Hoy se ha creado una "pequeña y entretenida" reunión de ex alumnos de primaria. Las invitaciones primero empezaron a correr a través del facebook, cuya red social me ha captado por la presión de mi ambiente.
Yo no quería hacerme socia; me encontraba cómoda en mi ignorancia. Pero... como siempre, el entorno insistió. Y les hice un favor.
Las invitaciones circularon entre los antiguos alumnos... exceptuando a algunos (entre ellos yo). A pesar de que no me la enviaran, no me importó porque no me sentí mal. Igualmente me continué informando de todo. Al final, por mi propia petición, una antigua compañera que coincide conmigo en la facultad me la envió para conocer los detalles del encuentro.
La reunión consistía en reunirnos todos en nuestro colegio de primaria (el cual lo teníamos para nosotros porque uno de los antiguos compañeros de clase había conseguido la llave del recinto) para jugar un partido de fútbol. Evidentemente, quien no quisiera jugar que no jugara. Al decisión de mirar era libre y la de participar en dicho deporte igual.
Las llamadas y mensajes no se hicieron esperar:
¿Irás a lo del partido...? ¿Si es que sí me llamarás?
Lo he estado pensando y... si vas tú yo voy. Pero es que si no, no...
Podría ser divertido ¿no? Bueno, no sé. Si te decides llámame y quedamos para ir...
A pesar de que me moleste admitirlo, no pude evitar sentir ese pensamiento (propio de la moral y, aunque suene increíble, de la melancolía) de que me sentía obligada a asistir. Lógicamente, no se lo conté a mis padres porque ya me esperaba sus respuestas: "ve, ve, ve, ve, ve, ve, ve, ve, ve, ve..."
Parece ser que todavía no se han hecho a la idea de que esa gente hizo que mi infancia fuera, por una parte, una mierda y, por otra, una etapa en la que una niña de diez años ya le hacía bullying al profesor y soñaba en abrirle la cabeza a más de un compañero de su clase. Pase de víctima a monstruo en un segundo.
Y mientras se acercaba el día me olvidé por completo de todo. De cada uno de los alumnos, de ese disfrute personal que surgía cuando miraba el pálido rostro de mi profesor cuando leía mis notas anónimas, de las niñas que fingían ser amigas para clavarte el cuchillo por la espalda más tarde, de esos niños creídos populares que creaban tus propios defectos a los ojos de la gente, de aquel día en la cocina en el que... BASTA.
Recordé esos años vacíos, desperdiciados de vida... y me reí de todo (incluso de mí misma).
Me arrepentí al instante de poder haber pensado en asistir a esa supuesta "divertida" reunión. Habría significado volver a abrir esa puerta que cerré hace ya mucho, justo cuando pensé que yo no era nada y el mundo todo un universo que no tenía derecho a tocar.
Si lo hubiera hecho, hubiera desechado dos horas de mi vida... además de los diez minutos que tardaba en llegar de mi casa hasta allí. Habría sido un tiempo que jamás hubiera recuperado. Habría pasado lo mismo, igual que en la primaria.
Dos horas y diez minutos...
Yo no quería hacerme socia; me encontraba cómoda en mi ignorancia. Pero... como siempre, el entorno insistió. Y les hice un favor.
Las invitaciones circularon entre los antiguos alumnos... exceptuando a algunos (entre ellos yo). A pesar de que no me la enviaran, no me importó porque no me sentí mal. Igualmente me continué informando de todo. Al final, por mi propia petición, una antigua compañera que coincide conmigo en la facultad me la envió para conocer los detalles del encuentro.
La reunión consistía en reunirnos todos en nuestro colegio de primaria (el cual lo teníamos para nosotros porque uno de los antiguos compañeros de clase había conseguido la llave del recinto) para jugar un partido de fútbol. Evidentemente, quien no quisiera jugar que no jugara. Al decisión de mirar era libre y la de participar en dicho deporte igual.
Las llamadas y mensajes no se hicieron esperar:
¿Irás a lo del partido...? ¿Si es que sí me llamarás?
Lo he estado pensando y... si vas tú yo voy. Pero es que si no, no...
Podría ser divertido ¿no? Bueno, no sé. Si te decides llámame y quedamos para ir...
A pesar de que me moleste admitirlo, no pude evitar sentir ese pensamiento (propio de la moral y, aunque suene increíble, de la melancolía) de que me sentía obligada a asistir. Lógicamente, no se lo conté a mis padres porque ya me esperaba sus respuestas: "ve, ve, ve, ve, ve, ve, ve, ve, ve, ve..."
Parece ser que todavía no se han hecho a la idea de que esa gente hizo que mi infancia fuera, por una parte, una mierda y, por otra, una etapa en la que una niña de diez años ya le hacía bullying al profesor y soñaba en abrirle la cabeza a más de un compañero de su clase. Pase de víctima a monstruo en un segundo.
Y mientras se acercaba el día me olvidé por completo de todo. De cada uno de los alumnos, de ese disfrute personal que surgía cuando miraba el pálido rostro de mi profesor cuando leía mis notas anónimas, de las niñas que fingían ser amigas para clavarte el cuchillo por la espalda más tarde, de esos niños creídos populares que creaban tus propios defectos a los ojos de la gente, de aquel día en la cocina en el que... BASTA.
Recordé esos años vacíos, desperdiciados de vida... y me reí de todo (incluso de mí misma).
Me arrepentí al instante de poder haber pensado en asistir a esa supuesta "divertida" reunión. Habría significado volver a abrir esa puerta que cerré hace ya mucho, justo cuando pensé que yo no era nada y el mundo todo un universo que no tenía derecho a tocar.
Si lo hubiera hecho, hubiera desechado dos horas de mi vida... además de los diez minutos que tardaba en llegar de mi casa hasta allí. Habría sido un tiempo que jamás hubiera recuperado. Habría pasado lo mismo, igual que en la primaria.
Dos horas y diez minutos...
Dos horas y diez minutos que habrían supuesto risas sin sentido, minutos perdidos, miradas y preguntas descaradas sin respuesta, palabras que alardean de una vida que no se tiene y puede que hasta algún flirteo no deseado... Sólo de imaginarlo escupí en todos ellos.
Me quedé a una distancia del pasado de dos horas y diez minutos.
Puede que, algún día, cuando la curiosidad me pueda, sí que echaré un vistazo a través del resquicio de la puerta para recordarme a mí misma que ya no soy la misma chica de hace ya seis años y que, los que en un día formaron parte de mi clase, ya no volverán a ocupar los pupitres de mi mente nunca más.
Dos horas y diez minutos...
Me encanta como escribes, eres genial (lo voy leyendo de tanto en tanto, pero no voy a espamearte todas las entradas)
ResponderEliminarPD:
He cerrado el fotolog* para dedicarle más tiempo a Rotten mango, siempre eres bienvenida, C.
El otro blog (privado), por el momento prefiero no abrirlo al público (recuerdos muy antiguos, you know)
*total, lo abrí por una simple razón que ahora ya no existe.