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miércoles, 3 de abril de 2013

El Salmo de la Inanición


Me he sentado a la mesa
con la intención de catar
con mi madre como mesera
y convenciéndome, ahogada, de no enfermar.

El plato me ha mirado
con ojos y voz sorda
señalando el postre, un helado,
musitándome: ... Gorda.

Un torrente de gusanos
me ha cerrado el estómago
surcando los restos humanos
de un cuerpo que se hace llamar sano.

Entes de cuencas vacías
me preguntan: ¿ya quieres postre?
y yo, ocultando estas podridas encías,
me condeno a las calorías.

Por la noche busqué a tientas
el camino del agujero abierto,
el trono blanco del infierno
con mis arcadas más sedientas

y al levantarme, manchada,
reparo en la ventana del averno
donde el reflejo me susurra: desechada
a la vez que, hueca, empequeñezco.

El vestido azul cobalto
deja al descubierto mis fallos
y mi rostro víctima de un asalto
por cada uno de mis desmayos.

Este cuerpo se arrastra
cubierto de vómitos y ascos,
amante de moda ególatra
y sonrisas como chubascos.

Ese chico me ha mirado,
he temblado, querido gritar
porque el pensamiento, torturado,
me ha recordado: Debes vomitar.

Y vuelvo corriendo al baño
en el que la báscula
me acusa mi peso, mi año;
la vida que queda la calcula.

Los bultos de mis clavículas,
las costillas perforándome...
desgajándome las cutículas
me abren la piel arañándome

como si fuera un cuchillo
cortándome el que, sombrío,
me retuerce cual ovillo
cuando, en realidad, es el frío.

Los nudillos se han nublado,
el blanco es ahora mi color;
mi vida la han decapitado
la comida y el dolor.

Tras la acusación del doctor
me envuelvo en mi abrigo más grueso
negándolo todo cual actor
a la vista del polvo de cada hueso.

Me recuerdo beber agua, sonrío;
para que el peso suba y descienda
con tal de que se pierda después en gris río.
Esta es mi mayor ofrenda.

El mayor presente para Ana,
confidente y amiga ideal
que me engalana y me afana
en su abrazo más leal

salvándonos del sustento y la comida,
el cáncer por ablación
en el que me tiene sumida...
condenándonos a la extenuación.

Es esta nuestra entonación,
el rezo de la esclavitud
que, con dócil actitud,
nos guía con resignación...
al camino de la inanición.

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