SafeCreative

SafeCreative
Todos los derechos reservados

miércoles, 23 de marzo de 2011

Vale, es cierto: me he encaprichado


Me he encaprichado, enamorado y, en conclusión, hechizado.

Me he encaprichado de tus ojos marrones y sinceros, de tu sonrisa, de ese pelo que nunca te peinas, de esas manos que tocan las mías al igual que acarician las teclas del piano, de ese andar tuyo tan despreocupado, de esa sensibilidad que impregna tu cuerpo, de esa voz tan divertida, grave y profunda a la vez; de esa barba o bigote mal recortado, de ese aroma que te hace tan característico, de tu bondad, de esos ronroneos que susurras cuando me tienes cerca, de esos abrazos tuyos tan fuertes, de tu sinceridad, del misterio que a veces muestras y otras no, de esas ofensivas en mi espalda, de tu risa, de tus buenas y malas salidas, de tu letra, de tu verguenza, de tus mordiscos, de tu habilidad innata para con el cubo de rubik, de tu suerte, de tus miradas y de esos "te quiero" que murmuras como si fueran un secreto, para que nadie nos oiga y nos descubra queriéndonos a la luz del día.

He descubierto que los tópicos de los cuentos son ciertos: si estás mi alrededor parece algo más interesante, si faltas el mundo pierde un poco su color natural. Contigo he logrado ver que no es del todo malo confiar o depender de alguien, de querer sentirse cerca de la persona que quieres.

Contigo puedo llorar, reír, hablar y sentir sin miedo a represalias, sin temor a que me juzguen o me limiten. Puedo ser yo misma, calmarme y atrapar esa paz que me brindas sin que lo sospeches.

...

Porque, en definitiva, sin miedo a equivocarme; puedo afirmar abiertamente que el estar contigo me hace real... como lo son cada una de tus melodías.

domingo, 20 de marzo de 2011

Días de rosas


Una mañana de primavera la joven oyó de fondo cómo llamaban a la puerta insistentemente. Al abrirla, se encontró a su mejor amigo con una sonrisa y una mirada repleta de ardor. Entre sus manos sostenía un ramo de rosas, rojas como la misma sangre que teñía aquellas mejillas dulces e inocentes.

A partir de entonces, las rosas se presentaron cada día en su portal, en su trabajo, en su cama, en su descanso, en su fatiga, en su enfermedad, en su alegría, en su nostalgia, en su felicidad y en su vida.

Ante aquella magnitud de pétalos, cada una de las cascadas de esa flor barrió su cuerpo, su canción, sus palabras y su mente se nubló. Pasaron años, estaciones, horas, días y segundos; pero la primavera no se movió de su corazón. Siguió ahí, en su interior, como el rosal que ella misma plantó junto a su amado para recordar siempre el inicio de aquel romance.

Las rosas florecieron, murieron, germinaron, crecieron... Volvieron a florecer y a morir, en una eterna existencia que parecía no acabarse nunca... al igual que los besos, los abrazos, las palabras de cariño, las caricias, los detalles, las miradas y la eternidad de cada uno de ellos.


Así que, cuando le escuchó por teléfono, todavía no podía creer lo que escuchaba:

-Claro, en el hotel a las siete, como siempre. Yo también te quiero.

Sólo cuando encontró la targeta de la floristería la realidad la abofeteó con estrépito.


Fue entonces que, por muchas primaveras, flores y cantos de pájaro poblaran su interior; quedó claro que ella no se había detenido en pensar en las espinas que las rosas esconden en sus tallos, afiladas y preparadas para hacer sangrar.

Y una noche de finales de invierno, la última de la estación de la pobreza de corazón, él dormía profundamente en su cama; creyendo todavía en aquel sueño de rosas y amor eterno. Siguió creyendo hasta el final en ese hermoso sueño incluso cuando, desde el descanso de Morfeo y de las sábanas, ella le observó atentamente desde las alturas más lejanas del cielo infernal.

Las rosas se marchitaron esa misma noche, en el mismo instante en que las tijeras de podar le cortaron la yugular limpiamente.

sábado, 19 de marzo de 2011

Vivo en una ciudad...

Vivo en una ciudad en la cual pierdo mis versos,
donde escapan de mi cabeza y se caen de mis bolsillos.

Vivo en una ciudad donde no puedo llorar,
porque mis lágrimas no serían reales.

Vivo en una ciudad donde me cansan sus gentes,
todas y cada una huecas como los muñecos.

Vivo en una ciudad donde el tiempo es lento,
tanto como la inteligencia y rápida lo es la ignorancia.

