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miércoles, 31 de diciembre de 2014

Feliz Año Nuevo

No haré hincapié en lo que ha ocurrido en todo un año, en las viejas costumbres que se han ido o en las nuevas que ya empiezan a sustituirlas. Sólo haré una reflexión sobre lo que me quedo para el nuevo año que empieza.

Creo que me gustaría empezar el nuevo año con dos ideas en mente… pero no propósitos. No me gusta llamarlos así. Los propósitos se hacen independientemente de si se empieza o no un año. Se cumplen y punto, así que los que elabore los empezaré hoy mismo o los continuaré si ya se han iniciado.

Me gustaría, en primer lugar, empezar a aprender a tener fe. No esa fe ciega que tienen algunos en un altar o en los que avistan el mar y creen que nunca se avecinan las tormentas. Esa no.
Yo hablo de esa fe que cuenta que así como ocurren cosas malas, también suceden cosas buenas, incluso maravillosas, en el mundo… y en las vidas propias y ajenas.
Porque admito que me escasea la fe en las buena nuevas de la vida. Tengo demasiada creencia ciega en las malas, en las desgracias y en la angustia general que el mundo trae. Como se suele decir… "la vida es muy puta".
No obstante, quiero aprender a alegrarme por las sorpresas inesperadas que, aunque pequeñas, te sacan una sonrisa. Quiero descubrirlas sin echarles una mirada recelosa y pensar: “uy, esto pinta bien… seguro que algo malo esconde”.
La desconfianza me pierde.
Y la otra cosa que quiero llevarme al año que viene (y al otro, y al otro, y al otro, y al otro…) es “curarme la mente”. La tengo algo “mala”, algo “resfriada”. La pobre se pelea mucho conmigo y yo… Bueno, no la escucho en absoluto. En ocasiones creo que si lo hiciera perdería la cordura.
Mi eterno enemigo siempre ha sido mi cabeza. Siempre.
Como no empiece a reconciliarme con ella pronto, me plantearé la posibilidad de una lobotomía cerebral. Citando el poema de Bukowski…
“[…] hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres
montarme un lío?”

Puede que el año que empieza me permita dejar salir al pájaro.
… Tan sólo un poquito.



¿Un consejo…? ¿Una sugerencia para el año nuevo que empieza, tal vez? Apreciad todo lo bueno que tenéis a vuestro alrededor, encariñaros con ello, pero antes que nada empezad por vosotros mismos.

Me largo a prender fuego a lo último escrito este año. Como siempre, me despido con fuego.
Feliz Año Nuevo a todos. Un abrazo enorme.

"La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos."
Henry Van Dyke

domingo, 7 de diciembre de 2014

Sylvia me hizo soñar


Estoy a solas en mi cuarto
Ebria de soledad, borracha de música,
Sobria de amores y curada en decepciones

Sylvia me mira con cara triste,
Me delira el aire, mi cuerpo balancea
Poesía, versos…
Creo que lo llaman esa hambre.

Y me paso la noche divagando
Con la cabeza embotada
Y la mente surcando recuerdos
Que quizá nunca fueron.

Me encuentro en mi cama
Cuando la noche apunta a las tres
Y el tic-tac, tic-tac

Me sorprende con los brazos cruzados,
Las piernas abiertas y el cuerpo
Erguido al querer saltar, acabar,
Cortar, sangrar, respirar, desaparecer, expirar.

Pero no, las sombras no llegan.
Otros tiempos más oscuros fueron…

El orgullo me levanta y el hondo
Agujero del oído me taladra las entrañas.
La vida palpita.
Porque la tierra estalla entre las piedras,
El fuego baila entre las llamas, el aire aboca paso
y el agua devora las rocas.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Los diez consejos de Charles Bukowski


1. No seas conformista.
I wanted the whole world or nothing.”
No deberías conformarte con menos de lo que absolutamente te mereces o deseas. Lucha por lo mejor y no aceptes nada, excepto aquello que te hará completamente feliz. No hay sentido en renunciar a tus metas simplemente por conformarte por un resultado por debajo de tu potencial que siempre te dejará deseando más.
2. Amate a ti mismo.
I never met another man I’d rather be. And even if that’s a delusion, it’s a lucky one.
Nada es perfecto, eso es seguro, pero no hay razón para torturarte a ti mismo por eso. Deja de criticar cada cosa sobre ti mismo que te gustaría cambiar y empieza a mostrar un poco más de amor. Eso no quiere decir que abandones el esfuerzo para ser una mejor persona, sino que te conviertas en tu fan número 1 mientras haces algo al respecto, sin importar que.
3. Vive la vida al máximo.
What is terrible is not death but the lives people live or don’t live up until their death.” – “Some people never go crazy, What truly horrible lives they must live.”
¿Quieres saltar desde un avión en paracaídas y nunca lo has hecho? Toma ese salto. ¿Morirías por obtener ese título en historia del arte, pero no sabes cómo lo vas a usar? Es momento de inscribirte. Sólo tienes una vida, por lo que deberías vivirla a su máxima capacidad, justo ahora. ¿Para qué esperar que sea demasiado tarde?
4. No temas al dolor, sin él, no serás capaz de experimentar la felicidad.
You have to die a few times before you can really live.”
Dolor, tristeza, ira, frustración, ansiedad – sentimientos negativos que pueden volverte miserable e incluso llegar al punto donde no deseas vivir más. Pero no se pueden experimentar las buenas emociones de la vida sin antes experimentar las más hirientes. Así que cuando creas que has tocado fondo, recuerda que sólo puedes ir hacia arriba a partir de este punto, y el dolor que experimentas en ese momento solo hará mucho más dulce el sabor de la felicidad a medida que subas.
5. Se tu propio yo único y exprésalo descaradamente en cada cosa que hagas.
It’s better to do a dull thing with style than a dangerous thing without it.”
No tengas miedo de ser tú mismo – Charles Bukowski ciertamente no lo tenía. Siempre muestra tus colores verdaderos y expresa tu fantástica personalidad. Es mejor vivir una vida siendo quien eres que vivir pretendiendo ser alguien que no eres, simplemente por aprobación de los otros. De todos modos, ¿A quién le importa lo que piensan los demás?
6. Eres más fuerte de lo que crees.
Sometimes you climb out of bed in the morning and you think, I’m not going to make it, but you laugh inside…remembering all the times you’ve felt that way.”
La vida está repleta de pruebas y dificultades – lo sabes a la perfección, probablemente has experimentado esto muchas veces. Sin embargo, sin importa qué, siempre sales de estas dificultades en una sola pieza. Recuerda siempre que eres más fuerte de lo que piensas, y tienes todo en ti para conseguir librar esos días duros.
7. No temas a la muerte.
I carry death in my left pocket. Sometimes I take it out and talk to it: “Hello, baby, how you doing? When you coming for me? I’ll be ready.” – “There’s nothing to mourn about death any more than there is to mourn about the growing of a flower.
La muerte es inevitable, así que ¿por qué gastas la vida preocupándote por ella? En lugar de obsesionarte por cuando te irás, aprovecha la vida con la que fuiste bendecido. Resulta mucho más provechosos celebrar la vida que temer a la muerte, y lo más probable es que seas mucho más feliz por ello.
8. Ten confianza en ti mismo.
The problem with the world is that the intelligent people are full of doubts.”
Eres increíble, y lo único que tienes que hacer para que tus verdaderos talentos afloren es creer que son un hecho. Ten plena confianza en ti mismo y te sorprenderás de todo lo que puedes llegar a lograr.
9. Hay cosas mucho peores que la soledad.
There are worse things than being alone but it often takes decades to realize this and most often when you do it’s too late and there’s nothing worse than too late.” – “I wasn’t a misanthrope and I wasn’t a misogynist but I liked being alone. It felt good to sit alone in a small space and smoke and drink. I had always been good company for myself.”
Es fácil temer a la soledad, y la compañía de otros a menudo puede funcionar como una manta de seguridad. Pero hay cosas mucho peores que la soledad, y no hay razón para dejarte llevar por la soledad cuando el tiempo puede aprovecharse en tantas cosas gratificantes y alegres. Aprende a apreciarte a ti mismo sin los demás, y valora tu tiempo a solas.
10. La vida pasa, no te la tomes tan en serio.
Sometimes you just have to pee in the sink.”
Inesperadas, e incluso locas son las cosas que están obligadas a pasar en la vida, y a veces no queda más remedio que seguir la corriente. No te dejes atrapar por la perfección y asegúrate de tomártelo con calma algunas veces. No hay razón para tomarte todo tan en serio, y a veces sólo tienes que divertirte.

