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miércoles, 27 de enero de 2016

En ti vi música, colores y pájaros


En los territorios de Centroamérica y Norteamérica, así como en la parte oriental de Estados Unidos, se encuentra un ave llamada cardenal norteño que habita en bosques, pantanos y jardines. Se trata de un pájaro cantor de un brillante plumaje rojo en los machos y en matices bermellón y café en las hembras.

Lo que más atrae de esta especie es su canto, que consiste en un sonido alto y claro, en ocasiones suave, cuyo gran objetivo la mayor parte del tiempo es atraer al macho o a la hembra. Canta alto, sin llegar a ser estridente, en muchas ocasiones para lanzar dos mensajes muy claros: delimitar su territorio o atraer al compañero. Tan bien se le da la virtud de su canto, que una de sus mejores capacidades es que es capaz de distinguir a otros cardenales mediante el sonido de su música particular, pues a medida que pasa el tiempo los patrones de sus llamadas evolucionan y cambian en patrón y ritmo.
Se pasan el resto de su vida escuchando cantar a sus compañeros, sus canciones, y entregando, de vuelta, su propia música. Es escuchar una canción hermosa que no tiene fin.

Así es un poco ella, al menos es lo que acude a mi mente cuando la escucho hablar. Cuando habla es como si cantara. Su voz tiene algo de musical, suave pero al mismo tiempo un tono claro que te obliga a escuchar. A atender si su canto delimita el limbo por el que viajan los pensamientos de tu mente o si, por el contrario, está advirtiendo la amenaza que te supones a ti mismo cuando ahondas en la autodestrucción.

Cuando la observo y se me manifiesta la sinestesia automática en la cabeza, un cardenal de deslumbrante plumaje púrpura me inunda las pupilas. Contemplo un pájaro que vuela sorteando otras aves y copas de árbol naciente o a medio quebrar. Y vuelva, y canta, y vuela, y canta... El sol se refleja en sus plumas, rebota contra ellas y la luz dorada se torna un tanto rojiza.

Brilla. Es luz. Luz que canta.

En mi caso, tanta luz y música es bienvenida. Si tuviera que explicarlo con palabras, que es prácticamente lo mejor que humildemente puedo ofrecer, hace cuatro años me volví ciega, sorda y muda. La vida se había convertido en un fundido a negro donde, el único color que me permitía contemplar, era un rojo oscuro que me dañaba las muñecas y me acongojaba la cabeza.
El rojo me ataba a la vida. Eso y el gris que tiene el llanto; y el negro de tinta que tienen las palabras; y el vacío de color que escuchaba cada día en casa cuando gritaban mis padres.

Mi escala cromática de aquella época era triste, seca, limitada y, bien lo sabe ella, dolorosa.

Llegué a aquella consulta con mi música particular pintada de colores tristes y rotos. Era como un cuadro que alguien hubiera tirado o una canción tocada por la armonía rota de un violín. Mi música negra y oscura. Qué extraña era, qué abominable me parecía.

Me senté en una habitación pintada de blanco y me acomodé en un sillón del mismo matiz. La sala olía a vainilla cuando reparé en las velas que adornaban el banquito de madera. Prendió una y atenuó las luces.
La sala se volvió oscura, cierto, pero la luz de que luchaba en la penumbra me calmaba la cabeza y facilitaba que el nudo que vivía en mi garganta se soltara y empezara a llorar. 

Llorar.

Sólo eso: llorar. Llorar con la tranquilidad de quien sabe que nadie gritará, que nadie humillará, que nadie juzgará. Llorar con la certeza de que quedará, únicamente, la escucha y, en su caso, una voz que hablando casi roza el canto.

Y entonces, cuando callé yo con mi voz rota de violín en negro y rojo, habló ella.

El momento me recordó a esos paseos de infancia que tenía de joven cuando, en el bosque de Esparraguera y en la quietud del sendero, de pronto el silencio se rompía y un pájaro piaba. Miraba al cielo y buscaba pero, lógicamente, no encontraba desde dónde sonaba la música.

