Desde que tengo uso de razón, puede que desde los cinco años, he sido consciente de que no encajaba muy bien con la gente, sobretodo con los de mi edad. Para mí, eso fue un motivo de desgracia cada día. Nací siendo una chica alegre, inocente y vivaracha, pero el trato de la gente y el mundo en general te endurece.
De luz blanca pasé a ser una sombra degradada.
Es cierto que poseo un espíritu dual, una alma partida en dos; pero el mundo y mi vida en general me ha hecho así. Tampoco me parece tan horrible: sé manejarme entre los dos frentes.
Sin embargo, por encima de mis chistes, de mi cinismo, de mi sarcasmo, de mis miradas frías... me duele admitir que soy incapaz de mantener o soportar el odio. Nunca he sido alguien que se sienta cómoda con la mayoría de emociones que mueven el mundo: como el egoísmo, el despecho o la envidia. Siempre me ha sido más fácil manejar la bondad.
Si alguien cercano a mí triunfaba, juro que jamás me lamenté por ello. Me alegré de todo corazón.
Si alguien de mi entorno se sintió alguna vez engañado o traicionado por mi conducta, me sentí con la deuda de recompensar esa decepción causada.
Si alguien, en algún momento, tuvo algún conflicto conmigo que le supuso más de un quebradero de cabeza le brindé la oportunidad de hablarlo o aclararlo. Si eso suponía ya no mantener una amistad, a lo hecho pecho.
A mi alrededor me han llamado de todo: tonta, ingenua o "demasiado buena". Lo cierto es que, al día de hoy, me importa un comino. Me siento mucho mejor conmigo misma dando que recibiendo; tendiendo la mano que extenderlas a la espera de algún porvenir.
También es cierto que, sin buscarlo, mucha gente se ha acercado a mí por alguna razón que desconozco y se han quedado enganchados a mí. Siempre me ha pasado. Como si yo desprendiera, según sus palabras, algún tipo de seguridad o calma de la que ellos carecían.
Mientras, yo siempre he estado mejor sola.
Como en el cuento de Poe, Un hombre entre la multitud, siempre me he sentido bien camuflada entre la masa, ajena a ojos extraños. Me considero bastante independiente, a no ser que se trate de mi familia. Ellos son un caso excepcional.
Sé que no soy alguien muy común, muy normal, pero aún siendo la oveja extraviada del corral jamás me han echado de él. Nunca me he sentido despreciada por los míos y sé que eso es ya de por sí una fortuna.
Pero hay otros que sí. Otros que sí me desprecian, me envidian o me utilizan. En pocos casos he podido entenderlo, en la mayoría desconozco el por qué.
Cuando eso ocurre me hago la fuerte, me creo una mentira tan veraz que funciona... Acaba pareciendo tan perfecta, a veces, que a mis ojos me lo creo y el secreto, finalmente; acaba tranformándose en la realidad. En muchas ocasiones no soy consciente de lo triste que puede llegar a ser eso.
Toda la gente de mi alrededor me ha tachado por una chica dura, solitaria, independiente y sensata. Más de una vez también he sido calificada de fría, incluso de insensible. Hasta me lo recuerdan los adultos. Al contrario, ante toda respuesta prevista, no me disgusta esa idea.
Cuando me lo decían, sonreía, los miraba fijamente y les dedicaba una risa de lo más serena. Una de esas superficiales, que no te saben a nada.
Porque, ante todo, soy una defensora aférrima de la valentía y la indiferencia que muchas veces ésta conlleva. Considero que el valor no es la ausencia del miedo, sino considerar que hay algo mucho más importante que el miedo. Por eso me gusta luchar, me gusta ser perseverante... aunque eso me haga testaruda a veces.
Y ahora, justo cuando las circunstancias me han hecho caer hasta lo más bajo, hasta incluso no quererme nada a mí misma; soy consciente de cuánto puede llegar a doler una mentira... o más de una.
Es curioso que, a la viceversa de la mayoría, cuando doy lo mejor de mí es en las peores situaciones. Cuando experimento cómo el mundo se desmorona a mi alrededor, cómo me ataca o cómo me desprecia; es entonces que yo todavía me levanto con más fuerza del suelo.
Jamás me he dado por perdida... porque nadie que haya valido la pena lo ha hecho.
He tenido tiempo de comprobarlo porque la vida me ha echado todo tipo de pruebas que, a mi edad ya, en teoría alguien, nadie más bien; debería pasarlas. En realidad, he podido con mucho que a una gran mayoría hubiera hundido.
Tal vez sea por mí misma, quizá sea porque recibí el apoyo adecuado. Me decanto por ambas, sin embargo.
Por esa razón y por mi educación también soy - muy pocos lo saben -, sentimental. Soy muy sensible y por eso mismo la fortaleza que ofrezco me confiere un caparazón muy certero. No quiero que mucha gente se dé cuenta de eso por el simple hecho de que, si saben de su existencia, también el daño infligido puede ser mayor.
Y aunque el sufrimiento lo lleve todo lo bien que alguien se pueda imaginar, tampoco es un concepto al que haya querido perpetuar alguna vez.
En definitiva, tan sólo soy alguien más. No hay nada de interesante en mí, nada de emocionante. Únicamente una bruja a veces, otras un lobo, otras tantas un ángel y otras una estúpida.
Si me pinchan sangro, si me hieren siento dolor y si me demuestran admiración o afecto me alegro. Tan sólo eso.
Mi enhorabuena por contar con el apoyo adecuado...
ResponderEliminarA veces no es fácil de encontrar.