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martes, 19 de octubre de 2010

El dominio del arlequín


Hay un alerquín que viste de verde y azul oscuro, con una sonrisa pintada en el rostro que transmite la personificación de la burla y el cinismo.

Se mueve a cámara lenta, salta con pocos pasos y poca altura, se mueve grácilmente. En las manos lleva atados hilos plateados que brillan a pesar de estar en las sombras. Atados a ellos residen la soledad, el cariño, un deseo, la ira, la hipocresía, la alegría, la honestidad, la risa y la amabilidad.

Los dirige con maestría, mezclándolos entre sí hasta que llega un punto en el que se crea el caos. Ya no se sabe si se experimenta la tristeza o la alegría. Las emociones se entremezclan, el vacío parece querer crecer y gritar "¡sigo aquí, mírame!". Mientras, el arlequín se ríe de todo a su alrededor sin detenerse a pensar en nada.

A su vez, en medio de los hilos, un cuerpo lucha por seguir en la superfície y no ahogarse en sus propias sombras. Quiere llegar a alcanzar la luz; poder tocarla. Mueve las piernas, los pies; se tambalea entre hilos de plata, sombras pasadas y vacíos de hielo.

1 comentario:

  1. El amor en mi vida, el personal, el amor que me pertenece, mi amor, ese lo encontré hace tiempo. Y ese siempre está ahí, inamovible.

    Del que hablo, el que a veces añoro, el que a días experimento y el que a días desaparece es el que mueve el mundo, el amor que languidece entre la gente, el amor que parpadea y pestañea en ocasiones muy muy esporádicas, en el mundo en su amplio curso universal. Entre las personas, no conmigo, no, entre las personas humanas, el amor que debe destrozar toda sombra y toda imagen fantasmagórica de la misantropía.

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