Vivo en una ciudad donde el alcohol prende,
como un libro o un buen consejo quema.

Vivo en una ciudad donde se camina solo,
sin que nadie pretenda darte la mano.

Vivo en una ciudad donde la fama cobra un alto precio,
mientras el talento no es reconocido.

Vivo en una ciudad donde un día llueve,
otro nieva y hace sol, mutante y cambiante.

Vivo en una ciudad marina donde los aromas del mar,
se entremezclan con las brisas de basura.

Vivo en una ciudad monótona que, a pesar mío,
no me ofrece nada nuevo ni estimulante.

Vivo en una ciudad que al no estar en ella,
sorprendentemente la echo en falta.

Vivo en una ciudad que me ha regalado recuerdos,
unos tan gratificantes y otros tan crueles.

Vivo en una ciudad donde me es imposible escapar
y en otras imposible de dejar.

Vivo en una ciudad que el exterior adora y yo,
en cambio, me entesto a ignorar un poco.

Vivo en una ciudad de la que no escapo, de la que no me siento unida, de la que no me espera nada, de la que en ocasiones me marea, de la que me causa tristeza, de la que me provoca nostalgia y, sólo a veces, instintos homicidas.

viernes, 18 de marzo de 2011

Amor trucado


Tú y yo empezamos, como una bofetada, como una ironía, como una broma cruel para el amor; el 23 de abril.

Sant Jordi.

Te presentaste en mi portal con una rosa, una sonrisa tímida que escondía algo de sarcasmo y, a pesar de que no lo admitas, con esperanzas de que por fin te aceptara. Puede que fuera la rosa, la compasión, la lástima, el aburrimiento o las ganas de probar algo nuevo. Fuera lo que fuera, me incliné y te besé.

Fue la mar de fácil porque, en el fondo, no eras tú por quién sentía algo.

Experimenté lo mismo que besar una piedra. Nada de nada. En el fondo, sin embargo, palpé algo de entusiasmo y con pobreza de espíritu me aferré a ello. A pesar de lo cruel que resulte la verdad sólo te acepté porque no tenía nada que hacer, la rutina me pesaba y el fingir ya resultaba demasiado fácil. Así que, una parte de mí, se preguntó... ¿podría burlar al amor? ¿Podría no sentir nada a pesar de los besos, los abrazos, los susurros  las miradas, las caricias?

Y así fue.

Ni siquiera te tenía cariño. Puede que una pobre parte de mí, únicamente instintiva, se acercara a ti para ansiar sentir calidez hacia alguien vivo que sí conseguía palpar emociones. Y yo, muerta en vida, me esforzaba por robarte algo de esas percepciones.

Yo debía parecer, ante todo, humana.

Al mirarme tus ojos me gritaban "quiero llevarte a la cama", los míos rezumaban indiferencia. Tus manos intentaban cazarme aun estando a tu lado, sin lograrlo. Tus besos quisieron marcarme como tuya, pero cada uno de ellos los borró mi propia piel. Tus abrazos desearon conservar mi presencia pero, a pesar de su intensidad, mi cuerpo ni siquiera pretendió guardar tu tacto.

Los dos sabíamos que hacíamos teatro. Tú y yo, ninguno se libraba.

Yo tal vez porque luchaba por sentir algo que fuera, por fin, desesperadamente  condenadamente humano. Tú porque, siendo claros, solamente querías sentirme en tu cama. Querías a alguna que cayera.

Sin embargo, sabiendo que lo normal habría sido dejarme y buscar a otra, te negaste en redondo. Con cabezonería te negaste a dejarme ir, incluso sabiendo que ya tenías a otra en tu punto de mira y yo, desde siempre, había observado a otro en secreto.

Cuando empecé a ir con otros chicos, únicamente amigos y nada más, caíste en la trampa de los celos. Y yo, indiferencia personificada, ignoré cada uno de tus reproches, dudas, inseguridades y preocupaciones.

Me planteé qué hacía contigo. ¿Por qué? Ya habías perdido toda la gracia.

Fue entonces cuándo descubrí el pastel: Tú y mi amiga, mi amiga y tú. ¿No podías haber sido más original? Lo más patético fue que lo sospeché, me lo dijeron y lo ignoré todo porque, a pesar de los engaños y de las mentiras piadosas, nada me importó.

Ambos fuisteis patéticos y yo, también un poco, en el fondo; por mentirme y dejarme engañar.

La única reacción que tuve fue dejar los ojos en blanco.

Siempre dijiste de mí que yo era inalcanzable. Yo lo negué todo aun sabiendo que tenías razón porque puede que, Cupido, extraviado; todavía no hubiera disparado una de sus flechas. Esperaba pacientemente a que me disparara, que me acelerara el corazón, a que sintiera esa ansía por tenerte a mi lado.

