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domingo, 20 de septiembre de 2015

¿Para quién escribo?


Querido amigo,

Ayer me lancé al vacío sin saber si volvería a subir. Es que, en el fondo, ¿quiero? Vivo con el miedo de besar unos labios que no son aquellos otros y si eso me hace ser un recuerdo sombrío de lo que un día fui, de aquella sonrisa feliz de otros tiempos.
La gente defiende que las personas no cambian. No estoy de acuerdo. El tiempo corre con demasiada rapidez y con esa misma prisa siento que me estoy difuminando en otra persona. Amigo mío, ¿sabes qué?

Aterra. Me miro en el espejo y no reconozco quién vive ahí, quién me devuelve la mirada.
Porque me da la sensación de que, al mismo tiempo que guardo la certeza de que no narro mentiras como un cuentista, sí me comporto como una hipócrita frente una única persona: la extraña del espejo.

Ella me mira, me abrasa, me canta, me recuerda viejas historias de pieles desgajadas y me lleva de viaje por los recuerdos más lóbregos de la cabeza. He soñado con ella y me ha hecho recordar esos tiempos en que fueron aquellos labios los que me escucharon, los que me animaron y los que me impulsaron llevándome de la mano pero... qué pena ¿eh? A veces pienso que nunca lo ha sabido escuchar: que me enseñó la luz. Y que fue con su sentir, no con su pensar.

Dentro de unos días voy a mentirme para responderme... aunque ignoro el qué. No sé si se trata de un sí, de un no, de un quizás, pero al menos voy a poder abandonar la sala de espera. Porque en el fondo no me importa abandonar mi respeto y dejarlo reposar en lata en el vacío, no importa ensuciarme, llorar a escondidas, romperme un poco más, cortar mi original felicidad si así puedo responder: ¿eres tú? Nunca me importó bajar a mi particular infierno para volver a subir por esos labios.
Y no lo sabrá. No podrá imaginar lo hecho, lo discutido, lo hablado, lo sentido de mis decisiones.

Así que voy a dejarme caer al vacío sin paracaídas sabiendo que, por mucho que me pese, no me importará sentirme morir aun con todas las lágrimas que deje caer.

Sé que no me juzgarás ni me responderás, querido amigo. También sé que guardarás mis secretos. Eres la botella de mi mar.
Tú siempre has sido, en el fondo, el eco de mis palabras a la nada. Mi amigo, mi sino, mi preciado... silencio infinito.

viernes, 18 de septiembre de 2015

Drama. Obra en tres actos


Oblígate.
Un, dos, tres, ténsate.

Habla.
Un, dos, tres, espera.

Silencio.
Un, dos, tres, teme.

Ironía.
Un, dos, tres, saborea la bilis.

Gritos.
Un, dos, tres, respira.

Golpes.
Un, dos, tres, expira.

Acusaciones.
Un, dos, tres, contente.

Reproches.
Un, dos, tres, ciérrate.

Apatía.
Un, dos, tres, siente el bloqueo.

Decepción.
Un, dos, tres, absoluto vacío.

Egoísmo.
Un, dos, tres, déjate caer.

Rendición
Un, dos, tres, desfallece.

Agotamiento.
Un, dos, tres, recuerda.

Miente.
Un, dos, tres, actúa.

Sonríe.
Un, dos, tres, indiferente.

Llora.
Un, dos, tres, déjate callar.



Celda.
Un, dos, tres, respira.

Asfixia.
Un, dos, tres, expira.

Oscuridad.
Un, dos, tres, muere.

lunes, 14 de septiembre de 2015

No hay palabras

Hoy quiero llorar.

No obstante, por encima de todo, quiero propinarle un puñetazo muy fuerte a la rugosa pared blanca que rodea mi casa. Llevo todo el día conteniéndome.
Decir que estoy enfadada no sería suficiente para describir toda la ira y la decepción que me recorre el cuerpo ahora mismo. No hay nada mejor como que alguien coja el peor episodio de la vida de uno y lo transforme en un justificante de la desgracia personal y, de propina, también ajena.

¿Crees que a alguien desea que lo insulten? ¿Crees que a alguien le gusta que le describan como una mierda tras escuchar un te quiero? ¿Crees que a alguien le gusta ser negado, reprimido, intimidado? ¿Crees que alguien, en su sano juicio, quiere ser amenazado de muerte?

Lo has pensado, de verdad. Eso creo que es lo peor. Lo peor de todo. No tenías derecho. Cada una de tus palabras me han cantado: "En el fondo quieres eso. Te lo mereces".

No hay palabras para describir lo que siento ahora mismo. Porque probablemente, si revelara lo que siento, sería con mis puños.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Presión, tartamudeo


Es una afilada espada, tal vez ordinario cuchillo, pero me puntea en lo más alto de mi espalda. Me presiona la piel y me vuelve consciente de la ansiedad, el estrés y el deseo acumulado que guardo en un resistente tarro de cristal dentro de mi cabeza.
si pudiera desear y cumplir, ahora mismo pediría unas alas para poder volar o, en su tranquilo y sereno defecto, conseguir una cola de sirena que me hiciera hundirme en lo más oscuro y recóndito del océano. Aquí fuera hay tantas exigencias, tantas llamadas de atención y tantas lejanías no pedidas que me asquean. Incluso los acercamientos me producen un terror masivo... además del control y la constante señal de alarma o peligro.

Estoy cansada de ir con pies de plomo, de sentir que todo lo que toco o rozo mínimamente va a romperse en mil pedazos. ¿No hay nada hecho de diamante o acero? Mejor dicho, ¿no existe alguien más resistente?

¿O quizá soy yo la que es demasiado sensible al roce o al susurro? Sólo quiero un poquito, una pizca, un soplo de tranquilidad. Los sentimientos ajenos me superan, me descontrolan y me hacen trastabillar y me pregunto, ignoro si con esperanzas, si por ahí vive alguien que sea de piedra y pueda contagiarme de cabezota voluntad así como de un poco de apatía fina, muy diluida. Casi aire.

Llegados a este punto, ¿qué debe hacerse? ¿Hacer lo que se cree que es correcto en tu cabeza o ser fiel a lo que te grita el propio cuerpo incluso?