Pero allí, en el policromado blanco de la consulta, la música me llegaba con claridad y no debía alzar la cabeza a los árboles o al cielo para descubrir el canto y su autor. De pronto mi cabeza fundida en negro ya no era oscura, los gritos ya no eran las únicas notas que me alcanzaban con claridad. En aquel momento era una voz de suave tono risueño, claro, directo y sincero la que me hablaba con verdad y empatía.

Pasaron los días a ser semanas, las semanas se convirtieron en meses, los meses se volvieron años. Los años en el hoy tan presente ya. Mucha música se ha tocado en aquella consulta con su, siempre eterno, blanco de fondo. Sonidos formados por llantos, por risas, por charlas amenas, por desesperados gritos callados, por silencios que susurraban derrotas, por regocijo de victoria... acabaron mutando en una canción tocada a dos manos.

A veces una canción extraña, a veces triste, a veces feliz, a veces burlona. Pero nueva, auténtica, que rezumaba vida. Algo que, al fin y al cabo, parecía no sentir.

Siempre guardaré con cariño aquellas primeras palabras suyas: Estoy aquí para romperte la cabeza. Todo lo que creas, todo lo que creas cierto, todo lo que pienses que es verdad... Todo, absolutamente, todo, lo romperé.

Gracias por romper la música rota, los colores viejos en negro y rojo, el sufrimiento en cadena. Y gracias de nuevo por continuar haciéndolo todavía al día de hoy cuando tropiezo y sola no puedo. 

Quizá te rías al leer estas líneas. Hazlo. Será como escuchar de nuevo el canto del cardenal, que rompe el silencio en notas de destellos cobrizos. Si tuvieras otro cuerpo, en mi mente, serías así: un ave perfilada en intenso rojo y ocre. 

Música. Plumas. Color. Gracias, en definitiva, por salvarme con palabras. Sólo estando ahí, escuchando, interrumpiendo, enseñando, mostrando y evidenciando la verdad más clara y también la más oscura. Y más gracias aún por hacer de ello tu profesión.



Tu infinitamente agradecida paciente,
C.


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Imagen extraída de deviantART. Nombre: Red Cardinal watercolor. Autor: excentric.

viernes, 22 de enero de 2016

En ti vi arte



A Mq,

Cuando he captado con los ojos o con el sentido del tacto aquello que me ha producido un cosquilleo que nacía en la nuca, descendía por la columna y acababa en la cintura culminando con la relajación absoluta de todos y cada uno de mis músculos, he sabido que se trataba, al menos para mí, de arte. Es una especie de agitación que me llega cuando veo ese contraste de colores que me sacude, cuando escucho esa voz o armonía rota que me parte o me regenera el alma, cuando unas líneas me dejan reflexiva, cuando la visión de una hoja de otoño crea armonía junto a sus hermanas o cuando un aroma a libro o lluvia me abraza el olfato hasta sumirme en un sosiego capaz de calmar cualquier inquietud interior.

Incluso en ocasiones me he imaginado la palabra arte bajo mi propio prisma. La vislumbro llena de colores que ahondan el rojo fuego, el verde hoja, el negro noche y un blanco luminoso y transparente y la he acompañado de hojas de otoño, de hiedra curvándose por sus vocales y su t, elevada y elegantemente libre. A veces, he añadido tímidamente el matiz azul y el arrullo de las olas del mar, para mí tan importantes.
¿Qué haría yo sin el mar, sin el agua?

El arte significa para mí la mayor expresión que puede desarrollar el hombre, más allá de la superación personal y del afecto. Lo he descubierto en cuadros, en música, en poesía, en prosa, en piedra tallada, en duras superficies, en pasión, en palabras de una noche, en la naturaleza humana y salvaje arremolinándose en ella misma. Está presente en tantos campos… todos ellos semejantes y distintos a la vez, que entristecen y regalan euforia al mismo tiempo.