domingo, 2 de noviembre de 2014

En aquel entonces sólo hubo penitencia


El pesado telón rojo del confesionario se pegó a la mano con dureza, más como unas esposas podridas de óxido y escasa libertad que un abrazo de pura invitación a la sinceridad.
Cayó tras mi espalda como una losa y se me tragaron aquellas cuatro paredes de fina madera con, a mi derecha, la rejilla que me separaba de mi anónimo confesor. Me senté lo más cómodamente posible en ese claustrofóbico cubil y con la mirada más afilada posible me dirigí a mi compañero, silencioso de sotana negra y alzacuellos a medio caer.
-Ave de él dado de Purísima... Perdóneme padre... porque he pecado.
La voz del clero me llegó rota, asfixiada y con un serio tono de aprensión, quizá porque olía en mi faz un llanto roto, una falta imperdonable tatuada en la piel.
-Sin pecado concebida.
-Últimamente tengo malos pensamientos, padre- confesé echando mi cabeza hacia atrás con los ojos puestos en la oscuridad.
El silencio era turbador. Respirando agitada, me dejé llevar por mi propia fiebre.
-¿Impuros?
Sonreí. Ignoro si tristemente o con la fisonomía propia de los cínicos.
-Nada tan mundano padre. No, nada de eso.
Miré de reojo la rejilla de fina madera, fácilmente rompible y lo suficientemente transparente para distinguir entre lo oscuro la silueta de mi pobre interlocutor.
-No se trata de ese tipo de pensamientos. Creo, me parece..., que es incluso peor.
-¿De qué se trata, hija mía?
Suspiré escondiendo mis manos bajo los muslos, aprisionados bajo todo el peso de mi cuerpo.
-En ocasiones me sorprendo queriendo arrancándome la piel ¿sabe?
No dijo nada.
-Es como un delirio- continué-. Al principio todo surge como una idea, una estúpida invención como abrir la ventana o querer tirar un vaso contra una pared. Porque sí, porque quieres hacerlo. Pero no, no lo haces porque está mal, ¿entiende?
Su rostro asintió con una pasividad que me resultó, secretamente, asqueante. Sentí el impulso de agarrar una navaja, deslizar la hoja por una de las rendijas de la pared y apuñalarle el ojo... la boca tal vez.
Me esforcé por inmovilizar las manos y mantenerme quieta en un intento de imitar los santos que allá fuera me habían juzgado con sus bocas selladas y sus miradas perdidas.
-A veces me despierto en medio de la noche chillando y ahogando mi voz contra la almohada. La última vez creí ahogarme... y no me pareció tan terrible. Más de una vez he querido clavarme las uñas a la espalda y, como si fueran cuchillos, deslizar las manos y arrancar la carne. Me pasa que en un segundo me doy cuenta de que quiero gritar y al siguiente la idea me agota hasta querer dormirme, ¿sabe?
El silencio se aposentó allí. Mi interlocutor no respondió nada.
-El otro día una chica se raspaba la pierna con la hoja de un cuchillo en la televisión y lo hacía de modo automático... No parecía sentir nada. No miraba ni decía nada; sólo se clavaba el cuchillo una y otra vez en el muslo... Tuvieron que llamar a la policía. Parecía loca, dijeron que estaba demente y, cuando la arrestaron, no se resistió. Dejó caer el cuchillo al suelo y caminó como una autómata... todo el mundo la llamó loca... pero yo no. La entendí ¿sabe? ¿Se da cuenta?
Ni una voz.
-Porque yo también, yo también... he querido hacer eso. He sentido ese impulso, llámele capricho si quiere. Y, ¿sabe? Hace ya años que no lo hago. Pero, aun así... a veces, como destellos, como choques de electricidad, he sentido esa chispa... Me ha apetecido hacerlo. Dígame padre, ¿cómo se llaman esos impulsos, esos deseos, que no puedes sacar de tu cabeza...? ¿Es eso un pecado? Debe serlo ¿verdad?
Suspiré, terriblemente cansada. ¿Dormía últimamente o también estaba soñando todo aquello?
Solté una carcajada.
-He consultado la Biblia...- expliqué- Allí ustedes dicen que la muerte de uno mismo, el suicidio, es un pecado... Pero, ¡padre! ¡Créame! ¡Yo no quiero morir! ¡No, no quiero...!
Me había inclinado hacia delante, con mi barbilla saludando en roces a mis rodillas, cubiertas de un tejano desgastado y en costuras deshilachadas.
-Ya no al menos...- musité, insegura de si lo había dicho en voz alta o había sido de nuevo mi cabeza, tomando el control de la realidad.
Mi propia voz me sonó como un sollozo suplicante y de nuevo ahí surgía: ese deseo de mutilar.
-Ya no quiero morir, ya no ansío desaparecer. Pero, entiéndame, a veces es tan duro caminar, sonreír, hablar... respirar. Quiero hacerme daño. Ese es mi pecado. Destruirme, castigarme, aniquilarme- ladeé la cabeza en busca de mi confesor-. ¿Su Dios tiene alguna palabra para llamar... cuando la cabeza quiere morir?
Ni una respiración.
