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domingo, 24 de febrero de 2013

Mensaje desde el infierno



Una tarde de un martes muy reciente descubrí, con ojos somnolientos, un mensaje en mi móvil. No conocía el remitente y el mensaje finalizaba con un "... almas gemelas". Hablaba de amor, de almas gemelas.
Abrí los ojos, me reí y en voz alta gesticulé: "¿pero qué es esto?"
Lo dejé atrás, lo borré y seguí bostezando ante una clase de muy poco atractivo. No duré ni cinco minutos. En cuatro recogí mis cosas y de camino en el tren a Barcelona dormí como un bebé con la música aislándome el ensordecedor ruido del vagón. Ya en mi casa fui a visitar a una profesora, una de esas mujeres que te cambian la vida y la visión del mundo. Eso necesitaba: el cambio de una visión.
Pero el mensaje se quedó ahí, en el vacío. Me olvidé por completo de ese anónimo que ligué a una de esas cadenas que circulan por internetUna llamada de teléfono paralizó nuestra charla y escuché:

-¿Has recibido un mensaje extraño?
-Eh, n... Ah, sí, sí. Perdona, pero ahora mismo no puedo...
-Sí, tranquila, hablamos.
-Te llamo más tarde.

Más tarde, ya en casa llamé y me contaron de quién era el mensaje. Era él, rezaba el auricular, con una voz marcadamente cabreada. Ya la he dicho que te deje en paz, no te preocupes; prometía.
Pensé en muchísimas cosas y en ninguna en concreto pero lo mejor de todo fue saber que no sentí miedo, que no olí al lobo ni probé el azufre. En un arrebato de vanidad pensé en Apolo persiguiendo a una Dafne huidiza, dispuesta a ser un laurel antes que caer en sus brazos. La indiferencia nunca fue tan placentera.
Lo mejor de todo fue saber que me sentía victoriosa, fuerte por la verdad más poderosa: no quería - ni quiero - volver al infierno.

Dime, ¿te diviertes pensando en mí?
C.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Vida por el arte


Si pudiera insuflarle vida al arte
pintaría un lienzo con mi sangre,

si pudiera propagar la mirada
que lo encuentra en cada esquina
le robaría la ceguera a una escultura y a su vieja ruina,

si pudiera dotar a la escritura del habla
arrancaría las cuerdas que hacen vibrar mi boca
que cautiva y endiabla,

si pudiera brindarle a la música
la capacidad para escuchar nuestras voces
le brindaría mis oídos
y atenciones feroces.

Y si pudiera, en un delirio,
agitar la sensibilidad que infundo,
con gusto vendería mi alma a los suspiros
y a la carne que azotan el mundo.

jueves, 14 de febrero de 2013

Soy una enamorada de...


