Después de una mala semana que crees que no puedes empeorar, viene otra que va a ser peor.
Así que, no sin esfuerzo, me escapo un momento de mi estresante agenda para actualizar porque en toda la semana siguiente no lo haré... 11 exámenes nada más ni nada menos que ésta última semana, que sin duda va a ser la más intensa de este maldito curso de locos.
Dios, ¡cómo quiero largarme de esta cárcel!
Al principio no era más que una niña cualquiera que corría por el patio del colegio, que la saludabas cuando te cruzabas con ella por los pasillos, que en ocasiones te llevabas mejor o peor, pero... En fin, no le di importancia.
Fue curioso que, al separarnos, todo diera un giro de ciento ochenta grados entre nosotras.
Es alta, de piel clara, con una mirada que se entremezcla entre la corteza de un roble y entre el verde de una pradera recién cortada en verano. Con la nariz pequeña, la boca risueña y el pelo castaño claro y ondulado, posee un rostro muy dulce, angelical.
Camina como si flotara, con cada paso y palabra que pronuncia bien elaborada. Jamás levanta falsos testimonios, siempre calcula cada acción o palabra que dice. En eso se parece a mí, por razones no tan distintas a las originales.
Hace tiempo que le dije, justo cuando ella y yo empezamos a ser confidentes de verdad, que parecía que ella hubiera salido de una nube, de un cielo extraño y lejano, demasiado bonito e irreal para haber salido entre tanto hierro, plomo, contaminación y colores grises. Puede que venga del cielo.
Yo hace tiempo que me caí de ahí. O puede que nunca lo haya estado; ya no lo sé.
"Me tienes en un pedestal y no me gusta."
Puede que sea así. Intentaré remediarlo, aunque te aviso de antemano que va a ser difícil bajarte de ahí: no lo pones fácil, ¿sabes?
Que alguien como yo tenga como confidente y mano derecha a un ángel resulta algo irónico. Cuando lo pienso, a veces, no puedo dejar de reírme.
De las muchas cosas que tengo, eres de las pocas a las que aprecio.
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