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sábado, 5 de noviembre de 2011

Ese aroma a lilas



No fue hasta hace un día más o menos que, tras caminar en uno de estos días de tormenta que sacuden Barcelona, que fui consciente de toda la ira que mi interior alberga.

Es como si el mismo dolor no fuera suficiente, como si el daño infligido fuera... demasiado insignificante. El sufrimiento puede hacerse más intenso a la larga, a medida que los días y las semanas pasan. El otoño acrecienta esta sensibilidad, esta herida aún sin cicatrizar. No ayuda, no ayuda en absoluto. No obstante, los días de lluvia como hoy suavizan el dolor, limpian la carroña que el pecho genera.

Estoy llena de ponzoña.

Y lo único que se puede hacer al ser mordida por una serpiente es sacar el veneno. Eso debo hacer: extraer el veneno de mi vida.

De momento no he encontrado otra fórmula para calmar la ira que no sea ingiriendo alguna valeriana o algún tranquilizante para mantener a raya los nervios cuando sospecho que estoy a punto de echar a perder la compostura. Por otra parte, otro método bastante efectivo es volver al campo de tiro y emplear la pistola o sacudir algún saco de boxeo... Lamentablemente, las circunstancias me han negado tales medidas.

Sólo me queda esto: el arte, la creatividad, la escritura, la lluvia y... paradójicamente, la gente.

Hoy alguien me ha regalado un perfume, uno que huele a lilas. Es uno de esos aromas que, más que un perfume personal, es para aromatizar la casa. A simple vista puede parecer un regalo triste o tal vez poco importante pero personalmente me ha encantado.

Al llegar a casa he rociado el salón, el dormitorio principal y mi cuarto. He dejado que el perfume se expandiera por las cortinas, las sábanas, los cojines, mi escritorio, mis libros... En pocos segundos el aroma ha invadido el espacio por completo y he respirado hondo.

En pocos segundos me he sentido más tranquila, transportada en otra dirección. Me he visto lejos de la ciudad, rehuyendo del humo y del óxido. A mi alrededor no se encontraba la habitual superficialidad y los mares de gente que me ahogan y me oprimen... ni quedaban los rastros de los ruidos más molestos, como los claxons de los coches o el sonido de unas obras a la vuelta de la esquina.

Había silencio...
... silencio y viento, tan sólo viento.

Los árboles se levantaban majestuosos por encima de mi cabeza y más allá, un sol marcaba el principio del día y las nubes, en primer instancia tan bonitas cuando amenazan tormenta; se habían alejado hacia algún paraje desconocido. Las hojas se mecían en plena tranquilidad a la vez que el viento les cantaba y les susurraba palabras dulces. Sentí la tierra bajo mis piernas y mi cuerpo, tendida en aquel campo abierto, perdido en medio de la nada.

Un cosquilleo en los pies y en las mejillas me despertó de mi ensoñación y al abrir los ojos a mi alrededor hallé unas flores diminutas, de color lavanda o morado, esparcidas por aquellos parajes tan limpios. Se balanceaban con gracia y con cada elegante brisa su perfume se levantó y voló. Flotó en el ambiente y pronto éste quedó lleno de ese aroma dulce, tanto en la naturaleza como en mis pulmones.

La rabia pareció desaparecer, la ira dejó paso a la paz y mi mente se quedó en blanco. Tan sólo imaginé lilas, lilas por todas partes. Unas bailaban, a otras les daba el sol, a las terceras se las vestían con ramos, a unas cuantas las proyecté sobre un lienzo y al resto las vislumbré cayendo del cielo y bañando la tierra con su morado, su perfume y su calma.


Y en un segundo, tan sólo en uno... hallé lo que hace meses hubiera vendido todo el oro del mundo: tan sólo... paz.

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