Cuando chocan dos polos opuestos entre ellos se causa una enorme explosión de... ¿atracción?
Al principio los besos eran muy suaves y tiernos, iban con cuidado y meticulosamente calculados. Transmitían más una sensación propia de flotar o volar por encima de las nubes, observando todo lo que queda por debajo de nosotros con facilidad. Era como soñar, pero no estaba tintado de esa felicidad que describen los enamorados.
Aun así, me gustaba.
Pasaron unas semanas que finalmente se convirtieron en un sólo mes. Los abrazos seguían siendo igual de cariñosos pero, esta vez, con un fondo emocional más profundo que ocasiones anteriores. Y sin embargo, dejando de lado las manos, el cuello, las caricias o cualquier otro elemento, los besos fueron cambiando.
Se tornaron más intensos, más marcados y, desde luego, más transparentes y posesivos. La sangre que antes había catado de forma muy leve se hizo entonces más presente. Podía tocarla, beberla y hasta mancharme los dedos con ella si quisiera.
Cath disfrutaba.
Lea observaba expectante una reacción.
Ahora ya no queda espacio para la sutilidad, sino para el instinto. Cada cálculo o pensamiento planeado han desaparecido del todo y han sido sustituidos por la agresividad o el marco territorial propio de una bestia.
Hemos alcanzado ese punto entre inteligencia y moral e instinto y deseo. La balanza ha empezado a decantarse por la negrura de mente y la falta de raciocinio.
Finalmente, por debajo de todo, se escucha atentamente el latido del miedo y la timidez, además del silencio voluntario y sumiso.
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