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domingo, 29 de junio de 2014
Esparraguera. Ayer y hoy
Todo el mundo guarda un paraíso.
El mío cuenta con doce escalones
de piedra roja y naranja granito
a los que la hiedra besa balcones
y los helechos destellan cobrizo.
En su añeja agua risueña
confesé mis sueños de sirena;
allí frente al porche castizo
con, en lo hondo, una anciana pena
con aroma a medio fumar, un cigarrillo.
Allí bajo las llamas
al abrigo del invierno
prendieron sus aromas
en dulce inferno.
Allí quedaron los juegos de los niños,
las montañas lejanas y dormidas,
las sonatas de los grillos,
los paseos en ruinas,
los testigos picos.
Atrás quedó el primer amor
con las posturas mal fingidas
y esa niña de tímido rubor
en sus idas y venidas.
De noche, siempre brilló más mi vergel
tras el portón afilado en negro
bordeando el amurallado dosel
en las sombras y su aliento
porque fue el fulgor del porche,
el murmullo de la marisma,
que me cantaron en acorde
mi hogar, mi colorido prisma
que me mantuvo en la oscuridad
sostenida por la risa, la brisa,
arrastrando los restos de una amistad.
Se acabó ver un jardín mustio
y otros tiempos mejores por el cristal
fantaseando un mejor final
por haber confesado: renuncio.
Ya no veré a la mujer de azul
que le baila a la luna en tul
sobre los recuerdos de la escalera:
la felicidad apostada en hilera.
No admiraré más la tierra, el rojizo,
sus callos en la pared, el arrugado pajizo;
ni tampoco me hundiré en el follaje
ni en las fragancias del boscaje.
Con una mano en el corazón
y un llanto contenido en las pupilas
me hundo en silencio en la desazón
donde no quedan lilas, ni sillas, ni risas.
Cierro la puerta. Giro la llave
y me despido de la torre
que, en mi gesto grave,
me trajo mil gracias
testigos de ocho infancias.
Y así digo adiós a ese pino ya talado,
a mis antiguos vestigios miméticos,
al repique de los guijarros,
al primer rumor poético
y al rojizo tejado
ya abandonado.
Esparraguera.
14 de junio de 2014.
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