-El otro día iba por la calle y me acordé de la primera vez que quise acuchillarme y lo cumplí. Me vino a la cabeza la sensación que me invadió... Seguro que no, ¡seguro que no puede imaginarlo! Es como si flotaras por un segundo porque cuando te pasas todo el tiempo con dolor... Dolor en la cabeza, el pecho, el corazón, las piernas... La realidad se vuelve una losa de puro plomo que te aplasta la cabeza, la espalda y únicamente lloras. ¡Ah...! Usted jamás podrá imaginar el asco que uno siente hacia sí mismo hasta que experimente esa sensación... Sólo un segundo de eso, sólo un instante. Entonces lo sabrá porque ni se moleste en imaginarlo. Es algo que uno debe vivir para aprender, para conocer, experimentar... Perdone, me distraigo...
Nada, ningún reclamo.
-Me pasa mucho últimamente ¿sabe? Creo que la cabeza me tima. Empieza delirando y luego de repente se calla, me confunde y de repente me despierto sin saber qué decía o qué hacía... Creo que es porque no duermo esto días.
Volví a enderezarme pero cerré los ojos, con la esperanza vaga de no dormirme allí mismo.
-Como decía... Cuando sientes un dolor tan grande y, sobre todo, que no se detiene, necesitas otro que lo suplante. Otro mayor. Es como ocultar un grito con un alarido. Cuando recordé esa sensación me invadió la melancolía... pero ahora ya no hay dolor, tan sólo ira. Me gustaría acuchillar a alguien; cortar un brazo, una pierna, una boca, una cabellera incluso...
Ni una reprimenda, ni el pánico, ni el miedo en el aire.
-Se lo suplico, padre- rogué. No busco ni tan siquiera penitencia, aceptaré gustosa el castigo que me imponga usted o el mundo. Pero respóndame tan sólo una única cosa... ¿Cree que me manda el demonio? ¿Que haré daño al mundo? ¿Que me lo haré a mí?
Me enderecé de golpe, con la fiebre del delirio agitándome la cabeza, escapé de la cabina del confesionario dirigiéndome a la puerta de entrada de mi interlocutor. Agarré decidida la trampilla y tiré de ella.
Tras de ella mi confesor reveló otra figura que yo no me había imaginado. Se trataba de una figura de mujer joven, pelo largo, ojos oscuros, sonrisa pérfida y una sotana negra a la que, paulatinamente, se dedicaba a decorar con tiras rotas que trazaba con una navaja. Me miró fijamente y sonrió todavía más al contrario que mi rostro, que únicamente se contraía en una mueca de estupor.
Me tendió la navaja.
-Cuéntame más, hija mía... Si vienes por el perdón o por una respuesta te has equivocado de casa y de patrón.
Al instante capté el aroma a azufre, carne quemada y llamas en calderas humeantes. A mis oídos llegaron los alaridos de los pecadores y las lenguas de los látigos besando sus espaldas en secos y punzantes chasquidos.
-Aquí tan sólo hallarás penitencia, hija mía. Así que, dime...
La joven imitó mi postura, mi mirada, mis gestos, mi respiración, mi voz y mi dolor mientras me tendía la hoja, brillante y afilada.
- ¿... la querrás besar, bailarla, acariciarla, rozarla con un suspiro...?
Me fallaron las rodillas y caí al suelo, tallada en la rendición. Mi propio reflejo se arrodilló a mi altura y ladeó la cabeza hacia un lado arrastrando los ropajes raídos en un gesto aniñado, personificación de la dulzura misma.
-Dime, alma sin rumbo, ¿cómo de cerca de la muerte quieres estar? 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

O todo o nada


Me he pasado muchas noches cavilando el qué
hasta que, cansada, he dejado de buscar un por qué.

Nunca he sido una persona corriente de medias tintas
que piense a medias, que escuche o dibuje medias vidas,
y sé que por ello me han gritado, juzgado, criticado,
hasta que, apatía pura, el corazón ha salido humillado.

Pero es que jamás supe vivir la vida sin sentirla,
sin llorarla, sin quemarla, sin ahogarla, sin herirla...

Por eso me sorprendo, a destellos finitos,
ahogándome con Plath en un horno,
escuchando a Poe con sus gritos,
apuntando a Rigaut con su revólver,
acompañando a Baudelaire en embriaguez...

y desconozco, estúpida, qué resulta de todo esto.
Sólo sé lo que siento, lo que murmulla mi espejo
y lo que, a escondidas, me ha gritado mi reflejo.

Porque me he cansado de las lógicas,
de las verdades nunca dichas,
de los llantos muertos en culos de botella,
de los deseos nunca dichos a una estrella,
de los que follan un cuerpo y no una mente,
de los que nunca dijeron: quiero beberte.

¿Dónde quedaron los locos, los jóvenes
que apostaron por un me siento demasiado bien?
Quizá fueron las pastillas, los gritos,
tal vez la juventud inmersa en ellos mismos.

Y pienso: besos, abrazos, caricias,
susurros, secretos, miras, brisas,
llantos, cantos, odios, risas,
¡ja! ¡Menudas mentiras!

¿Dónde quedó el poeta, el revolucionario,
el anárquico, el que murió por cada aniversario?
Pero ay, la gente no lo salva,
no lo entiende ni tampoco comprende:

Que ya no quiero polvos a medio comer,
sólo llamas que me hagan arder.

