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lunes, 28 de octubre de 2013

A esto lo llaman bloqueo


Me siento irresponsable. Debería aplicarme más.

La mayoría de las horas que conforman el día las paso recriminándome el vacío de la hoja en blanco. Las ganas de escribir están ahí, fluctuando como ondas, pero parece que a mi brazo le faltan fuerzas para lanzar la primera piedra que las hará surgir.
La terapeuta opina que es lógico dado el giro de los acontecimientos: "cuando alguien logra una serie de estabilidad y control, lo que antes de obligaba a hacer por fuerza para no pensar... después deja de tener sentido."
Opina que debemos encontrar una forma de hallar otra vía para la escritura que no sea la autotortura porque eso me haría recular en la recuperación. Arg, lo odio. La ansiedad, ese dolor pesado, vacío, metálico; las punzadas en la muñeca, los lapsus de cordura... Es verdad, ya no existen. Pero mentiría si dijera que no añoro la positividad que extraía de ello aunque... no, no me compensa.
No me considero masoca.
Los ataques cada vez son más distanciados. El último desapareció en la nada con un diazepan y yo escondida entre las sábanas de mi cama con la esperanza de dormir durante horas, horas, horas y más horas. Aquel día todo fue negro; mirada nublada. Lo único que sí recuerdo es la cara de mi madre, preocupada, casi asustada.
Supongo que recordó cosas. Como todos.
El efecto de la pastilla me dejó perdida pero mejoró las cosas. Sentía que flotaba y, por otra, que los problemas ya no importaban. Fue un alivio. Todo daba vueltas... Eso sí, mi sintaxis empeoró algo. O quizá sólo era mi cabeza, mintiéndome.
En cualquier caso intentaré implicarme a fondo a pesar de que quizá no sea por aquí. Bueno, lo cierto es que no lo sé. Le sigo guardando un especial cariño a este rincón, uno en el que como cartel de entrada reza: Prohibida la entrada a los conocidosAquí nadie juzga y, si lo hacen, poco importa.
Debería escribir. Al fin y al cabo las imágenes de sangre, toxinas, veneno, cuchillos, monstruos a plena luz del día y la rueca de la degradación humana continúan brotando en mi cabeza. Es tan sencillo como respirar.
He encontrado un diálogo en una serie policíaca de una, indefinida, calidad que, a pesar de que tal vez no es gusto de los más cultos a mí me supone un encanto verla. El protagonista es tan sencillo y transparente que me provoca verdadera simpatía al permitirme un segundo de descanso mental.
Decía algo así:
-A ti... te gusta... la muerte. Te excita, sueñas con ella. ¿De dónde te viene eso? ¿Tal vez de tus propios impulsos reprimidos? Dime, ¿cuánto cerca de la muerte quieres estar?
Ay, lo adoré. En mi cabeza pensé: "No lo sé". No obstante, sí la invitaría a merendar los domingos. He simpatizado con ella desde los nueve años. Debe tratarse de una... ¿mujer?, ¿hombre? encantadora, encantador.
Como ya he dicho, debería escribir. Escribir sobre cómo se muere, cómo se vive, cómo se encuentran los monstruos, cómo destruyen, cómo miran, cómo mienten, cómo aman, cómo la Muerte roza la nuca con su aliento, cómo abraza pero no abrasa, cómo resbalan las salpicaduras de sangre, cómo el rojo impregna moquetas y cincelan pieles ya moldeadas.

Ah, en serio (suspiro), necesito escribir.


De fondo: I'm not a vampire de Falling in reverse.

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