría en el exterior. Reposaba en una mullida almohada tan pálida como la nieve que caía.
La diablesa echó un último vistazo al sarcófago antes de darle la espalda a su amiga y hermana. Se llevó los dedos de la mano derecha a sus labios para separarlos suavemente después, lanzando un nuevo beso al sarcófago. Esta vez éste fue a parar a la frente de la joven morena, encima del cristal.
Una llama diminuta prendió, una chispa de escarcha se aproximó a ella y en el momento exacto en que ambas se rozaron Cath escuchó a la perfección cómo una grieta perforaba el cristal. Supo de inmediato, al no sentir la regeneración de la superficie, que aquel beso se quedaría eternamente en el sarcófago. Ninguna escarcha, nevada, granito o viento lo borraría jamás.
Cath desapareció bajo la copa de los árboles.
-Felices sueños, Lea.