Que no trato de componer,
que yo sólo trato de sangrar.

Que lo mío ya no es llorar,
lo mío es tan sólo llover.

Que lo mío no es vivir
sino delirar, delirar
hasta que el cuerpo grite,
solloce, gima, verse, vibre
o agonice: nunca, ¡nunca más!



Imagen: extraída de deviantART. Nombre: Silent Scream. Autor: Cheesy-HWU

Bajo llave


Un viento fiero soplaba del norte y agitaba las hojas del suelo, volviéndolas un remolino incesante. El agudo silbido de la brisa, salvaje y rota, atravesaba las ramas cruzando sus carnes sin hacerlas sangrar.
Sobre el lago, tranquilo y en cierto modo taciturno, pendía un bloque de hielo. Un duro caparazón de frío, nieve y poderosa escarcha envolvían un núcleo de calor, palpitante y poderoso. El frío cristal cuarteaba la figura de una mujer joven, con los ojos cerrados y los brazos cubriendo sus rodillas; éstas protegiendo el pecho. El pelo ondeaba congelado en la nada, como si de él pendieran hilos de escarcha.
La mirada de la diablesa se afiló al posarse sobre ella y su piel, torneada en un trance protector. El cutis llameaba lenguas de calor prendiendo la piel mientras éstas, en danza perpetua, amenazaban la helada que las rodeaba.
A los pies de aquel bloque de hielo, caminando con pesadez y ondeando el agua, una diablesa de cabellos rojos giraba en torno el cuerpo que pendía sobre el agua, con los brazos cruzados tras su espalda y sus piernas sorteando burbujas. Observaba aquella joven con atención, inclinando su cuerpo hacia ella para retirarlo después, invitándola a seguirla pero siendo bien consciente de que, en aquel preciso momento, eso era pedir un imposible a una estrella.
A su lado, erguida y con la mirada altiva, orgullosa, yacía su hermana. Lea estudiaba la forma del hielo, cada curva, cada pico, cada herida que debía ser cubierta con especial atención. Cuando detectaba una quiebra, unía sus labios en un ademán de silbido y soplaba fuerte, llamando al viento del norte. Éste acudía raudo viajando en torno al cuerpo helado, cubriéndolo de nuevo de una nueva y poderosa capa de escarcha.
Y así, a cada segundo, la helada se expendía con fuerza, poderosa, imponente a la vez que, en su interior, una llama florecía hasta crecer y aposentarse cómodamente tras el hielo cubriendo, a su vez, el cuerpo de la joven prisionera.
-Cath- musitó Lea en el vacío.
La diablesa saltó en el aire para quedarse suspendida un segundo después al rozar el agua a sus pies. Con un azote en la espalda, su rostro se volvió hacia su hermana apartando de un golpe el rojo de su cabello.
-¿Si?
-¿Estás bien?
La morena, mirando fijamente el cuerpo flotando, le envió una fría mirada de reojo a su némesis, quien con una auténtica sonrisa de locura, asintió con un brillo maliciosos en sus ojos.
Sin más respuesta que un asentimiento de cabeza, Lea alzó las mano en dirección al bloque y el frío, en respuesta, se intensificó. Cath se volvió en la misma dirección que su hermana y con los ojos puestos sobre las llamas, apuntó su mano derecha. Ante sus amas, el fuego envolvió la fuerza, el sentimiento y el valor a su vez que, el hielo, quebró el miedo y los silencios reprimidos, amenazando las cuchillas, las humillaciones y las sangrantes heridas.
El hielo y el fuego vibraron mientras que a sus pies el agua empezó a girar. Con cada giro un diminuto agujero en el centro inició su recorrido girando en bucle. Con cada temblor, la tierra lo magnificaba y la oscuridad nació desde lo más hondo, dejando un hondo vacío que, con el poder de la tierra, suspiró y se hizo con el cuerpo de la joven y de su caparazón, engulléndolos allí donde no se advirtieran ni miradas, ni voces, ni aromas, ni pisadas.
Una vez la tierra ahogó aquel cuerpo en su interior, el agujero se cerró y el agua, tranquila y dulce, siguió su cauce natural de serenidad. Las brujas envueltas en un mano de silencio escudriñaban el lago a sus pies en busca de la joven sabiendo, para con ellas mismas, que tan sólo había una cosa que pudieran hacer: esperar. Ni llorar, ni reír, ni murmurar, ni invocar, ni añorar, ni destruir, ni besar, ni abrazar...
Únicamente esperar.

viernes, 22 de agosto de 2014

Yo fui esa muñeca


Una loca ha llamado hoy
A mi negra puerta,
Preguntó quién soy
¡y me llamó cuerda!

Le escupí desdén
De palabras torcidas
Como aquél ¡amén!
Mentiroso de todas las misas.

Me miró con ojos tuertos,
Cabello alborotado
y pensamientos enfermos
de un corazón armado.

Y supe que el delirio hecha ella
Nacía en mi reflejo
Y se forjaba en cadena.
Grilletes, sangre, veneno añejo

Embotellado en la mejor cosecha
Que bebí gracias al Diablo...
Encontrándome dispuesta,
Con la herida de mi mano,

A jugar a ser hueca,
A morir sintiéndome muerta,
A evocar mi imagen de muñeca.

miércoles, 13 de agosto de 2014

La tristeza me besó un miércoles


Tengo el cerebro astillado,
Medio roto por tus palabras
Encontrándome como la nieve que va a morir,
Que perece al saludar la primavera.
Muchos versos he callado este tiempo,
Pero más lo hicieron mis prosas,
Que han llorado tristes y solas
Mientras otros me señalaban
Y pensaban: Oh, ahí anda su tristeza
Y yo me reía, así como un pájaro
Canta asemejándose a un alegre llanto
Porque, ¿lo has pensado tú?
Cuando los pájaros cantan,
Asemejan sus llantos a un sollozo.
O sólo es mi cabeza, delirando
Medio despierta, medio ida soñando.
Como siempre. Dos polos, nunca uno.
Me han señalado, compadecido...
Y no lo entienden, igual que tú.
Que la tristeza posee esa belleza eterna,
Que no lo tiene un amanecer, un…
Es un beso, una gota de sangre salpicar,
Una mirada soñadora, un río al pasar.
Se impregna, se pega a ti, te ahoga;
Te acuna... ¡una asfixia soñadora!
Son los brazos de un amante gris,
Que te canta una canción triste
Mientras se recrea uno en ella
En un ansiado fervor, como un desliz.
Y aquí estoy, con la pena en la cabeza
Y la indiferencia en mis venas
En la pluma el autor es la pena
Que, de sonrisa triste sobre la mesa,
Me besó un día trazando este poema.

domingo, 29 de junio de 2014

Esparraguera. Ayer y hoy


Todo el mundo guarda un paraíso.
El mío cuenta con doce escalones
de piedra roja y naranja granito
a los que la hiedra besa balcones
y los helechos destellan cobrizo.

