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jueves, 3 de noviembre de 2011
Atracción por la lluvia
Mientras iba en el coche, al volver del aeropuerto para casa, me coloqué los auriculares y, como siempre, me aislé en mi mundo escuchando la música con el volumen al máximo.
[...]
Mientras el asfalto se iba quedando atrás yo disfrutaba del cielo, encapotado, repleto de nubes negrasm turbio, amenazando una tormenta inminente. Cuántas más nubes veía más quería que lloviera. Por eso miraba constantemente hacia atrás, donde los coches que nos seguían a la cola no me llamaban para nada la atención. Únicamente miraba en su dirección porque ahí estaban las nubes más azabaches, más grises... de un gran tamaño.
No obstante, si miraba hacia adelante, en dirección a casa; veía que las nubes grises ya perdían fuerza y su blancura empezaba a surgir de nuevo. El cielo volvía a clarear. Y no quería.
Deseaba que lloviera, que tronara, que los relámpagos fueran la única luz que iluminara el firmamento.
Puede que sonara extraño pero me sentía mucho más cómoda si llovía, aunque desconocía por qué razón. A veces creo que es porque me gusta muchísimo el agua, por el hecho de sentirme un poco pez. Otras opino que es porque cuando mundo se envuelve por la lluvia las preocupaciones que puedo llegar a tener en la cabeza son capaces de pasar desapercibidas y nadie logra verlas. Es como si aunque quisiera llorar un día de lluvia no pasaría nada malo, nadie peguntaría; porque nadie sería capaz de distinguir el agua salada de la dulce que cae.
El coche continuaba avanzando y en una curva en la autopista, el vehículo quedó de tal modo que el cielo nublado quedó a mi izquierda y a mi derecha el firmamento ya claro, limpio, con el añil empezando a asomar entre las nubes.
Me sentía inclinada a acercarme a la izquierda, en dirección a los montes y a las montañas; donde ahí el tiempo era tan impredecible que las probabilidades de lluvia aumentaban.
Me llené de ilusión cuando vislumbré que en un momento determinado el cielo chispeó pero llegué a decepcionare enormemente al ser consciente de que al poco tiempo las horas dejaron de estrellarse contra el cristal de la puerta trasera.
Sólo fue a la mañana siguiente, cuando el día pasó de sus veinte y cuatro horas acompañado por la lluvia. Tronó, tembló y el agua inundó las calles. El viento se intensificó y era frío, cortante.
Fue maravilloso.
A la noche, la mejora hora, a los pies de mi ventana me dediqué a saborear el aroma a lluvia y a humedad, el olor a limpio. Me gustaba pensar que el agua que corría por la calle arrastraba cualquier indicio de malicia, así como las sombras que no me dejaban pensar con claridad. Las gotas de lluvia me traen una calma inmediata y el aroma a humedad me hace sentir el espíritu... limpio.
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Que lleguen pronto las lluvias y nos limpie el alma, para sentirnos tranquilos en este desierto de intranquilidad.
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