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viernes, 3 de septiembre de 2010

Infidelidad


Esto no es nada que me venga de nuevas. Es algo que ya conocía por propia experiencia pero saber que también está en tu entorno de la siguiente forma es demasiado surrealista.


Una pareja de años de casados, un matrimonio ya quemado, una secretaria que se insinua de la forma más vulgar e evidente, una aventura muy poco original, el morbo de hacerlo en el despacho, en el coche, en el aparcamiento...; una esposa que no sospecha, un marido que se fuga dejando una nota precipitada a su mujer y sus hijos después de una agradable cena porque "no aguantaba más", una búsqueda por parte de la policia y la família para descubrir que está con otra en un lugar apartado.


Lo demás ya se conoce. ¿Resultado? Una família descompuesta.


No obstante, lo más extravagante de todo es que, después de esos incidentes, la pareja tradicionalmente separada da un giro de 180º grados que nadie se espera: Él se junta con otra -ignorando si se trata de su secretaria o no- pero no se separa legalmente de su exmujer porque quiere que ésta cobre su pensión de viudedad, la segunda lo sabe, él le compra a su anterior esposa todo lo que ella desea sin reparos, va a comer a su casa, los dos tienen sexo esporádico y luego él vuelve a casa de su segunda mujer como si nada hubiera pasado mientras la primera considera que sigue teniendo al hombre en sus manos.


Puedo entender la situación demasiado bien pero sigue chocándome porque conozco a las dos partes. ¿En qué quedamos? ¿Separados o no?



C.


Ella tenía diecisiete años. Él su misma edad.

Al principio ella no sentía nada, como siempre. En su cabeza ya existía alguien pero por aquel entonces no era más que un fantasma, una sombra que se moldeaba en su cabeza sin llegar a ser real. El chico de la historia, desconociendo ése hecho, se le insinuaba de la forma más grotesca. Alcanzó un nivel que él llegó a considerar romanticismo, ella fue compasiva y pensó "no tengo otra cosa qué hacer". Así que, con una rosa en St Jordi y un tímido "para ti", ella le ofreció dos besos de lo más cordiales. Volvió a pensar: "¿Por qué no? No tengo nada más qué hacer".

La chica: ¿no quieres otro beso?

Él la miró escéptico, sin creerse nada de lo que escuchaba.

El chico: ¿Lo dices en serio?

La chica: ¿Quieres o no?

El chico evidentemente aceptó y la besó. Se besaron. Él cató el triunfo y ella, mientras le besaba, se dedicó a pensar que nadie debía saberlo porque odiaba los interrogatorios y las preguntas impertinentes. No quería a nadie ni nada fisgoneando a su alrededor.

A partir de ahí empezaron a salir. Al día siguiente, en la escuela, hicieron como que no se conocían. Ella lo ignoraba, él le lanzaba miradas cómplices. La chica se encogió de hombros mentalmente.

Ella cayó enferma, él se preocupó y quiso tenerla cerca cuánto antes, ella se recuperó y todo volvió a la normalidad. En la escuela la gente no sospechaba ni imaginaba nada. Ellos se miraban, hablaban, compartían momentos íntimos frente a la gente que no llegaron a crear pensamientos fuera de lo normal.

Al cabo de un tiempo de salir con los amigos y de salir juntos en público alguien empezó a sospechar, lo desecharon, a la chica le importaba su anonimato y a él también. Ella empezó a creer que se enamoraba y él experimentó los celos.

Sin embargo ella sabía que no era así y él no se conformaba. Sus celos fueron a más, ella lo ignoró al principio y fue acusada de "no me haces caso". Inmune a los chantajes emocionales, la chica rompió con él varias veces obteniendo como respuesta varias reconciliaciones.

Total, ella no tenía nada qué hacer y en el fondo se lo pasaba bien.

Surgió el tema del sexo. Él quería, ella también pero no tan precipitadamente. Al final hubo roces y carícias pero acabó mal. Ella lo esperaba, él no. A él pareció importarle la ruptura, a ella no.

Un tiempo después, ella acabó enterándose de que él, a sus espaldas, había intentado algo con una de sus amigas besándola e instándola a ir a la cama. Se lo contó la misma chica. La única reacción de la chica fue sentir náuseas pero, en el fondo, ni le dolió, ni le hizo sentir mal. Sólo rió y rió. Su amiga acabó tachándola de fuerte y, en secreto, de insensible.

La chica se burló de todo: de él, de su amiga, de ella misma, de su carcasa de hielo y por haber creído que podría enamorarse. Sabía que en el fondo había sido diversión y que habría acabado mal. Se empeñó en no confiar en él y había dado en el clavo. Al fin y al cabo, siempre había estado bien sola.


Lea.




Al día de hoy todavía me sigo riendo.

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