En su añeja agua risueña
confesé mis sueños de sirena;
allí frente al porche castizo
con, en lo hondo, una anciana pena
con aroma a medio fumar, un cigarrillo.

Allí bajo las llamas
al abrigo del invierno
prendieron sus aromas
en dulce inferno.

Allí quedaron los juegos de los niños,
las montañas lejanas y dormidas,
las sonatas de los grillos,
los paseos en ruinas,
los testigos picos.

Atrás quedó el primer amor
con las posturas mal fingidas
y esa niña de tímido rubor
en sus idas y venidas.

De noche, siempre brilló más mi vergel
tras el portón afilado en negro
bordeando el amurallado dosel
en las sombras y su aliento
porque fue el fulgor del porche,
el murmullo de la marisma,
que me cantaron en acorde
mi hogar, mi colorido prisma
que me mantuvo en la oscuridad
sostenida por la risa, la brisa,
arrastrando los restos de una amistad.

Se acabó ver un jardín mustio
y otros tiempos mejores por el cristal
fantaseando un mejor final
por haber confesado: renuncio.

Ya no veré a la mujer de azul
que le baila a la luna en tul
sobre los recuerdos de la escalera:
la felicidad apostada en hilera.

No admiraré más la tierra, el rojizo,
sus callos en la pared, el arrugado pajizo;
ni tampoco me hundiré en el follaje
ni en las fragancias del boscaje.
Con una mano en el corazón
y un llanto contenido en las pupilas
me hundo en silencio en la desazón
donde no quedan lilas, ni sillas, ni risas.

Cierro la puerta. Giro la llave
y me despido de la torre
que, en mi gesto grave,
me trajo mil gracias
testigos de ocho infancias.

Y así digo adiós a ese pino ya talado,
a mis antiguos vestigios miméticos,
al repique de los guijarros,
al primer rumor poético
y al rojizo tejado
ya abandonado.


Esparraguera.
14 de junio de 2014.

jueves, 5 de junio de 2014

Violencia de género

LaPutaVerdad



Enlace: "Tercer artículo: violencia de género"


Ante el maltratador, tolerancia cero.
Teléfono contra la violencia de género: 016.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Desde Italia con amor






Hermosa.
Una lástima saber que si la utilizara para Carnaval, probablemente, no acabaría bien.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Sugestión sibilina


Quizá fue esa sonrisa, quizá fue ese tren de las mañanas, quizá fueron tantas, cuantiosas, lágrimas; quizá fue ese tacto de tus sábanas y tu piel por las mañanas, quizá fue la terapeuta en aquél impoluto sillón blanco, quizá fue que al final las palabras callaron, quizá fue la oportunidad y el reconocimiento brindado en letras, quizá fueron mis pies prendiendo fuego al caminar (como siempre), quizá fue la escarcha volviendo a introducirse en mi cabeza, quizá fue esa joven del reflejo en el espejo susurrándome: uy..., te has cansado ¿eh?
Una serpiente se enrosca, sigilosa, en mi brazo. Repta por él, alcanza mi cuello, sube a mi oreja y, en un silbido agudo, me murmura palabras oscuras. Nada de destrucción, nada de caos, nada de anarquía emocional y química autodestructiva. Sólo me seduce, me alivia con palabras dulces salpicadas de miradas ponzoñosas que, en lugar de lastimarme, me inyectan fuerza e incrementan mi adrenalina.
Bajó de un árbol infecto, ya medio muerto y agonizando, hasta alcanzar mi altura y pasarme su mensaje. Me transmitió secretos de mujer, sonrisas pecaminosas, gestos volátiles, miradas sugerentes, palabras de goce, cuerpos cargados de magnetismo a partir del movimiento, del roce... Me habló de la sugestión de la mente y de la seducción de una mujer.
Y desde entonces un reflejo en el espejo me sonríe, me acaricia el rostro, me indica con su dedo en los labios que guarde silencio, que sea paciente y observe poco a poco el resultado. Sin pararme a responderla, me detengo un momento al suelo para vislumbrar, entre sorprendida y satisfecha, que los pares de ojos me miran, me siguen y me cuentan cosas. Cosas que ya sé, cosas que ya sabía.
Me sorprendo creyendo a ciegas que lo que mi rostro ofrecía no era cierto. Que cuando me regalaban esas palabras o esos ofrecimientos todo era un sueño, un espejismo vacuo fruto de una pesadilla. Pero la serpiente, tan insistente y a la vez tan sutil, me confiesa que no, que todo fueron verdades y que pueden seguir siéndolo.
El reptil comprime su abrazo en mi brazo, presionando más y más hasta que, contenta, abre sus fauces mostrando orgullosamente esos dos colmillos diminutos y, a la vez, tan feroces. Brillan como perlas: limpios, lustrosos. Se inclinan hacia mi piel, la rozan, la comprimen un poco y juguetean con ella sin llegar a hundir la carne bajo su yugo. Y tic, tac, tic, tac... esos dos colmillos se balancean, caprichosos, asustándome y jugando con mis nervios, que me atacan la compostura que con tanto ahínco intento mantener.
Continúan así hasta que, quizá aburridos, se cierran sobre sí mismos y reptan con el resto de su cuerpo hasta mi muñeca izquierda. Allí la cola de la serpiente se cuelga sobre mi otro brazo, como dejándose caer pero engañando a la gravedad, retándola a presionar su caída y logrando mantenerse en pie.
Entonces, con los ojos nublados por el sinuoso movimiento de la víbora, mi conciencia desconecta de la realidad y observa, sin ver nada en verdad, cómo ella se retuerce fríamente contra mi piel calentándola inusualmente. Buscaba el calor. Su cabeza fingió reposar en el inicio de mis venas más abajo de la palma de mi mano antes de, burlona, abrir su boca y acometer contra la carne.
No grité. Ni siquiera temblé. Me parece que, de hecho, quería que lo hiciera. Es más, probablemente necesitaba que lo hiciera desesperadamente.
Así, con los colmillos en mi muñeca, ahí donde anteriormente se surcó a filo una historia que no se contó apenas, ella estaba escribiendo otra encima. La sensación de plomo que ya de por sí mis muñecas sostenían un tiempo atrás volvió y esta vez, no obstante, fue distinta. El peso que saboreé mi dejó un sabor agridulce en la boca que, así como con el anterior quise deshacerme de él, éste no me desagradó del todo. Lo saboreé en la boca, lugar por entonces cargada de una seducción sinestésica que me embelesó por completo.
La serpiente, haciendo fuerza, aspiró fuerte y la sangre que circulaba por mi cuerpo libre y espesa salió a la superficie donde el sol la tocaba, la rozaba, abandonando su habitual oscuridad, su usual cueva, su lógica vestidura de poros humanos. Encharcó la piel y pintó la blancura de ésta mientras bebía.
Siguió así cuando, de pronto, escupió mi borgoña devolviéndola en un matiz más sombrío de la habitual en la sangre caliente al abandonar el cuerpo humano. Extrañada, la miré. El reptil me devolvió la mirada pestañeando dos veces para, finalmente, desenredarse de su presa y reptar hasta el suelo, frío y mortecino. Allí permaneció, enrollada en sí misma, observándome. Imagino que esperaba mi reacción.
La sangre devuelta se tornó espesa contra mi muñeca y de pronto empezó a girar sobre sí misma creando una esfera perfecta que se asemejaba al tamaño de una polvera. La negrura del fondo de aquel diminuto charco me asombró y me provocó curiosidad a partes iguales.
De pronto, en el fondo de aquella diminuta polvera, divisé el rostro de una mujer de cabellera castaña, con los ojos perfilados en un negro oscuro y una sonrisa mortificante que sugería un misterio, invitándote a descubrirlo. Ésa fémina me recordó alguien, alguien que no musité ni revelé al silencio que nos envolvía a mí y a esa víbora, aún a mis pies.
Con ojos oscuros y finalmente comprendiendo qué era lo que esa serpiente me quería transmitir, la miro directamente a esos dos eclipses por ojos. En ese momento se irguió y, amedrentadora, exhibió sus colmillos expandiéndose gradualmente. Emitió un silbido agudo, penetrante, tan amenazador como fascinante al mismo tiempo. Se escuchó a través del tiempo y del espacio, embarcados en su irónica rueda de la fortuna.
Apremiada por su toque de atención, observé atentamente aquella sangre esférica: me había servido en bandeja de plata la fortuna de una mujer, de cualquier mujer que se precie algo en este mundo.
De hecho, más bien, me la había recordado.


