Hace unos días me ocurrió algo curioso.
Charlando con una vieja compañera, mientras sonreíamos y reíamos las dos -ella por sinceridad, yo por pura cortesía-, un desconocido se cruzó con nosotras y se detuvo a nuestro lado. Nos miró con los ojos muy abiertos y sonrió abiertamente, con el rostro tintado de burla.
No sonriáis mucho.
Tras eso, el hombre calló manteniendo su sonrisa y se alejó a paso ligero. A la vez que mi compañera se quedó callada y luego rió, incómoda, yo había dejado de reír y en mi interior surgió Lea. Miré por encima del hombro de la chica y seguí al sujeto con la mirada. Él se volvió y me miró sin pestañear, con la misma sonrisa cargada de malicia.
Lo analicé.
Cath, en mi cabeza, me instó a que le siguiera. Lea y yo nos mantuvimos quietas, a la espera de que el hombre dejara de mirarnos y se diera la vuelta. Tardó un rato en hacerlo.
Lea me susurró algo.
Mi compañera hizo alguna broma, siguió riendo y me contó algo para aliviar la repentina incomodidad de la situación. Pero yo, desde entonces, tras la fijación de aquella mirada oscura y esa sonrisa inquietante cargada de ironía hiriente, tenía la cabeza hueca. No pude dejar de pensar en toda aquella mañana que era como si ése desconocido hubiera visto a través de mis ojos avistando al monstruo. Destapó la hipocresía de mi sonrisa en un segundo.
Atrapó mi interés... y el de Cath. Aquellos dos pozos sin fondo llamados pupilas me captaron cuando sabía que, en el fondo, él esperaba haberme asustado. Consiguió todo lo contrario.
Sonreí. Fue una de esas muecas que se fijan en mis labios por cortesía de Cath, que me empujan a seguir a la presa, a acecharla y a herirla y que provocan las preguntas de la gente: "¿por qué te ríes? ¿Qué has visto?"
"Nada, nada... No importa."
... y él se alejó poco a poco mientras me miraba fijamente, sin borrar la sonrisa de su cara ni yo de la mía. Porque, en un momento, yo también vislumbré a un...
¿Por qué te ríes? ¿Qué has visto?
... a un monstruo.
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