Nunca habían probado la Ouija.
El chico hizo correr la púa de la guitarra, a falta de material apropiado, por encima del tablero. Pero no fue su intención, no quiso hacerlo.
-Vale, ¿quién ha sido?- preguntó, en tono burlón.
Todos negaron con la cabeza, con la piel pálida y perlada en sudor. Los cuatro chicos temblaban, cuando antes reían y fingían ser hombres valerosos.
De nuevo, una corriente de aire cruzó el umbral del sótano a través de la minúscula ventana a la altura del techo. A todo el mundo les volvió a cruzar un escalofrío de la espalda, pero siguieron con el tablero, a sus pies.
Colocaron de nuevo sus dedos encima, y repitieron el nombre del chaval muerto hacía unos meses en el colegio, ahogado en uno de los retretes. Por su culpa.
Todo el mundo lo sabía: aquel chico había muerto porque alguien lo había dejado allí, flotando en las aguas estancadas del sucio servicio de chicos, en la quinta planta, junto al laboratorio.
La púa de la guitarra volvió a deslizarse por el tablero marcando la primera letra: M.
Los chicos tragaron saliva, ellos sabían que el nombre de su compañero empezaba por B, de Ben. Aún así, siguieron.
Cuando aquel cuerpecillo puntiagudo se detuvo en la siguiente letra, la O, más de uno tuvo que exhalar una bocanada de aire. Luego llegaron la R y la I, a lo que todos se quedaron muy quietos, paralizados por el pánico y la brisa que entraba por la ventana. Uno de ellos juró haber escuchado algo.
-Lo juro, lo juro... He escuchado algo.
Los demás le ignoraron y él no se atrevió a soltar la púa. Finalmente llegó la D y los chicos echaron cuentas: M-O-R-I-D.
Los cuatro, a la vez, se levantaron con el aliento de la muerte rozando sus espaldas. Gritaron y chillaron despavoridos, en dirección a la salida. La puerta estaba cerrada, pero nadie recordaba haberlo hecho.
Fue entonces cuando todos se quedaron muy quietos. La ventana se había abierto del todo, el viento de la noche los había envuelto a los cuatro y un escalofrío congelado les cruzó la espalda a todos.
Finalmente, percibieron con total claridad un aliento húmedo, putrefacto y siseante, rozándoles la nuca. Cuando vislumbraron el semblante de un joven empapado y sonriente, con la locura y la malicia tintadas en su sonrisa, ya era demasiado tarde.
Por último, escucharon:
"Con los muertos no se juega."
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A la mañana siguiente, sus cuerpos fueron encontrados flotando, irónicamente, en los retretes del colegio.
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