SafeCreative
domingo, 13 de diciembre de 2015
Movimiento infinito
Sonreír, pensar, soñar y volver a despertar, leer literatura sobre la Guerra Civil, cansarse, pensar en las vacaciones de Navidad, recordar un meow, volver a sonreír, no odiar tanto las fiestas, cerrar puertas pasadas, contemplar ventanas abrirse, no acabar de creer la realidad, volver a respirar, pensar en el poco tiempo de trabajo, universidad que asfixia, último año, decepciones, cansar amistades, dudar entre quedarse quiero o hablar, acabar cuestionando ¿por qué?, querer volver a escribir, no tener tiempo, maldecir un rato, retomar la imagen del gato anaranjado, sonreír por nada y por todo, calcular compras de Navidad, pensar en el texto de año, las quemas de deseos de fin de año, cantar, ilusionarse, pensar en propósitos, prometerse el ejercicio, no querer dejarse, mirar con cariño la máscara italiana que observa desde una libreta de escritura forrada en piel, tener la mente en modo burbujeante, desear volver a Hannibal Lecter y a antiguas lecturas, dudas, pausas, lentitud, vigilar pasos y cosechar buenos resultados de las nuevas cosechas que hacen, de nuevo, sonreír.
domingo, 6 de diciembre de 2015
2Cellos - The Trooper Overture
Hoy no va de letras.
Si perdiera la forma humana, gritaría así. Gritaría como lo hacen los instrumentos de cuerda, rasgando el aire y prendiendo la fricción:
jueves, 19 de noviembre de 2015
La chica de agua
Esta noche te contaré una historia:
la escribiré en el vaho de tu ventana
y mi boca callará todas las letras.
Pero, escúchame bien, nada de estrellas.
Te dejaré escucharla en el agua,
en las lluvias que fuimos
y en las futuras que nunca tuvimos.
Yo nunca fui una chica hecha de fuego.
A mí me moldearon en el agua,
en hundimientos y asfixia.
En canciones de piratas,
en leyendas de monstruos marinos,
en promesas de un sueño henchido.
Yo no amo. Yo inundo.
Yo no consuelo. Yo ahogo penas.
Yo no lloro o rio. Yo lluevo.
He sido agua sucia, limpia,
burbujeante, tímida,
tranquila, fiera,
seca, fresca,
siempre entera.
He roto mareas y unido tierras.
Nutrí sueños rotos. He regado, cantado.
He sido sirena, arrecife y pez en el mar.
Un día de tormenta
y desnudo de paraguas,
te calaré todos los huesos.
Te haré bailar bajo mi alma,
te haré tiritar, ahogar,
y, créeme, no te querrás escapar.
Asfixiaré tus penas, dudas.
Mataré tu sed, tu lengua seca,
y cuando quieras tierra
te mostraré las joyas entre la arena.
Mis mundos hechos de corales
serán tus jardines, tus claros umbrales.
Seré la promesa
de una doncella de mar:
el abrazo de una sirena
que de gozos va llena.
Me pedirás una tumba de agua
para morir desecho en burbujas.
Una de la que no pedirás despertar
mientras, de verdad, por fin te escucho respirar.
Sólo promesas, sueños,
tesoros, sin dueños.
Besos que ahoguen,
amores que empapen
y pasiones que calen.
Una oferta de fluido claro:
existirás en mi arena, en mi coral,
en mi horizonte, en mi faro,
en amor curtido en sal.
Imagen extraída de deviantART. Nombre: Water lily III. Autor: Fragoline.
miércoles, 18 de noviembre de 2015
Sinestesia automática
Shh... Te contaré un secreto, ¿sabes? ¿Quieres saber cuál es?
... En ti yo veo arte.
La sinestesia automática es divertida. Es como ser un niño pequeño, un duende inquieto que, además de verte a ti, descubrirá lo que hay más allá de tu cuerpo y tus palabras, disfraces vanos. Es una de las mejores cualidades de una mente enferma. Es como pintar sin lienzo, destilar sin química, escuchar con la peor sordera pero... lamentablemente, no lo entenderás si no has visto, has escuchado, has sentido, has olido.
No te conozco, tú a mí tampoco. Sin embargo...
Si te viera, ¿tendrías olor a hierba, a ceniza o al esponjoso aroma siempre fresco de las nubes? Adoraría que olieras a lluvia, a tierra mojada y ahogada en agua de tiempos pasados, ese perfume que te alcanza la boca y te limpia el alma.
¿Vislumbraría en tu presencia, en el fondo de tus ojos, el sabor a almendras dulces de la cicuta o el porte regio de una abandonada casa señorial? ¿Serías una brisa de verano o un atardecer en el paraíso? ¿Existirías en plástico, en un jarrón vacío o en un gato que vigila entre la oscuridad? ¿Tendrías cuerpo de llanto, de risa, de histeria, de ira, de sueño, de melancolía? ¿Olerás a caricia, a bruma? ¿Tendrás cuerpo de pájaro o de un crisantemo helado?
He visto lo suficiente para saber que quien es otoño es una breve obra de belleza que una vez saboreada hay que desechar porque si no te siente morir, que aquellos que inspiran el hielo son fuertes y temibles pero leales en cariño, que los que aluden a los robles son férreos compañeros que sostienen tu mundo, que los que se asemejan al viento te despejarán el camino, que un cielo azabache plagado de luces plata es mejor que un tesoro, que los parecidos en hierba recién cortada y húmeda por los ríos resultan tierra firme al perdido, que quienes revelan plástico en su interior están vacíos, que los que rezuman lavanda deberían dejar de llorar para cambiar a matices más cálidos, que los que iluminan descubren nuevos senderos plagados de esperanza.
Te leeré como a un cuadro, como a una esencia en el aire, como el mejor cuarteto de cuerda que jamás hayas podido imaginar. Y por todo ello querré beberte, comerte, sentirte, olerte, imaginarte, observarte, cantarte y confesarte que, aun cuando te veas mundano... eres, probablemente, una auténtica obra de arte única a la que cazaría, quemaría, curaría, rasgaría, crucificaría y amaría hasta encerrarte en la jaula más compleja de todas: mi cabeza.