Revolviendo entre viejos papeles encontré uno con el encabezado de Soy... y pensé, por un momento, en cómo habían cambiado las cosas y cómo en esencia, en cambio, no habían variado en absoluto.
Soy una enamorada de la cura que prosigue al dolor aunque parezca no llegar, soy una enamorada de Caravaggio y su meretriz en el río, soy una enamorada a las heridas que prenden, soy una enamorada del pasado que curte, soy una enamorada de las miradas llenas, soy una enamorada de las verdades aun con su ponzoña, soy una enamorada de los besos que me deja la lluvia, soy una enamorada de esa sonrisa que me dijo adiós un cinco de marzo a mis catorce años, soy una enamorada del hermoso gorjeo que brota de mi hermana, soy una enamorada de la caricia plateada aunque quiera desecharla (prometo hacerlo algún día), soy una enamorada de las pinceladas y las notas que se llevó el aire, soy una enamorada de la música que me sumió, soy una enamorada de la tinta y el papel, soy una enamorada de la sangre exhumando vida, soy una enamorada de la esencia que la gente desprende a sus pasos, soy una enamorada de las hojas otoñales al avecinarse a su fin, soy una enamorada de la sinceridad más cruda, soy una enamorada de Poe y su trovador Baudelaire, soy una enamorada del cuervo que grazna en mi hombro izquierdo, soy una enamorada de los bosques en los que me perdí, soy una enamorada de la fortaleza humana, soy una enamorada de la psicopatía, soy una enamorada de los versos que escribí y quemé, soy una enamorada de los libros que me obligaron a soñar, soy una enamorada de los ojos que me transmitieron en algún momento conocimiento, soy una enamorada de la ironía y el cinismo más cortante, soy una enamorada de las balas que dieron de lleno en las dianas, soy una enamorada de los te quiero más sinceros y de los te odio más directos, soy una enamorada de las clásicas batallas, soy una enamorada de la misantropía destilada, soy una  enamorada de los narcóticos naturales que me obligaron a escapar, soy una enamorada de las guindillas que me quemaron al hablar, soy una enamorada de las flechas que cortaron el aire cuando era una niña, soy una enamorada de mi amado héroe inglés y de su agitado Sherwood, soy una enamorada de la espuma del mar, soy una enamorada de los secretos que murmuran las marismas, soy una enamorada de los acantilados que la sal y el agua golpean al devorar, soy una enamorada de las rosas que cultivaste, antaño; por mi cumpleaños, soy una enamorada del hastío que deja una ventana y su vacío, soy una enamorada del piano y la cuerda de violín, soy una enamorada del arte hipócrita que esconde una sonrisa, soy una enamorada de la paranoia, soy una enamorada de la locura sin delirio, soy una enamorada del amor maternal que desprenden un par de ojos marrones, soy una enamorada de la alta estima de unos ojos azules, soy una enamorada de Goethe, Friedrich y su cima, soy una enamorada de los Malditos de Francia, soy una enamorada de las tramas de un revuelto Shakespeare, soy una enamorada de un turbulento Blake, soy una enamorada del romanticismo renacentista, soy una enamorada de Caronte y su barca, soy una enamorada del torrente borgoña que eclosiona en una caracola, soy una enamorada de un único instante en la eternidad, soy una enamorada del silencio que promete el mar, soy una enamorada de los cantos que musitan los truenos, soy una enamorada del azabache y el carmesí, soy una enamorada de la tormenta al implosionar, soy una enamorada de las cerillas al abrir sus ojos, soy una enamorada del aroma a ceniza, soy una enamorada del perfume corporal, soy una enamorada de una taza de chocolate caliente, soy una enamorada del sonrojo de la luna, soy una enamorada del plumaje de la escarcha, soy una enamorada...

jueves, 7 de febrero de 2013

Aún muy familiar


La silla de metal es fría, incómoda y de esas que te dejan con dolor de espalda al levantarte. La cucharilla revolotea en la taza y bebo de ella quemándome otra vez con el café pero, como todavía persiste el dolor en mi lengua por una quemadura anterior, ya no noto la diferencia.
Dolor más dolor anula el sufrimiento, pura ironía.

Un panel de cristal plegable me ataca los nervios mientras pienso, en silencio, en el rumor de mi acompañante en medio de una cafetería con alusión religiosa en el barrio del Raval. Su voz me recuerda, siempre, al choque que provoca una caña de bambú contra las rocas cuando el agua la atraviesa una y otra vez. Es franca, libre, corrediza y libre como resulta el agua cuando se escurre entre la piedra como una joven que se escapa de las manos de su amante.
La escucho, me queda y lo recuerdo. Pero no olvido, tampoco, los susurros de mi cabeza y el plomo de mi pecho, tan pesado que en ocasiones me sorprendo a mí misma tensando la mandíbula para contrarrestar tanta presión. Recuerdo entonces las muelas del juicio, brincando entre punzadas de dolor por romper la encía que las encierra y me detengo. Chasqueó la lengua, una, dos veces pero a la que me despisto vuelvo a apretar los dientes y caigo, consciente, de que se trata de la bilis en mi boca. Ira.
Ira, de largos cabellos negros y sonrisa de afilados dientes que coge un cepillo de zarzas puntiagudas que, con sorna, me cepilla el cabello, me mece y me canta de fondo una canción metal.
Recuerdo caras, invoco sonrisas y no puedo gesticular otra cosa que no sea la impasibilidad. Intento recordar cuándo fue la última vez que me hicieron el vacío y pienso, lejanamente, en el instituto. Bueno, miento, de hecho no hace tanto de ello. A mi cabeza acude esa cruz que me persigue, me rasga y me quiebra la espalda marcándome siempre como la última casilla de esa mierda de partidas.
Ella sigue hablando, me sigue contando y yo, encantada, continuo escuchando. No quiero perder detalle. La verdad me resulta mucho más encantadora por mucha porfiria que me despierte.
De vuelta a casa reflexiono y lo único que se me ocurre es esconder las manos en los bolsillos y poner Skillet a todo volumen hasta que, de un soplido, un viajero o dos del tren reparan en los auriculares y en mi cara, deduzco, de pocos amigos.
Ya en casa pienso si importa el marginamiento en sí y recuerdo, de pasada, la uña partida y el filo abandonado en un rincón concluyendo que no pero que, aun con todo, la ira sí.
Sí, desde luego que sí, porque resulta demasiado familiar.