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viernes, 3 de febrero de 2017

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Es horrible y frustrante, lo digo en serio. Realmente parece que me haya propuesto cazar un fantasma o besar una sirena. Un ideal, un rayo de luna becqueriano. No la encuentro... o se vende muy cara, como las putas de Baudelaire.

El impulso de escribir es vicioso, me corroe, como pasar el mono medio retorcido en un rincón y aguantando como un valiente los sudores fríos. Pero no sale, no se expande, no me cosquillea los dedos y me dice: Ahora sí, escribe y no pares.

Tengo la cabeza llena de metralla; ideas que me bombardean los ojos en imágenes y palabras pero se mudan, no dan el paso a la hoja en blanco. Palabras. Son ellas: las palabras; mujeres en una barra de bar a las que invitas y te abandonan en cama ajena y vacía.

Me faltan, se me escapan. Hubo un tiempo que no tenía que buscarlas. Ellas venían solas, reptaban, ahora ya ni siquiera me miran. Sucias rameras. Es como si debiera pagar por ellas. Y hasta creo que lo haría pero ¿a quién?
No me hacen caso, me tienen lástima. He entrado en neurosis, en un ataque de nervios. Creo que se me está pudriendo el cerebro, como si se me cayera a pedazos: el principio de un alzheimer literario. ¿He dicho ya lo mucho que quiero gritar?

El pánico se me pega a la piel con la fuerza de una ventosa, con la grima del alquitrán, la espesura del azabache nocturno.

Creo que me muero. Sé que siento ese impulso narrativo, lo sufro porque palpo el desgarro, la asfixia, el ardor como un trago de vodka... pero la bilis no me alcanza: los verbos no mutan, los sinónimos no germinan, los nombres se atascan y los gritos, finalmente, mueren. No vomito las palabras.

En la boca, en los dedos, en el teclado, en la hoja en blanco, en el lápiz, en la cabeza. Muere ella, muero yo.


Soy palabra, soy tinta, soy personaje, soy emoción; barata o mala, no importa.
Pero muero, empequeñezco... y si lo hace ella, lo hago yo.

jueves, 2 de febrero de 2017

"Belleza" la llaman


Es extraña, de seda. Tiene algo de antiguo, de dulce..., de sucio.

Cuentos para niños que no concilian el sueño, sino que despiertan el llanto. Y si la tocara sería ébano, marfil, nácar, la corteza de los árboles previos a su decapitación. De todos los colores, todos los aromas, todos en una fusión absoluta que implosiona y la onda, en lugar de lanzarte, te absorbe. Pero con violencia, con pasión, con dolor, con un sadismo un tanto considerado pero descarado que en el fondo no puedes ignorar y menos menos despreciar.

De esas que intuyes cuando preguntas: ¿Quién eres?, respondes No soy nada y todo cambia cuando, en una respiración, te adentras en sus ojos y ahí está: un universo entero expandiéndose, naciendo, matando y en constante cambio y movimiento. No gente de plástico, no gente común, no gente vacía, no gente que arrojó su cerebro a un tarro helado.

Pero siempre vive en los ojos. Ahí duerme y ahí despierta. En color común, en color que grita. Arde, ahoga y traga pero siempre pervive en los ojos. Por ello es posible vislumbrar el alma, donde susurra, aúlla y canta.

Que se viste de atardecer, de llanto, de grito al nacer, de silencio que sangra, de hoja que cae, de ironía bífida, de agua que chapotea, de palabra que asfixia; siempre de mente enferma y nunca de simplista. Con ojos de niño, con codicia de hombre, con lujuria de mujer.

De esas que guardan esencia de bruja, el secreto que protege un bosque, el cadáver que admira un sepulcro, los recuerdos que corroe la putrefacción con un par de cucharadas de moho. Salvajes glicinas que devoran el gris urbano, imparable madreselva que consuela la flora que agoniza.

Verborrea mental, escrita. Impulsiva y sincera. Es la bilis y también un suspiro. Quizá dos, incluso puede que más.

Ha sido pintura, dolor, cicatriz, una oreja cortada, una meretriz ahogada en un río, un fugado, una voz que desgarra, un grito impreso en papel, una súplica versada.
Pero nunca quieta, de ningún modo estática. Nunca, nunca jamás muerta. Pero siempre un desgarro, una herida, un labio muerto, un disparo en la nuca, un sexo vivo, una flecha en el pecho, una mentira en el oído, una imitación a la vida.


Eso es ella para mí.