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jueves, 30 de diciembre de 2010

Bajo la lluvia, bajo un paraguas


Lea saltaba los peldaños de uno en uno, pero no lo hacía con alegría o ganas, como lo haría otra persona. Ella ejecutaba cada salto de forma automática, como una autómata, como el mecanismo del reloj que marca las horas.
Del cielo caía la lluvia, ocultando con su humedad, su vaho y su niebla todo lo que había alrededor. Las casas, los árboles, la gente, la masa gris de humanidad, las mismas gotas de agua... quedaron ocultas tras una niebla densa.
La joven alzó la vista al cielo con los ojos vacíos, sin ninguna luz o resplandor que delatara vida o alma. ¿Era una muñeca rota entonces, en aquel momento...? Siguió saltando cada charco a sus pies.
A sus espaldas, poco a poco, a medida que se acercaba; se fue trazando la silueta de una joven con un paraguas por encima de su cabeza. Lea no advirtió a la inesperada visitante, sino que siguió saltando y correteando por debajo de la lluvia... buscando algo sin saber el qué.
Cath se situó a su lado sigilosamente, como un fantasma o la mismísima niebla. Con un gesto suave de su mano, colocó el paraguas encima de su cabeza y la de su compañera.
La morena la miró por primera vez con la seriedad pintada en su rostro. Cath la miraba de la misma forma:
-¿Qué haces?- preguntó ésta.
-Déjame en paz Cath. Vete.
Lea esquivó la mirada de la otra chica y, de pronto, empezó a correr. Salió disparada hacia el infinito, en dirección a la niebla y a la nada; su propia vida plasmada en ella. Cath, por el contrario, la siguió con agilidad, disfrutando de cada paso que daba. La alcanzó cogiéndola del brazo, obligándola a frenar. Lea obedeció sin inmutarse y dejó que de nuevo el paraguas la ocultara.
-Déjala Lea, déjala- dijo de pronto Cath, mirándola con indiferencia.
-Ella no podrá deshacerse de mí fácilmente. Aunque yo no haga nada... ella volverá y creerá no sentir nada.
La pelirroja la miró con sorna, soltándole el brazo y centrándose en el paraguas rojo que llevaba, a consonancia con su cabellera.
-Ella ha empezado a sentir, tú también... Déjala en paz- repitió.
Lea se volvió, mirándola, acusadora.
-¡Ella quiere estar sola!
La pelirroja la miró desafiante, pensando por primera vez en mucho tiempo que se estaba comportando como una niña pequeña.
-¡Ahora! Pero ¿y mañana? ¿Eh? ¿Y mañana? ¿Qué pasará mañana?
La morena, de repente, se volvió muy pequeña, enana, diminuta, a los ojos de los demás.
-Nadie deja de sentir algo de un día para el otro y lo sabes - continuó Cath, arrolladora-. A la mínima que ella sienta vacío o desee soledad o silencio tú no puedes... no puedes...
Parecía que le faltaban las palabras.
-Lo sé, lo sé...
-Entonces permite que haga su vida. Ha decidido arriesgarse. Deja que falle o que alcance la victoria sola.
De una bofetada, Lea apartó el paraguas que su compañera le tendía y con el rostro al descubierto miró al cielo de nuevo, a la lluvia, empapándose de ella al completo.
-A ver si ahora va a resultar... que la que de verdad necesitaba a la otra eras tú.
En medio de una chispa de odio y locura, Cath la miró con burla y superioridad haciéndose a un lado mientras Lea la observaba con la ojos propios de la ira homicida. Quería acabar con Cath, lo quería... Con ella y con todos los demonios que le confesaban la verdad.
-¡No sabes nada!
-¿Que no sé nada? Sé más que tú, que ya es mucho. Las dos somos igual de listas en el fondo, pero el secreto está en que yo veo...
La lluvia, de repente, se intensificó, empapándola del todo.
-... y tú no quieres ver.
Al momento se instaló un silencio que relajó los músculos y el ánimo de Lea. Lo necesitaba. Ansiaba la soledad y su amparo.
-Vas a coger una pulmonía si sigues así- comentó Cath, tendiéndole el paraguas.
¿Era amabilidad lo que Cath le tendía? ¿De verdad?
-Sabes que no puedo enfermar... a menos que nuestra creadora nos lo ordene así.
-¿Por qué la tratas como si fuera un dios? Ella nos ha dado vida, un mundo y nada más. Lo que hagamos con ello es cosa nuestra, ella no nos manda nada. Ella sólo se limita a escribir o describir los pasos que nosotras decidimos. La decisión es nuestra, Lea.
-¡Ella nos crea! ¡Nos dirige! ¡Nos manda! ¡Nos da felicidad o tristeza!
-¡Las tres somos una, maldita sea!- exclamó Cath, exasperada.
Lea frunció el ceño.
-Ella nos afecta como nosotras a ella. Y moriremos o desapareceremos cuando nosotras lo creamos conveniente, igual que ella. Deja de comportarte como una cría, como si ella fuera tu madre.
Lea suspiró, se llevó las manos a la cabeza y, derrotada, se dejó caer al suelo; empapándose en uno de tantos charcos que había saltado.
-Ahh... Cállate.
-No voy a callarme, lo sabes.
Lea no respondió, sólo se quedó inmóvil. Respiró cada bruma o cada soplo de aire como si fuera el último de su existencia... aunque sabía que no era así. Ella no ansiaba la muerte, ni mucho menos... La ansiaba a ella.
Cath se arrodilló a su altura, en un patético intento de consuelo que ni ella misma entendía. De repente, sin decir nada, arrojó el paraguas al cielo y éste cayó con fuerza al suelo, abandonado de cualquier manera a manos de la lluvia.
-¿Qué mierda haces con el paraguas?- propinó Lea, con voz ácida- Tú también vas a mojarte.
La pelirroja se llevó la mano derecha a la cabeza, tocando y cepillando con sus dedos su mojada cabellera de destellos de sangre. Una sonrisa tintada de malicia asomó sus labios.
-A mí también me apetece mojarme.
-Pero... ¿qué dices?- la observó como a una lunática con ansias de sangre y muerte.
-Digo...
Cath se inclinó encima de la oreja derecha de Lea, susurrándole en silencio, mientras la lluvia apagaba su voz:
-... que a mí también me apetece llorar.
Acto seguido, como si de un resplandor se tratara, Lea abrió los ojos presa de la sorpresa y la rabia, admitiendo en silencio que, de nuevo, aquel monstruo depravado que tenía delante la había vuelto a coger. Jamás lo diría en voz alta pero, en el fondo, sabía que tras esa fachada de psicópata que Cath poseía, se encontraba, tal vez, un resto de compasión humana.

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