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martes, 24 de abril de 2012

Ira, "chaos"

Mientras escucho This means war de Nickelback, una emoción que describo como ira me golpea la cabeza de forma pesada. Es odio, es rencor, es tener ganas de hacer daño.
Siento un diablo danzarín dentro de mi pecho y de mi mente que no me deja de chillar la ineptitud que se respira en casa. Me gustaría abrir la boca y decirle lo que pienso de verdad, pero sería golpear la verdad de una forma tan cruel que seguramente la dejaría destrozada.
Hoy le he hecho una pregunta, se ha quedado muda, me ha dicho, como siempre; No lo sé y yo misma le he echado una mirada imperturbable de esas que sé que le duelen. Porque sé que no puede hacer nada, porque sé que ahora mismo yo no puedo reaccionar de otra forma.
Él pregunta: ¿Qué te pasa?
Y yo contesto que nada, como siempre. Murmura algo, creo que tachándome de cuentista, pero lo ignoro mientras pienso: ¿qué más da? Tampoco querrás saberlo de verdad ni insistirás en saber qué me pasa. No intentes venderme el papel de "buen adulto preocupado".
Pienso en la ignorancia de casa, en lo mucho que ignoran lo que pasa y la rabia que me corroe las venas. Y así, mientras camino de un lugar a otro intentando que me ignoren o que yo consiga calmarme, soy consciente cómo en vez de ayudarme... en cuanto abre la boca para decirme algo, únicamente hace que me sienta peor. Y cuanto peor me siento, más ira va creciendo.
Y me canso, y me harta, y me frustra, y me hace odiar. Me hace querer hacerle daño, hacerle entender que el papel de inutilidad emocional le sienta genial y que ya me he cansado de sus rencillas. Pienso en cómo me llamará entre gritos, me echará un discurso que creerá apropiado y en cómo esperará un gracias por mi parte cuando lo único que observará será mi indiferencia.
Reflexiono en que quiero coger la puerta, salir, correr y hacer alguna barbaridad porque estoy cansada de la tranquilidad, del autocontrol, de sonreír siempre y de estar jugando a ser feliz. Siento que estoy a punto de cruzar esa línea tan y tan fina que separa la locura de la sensatez y me estoy cansando de echar el freno. Quiero romper, quemar o golpear algo.

Me estoy cansando de este papel de todo va bien.

jueves, 19 de abril de 2012

¿Tempus fugit?



¿Con cuánta prisa corre el tiempo? ¿En serio corre mucho? ¿De verdad corre tan poco?


Exámenes sin base, medias horas de escritura, semilleros de anarquía, viajes de ferrocarriles, música destructora de tímpanos, extraños, complejos de Elektra frustrados, pánico, horas de insomnio, señas amistosas, temer la opción fácil, creer en lo imposible, posibilitar un cambio, ansiar la legendaria estima, encerrarse en la cocina, ternura amistosa y familiar, puntos verdes, cielos nublados, lluvia que no llega, miradas indiscretas, cumplidos horteras, más miradas indiscretas, risas enfermas, risas sinceras, sonrisas a medias, muros de piedra, muros de metal, muros de plástico y de campo mental, recetas con chocolate, inyecciones y agujas, problemas financieros, ilusiones que vienen, se van y vuelven otra vez;   muerte entre papeles, misantropía bajo mínimos, amigos medio desconocidos, historia contemporánea, canciones de los ochenta, noventa...  y música indefinida, películas de gustos retrogradas, labios que no callan, anécdotas que no se quieren escuchar, muffins con chocolate, más muffins con chocolate, zombies dulces y tímidos, halagos amorosos, abrazos que esconden prisiones, abrazos de leones, abrazos de hielo, abrazos vacíos, abrazos de gigantes, ritmo en los pies y en la cabeza, tres voces que discuten, otras tres que juegan, cosquillas a traición, libertad momentánea, rojo sangre, sangre, mucha sangre; ojos color pardo, ojos color añil, oleadas de mar, oleadas de cielo, oleadas de hielo, oleadas de calidez, tranquilidad, serenidad, lejanas tierras teñidas de verde, noches de estudio, no poder dormir, taquicardias, tuercas familiares bañadas en óxido, suspiros, soñar con el bosque, mirar la agenda del móvil, tiempo de tregua, noches de fiesta, conflictos de silencio contra la docencia, pasillos infinitos, campos de hierba en el campus, mares de nubes, vacíos  y nadas y cielos y firmamentos y universos eternos...

Tempus fugit

jueves, 5 de abril de 2012

La Marca de Caín



Hace ya unas semanas estuve siendo partícipe de una serie de las que dentro de poco acabarán. En la última escena de la película una mujer muy elegante y bella, pelirroja natural; alquilaba la habitación de un motel cualquiera. Se sentaba en una mesa y abría su bolso. De él sacaba una botella de vino, una pluma estilográfica, un tipo de papel de seda aparentemente caro, un camisón de hilo blanco y una pistola.
Se vestía con el camisón, se servía una copa de vino blanco, escribía con su mejor caligrafía un mensaje en la nota y cargaba el arma con cinco balas. Ni una más ni una menos. Tras acabarse el vino se sentaba en la cama de sábanas pardas, con aspecto de montaña... y colocaba el cañón apuntándose en la sien.


Automáticamente recordé las clases de tiro, donde me enseñaron a cargar un arma y a disparar con ella, obteniendo una puntuación notablemente alta. Mi puntería no ha variado lo más mínimo: sigo dándole al blanco.


