Dos jóvenes se acomodaron en el suelo frente a un cristal. Éste hacía cinco metros de alto por dos de ancho, profundo, infinito. De forma ovalada, a su alrededor unos detalles de estilo rococó asemejaban la esencia más salvaje de la naturaleza mientras que entre las hojas de plata se ocultaban las siluetas de las olas del mar.
La decoración parecía ser hecha a mano de la tierra y del océano.
La primera joven, la más alta, de cabellera oscura y larga; se apoyaba en sus manos en ese suelo oscuro; semejante a un pozo sin fondo. Estaba muy pálida, pero no lo suficiente como parecer enfermiza y frágil de salud. Sólo recordaba a una muñequita de porcelana de belleza huidiza. De ojos color miel y destellos dorados, observaba con atención y a la vez con una mirada fantasmal el reflejo del espejo que se asentaba frente a ella.
A la izquierda de la muchacha pálida se asentaba una chica de color natural con los ojos, esta vez, de color carmín. La cabellera, rojo fuego, le ocultaba parte del rostro y caía por sus hombros como una cascada. De lejos, el bermellón se confundía con la sangre. De labios carnosos y en otros momentos risueños, los mantenía firmemente cerrados.
Tal vez meditaba un secreto.
Ambas estudiaban inquisitivamente el reflejo del espejo de delante. En su superficie, la silueta esculpida en el cristal no era el reflejo natural que un espejo debe devolver a quien se mira en él. En su lugar, aparecía una joven de estatura media, con el cabello castaño y de ojos rasgados color chocolate. La muchacha estaba tendida en el suelo, en posición fetal, agarrándose con ansia las piernas con los brazos e intentando esconder su rostro con su cuerpo, oculto tras un vestido de un blanco apagado. Iba descalza.
-¿Dónde está?- preguntó la chica de ojos miel.
-Lejos de aquí... de nosotras- respondió Cath.
La chica tras el cristal no se movía apenas un ápice. Cualquier extraño creería que estaría muerta.
-Parece cansada.
-Lo está. Este año ha sido una odisea- repuso la pelirroja.
Lea se enderezó y una vez estuvo de pie se apoyó en el cristal.
-¿Volverá...?
Cath asintió con la cabeza de forma lenta y pausada, pero con firmeza.
-Lo hará, estoy convencida, pero le llevará tiempo.
Lea acarició el reflejo del espejo con cuidado, con sumo cariño. Resiguió con sus dedos los detalles que decoraban los bordes del cristal, ahí donde las hojas, las flores y las olas del mar se entrelazaban en una danza sin fin. De repente, su mirada fantasmal adquirió un brillo especial e inmediatamente retiró la mano de aquel objeto aparentemente tan hermoso y frágil.
El dedo índice tenía un corte fino y rosado del que goteaba sangre. Cath se levantó, acercándose a inspeccionar al herida con un fulgor caprichoso encendido en la mirada. Su compañera frunció el ceño.
-Deja de observarme como si fuera un animal al que dar caza.Cath se alejó un poco y tan sólo sonrío dulcemente.
-Oh, perdona.
Lea la miró con cara de pocos amigos, como siempre.
-¿Por qué crees que esto corta?- señaló el contorno del espejo.
-Es el filo, el filo del espejo. Corta... Será que no quiere que lo toquemos demasiado.
-¿Por qué? ¿Por ella?
Ambas chicas miraron de nuevo a la joven tendida al otro lado del reflejo, igual de indefensa que un minuto antes. Seguía sin moverse ni una pizca.
-Debería dejarnos entrar. Está demasiado sola.
Lea hizo ademán de dar únicamente tres pasos y extender la mano como si quisiera traspasar el espejo pero, en cuanto lo hizo, sus dedos empezaron a cortarse y a sangrar. Unos hilos invisibles brotaron de las flores plateadas y salieron disparados hacia la mano de Lea. Ésta resultó herido, con un sinfín de cortes que cruzaron su mano formando un camino tortuoso y cruel.-Te lo dije- se escuchó sus espaldas.
