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viernes, 15 de enero de 2016

Teclear en negro. Mente dormida


Sucedió… a oscuras.
La puerta de la entrada crujió. Un ruido pesado, sordo, se arrastró desde la entrada hasta el pasillo y, a tientas, busqué la lámpara de la mesilla. Presioné el interruptor.
Nada. Negrura absoluta.
Temeroso, abandoné la cama…, con los nervios punzándome la nuca y un cosquilleo en mis dedos. Un zumbido agudo, penetrante, me atravesaba los oídos. Era el corazón.
Un eco de pasos se detuvo frente al dormitorio. El picaporte giró, la puerta chirrió. El silencio dio paso a murmullos desconocidos, a suspiros ahogados; afuera un perro ladraba, un coche aceleraba y el viento golpeaba mi ventana.
Y, de pronto, vislumbré el inconfundible resplandor metálico, brillante, del cañón. El zumbido en mis oídos se hizo más intenso y claro, tanto como el percutor al accionarse. Una inspiración, el chasqueo del cargador, una espiración y, de la nada, un pávido fulgor que iluminó la estancia.
Una habitación a oscuras, un peso muerto que cae, una sigilosa retirada y, de fondo, un rojo sangre en la moqueta.

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