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miércoles, 10 de septiembre de 2014

Bajo llave


Un viento fiero soplaba del norte y agitaba las hojas del suelo, volviéndolas un remolino incesante. El agudo silbido de la brisa, salvaje y rota, atravesaba las ramas cruzando sus carnes sin hacerlas sangrar.
Sobre el lago, tranquilo y en cierto modo taciturno, pendía un bloque de hielo. Un duro caparazón de frío, nieve y poderosa escarcha envolvían un núcleo de calor, palpitante y poderoso. El frío cristal cuarteaba la figura de una mujer joven, con los ojos cerrados y los brazos cubriendo sus rodillas; éstas protegiendo el pecho. El pelo ondeaba congelado en la nada, como si de él pendieran hilos de escarcha.
La mirada de la diablesa se afiló al posarse sobre ella y su piel, torneada en un trance protector. El cutis llameaba lenguas de calor prendiendo la piel mientras éstas, en danza perpetua, amenazaban la helada que las rodeaba.
A los pies de aquel bloque de hielo, caminando con pesadez y ondeando el agua, una diablesa de cabellos rojos giraba en torno el cuerpo que pendía sobre el agua, con los brazos cruzados tras su espalda y sus piernas sorteando burbujas. Observaba aquella joven con atención, inclinando su cuerpo hacia ella para retirarlo después, invitándola a seguirla pero siendo bien consciente de que, en aquel preciso momento, eso era pedir un imposible a una estrella.
A su lado, erguida y con la mirada altiva, orgullosa, yacía su hermana. Lea estudiaba la forma del hielo, cada curva, cada pico, cada herida que debía ser cubierta con especial atención. Cuando detectaba una quiebra, unía sus labios en un ademán de silbido y soplaba fuerte, llamando al viento del norte. Éste acudía raudo viajando en torno al cuerpo helado, cubriéndolo de nuevo de una nueva y poderosa capa de escarcha.
Y así, a cada segundo, la helada se expendía con fuerza, poderosa, imponente a la vez que, en su interior, una llama florecía hasta crecer y aposentarse cómodamente tras el hielo cubriendo, a su vez, el cuerpo de la joven prisionera.
-Cath- musitó Lea en el vacío.
La diablesa saltó en el aire para quedarse suspendida un segundo después al rozar el agua a sus pies. Con un azote en la espalda, su rostro se volvió hacia su hermana apartando de un golpe el rojo de su cabello.
-¿Si?
-¿Estás bien?
La morena, mirando fijamente el cuerpo flotando, le envió una fría mirada de reojo a su némesis, quien con una auténtica sonrisa de locura, asintió con un brillo maliciosos en sus ojos.
Sin más respuesta que un asentimiento de cabeza, Lea alzó las mano en dirección al bloque y el frío, en respuesta, se intensificó. Cath se volvió en la misma dirección que su hermana y con los ojos puestos sobre las llamas, apuntó su mano derecha. Ante sus amas, el fuego envolvió la fuerza, el sentimiento y el valor a su vez que, el hielo, quebró el miedo y los silencios reprimidos, amenazando las cuchillas, las humillaciones y las sangrantes heridas.
El hielo y el fuego vibraron mientras que a sus pies el agua empezó a girar. Con cada giro un diminuto agujero en el centro inició su recorrido girando en bucle. Con cada temblor, la tierra lo magnificaba y la oscuridad nació desde lo más hondo, dejando un hondo vacío que, con el poder de la tierra, suspiró y se hizo con el cuerpo de la joven y de su caparazón, engulléndolos allí donde no se advirtieran ni miradas, ni voces, ni aromas, ni pisadas.
Una vez la tierra ahogó aquel cuerpo en su interior, el agujero se cerró y el agua, tranquila y dulce, siguió su cauce natural de serenidad. Las brujas envueltas en un mano de silencio escudriñaban el lago a sus pies en busca de la joven sabiendo, para con ellas mismas, que tan sólo había una cosa que pudieran hacer: esperar. Ni llorar, ni reír, ni murmurar, ni invocar, ni añorar, ni destruir, ni besar, ni abrazar...
Únicamente esperar.

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