Así que, dime, ¿me autorizarías verte? ¿Me permitirías admirarte? ¿Me dejarías sentirte? ¿Me harías el gran honor de convertirte en obra de arte?
jueves, 12 de noviembre de 2015
Me arrastró el azul
Tres anocheceres han bastado para ser consciente de que, al distinguir mi reflejo entre lo volátil de mi cabeza, un resplandor rojizo ha crepitado sobre mi hombro. Me ha envuelto en su abrazo y me ha cantado contra el oído.
Me habló de sueños rotos, de buenas nuevas que dolían, de viejas costumbres que se rompían, de aquella vieja cuna en la que moría, de aquellos ojos vacíos que el espejo me devolvía, de la adicción plata a la que rezaba.
Un aleteo ensordecedor me mordisqueaba los nervios.
Era una sirena, mi vieja sirena. Me cantó sonatas rotas, lágrimas sucias, gritos callados bajo cuchillas oxidadas. Me dejé hacer en lo hondo de su mirar oscuro, dejarme caer un poco en las vejadas tradiciones que decidí perder. En las que se fueron, a las que no toleraré volver, a las que descansaron en lo más bajo de un olvidado pozo. Recuerdos de lluvias tristes.
Un sudor frío me congeló.
De una bofetada la aparté de mí y la callé con un beso que supo a olvido, a uno manido. En su lugar deseé aferrarme al murmullo seco de la arena, al abrazo de la espuma que veneraban mis pies, al aturdimiento del coral y a la tela de araña que el sol hilaba flanqueando el agua.
El corazón calló.
No nadé. Me arrastré al precipicio azul. Al silencio, al arrullo que burbujea, a las sombras que mecen pintando una mente opaca
No sé si quiero buscarme, tampoco si quiero encontrarme. Aquí abajo hay tanto silencio, tanta calma. Un vacío turquesa que no quiero perder. Aquí las lluvias no son tristes; rebotan contra ti y te cantan lo mejor que tienen. Aquí es posible fluir, todo pasa. Todo es suavidad, caricia, una pluma encadenada al cuerpo.
Al otro lado, mi sirena me observa sin saber si quiere cazarme, olvidarme o devorarme. Quizá las tres. Quizá ninguna. Tampoco quiero verla, sentirla, combatirla.
Creo, me temo, que de nuevo me olvidé en el mar.
miércoles, 11 de noviembre de 2015
Algo así como mi otoño
Fuiste como el otoño. Mi otoño. Ningún otro. Mío y ningún otro. Hoja que cae en belleza rojiza, cobriza anaranjada, infinita y absoluta hermosura que se avecinará al vacío. Belleza que se deja morir.
Eres fino humo, eres llorosa felicidad, eres melancolía que canta "lo que nunca pudo ni podrá ser".
Eso fuiste. Algo así. Algo así como mi otoño.
domingo, 1 de noviembre de 2015
Mi pájaro cantor
¿Qué se siente al ir a terapia?, me preguntaron. Recordé.
Me senté en aquella impoluta y cómoda silla de Ikea hace tres años. En aquel asiento lloré, grité, tropecé, me hundí, me levanté, reí, callé, respondí, mentí, me herí, me curé a ratos y, no menos importante, me descubrí, me acepté y me sané.
Todavía hoy lo sigo haciendo.
Mi terapeuta es una mujer de tamaño medio, emplumado cabello rubio de destellos rojos y ojos grandes y hondos. Sonríe siempre, sus perlas acompañan incluso sus suspiros cansados. Pisa con fuerza, pasa dejando huella. Cuando pienso en ella, me viene a la cabeza un pájaro de plumas cobrizas que canta.
Canta mucho.
-Te lo advierto: estoy aquí para romperte la cabeza y todo en lo que crees.
En estos tres años me ha cantado mis peores verdades sonriendo y entonando mis mejores virtudes riendo. Me ha señalado los demonios y se ha reído de ellos al esclarecer que no son ciertos, ni poderosos, ni siquiera malvados. Me ha obligado a cogerles de la mano y caminar con ellos, abrazarlos y hacerlos propios sin sentirme morir.
-Buena chica.
Ha sido mi guía. Ha sido mi espejo. Ha sido mi refugio. Sé que la relación de profesionalidad, probablemente, haya sido violada hace tiempo y que ha habido cruces más allá de terapeuta y paciente en nuestras charlas pero eso sólo ha servido para hacerme ver más de cerca su humanidad y la capacidad para romper mi enturbiada realidad.
-Si fuera maestra, creo que serías mi mejor alumna.
No sé si lo sabe pero fue ella, sólo ella, ese pájaro cantor, quien me salvó la vida. Y la adoro, la quiero por ello.
Me senté en aquella impoluta y cómoda silla de Ikea hace tres años. En aquel asiento lloré, grité, tropecé, me hundí, me levanté, reí, callé, respondí, mentí, me herí, me curé a ratos y, no menos importante, me descubrí, me acepté y me sané.
Todavía hoy lo sigo haciendo.
Mi terapeuta es una mujer de tamaño medio, emplumado cabello rubio de destellos rojos y ojos grandes y hondos. Sonríe siempre, sus perlas acompañan incluso sus suspiros cansados. Pisa con fuerza, pasa dejando huella. Cuando pienso en ella, me viene a la cabeza un pájaro de plumas cobrizas que canta.
Canta mucho.
-Te lo advierto: estoy aquí para romperte la cabeza y todo en lo que crees.
En estos tres años me ha cantado mis peores verdades sonriendo y entonando mis mejores virtudes riendo. Me ha señalado los demonios y se ha reído de ellos al esclarecer que no son ciertos, ni poderosos, ni siquiera malvados. Me ha obligado a cogerles de la mano y caminar con ellos, abrazarlos y hacerlos propios sin sentirme morir.
-Buena chica.
Ha sido mi guía. Ha sido mi espejo. Ha sido mi refugio. Sé que la relación de profesionalidad, probablemente, haya sido violada hace tiempo y que ha habido cruces más allá de terapeuta y paciente en nuestras charlas pero eso sólo ha servido para hacerme ver más de cerca su humanidad y la capacidad para romper mi enturbiada realidad.