Sin embargo, un día extraño en un gimnasio, la conocí. Quiero decir a mi propia versión del arte, a éste hecho persona.


¿Es extraño creer que el arte puede personificarse? Si lo es o no o si es, al menos, medianamente posible, lo desconozco. Yo sólo sé que creo haber conocido una personificación del arte, de uno propio que encaja bajo mi prisma. Soy consciente de que esa esencia de la belleza es tan subjetiva que para cada uno será diferente: unos lo verán repleto de tintes de Pollock, otros teñidos de romanticismo inglés, algunos lo verán como el nuevo trasfondo del arte del reciclado. Sin embargo, para mí, esta es mi propia subjetividad personificada.

Lo descubrí, por primera vez en mi vida, bajo la forma de una mujer. Es menuda (aunque más alta que yo, cosa no muy complicada), de castaño oscuro y corto en ocasiones tornado en rojizo. Tengo la sensación que su cabello está en constante transformación. Debe cambiar, mutar, crecer. Tiene unos ojos enormes, algo afilados y terriblemente expresivos. Nariz respingona, labios finos y una peca a su izquierda que los corona. Tiene el cuerpo esbelto, grácil y escasamente torpe. A veces, cuando la veo andar o la encuentro reclinada sobre una barandilla con los cascos puestos, envidio lo etérea que parece. Y es que toda ella desprende ese aire huidizo: da la sensación que si intentas cogerlo, se te escapará entre los dedos y saldrá volando. Es como ver tomar forma al aire, con ese misterio refinado que guardan los fantasmas de siglos pasados y que sólo hallas lo más detalladamente posible en fotografías antiguas en blanco y negro, detalles que siempre lleva consigo, por cierto.

No viste de una forma estridente que llame la atención, opta por los colores oscuros o neutros. No es de las que les guste llamar al ojo ajeno, opta por la discreción. Creo que guarda dentro de sí esos tesoros que sólo encuentran los que esperan algo más que un exterior bonito por lo que, al abrir la caja, ven la belleza entre sombras, esa que al ser descubierta al tirar de la sábana su mismo hallazgo te sabe a algo mucho más dulce que la miel.

Una de las cosas que más me llaman la atención de ella son sus manos y sus ojos. Las primeras porque en la mayoría de ocasiones en que la veo las lleva dibujadas con henna. Sus trazos me recuerdan a los motivos naturales donde hay hiedra, enredaderas, arbustos, hojas, tallos salvajes, lágrimas, un sinfín de curvas que se parecen a los tatuajes que se trazan sobre el cuerpo de la mujer el día de su boda en la cultura de la India. Su arte en henna tiene algo de tribal, de primitivo romántico.


Sus ojos son hondos; te tragan si tienen la suficiente valentía y confianza como para sostenerte. Con ellos pienso en esas noches de tormenta en los que las olas devoran a los marinos. Negrura, azul revuelto, espuma salvaje contra el barco que hondea el temporal y que, aún al día de hoy, recuerdo cuando ella me decía: La vida es un océano infinito y tú eres un barco que lo atraviesa. ¿Cómo es tu barco? ¿Cómo se encuentran las aguas? ¿Está tranquilo el mar? ¿O está furioso? ¿Está capeando el temporal?
Cómo he adorado sus metáforas. Es escuchar hablar casi en verso… o en prosa que baila. Incluso en su voz todo suena como una fina y densa niebla. Su voz hace que todo suene como un susurro, como si  fantasmas te susurraran secretos de viejos tiempos. En ella todo suena a almas recónditas, a belleza oculta. Nada es, en su boca, ordinario.

El fuego es bello. Me hace sonreír cuando la escucho hablar. Me recuerda, a veces, a la belleza sucia de la que hablaba Baudelaire. Ser capaz de contemplar el mal como belleza sublime, como arrebatadora las sombras que plagan el alma. Eso es una de sus mejores virtudes: ve belleza donde otros ni siquiera la intuyen.