Quería sentir esas cosas que contaban las parejas...
... pero no pasó nada.

Incluso cuando supe que nada más dejarlo empezaste con otra más cerca de tus posibilidades, mi corazón no se sintió herido, ni humillado ni molesto. No te eché de menos.

Te buscaste una chica inocente, ingenua por lo que me han contado, muy apropiada para tu condición. La vi de cerca una vez y me observó de forma curiosa, conociendo la relación que habíamos tenido tú y yo. Se limitó a estudiarme desde una distancia prudente.

Aun sabiendo que sonará mal, no le ví nada especial. Me pareció corriente, vulgar, algo más del montón... pero sabiendo cómo era yo; os deseé de todo corazón que os fuera bien.

Y ahora, cuando sabes que camino de la mano de otro, te has presentado frente a mí como una pieza rota del pasado, un suspiro que no alzó el vuelo y se unió al aire. Me sigues mirando de la misma forma que antaño, continúas lanzándome las mismas palabras con doble sentido, me tocas dejándote guiar por tu capricho... mientras te rehuyo a toda costa.

"Bueno, algún día dejarás de tener novio..."

Palabras vacías de una cabeza vacía... porque, aunque así fuera, ¿quién dice que volvería contigo?

martes, 15 de marzo de 2011

En lo alto de la pradera


Hacía poco que había dejado de llover. Los nubarrones seguían en lo alto del cielo, recordando la presencia de la lluvia que habían dejado caer sobre la ciudad y las montañas, allí donde todavía se respiraba limpieza en el aire y en la tierra.

En lo más alto de una montaña, donde el aire era tan nítido y puro que hasta podías ahogarte con él al aspirarlo, dos jóvenes estaban estiradas en la hierba. Cada una de ella mantenía la mirada perdida en un mundo distinto. En uno la tierra helada creaba glaciares y escarchaba las flores, todavía sin morir, congeladas en el tiempo con cada copo de nieve que caía. Y, en el otro, el mundo se tintaba de una brisa bohemia que inspiraba el alma, servía a los instintos y los sentimientos estaban a la orden del día.

La más joven de las chicas se apoyaba sobre sus codos en el césped y dirigía sus ojos borgoña entre ellos, centrándose en la lectura de Cumbres borrascosas. Con una sonrisa pícara se deleitaba con el sustento que lograba entre esas páginas, tintadas de sentimientos tan intensos como la pasión, la ira, el rencor y la tristeza llevada a la muerte. A sus pies, alzados en dirección al cielo, se encontraba la otra muchacha, mirando al cielo sin ver nada en realidad, jugueteando sin ser consciente con el crisantemo escarchado que sus pálidos dedos sostenían en un día de verano.

Ambas llevaban un vestido de gasa blanca que la brisa ondeaba suavemente, casi con cariño. La fogosa cabellera de Cath se levantaba por encima de sus hombros en dirección al cielo, como si quisiera tocar la libertad que rozaba las nubes. Más de una vez el viento intentó llevarse volando las páginas del libro que leía, pero con un susurro ella le pidió intimidad. Céfiro fue a jugar entre los mechones azabaches de Lea, al otro lado; alzándolos tímidamente de la brizna de hierba que aplastaban.

Con un ligero movimiento de manos, Cath cerró de un sonoro golpe el libro. Lo puso bajo su pecho para que el viento no se lo llevara. Hoy en día, Céfiro era un ser caprichoso.

La joven se volvió hacia Lea, quien seguía observando embelesada el crisantemo helado, tan hermoso como la caída de las hojas otoñales. La pelirroja observó esa flor eternamente fría con los ojos en blanco.

-¿Por qué te has traído eso ahí?- señaló la flor.

La morena echó un vistazo rápido a su compañera pero pronto la dejó estar.

-Me gusta mirarla, es bonita.

-No lo es, es fría y muerta.

-No, no está muerta... Su belleza será eterna. ¿No te parece perfecta en el tiempo mientras éste siempre cambia, siempre muta?- insinuó Lea.

-La vida precisamente es bella porque únicamente dura un instante.

Lea optó por ignorar cada una de las palabras de Cath y siguió deleitándose con cada estrella helada que recorría los pétalos del crisantemo.

-¿Y tú con ese libro? ¿Qué me dices?

-¿Qué quieres decir?- inquirió Cath.

-Tanto sentimiento y emoción entrelazada resulta abrumador, ¿no te parece?