-Si fuera maestra, creo que serías mi mejor alumna.
No sé si lo sabe pero fue ella, sólo ella, ese pájaro cantor, quien me salvó la vida. Y la adoro, la quiero por ello.
sábado, 31 de octubre de 2015
Sucio
Lo has ensuciado todo.
La piel, las risas, las miradas, los juramentos. Los años: intactos a su propia manera, deshilachados ahora por el recuerdo más próximo que guardo sobre ti.
Atesoraba cada pequeño suspiro tuyo y cada brillo y ahora, con tus palabras, los has despreciado todos.
Lo más probable es que fuera solamente yo la que sostuviera la fortaleza para amarte a pesar de que no quisiera tenerte a mi lado. Por mucho que gritaras, que protestaras, que me buscaras, que me confesaras.
Si tuviera que llamarte ahora, el nombre que acudiría primera a mi cabeza sería ambigüedad. Un ahora sí, ahora un no. Valor, miedo, confusión, dudas, distancia, acercamiento, calma, tormenta.
Como el viento, que tanto te gusta nombrar y formar parte, has puesto un punto y final y, como siempre, ni siquiera lo sabes. Eres experto en no saber calcular las consecuencias.
Eres como el otoño: la hermosura de la melancolía, un recuerdo tristemente hermoso que te ensalza en el placer de la amargura de lo que llamamos lo que nunca podrá ser. Eres esa hoja que cae con elegancia y colorido pero que, irremediablemente, se avecinará al vacío.
Y ahora, ya no veo sonrisas, cariño, un bonito afecto, una deseada compañía. Te prefiero lejos. Te veo en un lienzo, una impávida pantalla donde, en el centro, descansa tu rostro sonriente. ¿Sabes...? He querido quemar tu poema, ese trozo de papel que jamás quise abandonar.
Quiero cortarlo, dispararlo, desmenuzarlo, desnudarlo, vejarlo con cualquier dolor. Estás tan sucio que te odio. ¿Por qué tenías que enturbiar un recuerdo que, así, sólo como un vestigio, ya era hermoso? ¿Por qué debías volver para degradarlo con tus manos de niño pequeño?
Ahora ya sólo quiero hacerlo trizas y lanzarlo a la hoguera con mis historias más viejas. Que sean polvo de otros muertos, otros pobres tristes los que te guarden, te miren y te arrullen.
Y es tan triste que podría hasta llorar. Y es tan desesperanzador que me ha roto el corazón. Y es tan horrible que ha agotado las mil formas que tenía de quererte.
domingo, 20 de septiembre de 2015
¿Para quién escribo?
Querido amigo,
Ayer me lancé al vacío sin saber si volvería a subir. Es que, en el fondo, ¿quiero? Vivo con el miedo de besar unos labios que no son aquellos otros y si eso me hace ser un recuerdo sombrío de lo que un día fui, de aquella sonrisa feliz de otros tiempos.
La gente defiende que las personas no cambian. No estoy de acuerdo. El tiempo corre con demasiada rapidez y con esa misma prisa siento que me estoy difuminando en otra persona. Amigo mío, ¿sabes qué?
Aterra. Me miro en el espejo y no reconozco quién vive ahí, quién me devuelve la mirada.
Porque me da la sensación de que, al mismo tiempo que guardo la certeza de que no narro mentiras como un cuentista, sí me comporto como una hipócrita frente una única persona: la extraña del espejo.
Ella me mira, me abrasa, me canta, me recuerda viejas historias de pieles desgajadas y me lleva de viaje por los recuerdos más lóbregos de la cabeza. He soñado con ella y me ha hecho recordar esos tiempos en que fueron aquellos labios los que me escucharon, los que me animaron y los que me impulsaron llevándome de la mano pero... qué pena ¿eh? A veces pienso que nunca lo ha sabido escuchar: que me enseñó la luz. Y que fue con su sentir, no con su pensar.
Dentro de unos días voy a mentirme para responderme... aunque ignoro el qué. No sé si se trata de un sí, de un no, de un quizás, pero al menos voy a poder abandonar la sala de espera. Porque en el fondo no me importa abandonar mi respeto y dejarlo reposar en lata en el vacío, no importa ensuciarme, llorar a escondidas, romperme un poco más, cortar mi original felicidad si así puedo responder: ¿eres tú? Nunca me importó bajar a mi particular infierno para volver a subir por esos labios.
Y no lo sabrá. No podrá imaginar lo hecho, lo discutido, lo hablado, lo sentido de mis decisiones.
Así que voy a dejarme caer al vacío sin paracaídas sabiendo que, por mucho que me pese, no me importará sentirme morir aun con todas las lágrimas que deje caer.
Sé que no me juzgarás ni me responderás, querido amigo. También sé que guardarás mis secretos. Eres la botella de mi mar.
Tú siempre has sido, en el fondo, el eco de mis palabras a la nada. Mi amigo, mi sino, mi preciado... silencio infinito.
viernes, 18 de septiembre de 2015
Drama. Obra en tres actos
Oblígate.
Un, dos, tres, ténsate.
Habla.
Un, dos, tres, espera.
Silencio.
Un, dos, tres, teme.
Ironía.
Un, dos, tres, saborea la bilis.
Gritos.
Un, dos, tres, respira.
Golpes.
Un, dos, tres, expira.
Acusaciones.
Un, dos, tres, contente.
Reproches.
Un, dos, tres, ciérrate.
Apatía.
Un, dos, tres, siente el bloqueo.
Decepción.
Un, dos, tres, absoluto vacío.
Egoísmo.
Un, dos, tres, déjate caer.
Rendición
Un, dos, tres, desfallece.
Agotamiento.
Un, dos, tres, recuerda.
Miente.
Un, dos, tres, actúa.
Sonríe.
Un, dos, tres, indiferente.
Llora.
Un, dos, tres, déjate callar.
Celda.
Un, dos, tres, respira.
Asfixia.
Un, dos, tres, expira.
Oscuridad.
Un, dos, tres, muere.
lunes, 14 de septiembre de 2015
No hay palabras
Hoy quiero llorar.
No obstante, por encima de todo, quiero propinarle un puñetazo muy fuerte a la rugosa pared blanca que rodea mi casa. Llevo todo el día conteniéndome.
