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jueves, 5 de agosto de 2010

Sangre. Lágrimas.



Hoy mismo me ha empezado a sangrar la rodilla. Al principio no era más que un putito diminuto, sin importancia.


Paciente, esperé.


Poco a poco fue tomando forma y empezó a crecer velozmente hasta transformarse en una herida con volumen. Adoptó la forma de un río enano de color carmín que en poco tiempo descendió por la rodilla y cruzó media pierna.


Seguí su recorrido disfrutando de un chiste privado muy antiguo, donde se avecinaban muñecas y cuchillas, propias de muñecos huecos y tristes con instintos de autodestrucción. Lea seguía la sangre con atención, ensimismada y en paz consigo misma. Cath, por el contrario, se excitaba. Quería que la herida fuera más grande y que en vez de un río creáramos lagos llenos de sangre y muerte. La psicópata que llevaba dentro disfrutaba.


Cuando volví la vista al inicio de tal río no pude evitar decepcionarme al ver que allí donde se había iniciado el recorrido, la sangre ya se había secado. Era seca. Lea suspiró, Cath se estremeció.


Lamí el rastro que quedaba y manché el dedo con el líquido. Me llevé el hierro y el óxido a la boca porque, en el fondo, supe que en aquel instante era Cath. La caté y la saboreé. Me gustó. Sonreí.




El lunes lloré un poco. Hacía semanas que no lo hacía.


Cada lágrima era un mar salado que avecinaba tormenta. Un huracán estalló y sentí las bocanadas de aire. Me ahogaba en mi propio mar y me avergonzaba. El agua salada de mis pupilas brotaba y no se detenían.


Lea estaba asqueada por ser sinónimo de debilidad humana; Cath disfrutaba mirando cada lágrima. Quiso coleccionarlas pero no pudo. Yo no las quería ni Lea tampoco. Ganó la democracia. Cath se enfurruñó y se sumió en el erotismo de la sangre y la putrefacción de los cadáveres para consolarse.


Sólo un hombro familiar bastó para detener aquella abalancha de tormento humano. Luché contra mi propio cerebro y gané. Los ojos dejaron huella allí donde habían llorado pero no echaron más, los sentimientos fueron reprimidos y una sonrisa falsa llamada máscara brotó a la superficie.








Amo la sangre. Odio las lágrimas.


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