Imagen: extraída de deviantART. Nombre: Snake. Autor: eugenebuzuk.

viernes, 2 de mayo de 2014

¿Tenemos miedo a morir?

Algo debe saber que necesito un empujón para sentarme, teclear y ponerme escribir, así que ahí va ese empujón:

http://priamluna.wix.com/laputaverdad#!carla/c229p

Nada y, a la vez, todo


Esta noche el aire de Barcelona es frío. Frío, helado.
Esta tarde, desde la boca del metro y de camino a casa, he cruzado los brazos con fuerza sobre mi pecho para no sentir esa sensación de desamparo que me agarró y zarandeó el pecho. Esas palabras que, aun dulces, me llenaron de culpabilidad.
Autocontrol, serenidad, templanza. Últimamente son palabras que me agarran con desesperación los pies, sosteniéndome sobre la tierra que piso y que tan impacientemente intenté hacer mía anteriormente, en vanos intentos. Y esta tarde, con la facilidad de un suspiro, toda esa entereza se desplomó y voló lejos, como si jamás hubiera existido.
Fue esa mirada, esa mano, esa espalda, ese apoyo, ese pilar... que me lo dijeron todo. Que nada había cambiado y que, esa nada, lo había transformado todo.
Tenía que decírtelo, rezaste.
Es tan injusto saber en el fondo de tu corazón que te lo mereces, que serías feliz, que si aceptara tu ofrecimiento todo sería tan sencillamente fácil y maravilloso... pero no existe lo importante, lo más básico de todo: sentimientos.
Pensé en que era estúpida al mismo tiempo que injusta, cabreada conmigo misma y asustada... A partir de ahora nada volverá a ser lo que era antes. Caminaré sobre minas, arenas movedizas, hoyos a punto de hundirse cuidando que cada una de mis palabras y mis gestos no hagan batir tus alas de esperanza. De ser, como tu dijiste, mi motivo de felicidad de cada semana.
En ese instante sospeché que iba a flaquear: noté la humedad en mis ojos. Pero no pasó. Y ya en casa, esperando, eternamente esperando, creí que una vez más lloraría a solas en casa, ya en la oscuridad de mi cama. Pero no puedo, soy incapaz. Creo que es porque estas dos últimas semanas he llorado lo suficiente para llenar de lágrimas dos veces mi vida. Me parece que también colabora el hecho de que me he cansado de estar triste, de compadecerme.
Ignoro si se trata de Cath hecha un basilisco, de Lea, mi montaña de hielo particular... o de una unión de ambas. Sin embargo, la cuestión es que ahora mismo siento un dominio, un egoísmo poco usual en mí que me grita, como una tormenta: se acabó. Una vez más, como en el pasado: ¡never more!
Es como si en mi cabeza hubiera saltado un resorte, un mecanismo que me dijera, decidido: ahora te toca a ti. Fuera, ya vendrá el mundo.