Decir que estoy enfadada no sería suficiente para describir toda la ira y la decepción que me recorre el cuerpo ahora mismo. No hay nada mejor como que alguien coja el peor episodio de la vida de uno y lo transforme en un justificante de la desgracia personal y, de propina, también ajena.
¿Crees que a alguien desea que lo insulten? ¿Crees que a alguien le gusta que le describan como una mierda tras escuchar un te quiero? ¿Crees que a alguien le gusta ser negado, reprimido, intimidado? ¿Crees que alguien, en su sano juicio, quiere ser amenazado de muerte?
Lo has pensado, de verdad. Eso creo que es lo peor. Lo peor de todo. No tenías derecho. Cada una de tus palabras me han cantado: "En el fondo quieres eso. Te lo mereces".
No hay palabras para describir lo que siento ahora mismo. Porque probablemente, si revelara lo que siento, sería con mis puños.
No obstante, por encima de todo, quiero propinarle un puñetazo muy fuerte a la rugosa pared blanca que rodea mi casa. Llevo todo el día conteniéndome.
Decir que estoy enfadada no sería suficiente para describir toda la ira y la decepción que me recorre el cuerpo ahora mismo. No hay nada mejor como que alguien coja el peor episodio de la vida de uno y lo transforme en un justificante de la desgracia personal y, de propina, también ajena.
¿Crees que a alguien desea que lo insulten? ¿Crees que a alguien le gusta que le describan como una mierda tras escuchar un te quiero? ¿Crees que a alguien le gusta ser negado, reprimido, intimidado? ¿Crees que alguien, en su sano juicio, quiere ser amenazado de muerte?
Lo has pensado, de verdad. Eso creo que es lo peor. Lo peor de todo. No tenías derecho. Cada una de tus palabras me han cantado: "En el fondo quieres eso. Te lo mereces".
No hay palabras para describir lo que siento ahora mismo. Porque probablemente, si revelara lo que siento, sería con mis puños.
viernes, 11 de septiembre de 2015
Presión, tartamudeo
Es una afilada espada, tal vez ordinario cuchillo, pero me puntea en lo más alto de mi espalda. Me presiona la piel y me vuelve consciente de la ansiedad, el estrés y el deseo acumulado que guardo en un resistente tarro de cristal dentro de mi cabeza.
si pudiera desear y cumplir, ahora mismo pediría unas alas para poder volar o, en su tranquilo y sereno defecto, conseguir una cola de sirena que me hiciera hundirme en lo más oscuro y recóndito del océano. Aquí fuera hay tantas exigencias, tantas llamadas de atención y tantas lejanías no pedidas que me asquean. Incluso los acercamientos me producen un terror masivo... además del control y la constante señal de alarma o peligro.
Estoy cansada de ir con pies de plomo, de sentir que todo lo que toco o rozo mínimamente va a romperse en mil pedazos. ¿No hay nada hecho de diamante o acero? Mejor dicho, ¿no existe alguien más resistente?
¿O quizá soy yo la que es demasiado sensible al roce o al susurro? Sólo quiero un poquito, una pizca, un soplo de tranquilidad. Los sentimientos ajenos me superan, me descontrolan y me hacen trastabillar y me pregunto, ignoro si con esperanzas, si por ahí vive alguien que sea de piedra y pueda contagiarme de cabezota voluntad así como de un poco de apatía fina, muy diluida. Casi aire.
Llegados a este punto, ¿qué debe hacerse? ¿Hacer lo que se cree que es correcto en tu cabeza o ser fiel a lo que te grita el propio cuerpo incluso?
lunes, 3 de agosto de 2015
Pensamiento en cadena
Despedidas que se hacen eternas, no acaban, no acaban, decepciones de ojos claros, risas que dan lugar a vacíos hondos, llamadas atentas que provocan llanto, grilletes que saben a melancolía, miradas a un pasado que ignora ser añorado, querer escribir, verse incapaz, leer cinco libros, prometerse teclear algo de escritura, continuar viéndose bloqueada, recriminarse, maldecirse, desear llorar, tragarse las lágrimas con su correspondiente dolor de cuello, querer a alguien de lejos, no saber lo que significa eso, ahondar en el interior de uno mismo, encararse al Diablo, vislumbrar las propias sombras, asustarse, entrar en parálisis, recordar con todas tus fuerzas las últimas charlas en terapia, reparar en los halagos y flirteos, asquearse, descubrirse cansada, desear intensamente dormir, recordarse cada día en luchar, no tirar la toalla, ansiar la llegada de septiembre, esforzarse en los logros conseguidos, ser consciente de no saborearlos lo suficiente, pensar de nuevo en los resultados de los tests, dar la razón a un psicoanalista, a veces querer saltar y pararse a pensar en que, todavía, creo no querer ahogarme en el mar.
viernes, 29 de mayo de 2015
Asfixia
Últimamente no puedo controlarlo. Tanto que creo que un día de estos vomitaré mi corazón.
Y así dejaré de sufrir los latidos. El pecho parece que se rasga, se vuelve pequeño a ratos y me golpea la piel por dentro.
Cuando no siento ahí sus pasos, el latido me golpea las muñecas. Si no, lo hace en mi cabeza. Y si no, de nuevo, me corta la garganta. Y es entonces cuando quiero llorar...
... pero no puedo.
Se me queda atascado en la garganta. A veces me da la sensación de que me asfixio.
Me dicen que puedo controlarlo. Pero últimamente no puedo. La melancolía es un mar en el que me asfixio y me da pánico sentir que no existe boya, ni orilla, ni roca, ni barco, ni mano a la que poder confiarme, en la que ansiar salvarme.
Y será de necios, será de locos, será de estúpidos, será de débiles, será de frágiles, será de crueles o perdidos, pero es cierto: cada uno tiene una lucha interna que en más de una ocasión consume la mente de uno.
Necesito pararlo.