Mientras, en la pantalla, justo cuando la mujer estaba a punto de apretar el gatillo, un desconocido aporreaba la puerta con violencia. La elegante pelirroja intenta echar al extraño pero éste, finalmente, consigue entrar y resulta ser una mujer. Es una amiga.
Entra por un motivo equivocado, alegando un motivo equivocado y esperando un resultado equivocado. Ve el arma, mira a la mujer, palidece y alude a lo que su amiga estaba a punto de hacer. Casi de forma instantánea, la otra mujer rompe en sollozos y se abrazan.
Unas escenas más tarde, la extraña que ha entrado en la habitación del hotel le confiesa a la otra, en otro momento y otro lugar: No dejaré que nadie se suicide... No volveré a pasar por esto otra vez.
Su amiga borgoña, como respuesta, sólo puede abrir la boca y cerrarla, como acto reflejo de su sorpresa. 


Al otro lado del sofá estoy yo, intentando recordar cuándo fue la última vez que yo pronuncié esas mismas palabras y llego a la conclusión que no fue hace mucho; tal vez hace sólo unas pocas semanas.
Me pongo a pensar en cuántas veces he vivido una situación semejante y mi rostro se vuelve de piedra. He sido el pañuelo de lágrimas, la mano que se ha aferrado al cuerpo que ha querido saltar, la que ha desafiado al falso valiente o la que ha llorado por llegar demasiado tarde. Incluso he sido la que un día estuvo al otro lado del filo del cuchillo.
Últimamente me acuerdo mucho de esos momentos o de esa época, esa en la que un adulto únicamente creía que por el simple hecho de ser joven ya debías ser... feliz. ¿Quién fue el estúpido, el ignorante, el inútil que empezó a extender esa habladuría que se ha vuelto popular entre los mayores? Un niño, por el simple hecho de ser niño, no tiene por qué tener una vida feliz.
Cada vez que le he dicho a alguien No o le he espetado Eso nunca una voz en mi cabeza me tachaba de hipócrita porque yo también sé que, en el fondo, a estas alturas tal vez volvería a abrir el cajón de la cocina pero que mi orgullo y mi... amabilidad lo impiden. Conozco demasiado bien el vacío que queda después de la marcha, conozco demasiado bien la huella que se prende en el corazón de la gente e identifico demasiado bien el sufrimiento que queda.


Es como arrancar el corazón con un sacacorchos.


Cuando... a veces, me quedo sola y me sorprendo fantaseando con el acero en la cocina o con el vacío de mi balcón, recuerdo al momento lo que tanta gente me ha confiado entre sombras y los rostros de mi entorno. Al momento, localizo de inmediato los corazones que detendría con un giro de muñeca, las vidas que trastocaría con un pie rozando la nada y me quedo inmóvil: me retiro de la verja, paso de largo dejando atrás la cocina.
Y me acuerdo de toda esa gente que haría lo mismo si decidieran tomar el camino fácil, porque eso es lo que es: la elección fácil.


Me pregunto si, en mi caso, habría alguien que me detuviera y con un cruel silencio caigo en la cuenta de que no: no habría nadie. Porque yo no vacilaría si diera el paso, no querría llamar la atención y callaría, expectante a la ignorancia de los demás.


Recuerdo cómo, hace un año, casi sin querer, confesé que no tendría ningún problema en llevarlo a cabo pero que no lo hacía porque había quién, inexplicablemente, dependía de mí. No sé cómo no me abofeteé a mí misma en aquel momento. Aquello me sonó tanto a cobardía que no pude evitar darme asco y, al mismo tiempo, comprender que mis palabras eran medio verdad.
He visto cómo me lo han pedido entre gritos, incluso cuando estaban a punto de aflorar algunas lágrimas. ¿Qué ocurrirá si un día no queda nadie?


Todo el mundo en este mundo tiene una sombra, un fantasma, un murmullo o un monstruo que lo alcanza, que cabalga a su nivel por muchos años que pasen: es esa marca grabada a fuego en la mente, el cuerpo y el alma. Es la Marca de Caín, eternamente marcada y llevada en la sangre, tan natural como el respirar. Cada persona tiene una distinta, más o menos pequeña, pero todo el mundo lleva una encima.


Al volver la vista a la televisión, me encuentro con que la mujer pelirroja acaba sonriendo al final del episodio, de risas con su amiga. Parece que sus ojos vuelven a brillar por el simple hecho de darse una nueva oportunidad.
Sonrío. No sé si forzosamente o de forma natural, pero tengo la vaga sensación de poder creer en mí o darme una oportunidad si cuando miro en los ojos de la gente, en ellos veo que sí.
Por el momento... me basta con eso.

¿Hay luz al final del túnel?


Me despierto cada mañana y me acuesto cada noche con el mismo miedo, con el mismo fantasma a mis espaldas. Se ríe, me canta, me habla, me recuerda, me toma el pelo cada minuto del día...
Cada día que pasa me pregunto, en ocasiones como una egoísta o como una estúpida, si estaré sola el resto de mi vida o si esta sensación de soledad que llevo a cuestas me acompañará toda mi existencia. Me pregunto si me despertaré una mañana sin sentirme humillada, resignada o aterrorizada al futuro.


Me pregunto si, tal vez, habrá una luz al final del túnel para mí. O si, como mínimo, es cierto que la oscuridad... no puede existir sin la luz.