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miércoles, 18 de noviembre de 2015

Sinestesia automática


Shh... Te contaré un secreto, ¿sabes? ¿Quieres saber cuál es?
... En ti yo veo arte.

La sinestesia automática es divertida. Es como ser un niño pequeño, un duende inquieto que, además de verte a ti, descubrirá lo que hay más allá de tu cuerpo y tus palabras, disfraces vanos. Es una de las mejores cualidades de una mente enferma. Es como pintar sin lienzo, destilar sin química, escuchar con la peor sordera pero... lamentablemente, no lo entenderás si no has visto, has escuchado, has sentido, has olido.

Es divertido, es volver a jugar con pinturas y aviones de papel. Consigues ver esencias y puedes pintarlas, perfumarlas y confesarles: Si fueras música sonarías así.

No te conozco, tú a mí tampoco. Sin embargo...

Si te viera, ¿tendrías olor a hierba, a ceniza o al esponjoso aroma siempre fresco de las nubes? Adoraría que olieras a lluvia, a tierra mojada y ahogada en agua de tiempos pasados, ese perfume que te alcanza la boca y te limpia el alma.
¿Vislumbraría en tu presencia, en el fondo de tus ojos, el sabor a almendras dulces de la cicuta o el porte regio de una abandonada casa señorial? ¿Serías una brisa de verano o un atardecer en el paraíso? ¿Existirías en plástico, en un jarrón vacío o en un gato que vigila entre la oscuridad? ¿Tendrías cuerpo de llanto, de risa, de histeria, de ira, de sueño, de melancolía? ¿Olerás a caricia, a bruma? ¿Tendrás cuerpo de pájaro o de un crisantemo helado?

He visto lo suficiente para saber que quien es otoño es una breve obra de belleza que una vez saboreada hay que desechar porque si no te siente morir, que aquellos que inspiran el hielo son fuertes y temibles pero leales en cariño, que los que aluden a los robles son férreos compañeros que sostienen tu mundo, que los que se asemejan al viento te despejarán el camino, que un cielo azabache plagado de luces plata es mejor que un tesoro, que los parecidos en hierba recién cortada y húmeda por los ríos resultan tierra firme al perdido, que quienes revelan plástico en su interior están vacíos, que los que rezuman lavanda deberían dejar de llorar para cambiar a matices más cálidos, que los que iluminan descubren nuevos senderos plagados de esperanza.

Te leeré como a un cuadro, como a una esencia en el aire, como el mejor cuarteto de cuerda que jamás hayas podido imaginar. Y por todo ello querré beberte, comerte, sentirte, olerte, imaginarte, observarte, cantarte y confesarte que, aun cuando te veas mundano... eres, probablemente, una auténtica obra de arte única a la que cazaría, quemaría, curaría, rasgaría, crucificaría y amaría hasta encerrarte en la jaula más compleja de todas: mi cabeza.

Así que, dime, ¿me autorizarías verte? ¿Me permitirías admirarte? ¿Me dejarías sentirte? ¿Me harías el gran honor de convertirte en obra de arte?

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