Sólo cuando duermo el corazón calla con la convicción fantasiosa de que, duele tanto al despertar, que prefiero dormir continuando soñar.
jueves, 16 de abril de 2015
Pautas, suspiros
Hoy, más que ningún otro día desde hacia tiempo, lo necesitaba... lo que me hace pensar en la posibilidad de que un día debería salir con ella a beber. Sería de lo más divertido aunque sé, por completa intuición, que no sería muy profesional ni muy correcto. Con todo, admito que es una mujer de lo más excéntrica, que se ríe conmigo de mí enfermiza mente en ocasiones convaleciente.
Por la tarde, en la sala de informática de la facultad, ha sonado mi móvil. Me ha anulado la cita por una urgencia y se me ha caído el alma a los pies.
Todavía tengo presente los propósitos de años nuevo pero últimamente la cabeza me hace la zancadilla. Es complicado pensar con claridad y he entrado en una especie de vórtice del que, aunque sea con ayuda del Diablo, voy a tener que salir con algo más que el apoyo que brinda el pasar del tiempo.
Es... ¿cómo se llaman las imágenes que no puedes hacer desaparecer?
Así que como propia terapia resolutiva de hoy he vomitado parte de mi malestar en un pobre mensaje a un amigo sabiendo que iba a encontrar con suficiente probabilidad una mano amiga. Luego he recurrido al silencio, a dejar los ojos mirando al vacío, a ocultarme bajo una serie barata y tecleando, con expresión culpable, un trabajo que por esta noche queda como cigarrillo a medio fumar.
Mientras recapacito en que debería continuar redactando y me debato entre prepararme o no un cubo de palomitas extremadamente saladas, caigo en la cuenta de que tengo un poema a medio escribir en el bolsillo. Los versos corretean, las palabras me visitan viendo sin ver una pizarra en el aula mientras me pregunto dónde fue a parar mi ira, mi voluntad, y por qué las han reemplazado las ganas de llorar.
Recaídas y gritos: vete
Hoy va de pasajes de diarios:
Llevo teniendo pesadillas durante cuatro días seguidos. Y siempre es lo mismo o similar, una y otra vez. Esta noche ha sido un antiguo amor de hará años, que me buscaba los labios arrinconándome varias veces. Yo le empujaba, le apartaba y lo hacía a duras penas; me sentía el cuerpo pesado y entumecido, como si me hubiera tomado encima un bote entero de pastillas.
Era repugnante. Era casi ver a mi monstruo particular de nuevo, a unos milímetros de distancia. Me recordaba lo peor de aquella época y lo más triste de la actual.
Al día siguiente apareciste tú.
Me escribías, me pedías vernos, reclamabas mi atención y, en secreto, aún confesabas quererme. Creo que quería morir. Sentí que lo deseaba mientras me debatía entre admitir quererte, desearte... y correr tan lejos que sólo saltar al mar o sumirme en el sueño me quitaría el dolor, la angustia...
... Pero yo ya dormía.
Porque todo era un sueño. No me llamaste, no me declaraste afecto todavía, no pediste verme otra vez... ya no escribiste.
Desperté. Todo fue un sueño y mantuve la esperanza, horrible y triste, que no volvería a verte al dormir. No obstante, al otro, al otro y al otro, volviste a aparecer.
... No puedo más.
Vete.
A pesar de que no quiero, vete. A pesar de que quiera tenerte aún más cerca, vete. Vete de mi cabeza, de mis recuerdos, de mis lágrimas, de mis sentimientos, de mi melancolía, de mi pesar, de ese futuro oscuro que mi cabeza enferma siempre augura para mí.
Me gustaría ver un futuro más claro, más esperanzador. No tan solo, tan triste, tan vacío de esperanza.
Ya no sé si eres tú o si es mi cabeza pero ya no importa. Pero por favor te lo pido: vete. Vete ya, vete ahora.
Vete.
lunes, 13 de abril de 2015
"Flores en el ático" por V.C. Andrews
No es habitual que haga este tipo de entradas pero hoy un compañero de facultad me ha influenciado con sus propias reseñas de obras literarias y la verdad es que, tratándose de filología, es hasta casi imperdonable en mi rama que apenas me haya dignado a comentar o explicar mi visión de alguna que otra novela u obra literaria que me haya marcado especialmente.
Hoy rompo este patrón sacando de mi estantería Flores en el ático, novela publicada en 1979 y escrita por Victoria Cleo Andrews. Es el primer tomo de la saga Dollanganger, seguido de (si hay algún lector impaciente que quiera saber más allá de lo que le ocurre a sus protagonistas a partir del primer tomo) Pétalos al viento, Si hubiera espinas, Semillas del ayer y Jardín sombrío (éste último escrito y terminado por Andrew Neiderman, escritor fantasma contratado por la familia Andrews con el fin de continuar con los beneficios literarios de la prosa de su predecesora).
Confieso que este libro me llego a las manos porque había sabido que era duro de leer, decíase que era algo crudo. Y sí, creo que lo es.
Una familia idílica que reside en Gladstone, Pennsylvania, pierde todo lo que tiene cuando el cabeza de familia y padre fallece en un accidente de tráfico volviendo a su casa al finalizar un viaje de trabajo. Su esposa, Corrine, y sus cuatro hijos se ven obligados a abandonar su antiguo hogar perseguidos por los apuros económicos y a refugiarse en el hogar de sus abuelos en Virginia: Foxworth Hall.
El cambio de hogar trastocará por completo las vidas de los chicos mayores, Christopher y Catherine, así como de los pequeños gemelos Cory y Carrie, quienes se verán sobrepasados al conocer de la noche a la mañana a unos abuelos de los que nunca han oído hablar y que parecen odiarles sencillamente por existir, además de conocer su verdadero apellido: Foxworth. El nuevo hogar supondrá un precio para la familia que, con la esperanza de heredar la fortuna familiar, la madre deberá encerrar a sus hijos en el ático de la propia mansión demostrando así que no tuvo hijos de su matrimonio, una condición que desembocará en abrir nuevas heridas y desenterrar secretos del pasado.
El confinamiento de los jóvenes pondrá a prueba su capacidad de supervivencia pasando por una reclusión completa en la que no verán la luz del sol, serán privados de comida, se verán sometidos a palizas, a un estricto adoctrinamiento religioso y al abandonamiento y degradación de los lazos familiares.