Cath agarró la mano herida y la escondió tras las suyas. En unos segundos el dolor se fue y al apartar el disfraz la mano volvió a ser la de antaño: frágil y pálida.
-¿Ha dolido mucho?
-Sólo lo justo- respondió Lea, con la mirada dolorosamente inexpresiva.
Cath se fijó en el espejo y en la joven de su interior. Parecía todo tan... absolutamente normal. Bueno, todo lo normal que podía resultar su entorno en aquellos mundos paralelos.
De pronto Lea le cogió del hombro, arrugando el ceño y dirigiéndole una mirada decisiva. Cath simplemente esperó paciente, tranquila.
-Debemos sacarla de ahí. ¡Está atrapada!Cath la miró de forma triste. Era muy pocas las veces que Lea alzaba su voz, por lo general tan inquietantemente tranquila. Aquella exclamación provocó que una brisa desagradablemente helada le recorriera la piel por completo. Su cabello soltó unas chispas rojizas al aire.
-¿Es que no te das cuenta?- le susurró.
-¿El qué?
Lea parecía impaciente y confundida.
-Ella no está atrapada, Lea.Lea forzó más su mano sobre el hombro de Cath y éste brilló con un fulgor azul. El cuerpo de Cath pedía a gritos apartarse de esa piel helada aunque la joven se resistía. De nuevo, el fuego de su pelo soltó alguna chispa pero, esta vez, más intensa. Parecía querer prender algo.
La pelirroja le señaló a la morena de nuevo el espejo. Éste seguía allí, quieto, como antes y aparentemente normal. Tras él, una chica de ojos y cabellera color castaño continuaba con el cuerpo tendido en el suelo, esa superficie negra y honda que parecía ser el pozo sin fondo de algún lugar perdido del mundo. Lo único que santiguaba aquella oscuridad eran unas pocas luces diminutas que aclaraban poco y más el paisaje azabache.
Lea se dio cuenta que, al otro lado, más allá de donde no podían llegar; unas escaleras de mármol se alzaban para reflejarse en el espejo. Tocaban el suelo de oscuridad y eran de subida, allí a una diminuta tarima donde, de pie; cualquiera podía reflejarse y ver el reflejo...: a Cath y Lea.
-No es ella la que está atrapada...
Lea abrió los ojos de golpe. La joven del otro lado se había movido. Había alzado el rostro del suelo y las miraba fijamente con tristeza, con sorpresa... con ansia.
-... Somos nosotras, Lea.
La muchacha empezó a caminar en su dirección, ya siendo conscientes ambas de que formaban parte de una cárcel voluntaria en las que esa chica las tenía presas. Ésta las estudió desde la tarima y con su mano, delgada y pequeña, acarició por completo el cristal. Su rostro se volvió sereno, aunque con la determinación brillando en su mirada color café.
De la nada, Lea y Cath se retiraron de forma instintiva y el espejo empezó a temblar. El aire inició unas convulsiones y unos latidos fuerts y compactos nacieron del cristal, de ahí donde la palma de la joven se posaba. El espejo, el aire, la oscuridad... estaban latiendo.
Unas hondas semejantes a las que impregnan el agua cuando una hoja toca su superficie se propagaron por el suelo negro, alcanzando los pies de las dos jóvenes y de la tercera chica en disputa.
-¿Qué es eso?- preguntó Lea, de repente fría y cerrada, como siempre.
Cath estaba alerta, pero sonriendo con malicia y predicción.-Algo se acerca.
-¿El qué?
Cath no dijo nada pero sí mantuvo esa mueca suya impregnada de picardía y malicia, dándose la vuelta y ofreciéndole la espalda a la joven desconocida, con tal de que ésta no viera su sonrisa.
Lea no esperó respuesta. Se quedó quieta reflexionando, observando a la joven de pelo castaño y sus latidos, tan potentes y llenos de vida que parecían contagiarle adrenalina. La misma escarcha de su sangre se quebraba y se alteraba feliz, a la vez.La chica de al otro lado del espejo... Ella, tan sólo sonrió con perfidia y diversión mientras en la superficie del espejo una grieta empezaba a tomar forma.
Algo... algo se estaba acercando.