Hic sunt sirenae...
Muchos son los que se han avecinado por los siete mares con sus navíos. Marinos perdidos entre las aguas, volviendo a sus hogares tras vivir penalidades, guerras, desgracias, aventuras... con la única compañía que ofrece el océano y el firmamento, con sus tormentas, lluvias, vientos y los marineros como únicos acompañantes de travesías marinas.
Y en medio de esos viajes de camino al hogar, una voz se hacía paso entre la brisa, la espuma, las olas y las canciones en alta mar. Era una voz, una melodiosa voz de mujer que, más intensa que el latido de un corazón humano y más misteriosa que el profundo mar, quebraba la fuerza de los hombres y los incitaba a caer al agua para atraparla.
Muchos marineros, presos de ansia, de deseos de fantasías y amor eterno; asomaron sus cabezas por la popa de sus barcos para vislumbrar, entre las olas, jóvenes de extensas cabelleras que imitaban los matices azules, rojizos, amarillentos, marrones y verdes del mar. Saltaban entre las olas, jugueteaban con el ancla de los navíos y sus largas colas imitaban la luz y el resplandor de los corales, reflejando la claridad del sol y la luz embrujadora de la luna. sus ojos te incitaban a querer ahogarte en ellos, a ser presa fácil de los distintos delirios que ofrece el mar. Pero tanta belleza a los ojos de los hombres resultaba oscura en comparación con sus voces. Cuando aquellas criaturas extrañas, mitad mujer mitad pez, abrían sus bocas y dejaban asomar sus voces, unos cantares que enloquecían la mente de los hombres los conducían a saltar por la borda.
Y una vez en el agua las voces acallaban, la canción se evaporaba y el hechizo tocaba a su fin; pues dihcas criaturas apresaban entre sus brazos y sus colas a los marinos, arrastrándoles al fondo del más oscuro mar para, finalmente, poner fin a su vida. [...]
Encantan a los mortales que se les acercan. ¡Pero es bien loco el que se detiene para escuchar sus cantos! Nunca volverá a ver a su mujer ni a sus hijos, pues con sus voces de lirio las sirenas lo encantan, mientras que la ribera vecina está llena de osamentas blanqueadas y de restos humanos de carnes corrompidas...
Odisea. Homero
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