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viernes, 2 de mayo de 2014

Nada y, a la vez, todo


Esta noche el aire de Barcelona es frío. Frío, helado.
Esta tarde, desde la boca del metro y de camino a casa, he cruzado los brazos con fuerza sobre mi pecho para no sentir esa sensación de desamparo que me agarró y zarandeó el pecho. Esas palabras que, aun dulces, me llenaron de culpabilidad.
Autocontrol, serenidad, templanza. Últimamente son palabras que me agarran con desesperación los pies, sosteniéndome sobre la tierra que piso y que tan impacientemente intenté hacer mía anteriormente, en vanos intentos. Y esta tarde, con la facilidad de un suspiro, toda esa entereza se desplomó y voló lejos, como si jamás hubiera existido.
Fue esa mirada, esa mano, esa espalda, ese apoyo, ese pilar... que me lo dijeron todo. Que nada había cambiado y que, esa nada, lo había transformado todo.
Tenía que decírtelo, rezaste.
Es tan injusto saber en el fondo de tu corazón que te lo mereces, que serías feliz, que si aceptara tu ofrecimiento todo sería tan sencillamente fácil y maravilloso... pero no existe lo importante, lo más básico de todo: sentimientos.
Pensé en que era estúpida al mismo tiempo que injusta, cabreada conmigo misma y asustada... A partir de ahora nada volverá a ser lo que era antes. Caminaré sobre minas, arenas movedizas, hoyos a punto de hundirse cuidando que cada una de mis palabras y mis gestos no hagan batir tus alas de esperanza. De ser, como tu dijiste, mi motivo de felicidad de cada semana.
En ese instante sospeché que iba a flaquear: noté la humedad en mis ojos. Pero no pasó. Y ya en casa, esperando, eternamente esperando, creí que una vez más lloraría a solas en casa, ya en la oscuridad de mi cama. Pero no puedo, soy incapaz. Creo que es porque estas dos últimas semanas he llorado lo suficiente para llenar de lágrimas dos veces mi vida. Me parece que también colabora el hecho de que me he cansado de estar triste, de compadecerme.
Ignoro si se trata de Cath hecha un basilisco, de Lea, mi montaña de hielo particular... o de una unión de ambas. Sin embargo, la cuestión es que ahora mismo siento un dominio, un egoísmo poco usual en mí que me grita, como una tormenta: se acabó. Una vez más, como en el pasado: ¡never more!
Es como si en mi cabeza hubiera saltado un resorte, un mecanismo que me dijera, decidido: ahora te toca a ti. Fuera, ya vendrá el mundo.

A pesar de todo, de esta nueva visión que me golpea la cabeza, admito que siempre serás tú, con tu risa y tu férrea fuerza, quien podrá siempre apagar el fuego y evaporar cada una de mis heladas. De la misma forma que sé que, en un segundo, yo haría lo mismo contigo si quisiera. Eres el único que puede dignarse a enorgullecerse de barrer mi egoísmo y mis barreras.
He escuchado cada una de tus historias, de tus vivencias, de tus experiencias y puedo afirmar que nada de lo que me digas podría asustarme. Cada pedazo de tu oscuridad la he aceptado como si fuera un compañero, un amigo o incluso un hermano. Vislumbré en tus ojos el miedo, al principio, que sentías al compartir conmigo tu lado más sombrío.
-¿Qué crees que iba a hacer? ¿Echarte? ¿Mandarte a la mierda?
-No, sé que no pero... Lo último que quería era que te apartaras. Has cambiado mi vida.
Y cada palabra fue tan dulce, tan sincera y pura, que me maravilló saber que algo tan hermoso como lo que me ofrecías y regalabas podía hacerme sentir como el ser más indigno del mundo.
No obstante, en absoluto es tu culpa hacerme sentir así. Soy yo, creyendo que si hubiera hecho algo, actuado de otra forma o simplemente si mi carácter, propósitos, mente y alma fueran otros... tal vez hubiera podido... Lo más probable es que no soy la indicada.
Pero no lo digo, me callo. Sigo mirando al suelo mientras pienso, desesperada, en un no quiero perderte.
Los labios callan, el pecho me golpea, el frío me traspasa la piel mientras concluyo, resquebrajada, que no podré repetir de tu boca esas dos palabras que nacieron hace años y, en cambio, hoy tu boca sinceró.

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