Mirar al vacío, observar cada honda en la charca como si fuera la última que vas a observar en vida y aspirar hondo el aroma a mar. Inclinar el cuerpo en dirección al agua, sentir cómo tus pies se mueven y, con una sonrisa calmada a la vez que impaciente, te dejas caer en lo más hondo de todo sin que nadie ni nada importe.
El cuerpo, la gravedad y la misma mente te empujan en su interior hasta no poder más. Poco a poco, sin pausa ni prisas te hundes en ese abismo acuático del que te arriesgas a no querer salir. El agua pesa sobre tu cuerpo, como la misma esencia y cada fibra de tu ser... pero no importa porque...
... ahí abajo no hay nada.
Sólo oscuridad, silencio... y paz. Una tentadora y encantadora paz.
Me tienta esa paz...
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