Cath rompió en sonoras carcajadas, aplastando un poco más la tapa dura del libro con su pecho en cada convulsión.

-Vivo de ello, cielo. Si no fuera así moriría.

La crueldad y el cinismo asomaron a los labios de Lea, a la vez que observaba su flor.

-Probémoslo entonces- tendió el crisantemo a Cath-. ¿Morirás si tocas algo muerto, algo helado, algo... frío?

Con una mirada cargada de serenidad y paz, algo inusual en aquella criatura indómita, Cath extendió la mano y tomó la flor por su tallo. Al principio no ocurrió nada pero en unos segundos apenas, la flor tembló y cada uno de los cristales helados que la rodeaba empezaron a deshacerse lentamente pero sin pausa alguna. En unos instantes, como si la flor hubiera tocado el mismísimo sol, el hielo y el frío desaparecieron como si jamás hubieran tenido lugar en el mundo. Fue entonces cuando la flor acabó de florecer y sus tallos se abrieron más que nunca.

Lea abrió los ojos sorprendida y Cath sonrió con arrogancia, como si supiera exactamente lo que pasaría antes que ella. La pelirroja se sentó en el césped apoyándose con el brazo derecho, dejando a un lado su libro y quedando cada a cara con la morena.

-¿Ves? ¿No es más hermosa ahora?

-Pero morirá...- musitó Lea.

-Es lo que debe hacer. Si no, no aparecería otra igual de hermosa que ésta... o más.

-Eres demasiado simple.

-Y tú muy caprichosa- contraatacó Cath.

Con un inesperado soplo de aire el libro a espaldas de Cath se abrió, las páginas corrieron alocadas entre ellas y finalmente la brisa alzó el libro por encima de sus cabezas, haciendo volar el volumen más allá del cielo, de la tierra y del mundo habitado por los hombres.

Sin media palabra, Lea dijo:

-¿Ves? Eso te pasa por descuidada y confiada.

-Quién no arriesga no gana, Lea. Es por eso que tu existencia siempre ha sido limitada.

-Y la tuya un cúmulo de errores.

-De los cuales he aprendido- finalizó Cath, sonriente.

Se quedaron en silencio unos minutos, con el único sonido de fondo que el de los suspiros del viento, quien alzaba y jugueteaba con sus cabelleras con ahínco. Eran como dos llamas de dos mundos alzándose entre la calidez del verano y el verde la naturaleza: fuego y hielo, destinados a enfrentarse.

-Nos enfrentamos mutuamente...- susurró Lea.

-... pero sin que ninguna de nosotras dos gane.

El viento, de repente, cesó.

-Porque sabemos que...

-... el día que una gane, la otra morirá.

En un segundo el viento levantó un remolino de hierba alrededor de las dos jóvenes, meciendo salvajemente su pelo y sus vestidos al compás de una melodía desconocida; tocada por pianos, voces de coro y susurros de brisas de verano.

viernes, 11 de marzo de 2011

Cumpleaños


No siento un especial éxtasis en esta fecha señalada. No obstante, admito que me hace gracia ver las felicitaciones que me llegan por todas partes, incluso de gente que en teoría debe detestarme... o al menos eso afirmaron en su día.

Muchas de las felicitaciones muestran una simple cortesía que, con facilidad, puede rozar la hipocresía. Sinceramente, no me molesta, únicamente me distrae.


Haré todo lo posible por ser sociable y animada el domingo, cuando lo celebre. Y en el fondo, cuando nadie mire, rezaré por qué no ocurra una catástrofe y pensaré cuánto me gustaría que estuvieras aquí conmigo, festejándolo.


Ahí va un año más, un paso más hacia la vejez y la madurez.



Intentaré aprovechar estos diecinueve.

martes, 8 de marzo de 2011

A la edad de un año


A pesar de que ahora son sólo un poco distintas, extraño aquellas tardes de domingo en los que la familia se reunía únicamente para charlar o jugar a algún juego de mesa extraviado en algún rincón perdido... de cualquier armario de la casa.

Entre esos armarios, cajones y estanterías con el polvo del tiempo, en ocasiones olvidados y otros bucados; se encontraron una serie de CD's que las nuevas tecnologías permiten conservar los recuerdos de viejas cintas de vídeo, ya tiradas a la basura... tal vez.

Entre esos CD's se encuentra el pasaje de una niña pequeña de tan sólo un año. Se celebra su bautizo y ahí ronda su familia, grabando sin sospechar lo que puede venir después. En esa ya cinta de vídeo olvidada siguen vivos todos en su juventud o su madurez.

