Existe un poema, uno muy famoso y preciado, en el que un ave se posa en un busto, uno que hace alusión a Palas, conocida también como Atenea o diosa de la sabiduría y las artes. Ese poema se titula El Cuervo. Pertenece a Edgar Allan Poe, un alcohólico romántico empedernido que murió tal como vivió: envuelto en misterio y desolación.
En la obra, el ave, el cuervo; es testigo de cómo el personaje agravado de la historia es víctima de la fatalidad de la muerte. Éste llora la muerte de su amada y se consume por dentro, de amor, de dolor y del perecer de la vida; esas figuras arquetípicas en la literatura. El personaje le pregunta en el poema, al cuervo, entre muchas cosas; si su alma se reunirá de nuevo con su enamorada Leonor. Para esta cuestión y otras muchas el cuervo siempre responde...: "¡Nunca más!"
Al final del poema el narrador admite que su alma estará para siempre atrapada bajo el yugo de la sombra del cuerpo y que no se escapará de ella... ¡nunca más!
En mi vida no soy un señor, no vivo en un lujoso palacete, no tengo un busto de Palas en mi salón, no he sufrido una perdida irremediable en vida... literalmente; pero sí que últimamente escucho el graznido de un cuervo a mis espaldas, en lo alto de mi ventana, en el cabecero de mi cama y a gritos, a veces, en mi cabeza.
Escucho su voz rota formando chillidos agrios, a la vez que siento un oleaje que me perturba la cabeza más que nada. Últimamente sólo tengo dolores de cabeza por su culpa. Y los ruidos de fuera, del exterior, no lo mejoran. Finalmente el vocerío es tan intenso que mi mente acaba por quedarse muda, quieta, en tensión... incapaz de hacer otra cosa.
Dentro de mi cabeza un nunca más se repite una y otra vez, alzándose por encima de las demás voces. Le acompaña un ¡basta! bien alto, bien claro, bien... cansado también.
A mí también me persigue un cuervo que me grita de día y de noche la misma tonada, entre olas: ¡Basta! ¡Ya nunca más!
Había dejado atrás esa sensación de apatía, de vacío, sacada de la nada. Voy a volver a contagiarla sea como sea, a través de cualquier forma que me sea posible. Extenderé el graznido de ese cuervo de plumas negras, propagaré su manto nocturno en cada suspiro que exhalé, atesorando cada brizna de aire para poder respirar con calma.
Hay momentos, simplemente, en los que es necesario dejar de respirar. Si no, incluso cuando aspiras, puedes acabar ahogándote...
¡Basta! ¡Ya nunca más!