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domingo, 16 de octubre de 2011

Seamos sinceros




Recuerdo que, una vez, mientras nos encontrábamos él y yo tendidos en el sofá de mi casa completamente solos, su mano de pronto se dirigió hacia mi vientre y cogió de él un trozo, como si fuera más bien una porción de pastel o de carne extraña.




Me dijo que tenía barriga, que debía vigilar con ello... Tras eso me acordé de cuando, otro día, caminando por la calle él me advirtió que no debía engordar más. Lo decía con una sonrisa y con voz amigable, como si él creyera que era una buena persona haciendo una acción. Y se lo creía, de verdad que se lo creía. Lo sé.




Pensé en mi peso por aquel entonces: 45 quilos.




Desde que nací que he sido de constitución delgada. Es algo que llevo conmigo tan espeso como la sangre, tan marcable como mis huellas o tan brillante como mis ojos.




Poco a poco, comentarios como aquellos que, a primera instancia sonaban amistosos; empezaron a volverse intimidantes.




Recuerdo también que una vez golpeó con todas sus fuerzas las puertas de un vagón de metro tras una llamada de teléfono de su madre. La gente nos miró; yo callé. Otra vez me contó que tuvo que propinarle un puñetazo a la pared para no tener que dedicárselo a su madre y, en una ocasión, en un FNAC; su puño se precipitó contra una estantería.




Jamás llegó a ponerme la mano encima pero él tenía otras formas de hacerme daño. Ahora lo sé y lo veo con claridad:




"Si me dejaras y ella accediera... me iría con ella."




"¿Por qué le llamas? ¿Por qué le tocas el brazo?"




"Todo esto son imaginaciones tuyas."




"¿Es él? Dame el teléfono."




Podía ver cómo coqueteaba con otras chicas frente a mí o cómo intentaba provocarme a través de los celos, buscando la misma reacción que él sentía cuando yo estaba con algún chico.




Y recuerdo cuándo toda esa inseguridad se transformó en un infierno pero... no logro rememorar cuándo fue la primera vez que, para liberar la ansiedad, vomité y dejé de comer. Sólo sé que, tras echarlo todo por el retrete, al hablar con él por la noche; la sensación de alivio desaparecía y no le contaba lo que me pasaba. Tenía miedo, miedo de las represalias... Miedo a lo que él pudiera decirme, hacerme o, simplemente, su indiferencia.




Su indiferencia era lo peor de todo.




Además conozco el hecho de que, tras esa ruptura que provoqué porque no podía vivir de aquel modo, él intentó contactar conmigo dos veces y sé de buena pasta que tras mi marcha me echó en falta... Los expertos lo llaman Síndrome de Estocolmo: esa relación de codependencia que "engancha" al maltratador y a la víctima. Uno porque le atrae esa posición de poder y manipulación a causa de la inseguridad que padece y el otro porque necesita de esa fuerza, poder, esa necesidad de protección.




Una protección que, a opinión propia, es de broma.




Todas aquellas cosas, esos comportamientos, esas acciones ya han quedado lejos al día de hoy pero él no: aún hoy lo encuentro por la ciudad. Él sigue saliendo, riendo, disfrutando, engañando y viviendo una vida irreal que le funciona... todavía.




Por mi parte yo sigo adelante, un poco más fuerte y experimentada. Con esto he aprendido a quererme un poco más... pero también a tener mucho miedo a ese tipo de relaciones sentimentales.




Él me ha hecho mucho daño y lo admito. Yo también a él al alejarme, pero en distinta proporción. Lo que él me ha dejado son temores muy grandes que me pregunto si algún día pasarán a ser sólo recuerdos de un mal álbum.




A estas alturas él ya no me importa: lo que él me diga o vaya hablando de mí me es indiferente. No obstante, yo sigo sintiendo ese miedo ligado a aquella tortura que viví en su compañía. Al encontrarle por la ciudad vuelven las palpitaciones, los escalofríos, esos sudores fríos y cada palabra que fue un latigazo contra mi persona.




Y a pesar de ya no sentir nada por él, de volver a ser más o menos feliz con la vida que llevo, no puedo evitar desear que sufra, que lo sepa, que conozca al menos la mínima parte del dolor que él llegó a infligirme.




No sé si eso me hace ser mala persona o simplemente humana pero no me gusta nada, es como si significara que él todavía me importa lo mínimo para desearle el mal.




Y yo... yo no soy así.








2 comentarios:

  1. Que os pasa las mujeres, que cuanto peor os tratan mas os embelesais?

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  2. "Estoy orgullosa de poder decir, que cuanto peor se me trata, más rehuyo ese maltrato. He salido de ella ya y me siento bien por ello."

    Me alegro y espero, mas que nada por tu bien, que no vuelvas a caer en un agujero similar.

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