A pesar de todo, de esta nueva visión que me golpea la cabeza, admito que siempre serás tú, con tu risa y tu férrea fuerza, quien podrá siempre apagar el fuego y evaporar cada una de mis heladas. De la misma forma que sé que, en un segundo, yo haría lo mismo contigo si quisiera. Eres el único que puede dignarse a enorgullecerse de barrer mi egoísmo y mis barreras.
He escuchado cada una de tus historias, de tus vivencias, de tus experiencias y puedo afirmar que nada de lo que me digas podría asustarme. Cada pedazo de tu oscuridad la he aceptado como si fuera un compañero, un amigo o incluso un hermano. Vislumbré en tus ojos el miedo, al principio, que sentías al compartir conmigo tu lado más sombrío.
-¿Qué crees que iba a hacer? ¿Echarte? ¿Mandarte a la mierda?
-No, sé que no pero... Lo último que quería era que te apartaras. Has cambiado mi vida.
Y cada palabra fue tan dulce, tan sincera y pura, que me maravilló saber que algo tan hermoso como lo que me ofrecías y regalabas podía hacerme sentir como el ser más indigno del mundo.
No obstante, en absoluto es tu culpa hacerme sentir así. Soy yo, creyendo que si hubiera hecho algo, actuado de otra forma o simplemente si mi carácter, propósitos, mente y alma fueran otros... tal vez hubiera podido... Lo más probable es que no soy la indicada.
Pero no lo digo, me callo. Sigo mirando al suelo mientras pienso, desesperada, en un no quiero perderte.
Los labios callan, el pecho me golpea, el frío me traspasa la piel mientras concluyo, resquebrajada, que no podré repetir de tu boca esas dos palabras que nacieron hace años y, en cambio, hoy tu boca sinceró.

miércoles, 30 de abril de 2014

Colérica


Las yemas de los pies aplastaban la hierba con dureza, casi como si se tratara de laceraciones cuando un cuchillo se encuentra con el frágil vestido de una lengua en una boca. Sólo que en lugar de desprender sangre, al alzar sus pasos, las piernas levantaban polvo, fuego, ceniza ardiente. Un aroma a pólvora sacudía el aire limpio, viciándolo.
La diablesa despedía chispas con el viento, prendiendo, caldeaba la arbolada. La temperatura subía; el cielo se expandía y pesaba cada vez más mientras que el suelo, antes de dura roca, se tornaba granito muerto.
Cath caminaba decidida y aun así lenta. No como lo hacen los muertos o los apáticos, sino como los que se esfuerzan por contener una ira latente tan potente que, a la mínima provocación, sacudirían el mundo. Era un volcán a punto de explotar, de gritar, de destruir, de zarandear al mundo con las manos de una bruja: bellas pero poco delicadas... Más afiladas que suaves para acariciar.
De pronto, al caminar, abrió por completo las palmas de las manos rozando sus uñas borgoña contra la maleza. La flora empezó a pudrirse, el agua se evaporó y las flores, ya mustias, se rindieron a cabecear al suelo y avecinarse al vacío. La naturaleza moría, se pudría, se consumía quemada, ruda, caótica y confusa.
Al final de la tierra maltrecha se divisaba un acantilado donde la roca todavía se sostenía con la suficiente entereza para no provocar un alud hacia el mar. Quizá se cayera en cuestión de segundos, cuando la grava y las brechas agonizantes de hierba abrazaran el mar escapando del incendio que pronto se desataría.
Y allí, despampanante en su ataúd de cristal, una pálida belleza dormía ignorante de toda catástrofe. Sus manos descansaban sobre su pecho entrelazadas. Vestía un camisón igual de pálido que ella, con el único punto de color oscuro que era su cabello, hondo como la noche. Caída en abanico a su alrededor, por hombros, rostro y almohada de fino hilo. Los labios, pálidamente rosados, parecían más muertos que vivos.
-Lea... Oye, Lea...
La bruja se lanzó sobre el techo de cristal, con las manos acariciando la pantalla traslúcida cuando sus hondas de calor aumentaron de ritmo. Cada oleada de fuego aumentó su intensidad hasta que, sin remedio, el espejo estalló en una lluvia de hielo.
El calor y el helor del féretro se encontraron como amantes despechados de tiempos antiguos, en un torrente fiero. Las dos energías chocaban, se apartaban, se abrazaban de nuevo y volvían a desprenderse. Una lucha de ambivalencias que no parecía tener fin.
-Lea, vida mía...
El susurro de Cath era como veneno. Te rozaba la mejilla primero, luego la lamía, retozaba en ella y la piel respondía con estrellas de nieve como respuesta, en ataque. La ponzoña se colaba por cada uno de los poros de la mujer de hielo y ésta, en igualdad de condiciones, iba reaccionando con contracciones.
Cath se inclinó sobre el rostro de su hermana, quien respiraba en profundos vahos de frío. La bruja lo sintió dentro de sí como el fuego crepitando: un corazón helado palpitando. El aliento chocó con la helada un segundo antes de que sus labios presionaran los del hielo.
¡BOOM!
Los diminutos fragmentos de cristal salieron volando por los aires. Los árboles se mecieron violentamente por culpa del viento que se volvía huracán, el fuego de la tierra salía despedido hacia el cielo mientras la helada, la antigua helada, volvía a poblar el núcleo del mundo.
Los ojos de Lea se abrieron de par en par en un arrebato, con las pupilas negras contraídas envueltas en esferas color miel. Cath, en respuesta, se apartó al tiempo que su compañera se inclinaba a la velocidad del rayo en su féretro.
El vendaval aumentó cuando la mirada concentrada y grave de la bruja se centró en la morena, quien abrió la boca para respirar profundamente antes de que en un instante el hielo explotara y poblara cada rincón del globo de estatuas serradas de cristal, de hielo afilado, de muros de escarcha.
Cuando Lea se irguió, ya viva, el viento redujo su fuerza y su cabello azabache cortó la nada al inclinarse para mirar a su hermana. Cuando de un golpe saltó y sus pies tocaron el suelo, éste palpitó enfurecido.
Una lluvia de granizo azotó la arbolada helada arremolinándose alrededor de la diablesa, acariciándola con la misma dulzura que un látigo al rojo vivo. El cuerpo de Cath, por naturaleza, echó chispas y entre el silbido del viento helado se pareció escuchar el crepitar de una llamarada enfurecida.
Lea, apoyando las mano en el cristal roto y con las manos ya empezando a sangrar al clavarse en él, no hizo muestras de sentir nada ante la mirada atenta, oscura y enajenada de la psicópata pelirroja.
-Cath.
La aludida no respondió. Se quedó ahí, de pie, observando a Lea como si ella fuera el objeto de su furia. De fondo sólo silencio y el huracán tímido, esperando órdenes del hielo, silbando con fuerza.
-Cath.
De nuevo, nada.
Lea tendió las manos en dirección a la súcubo pero, antes de rozarla siquiera, Cath se abalanzó sobre la piel escarchada en un abrazo desesperado. La morena pudo palpar, entonces, el poder de mil soles batallando por salir del cuerpo de su hermana, así como la respiración acelerada que se asemejaba más a la de un animal salvaje enjaulado que a la de un diablo: pausada y controlada.
-Cath, Cath...- dispuso, en un susurro en su oreja, como tendiendo un secreto- Estás colérica.
La pelirroja no dijo ni demostró nada pero el aliento frío de Lea contra su nuca fue, por un segundo, un alivio caído del paraíso, de uno personal. La diablesa entreabrió los labios antes de que su boca se contrajera en una horrorosa mueca de histeria. El grito que brotó de su garganta se tornó agudo, angustioso, afilado y, más tarde, en un alarido parecido al de un basilisco. Las llamaradas ascendieron reptando hacia el cielo, oculto tras nubes de tormenta.
Lea musitó, divertida y burlona, aunque un tanto apenada... antes de abrazarla:
-Dime Cath... ¿otra vez los lobos?

