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domingo, 20 de marzo de 2011

Días de rosas


Una mañana de primavera la joven oyó de fondo cómo llamaban a la puerta insistentemente. Al abrirla, se encontró a su mejor amigo con una sonrisa y una mirada repleta de ardor. Entre sus manos sostenía un ramo de rosas, rojas como la misma sangre que teñía aquellas mejillas dulces e inocentes.

A partir de entonces, las rosas se presentaron cada día en su portal, en su trabajo, en su cama, en su descanso, en su fatiga, en su enfermedad, en su alegría, en su nostalgia, en su felicidad y en su vida.

Ante aquella magnitud de pétalos, cada una de las cascadas de esa flor barrió su cuerpo, su canción, sus palabras y su mente se nubló. Pasaron años, estaciones, horas, días y segundos; pero la primavera no se movió de su corazón. Siguió ahí, en su interior, como el rosal que ella misma plantó junto a su amado para recordar siempre el inicio de aquel romance.

Las rosas florecieron, murieron, germinaron, crecieron... Volvieron a florecer y a morir, en una eterna existencia que parecía no acabarse nunca... al igual que los besos, los abrazos, las palabras de cariño, las caricias, los detalles, las miradas y la eternidad de cada uno de ellos.


Así que, cuando le escuchó por teléfono, todavía no podía creer lo que escuchaba:

-Claro, en el hotel a las siete, como siempre. Yo también te quiero.

Sólo cuando encontró la targeta de la floristería la realidad la abofeteó con estrépito.


Fue entonces que, por muchas primaveras, flores y cantos de pájaro poblaran su interior; quedó claro que ella no se había detenido en pensar en las espinas que las rosas esconden en sus tallos, afiladas y preparadas para hacer sangrar.

Y una noche de finales de invierno, la última de la estación de la pobreza de corazón, él dormía profundamente en su cama; creyendo todavía en aquel sueño de rosas y amor eterno. Siguió creyendo hasta el final en ese hermoso sueño incluso cuando, desde el descanso de Morfeo y de las sábanas, ella le observó atentamente desde las alturas más lejanas del cielo infernal.

Las rosas se marchitaron esa misma noche, en el mismo instante en que las tijeras de podar le cortaron la yugular limpiamente.

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