A medida que iba pasando las páginas y conociendo a cada uno de sus personajes desde la perspectiva de Catherine (Cathy para abreviar) fui siendo consciente de que el peso psicológico de la novela era increíblemente importante y poderoso. Porque sólo mediante el conocimiento interior de los personajes puede uno hacerse a la idea de las experiencias a las que se ven sometidos y a la dureza de su situación.
A pesar de que en ocasiones peca de detallismo al mínimo, Andrews supo plasmar fielmente la dimensión psicológica de cada uno de los jóvenes a ojos de la protagonista. Se pueden conocer cada una de las evoluciones, especialmente de la aludida, empezando por su infancia casi acabada (la novela empieza contando ella con doce años) hasta su entrada a la juventud (finaliza el relato con ella al cumplir los quince). Su hermano, dos años mayor que ella, la sigue de cerca.
Al principio de la novela nos encontramos con una madre cariñosa y dedicada a sus hijos, a dos hermanos mayores despreocupados y contrapuestos el uno del otro y a unos gemelos inocentes y risueños únicamente preocupados por su actitud caprichosa. Al finalizar la lectura, todo ello ha quedado corrompido e irremediablemente roto.
Lo escandaloso o lo escabroso, para definirlo de alguna forma, es el resultado al que son abocados sin remedio los protagonistas al verse llevados al límite. Rasgos como la desesperanza y el abandono bañan la relación de la madre son sus hijos, donde el lector se pregunta irremediablemente si Corrine dice ser o decir realmente lo que afirma. Se trata de un personaje bastante confuso, cruelmente silencioso, y a la que sorprendentemente empiezas compadeciendo y acabas odiando y cuestionándote, a pesar de todo, si verdaderamente todas sus acciones son o bien malvadas o bien sugestionadas por su familia.
Así, al mismo tiempo, se va experimentando cómo los roles de simples hermanos de los mayores irán evolucionando por obligación a los de padres que, descubriéndose faltos de una figura constante de padre o de madre, deben cuidar de sus hermanos menores. Este nuevo rol, acompañado al hecho de los cambios que sufrirán sus cuerpos y sus mentes bajo el eterno confinamiento, desembocará en el nacimiento de nuevos y desconcertantes emociones que abordarán gradual y crudamente la idea del incesto. De igual manera los gemelos serán el detonante que significará el fin de su cárcel particular, poniendo a prueba el amor de una madre y el apoyo y confianza de sus hermanos mayores.
Sentimientos como el amor incondicional se tornarán en odio ciego al mismo tiempo que el cariño se volverá sacrificio y torpe lujuria.
Lo cierto es que me resultó una lectura larga pero ligera, a veces abrumadora pero nunca pesada. Los sentimientos y las nuevas ideas de los personajes pisaban con fuerza, tal vez porque la protagonista, Cathy, resulta un torrente de emociones que vive todo a su alrededor a flor de piel.
No sabría decir si simpatizo con ella por su forma de ser pero sí comprendo la situación vivida, pues la verdad es que la autora no deja otra opción al haberlo narrado todo con tanta precisión y detallismo. De hecho resulta complicado no empatizar con los personajes al mismo tiempo que uno se ve obligado a juzgar cómo de natural, en realidad, resulta romper y destruir gradualmente los esquemas que compone una familia. Se siente compasión, rabia, incluso asqueo en alguna escena en que los niños se ven privados de alimento y un absoluto odio hacia la abuela, origen de tanto mal pero que, al mismo tiempo, sugiere un alma rota y falta de cariño que suple amor con control y tortura.
De hecho, definiría esta novela como el resultado que puede tomar el amor en sus distintos contextos y variaciones: el amor al dinero, el amor propio, el amor que busca y no encuentra, el amor romántico, el amor confuso, el amor a la libertad.
Es una novela que recomiendo por su profundidad psicológica y por la contundencia con la que acabas de leer cada página. No obstante, no así a una persona joven o, en su defecto, que se considere sensible o puntillosa. Se trata de una novela cruda, descarnada y absolutamente fiel al probable resultado que puede proceder tras el aislamiento de unos niños al mundo y al indiferente trato, incluso cruel, de su propia familia.
Como anotación especial decir que la autora se inspiró en una historia real que le confió a su editor mediante una carta en 1978. Se especuló mucho, debido al cuadro clínico de Victoria en el que se confirmaba su depresión y dos intentos de suicidio, si la escritora había sido víctima de algún tipo de abuso tanto físico como mental. También, al mismo tiempo, se rumorea que todo se basó en la historia que le contó un joven médico que la trató cuando su padre ingresó en el hospital. Se dice que éste le contó cómo él y sus seis hermanos se vieron obligados a un encierro con el objetivo de sostener la estabilidad económica de su propia familia.
En 2014 el canal de televisión Lifetime de origen estadounidense ofreció una adaptación de la novela iniciando así la siguiente y, al parecer, próspera visión de las novelas de Andrews en la pequeña pantalla.
A pesar de que la filmación ofrece una mejor interpretación y exposición de los hechos que su antecesora, una producción de 1987 de poco gusto que acabó en un suspiro debido a la censura, acaba resultando ineficiente para plasmar finalmente la serie de acontecimientos que angustian al lector pero no al público.
No obstante, ya se sabe que un libro ofrece mucho más que una hora y media de movimiento y sonido. Al fin y al cabo, la imaginación es infinita.
PD: no descarto reseñar sus continuaciones anteriormente mencionadas si me animo.
lunes, 30 de marzo de 2015
Llanto de camelias
Era
tan, tan alto… que podía parecer abrazar el cielo con sus ramas. A veces
parecía besarlo. Era el árbol más alto de todo el lugar, coronaba la colina más
frondosa y era, probablemente, el habitante más longevo de esas tierras.
Resistió
el paso del tiempo, la crueldad del cielo, la imponente presencia de la guerra.
Se impuso al salvajismo del hombre y a la bestia que era la naturaleza. Se había
curtido bajo la dureza, la crudeza que presentaba la vida y desconocía lo que
era el afecto, el cariño o la comprensión.
No
obstante, cada noche al caer el sol una figura menuda a la suya se acurrucaba a
sus pies y se dejaba mecer por el viento. Cerraba sus ojos y se abandonaba al
sueño.