Incluso en ratas a medio descomponer sumidas, tal vez, en etanol. Todo lo que toca se torna original e único. ¿Quién más puede hacer algo así? Todos tus tesoros, desde los más pequeños hasta los más grandes, los tengo guardados y a buen recaudo, incluida una primera Lea hecha muñeca en su caja. Uno de los mejores regalos que me han hecho nunca. Tal vez el que tiene más valor incluso.
En ti vi belleza. De toda clase. Y así continuará siendo siempre. Eres auténtica. Sigue creando.

Tu sincera admiradora y amiga,
C.



Imágenes extraídas de Tumblr, Blogger y Deviantart. Si deseas saber más de su arte, no dudes en visitarla en los siguientes enlaces:
http://abralacambra.tumblr.com/
http://abralacambra.blogspot.com.es/
http://lady-monique.deviantart.com/

viernes, 15 de enero de 2016

Teclear en negro. Mente dormida


Sucedió… a oscuras.
La puerta de la entrada crujió. Un ruido pesado, sordo, se arrastró desde la entrada hasta el pasillo y, a tientas, busqué la lámpara de la mesilla. Presioné el interruptor.
Nada. Negrura absoluta.
Temeroso, abandoné la cama…, con los nervios punzándome la nuca y un cosquilleo en mis dedos. Un zumbido agudo, penetrante, me atravesaba los oídos. Era el corazón.
Un eco de pasos se detuvo frente al dormitorio. El picaporte giró, la puerta chirrió. El silencio dio paso a murmullos desconocidos, a suspiros ahogados; afuera un perro ladraba, un coche aceleraba y el viento golpeaba mi ventana.
Y, de pronto, vislumbré el inconfundible resplandor metálico, brillante, del cañón. El zumbido en mis oídos se hizo más intenso y claro, tanto como el percutor al accionarse. Una inspiración, el chasqueo del cargador, una espiración y, de la nada, un pávido fulgor que iluminó la estancia.
Una habitación a oscuras, un peso muerto que cae, una sigilosa retirada y, de fondo, un rojo sangre en la moqueta.

viernes, 1 de enero de 2016

De nuevo un año par. Hola, 2016



El balance de este año ha sido, particularmente, satisfactorio y sorprendente. Me ha encantado a pesar de que no todo han sido alegrías (como siempre). Imagino que en parte también, al echar un vistazo a los dos objetivos que me marqué a finales del año pasado, haberlos logrado ha contribuido a haber acabado el año con muy buen sabor de boca. La cabeza ya no se me enferma tanto y algo de fe he recuperado.
Si tuviera que definir en palabras este año, todo se resumiría en “olvido” y “sorpresa”. De todo tipo, en todos los campos, malos y buenos. Lo mejor de todos estos 365 días sería decir, sin duda alguna, que a pesar de que lo bueno me ha encantado, lo malo me ha satisfecho. Y mucho.
Es paradójico que lo malo me haga sentirme más llena cuando, ya por su mismo nombre, se deja suponer que a uno le disgusta. Pero precisamente el conocimiento de saber con certeza que algo es ponzoñoso para uno, le brinda al mismo la oportunidad de distanciarse y preservar el bienestar personal. Y conseguirlo ya de por sí resulta en una doble victoria. “Cerrar puertas” creo que sería. Eso lo he adorado y no sería capaz de describir hasta qué punto.
Ha sido el año de lo inesperado. Detesto profundamente lo ordinario, así que gracias a aquellos que han hecho posible que pueda definir la esencia del día a día como “increíble”.
Me despido este año con una imagen que, como presente de este año, me ha descubierto un reciente amor por los animales que jamás creí concebir. Tanto que se me pasea con fuerza la idea de adoptar cuando esté en las condiciones óptimas para llevarlo a cabo.
Y, como cada fin de año, esta noche me retiro a prender fuego en buena compañía. ¡Feliz año 2016 a todos!
La irregularidad, es decir, lo inesperado, la sorpresa o el estupor son elementos esenciales y característicos de la belleza.
Charles Baudelaire