jueves, 3 de abril de 2014

¡Sólo tú!


Hay un zumbido en mi cabeza, uno insistente: un susurro. Es bajito, sutil, fino y diminuto, vibrando en mi oreja al principio de lo que fue más tarde. Gradualmente el susurro se convirtió en una vocecilla aún pequeña, pero ya perceptible. Preguntaba cosas, ahondaba lugares. Los segundos pasaron y ésta se fue expandiendo, primero en unos martilleos, en un repiqueteo cada vez más rápido, más rápido... hasta que se transformó en un grito, un aullido, un chillido agónico que me embotó los sentidos y me hizo encogerme en un rincón de mi cabeza mientras, en la realidad, el cuerpo se me enderezaba y se dilataban mis pupilas.
Y la voz lamentaba, gritaba.
...
Yo, sólo yo lo grité: ¿Dónde estás? ¿Dónde? Dime, ¿dónde? Quiero saberlo, lo necesito, me angustia, me pesa. ¿Sabes cuánto plomo siento en mi pecho? ¿Cuántas veces he descubierto por sorpresa las uñas de mis dedos desgarrando la carne del pecho, buscándote y no hallando absolutamente nada en su lugar? Sólo entonces, al no verte, supe de veras lo que era el horror auténtico.
Maldita sea... te lo suplico, te lo imploro... Aparece, por favor, por Dios, aparece. Te necesito, DEMASIADO. Me estás volviendo loca, me has hecho caer bajo, muy bajo. Jamás había ansiado algo tanto; hasta parece que mis ojos son los de un depredador, acechando cada esquina de acero y cemento ansiándote tanto como el aire que respiro... Porque sí, porque para mí eres mucho, mucho más que cualquier amor, que cualquier amante, que cualquier hijo. Eres mi droga, mi sexo, mi amante, mi ladrón, mi bruja, mi hija, mi hermano, mi cielo, mi infierno, mi suspiro, mi boca seca. ¡¿Qué me has hecho?! ¡¿Cómo?! Yo... yo..., ¿por qué? ¿Por qué tú, esencia enfermiza? ¿Por qué, ponzoña? ¿Por qué...?
¡MALDITA SEAS!
Has conseguido que ame y odie más que nadie a un sólo ser. Me... me has... Me has manchado, me has bendecido, suspirado y asesinado un centenar de veces cada año. Has hecho que suspire por la tinta, que bese por cada poro de celulosa que manche con ella, que mi piel se adhiera a la del lápiz y que cada una de mis libretas quede impregnada por los delirios más callados.
Dime, ¿por qué, aun después de haberme dado tanto, ahora desapareces y me lo arrebatas? ¡Arg...! ¡¿Dónde estás musa?! ¡¿Dónde?! Dios, vuelve, te lo suplico... Lo invocaré a los cuatro vientos y a través de todos los elementos de este mundo. ¡Desgarraré el mundo! ¡LO DESTROZARÉ! Así que vuelve, ¡MALDITA!
¿Quieres ver cómo grita el mundo? ¿Cómo lo apuñalo? ¿Cómo sangra hasta verlo expirar? ¿Lo quieres eh? ¿Lo quieres? ¿De verdad? Porque... porque lo haré, ¡lo juro!
Si no vuelves ya temo hacer una locura, saltar de un alto o hundirme en lo más profundo. Quizá entre la arena, las rocas de un acantilado, ver un segundo las nubes para besar el suelo después. ¡O quizá pastillas! ¡¿Así mejor?! Ah... Ah... ¡No! ¡Mejor aún...! ¡¿Dónde está mi revolver?!
Maldita, sucia ramera, demonio infecto y ángel moribundo de fortuna, ¡vuelve por favor! ¿A quién debo suplicar? ¿Al Diablo? ¿Al señor? Porque lo haré, pagaré cualquier precio, si con eso vuelvo a pasar una mísera noche contigo. Debes saber que, si así fuera tu deseo, ¡segaría vidas! Oh sí, ¡lo haré! ¡LO HARÉ! ¿Es eso? ¡Es eso! ¡Seguro! ¡¿Verdad que tengo razón?! ¡Y más que su cuerpo, mucho más valiosa será su alma! ¡Seguro, no puede ser de otra forma!
Ten, ten, mira, mira... ¡Mírala! ¡Aquí la tienes! ¡Mi alma! Te la daré toda, no quedará ni una pizca... pero, por favor, ¡mírame! ¡Gira tu cara hacia mí! ¡Bendíceme con tu gracia! Sé mi señora, mi ama, mi autora, mi alma, mi amante, mi piel henchida, ¡mi mente enfermiza! ¡SÁLVAME! ¡Sólo tú eres la señora de todas mis gracias! ¡Sólo tú eres la bruja de todas mis desgracias! Ah...
Dios, ¡¿has visto cómo me has hecho caer?! ¡¿Acaso no hay compasión en ti?! ¿Conoces, acaso, la misericordia que conceden algunos hombres? ¡¿La conoces tú?! Ah...
Ven... Ven... Te lo suplico, te lo imploro... Nada, no deseo ni ansío nada más. Sólo tú u hoja en blanco, sólo tú o tinta seca, sólo tú o la muerte, ¡sólo tú o nada! ¡NADA! ¡NADA MÁS! Sólo... ¡SÓLO TÚ!




Imagen: extraída de deviantART. Nombre: cry. Autor: fly10.