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viernes, 8 de marzo de 2013

La extraña del espejo (II)


Hoy me he mirado a los ojos
y en lugar de hallar la tierra
brillaban dos zafiros rojos
allí donde mi demonio se encierra.

Su mano rozó el cristal
augurando una caridad
que, con un fatal final,
me prometió la oscuridad.

Caín era su nombre,
la sangre su huella
y siendo óxido cobre
me vendió la oferta más bella.

Un trato eterno
escrito en borgoña
que me salva del averno
librándome de la carroña

Un lugar sin dolor,
sólo aditivos psíquicos,
drogas y nada de emociones rotas
en mundos con color.

Un mundo roto
guardado en frascos
donde agoto
todos los ascos.

Pero no, no es posible.
El precio es muy alto
y el plazo inadmisible;
todo un auténtico asalto.

Un trato que comporta
una firma en la muñeca,
con el precio que soporta
una al sentirse hueca.

Aun así ahí sigue,
allí continua mirándome:
sonrisa pérfida que me persigue
tentándome, torturándome.

Maldigo a esa extraña,
esa bruja espartana
que en tela de araña
me observa desde cada ventana.

Desde allí me llega
su voz lacerante,
burbujeante que me ahoga
cual Caronte en alma errante.

Ella, que me consuela,
no es más que la roca
atada a mí por una cadena
que al foso me avoca.

Y al son de una espina
ella me invita,
como dos difuntas
en fantasía y vida:
¡Muramos juntas!

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