Cuando
esa criatura aparecía, él creía sentirse morir. Ningún humano le inspiraba nada
especial pero esa joven de aspecto frágil le recordaba sus propias ramas cuando
aún eran jóvenes y torpes, probablemente quebradizas.
Al
principio aparecía de vez en cuando y él no reparó mucho en ella. La dejaba
hacer; como mucho la observaba desde lo alto, ocultando su mirada bajo la
corteza y cubriéndola con un abanico de hojas multicolor. A medida que fue
pasando el tiempo, ella le visitó cada vez más, casi con ansia. La veía subir
la colina corriendo, como si la persiguiera algún monstruo y aquella carrera le
fuera la vida en ello.
Al
reclinarse a sus pies, la estudiaba al descansar. Se recostaba sobre la raíz
más grande naciente de la tierra, dejaba reposar allí su cabeza y el resto de
su cuerpo se hacía un ovillo. Su cabellera le hacía pensar en la tierra mojada
tras la lluvia y el río saltaba en sus ojos. Su nariz era respingona y
orgullosa, tanto como el mirlo que se posaba en sus ramas al llegar la
primavera y sus brazos y piernas se asemejaban a unas ramas tímidas que, al
crecer, se fortalecerían abrazando cada una de las depresiones de su imponente
figura cuando, ya mayor, lo escalara hasta llegar a su cima.
A
medida que pasaron las estaciones, algo en él se despertó por ella.
Al
principio se trató de compasión, un cariño por pena que brotó a raíz de
observarla noche tras noche dormida a sus pies, sufriendo en silencio las bajas
temperaturas al llegar el invierno. Sus mejillas palidecían, su cabellera se
llenaba de escarcha, los dientes castañeteaban. Y no se movía en absoluto; ni
siquiera intentaba enderezarse y volver a su casa. Todavía a medio vivir
continuaba siendo hermosa, un cadáver tan encantador como una camelia, una flor
que aún muerta continúa conservando su beldad.
Pasada
la medianoche, una silueta alta y fornida venía a rescatarla hasta encontrar en
los ojos de la joven el nacimiento de una lágrima. El desconocido, un hombre
corpulento, la sujetaba entre sus brazos firmemente e, inconsciente, la
devolvía donde debía vivir. De reojo, ella lloraba cuando era sostenida.
Sintió
celos. Luego confusión, miedo. Él se preguntaba por qué lloraba; se debatía
ante su naturaleza orgullosa al verse incapaz de abrazarla, sostenerla,
cubrirla; mover sus ramas a voluntad.
Así
pasaron los días. Ella le visitaba, se tendía dejándose morir y a medianoche se
la volvían a quitar. La imagen de aquella lastimosa camelia le hacía llorar.
Con
el paso del tiempo las estaciones perdieron importancia, así como su propio
cuerpo y los animales, que le saludaban y él parecía no verlos.
Pensaba
en ella, soñaba con ella, se alimentaba de ella. Se resignó a ser su amigo silencioso,
su compañero inadvertido hasta que, una noche helada ella se revolvió contra su
captor. En el forcejeo él lo vio: los moratones, los cortes sangrantes en
brazos y piernas. El hombre la abofeteó hasta que la joven se quedó quieta, con
la cabeza gacha y matando sollozos.
Se
ahogó en ira, frustración, desesperación. Con cada bofetada una lágrima, con
cada gota roja avecinándose a la nieve un gemido roto. Lo último que escuchó de
ella fueron sus pies arrastrando la nieve, helándose a la escarcha y el roce de
un cuerpo moribundo rendido a su monstruo.
Pero
él se quedaba quieto.
Pero
él no protestaba.
Pero
él no la protegió.
Porque
sólo era un árbol: madera y hojas, corteza y frondosidad. Eso y nada más.
Y
entonces, una última noche, ella vino a visitarle. Se acercó cojeando a la
corteza y apoyó su frente en ella. El tacto rugoso del tronco le calmó el
escozor de los callos y los cortes. Él la sintió tan cerca que bebió la
salinidad de sus lágrimas.
Sabían
a rojo. Olían a flores.
Él
la escuchaba murmurar contra él, como una feligresa que se confiesa a un
sacerdote. Supo de las palizas, de los insultos, de su control, de su soledad,
de su humillación y su desgracia. Mientras ella hablaba, él creía que iba a
erosionar con la tierra y a morir hundido en ella. Su piel se encogió sobre sí
misma tres veces antes de expandirse; el oxígeno entraba en ella desde el
verdor y salía a empujones después. La corteza poco a poco empezó a
resquebrajarse y a abrirse, se dividía en dos. El tronco partió su base hasta
que, poco a poco, la grieta de la madera alcanzó su propia copa. Las ramas
cayeron a los lados, abatidas, hasta que sus hojas dispusieron una cortina
esmeralda que cubrió a la joven, como si creyeran ser el velo de una novia
virgen.
Una
tímida rama cobriza se balanceó sobre la espalda de la muchacha, instándola a
acercarse a inspeccionar el enorme hundimiento del tronco. Cuando se inclinó
sobre éste un soplo de aire fresco entre las ramas le suspiró:
Ven conmigo
Los
ojos de la joven se encontraron con los de su compañero. Se estudiaron con
ternura y conocimiento, fruto de trato durante meses en absoluto silencio.
El
brazo de su amigo empujó su espalda con suavidad y ella, sonriendo y
entrecerrando los ojos de felicidad, cayó en el pronunciado hoyo. Se acomodó en
su nuevo nido cerrando los ojos, dejándose mecer por el rumor de las hojas al
chocar.
Un
crujido azotó el sigilo en el que se sumía el prado. El árbol enderezó su
silueta de un sólo golpe al mismo tiempo que, a modo de costura, su corteza iba
adhiriéndose a sí misma de arriba abajo. El hoyo poco a poco se fue estrechando
hasta que, con un último azote del follaje, quedó total y completamente
cerrado, llevándose consigo el cuerpo de la joven hacia su interior.
Él
sonrió, ella rio. Se sintió morir… pero de felicidad.
