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viernes, 11 de septiembre de 2015
Presión, tartamudeo
Es una afilada espada, tal vez ordinario cuchillo, pero me puntea en lo más alto de mi espalda. Me presiona la piel y me vuelve consciente de la ansiedad, el estrés y el deseo acumulado que guardo en un resistente tarro de cristal dentro de mi cabeza.
si pudiera desear y cumplir, ahora mismo pediría unas alas para poder volar o, en su tranquilo y sereno defecto, conseguir una cola de sirena que me hiciera hundirme en lo más oscuro y recóndito del océano. Aquí fuera hay tantas exigencias, tantas llamadas de atención y tantas lejanías no pedidas que me asquean. Incluso los acercamientos me producen un terror masivo... además del control y la constante señal de alarma o peligro.
Estoy cansada de ir con pies de plomo, de sentir que todo lo que toco o rozo mínimamente va a romperse en mil pedazos. ¿No hay nada hecho de diamante o acero? Mejor dicho, ¿no existe alguien más resistente?
¿O quizá soy yo la que es demasiado sensible al roce o al susurro? Sólo quiero un poquito, una pizca, un soplo de tranquilidad. Los sentimientos ajenos me superan, me descontrolan y me hacen trastabillar y me pregunto, ignoro si con esperanzas, si por ahí vive alguien que sea de piedra y pueda contagiarme de cabezota voluntad así como de un poco de apatía fina, muy diluida. Casi aire.
Llegados a este punto, ¿qué debe hacerse? ¿Hacer lo que se cree que es correcto en tu cabeza o ser fiel a lo que te grita el propio cuerpo incluso?
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