Sonríen sinceramente con la ignorancia del pasado, mientras los del presente mostramos una sonrisa amarga, conocedores del futuro de las sombras que aguardan en los recuerdos.

Tras las imágenes de la iglesia, la familia sale al jardín para grabarse y hacerse fotos mutuamente. La protagonista del evento, mientras es observada por su yo del presente; una joven ya de inocencia perdida, es alzada del suelo con felicidad.

Unos brazos largos, delgados y pálidos, que acompañan a un cuerpo igual de flacucho; sostienen el poco peso de la niña. Ésta es observada por dos ojos marrón oscuro, colocados en el rostro de un ángel de pelo negro corto, de sonrisa fina y aún así hermosa.

A la vez que el hombre mira a la cámara con gesto pícaro la niña ignora el objetivo y esconde la cabeza en el pecho del hombre, justo cuando él aprovecha para posarle un beso dulce en el pelo castaño oscuro y corto.


Por encima de la enfermedad, del sufrimiento, del seguimiento y tratamiento médico constante, de los momentos de tristeza y de toda la ignorancia, el amor que aquellos dos ojos desprendieron por esa niña fue real hasta el último instante de sus días.



El paso del tiempo


Las estaciones pasan y con ellas los recuerdos, los alientos que poblaron la tierra y las pisadas que una vez fueron originales de los hombres.

Aquel año... el verano me dejó un sabor amargo en la boca, el otoño me provocó una apatía sobrenatural, el invierno permitió que la lluvia se me calara en el cuerpo y, finalmente, la primavera me gritó cruelmente al oído que el tiempo no se detenía cuando yo sí lo había hecho: la gente moría, nuevas vidas nacían, los espíritus crecían y las emociones seguían mutando.

Sangrando me preguntaba al mirar al cielo si alguien me vería quieta, inmóvil, muerta en vida en la acera. ¿Alguien repararía en cómo me sangraba el pecho? ¿Se fijarían en cómo temblaba mi sonrisa? ¿Se preguntarían si el vacío de mi mirada sería tan oscuro como parecía?

Cada risa, cada mirada, cada aleteo de un pájaro, cada beso, cada caricia, cada llamarada, cara brisa de aire, cada flor, cada coche que pasaba, cada grito, cada... vida que se perdía ante mis ojos me mostraba la verdad a gritos: él se había ido.

Yo seguía viva, él no. Yo respiraba, él no quiso. Yo pisaba el suelo, él había decidido burlarlo. Yo aparté el cuchillo, él prefirió saltar.

Y entre la masa de humanidad que me rodeaba me pregunté si sería capaz de parar el tiempo y conservar el dolor, sentirlo hondo y no olvidarlo. Lo conservaría como la prueba de su existencia. Sería tan valioso como cada sonrisa, cada palabra amable y cada mirada animada que me dedicó en vida; cuando no me soltaba de la mano y, sin embargo, optó por soltar la suya propia.

Me hice una promesa: reiría, cantaría, hablaría, sonreiría y viviría cada día de mi vida como una condena eterna de felicidad frustrada. Así el mundo se detendría a mis ojos sin que nadie lo advirtiera... Demostrar que, si yo parecía viva, él no parecería estar muerto.


Ellos lloraban abiertamente su ida, su decisión y adiós al mundo en el que él había sido amado, crecido y criado. Tras las máscaras rotas, el dolor de la despedida y la ventana abierta me juré que jamás volvería a derramar una sola lágrima frente a ellos. Si nadie era fuerte, ¿quién lo sería?

Yo debía callar, escuchar y animar aunque nadie me levantara a mí. Yo sería la fuerte, nunca más la débil.

"La debilidad es un lujo que no puedo permitirme."


Allí empezó mi vida: un frustre del mejor teatro jamás contado que, en el fondo, no son más que unas memorias de una alma poco humana. Tal vez, sólo un poco quizás... una pequeña parte de las crónicas de una misántropa escarchada.



"Belén Esteban es la negación de la condición femenina."

Literatura comparada.


Desde luego hay clases a las que merece la pena asistir, ya sea por la lección o por el docente que la imparte.

domingo, 6 de marzo de 2011

5 de marzo de 2006


Hoy sí te he sentido cerca, muy cerca, aunque se interponga entre nosotros una placa de plata con dos fechas. Una muy feliz, otra muy triste. Un año más, un ramo de rosas blancas más, quienes simbolizan una vez más tu pureza.



Te sigo echando de menos, nada ha cambiado... pero también quiero seguir viva.

Tú te has detenido, yo sigo adelante; así que ayúdame a seguir.



Al menos, hoy... he podido dar un paso más con alguien importante gracias a ti.