Desde
entonces, aquel árbol era tan, tan alto, que podía parecer abrazar el cielo con
sus ramas. A veces parecía besarlo. Era el árbol más alto de todo el lugar,
coronaba la colina más frondosa y era, probablemente, el habitante más longevo
de esas tierras y el que ofrecía las flores más hermosas que, tras morir, se
avecinaban a sus pies jugando a que parecía llorar… llorar camelias rojas.
Inspirado y dedicado a la mujer denominada Bella y al misterio de Hagley Wood: "¿Quién puso a Bella en el Olmo de de las Brujas?"
miércoles, 25 de marzo de 2015
Nueve años
Ya son nueve años. Nueve años en los que ya ni te he visto por las mañanas ni chocado contigo al girar la esquina. Es casi... un sueño.
Recuerdo tu café, tu delantal manchado, tu mirada tímida, el afecto en tu hablar, el sofá en el que solías dormitar, esos paseos en moto y, ya ahora, evoco ese lunes al que no llegaste. Esa semana. Ese mes. Ese año. Ese triste cumpleaños.
Esta noche he llorado pensando en ti, pensando en tu rostro, en tu foto en mi cartera, en esas rosas blancas puestas en tu tumba, en esa ventana a la que ahora a veces miro sin pensar en el vacío. Y, aún así, cómo sigo queriéndote. Podrían pasar siglos... creo, podrían ocurrir eternidades o creer en un delirio... que sólo fuiste un sueño breve de catorce años... pero te seguiría queriendo con la firmeza de las rocas, con la sinceridad de un niño sacado al mundo por primera vez.
Tienes mucha o casi total responsabilidad de lo que soy hoy, del camino que he seguido y de las pasiones desatendidas que me burbujean por dentro. Algo de ti arraigó tanto dentro de mí que me parece que a estas alturas ya eres mi abrazo, mi beso, mi miedo, mi alegría, mi andar, mi prisa, mi brisa, mi cantar, mi tristeza, mi ira, mi amor, mi vida, mi ida y mi venida.
Y eso, me temo, no lo cambiarán ni los años ni ninguno de los dictámenes del tiempo.
jueves, 12 de marzo de 2015
Pregunta
Tengo, con o no una segunda intención, el corazón un poco roto. Quiero llorar pero no puedo.
Me guardo dentro una pregunta y no creo que se responda. Me guardo dentro un condicional con una certeza añadida que dice: duele.
Y eso, por el momento, es todo. Todo lo que sé.
lunes, 16 de febrero de 2015
Lo que me prometí no escribir
De un
modo extraño
Me prometí
no escribir nunca versos de amor,
Nunca reales,
no serios, no sinceros.
Como
mucho fantasías, sueños,
Fantasmas
que no serían, en absoluto,
Nunca míos.
Pero últimamente
te pienso,
Te recuerdo
y concluyo:
Las cicatrices
no vistas son recuerdos.
Y cuanto
más recuerdo,
más me
hundo en versos:
Uno, dos,
tres, ¡otra vez!
Uno, dos,
tres, ¡otra vez!
Uno, dos,
tres, ¡otra vez!
Ya no
sé rimar, ya no sé jugar,
He perdido
esa capacidad.
Sólo me
limito a pensar
Y sólo
recordar. Y nada más.
Y escucho
un piano y me parece
Que me
siento sangrar, pero no llorar.
Yo no
lloro, ¿sabes?
Ya no.
No
hago como Woolf, como Plath,
Como Alberti:
no asaré mi cabeza en un horno
O saltaré
del acantilado que se abandona al mar.
Pero me
parece que el tiempo pasa lento,
Le digo
que corra y no me escucha.
Quiero
diluirlo: destilarlo, apagarlo, extinguirlo.
A esa…
¿cómo se llama
lo que
no puedes parar?
Cuando…
aún hoy,
sé
recordar los labios,
El tacto
de la piel,
Los abrazos,
La
grave voz,
La risa
traviesa
de la malicia compartida.
Creo
que aún te lloro
Y otras
no lo hago.
He perdido,
en parte,
La noción
de realidad.
¿Te la
llevaste tú
En tu
maleta a otra tierra?
Me prometí
a mí misma
No escribir
versos de amor
Y no
sé si estos lo son…
Pero…
¿sabes? Esto es extraño.
Estos salen
del corazón…
¿Así los llaman?
… Creo
que lo son.
La
gente me grita: ¡impaciente!
Ambiciosa que quiere correr y ya
olvidar.
Me auguran
estás bien, abro la boca,
Sale
la verdad y, extrañados, arrullan:
Deberías llorar más.
Pero yo
me hago atrás
Pensando
a gritos:
¡No! No me quiero romper más.
Porque
sí, porque puedo no llorar,
Puedo matar
los impulsos,
Asfixiar
las esperanzas...
Pero no
acallar los recuerdos.
Me
debato. Y así,
Como otros
lo hicieron,
bailo
entre un te amo
y un te quiero.
Entre un
te quiero aquí
Y un te quiero lejos.
Entre un
creo que
Me has robado un ápice
De aliento y no lo sabes
Y un
Ojalá lo quemases
Para así sentirlos morir.
Recuerdos.
Recuerdos.
Recuerdos.
Sentirlos morir.
Quizá
cuando acabe
De arrojar
aquí el amor,
De escribir
lo que no me prometí,
Me permita
poder llorar
Para luego
volver a reír.
Y esto
es tan triste
Que podría
llorar,
Que aún
podría amar
Lo que
queda de ti,
Que podría
hundirme un poco más…
Y dejarme
llevar.
Pero…
No, no puedo hacerlo más.
Y me
quedo quieta,
Así como
lo hacen las rocas.
Y me
siento huidiza,
Así como
lo hacen los ríos.
Y me obligo
a luchar,
Así como
lo piden los míos.
Y así,
de un modo extraño te amo,
de un
modo extraño te lloro,
De un
modo extraño me río,
De un
modo extraño me rompo…
Y de
un modo extraño, creo,
Me repongo.
Y así
podría seguir,
Sin poner
punto y final,
Sin dejar
de recordar,
Porque
te quise
Como aún
hoy amo al mar:
Con la
fuerza de la eternidad…
Sin dejar
de navegar.
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