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sábado, 17 de septiembre de 2011

Algún día podría caer una estrella



-¿Cómo la ves?- musitó una voz impasible en la oscuridad.
-Lucha, lucha mucho.
Aquel lugar... era el infinito. A su alrededor la oscuridad del mundo se expandía sin alcanzar a vislumbrar un final, una salida. Las sombras impregnaban con su tacto toda forma de vida y la sumían en el azabache de la noche. Sin embargo, esparcidas por la inmensidad de aquella noche absoluta; unos diminutos halos de luz esparcían un fulgor leve pero presente, efectivo. Parecían estrellas.
-Es cierto. Cada día- admitió Lea.
Ésta se encontraba tendida en medio de aquella inmensidad, donde ni el tiempo ni el espacio tenían sentido, principio o final. Su cabellera se fundió en la oscuridad y, en un momento, su pelo se confundió con el infinito de ese cielo. Sin embargo vestía un sencillo vestido níveo que resaltaba su figura y la falda, larga, simulaba el baile de las olas en el mar.
Cath, a su lado, con su rostro a su lado, con su pelo salvaje sin peinar y al contrario que su compañera; parecía ser una llama eterna. Vestía el mismo traje que su antítesis pero el suyo era sin tirantes, tan sólo de palabra de honor.
Era la única distinción entre ambas.
-Parece ser que- susurró la pelirroja-... te ha quitado tu lugar.
-Sí, pero no acaba de importarme del todo.
Ambas dirigían su mirada en dirección a la oscuridad del cielo, concentrándose en cada pequeña luz que lo decoraba con sutilidad. Era precioso.
-Sí, creo que ya sé qué quieres decir... Al final ha hecho todo lo contrario a lo que esperábamos- confesó Cath.
-Ahora quiere ser ella misma. Supongo que... porque él acabó por anularle su personalidad y su forma de ser.
-Y porque... esa chica también le hacía vivir una mentira. Creo que se ha cansado de tanta mentira, de tanto teatro y represión.
-De la represión, más bien...- opinó Lea, quien levantó su cabeza y su espalda apoyándose en sus codos, para lograr una mejor visión del infinito- Oye, ¿qué opinas de lo que le dijeron...?
-Pues que, superar algo, es muy relativo Y esto no es ni fácil ni rápido. Aquí cada uno supera sus males como buenamente puede.
-Quiere decir la verdad, escupir lo que lleva dentro. Lo ha imaginado muchas veces en su cabeza... En una infinidad de ocasiones.
-Sí, aunque... ¿has visto cómo sonríe ahora?
Lea asintió, soñadora. El cielo parecía tan... fascinante.
En un instante Cath saltó del vacío y sus pies, que por un momento parecieron perecer en una caída sin fin, llegaron a tocar un suelo invisible que los mantuvo erguidos. Miró al cielo irguiendo su espalda, logrando estilizar su figura.
Se sentía especialmente bella.
Mediante un ágil movimiento atrapó la pálida mano de la otra joven entre las suyas y la obligó a levantarse. La otra, despierta de su somnolencia, la miró con los ojos muy abiertos. Cath estaba especialmente radiante, agresiva y alegre, como siempre había sido a pesar de su crueldad.
-¿Dónde vamos?- inquiró Lea alarmada en cuanto la pelirroja echó a correr, arrastrándola.
Ésta ladeó la cabeza y le dedicó la sonrisa más traviesa nunca vista.
-¡Al fin del mundo!
La morena llegó a alcanzar sus pasos y mantuvo su ritmo, veloz, en cierto modo infantil e inocente. Se preguntó cómo era posible que tanta felicidad embriagara tanto a alguien, hasta llegar al punto de olvidar las penas. A ella eso no le pasaba con frecuencia.
Lea envidiaba a esa diablesa.
-¿Sabes dónde está?- preguntó, sofocada en su carrera.
-¡No! ¡Eso es lo emocionante!
En medio de aquel firmamento azabache y color zafiro, los puntos de luz que plagaban el cielo parecían ser mucho más grandes de lo habitual. La claridad era mucho más visible en medio de aquel túnel oscuro y sombrío que era, en pocas cuentas, la vida.
Tal vez, algún día, sí que caería una estrella.

jueves, 15 de septiembre de 2011

En un instante de sinceridad

Desde que tengo uso de razón, puede que desde los cinco años, he sido consciente de que no encajaba muy bien con la gente, sobretodo con los de mi edad. Para mí, eso fue un motivo de desgracia cada día. Nací siendo una chica alegre, inocente y vivaracha, pero el trato de la gente y el mundo en general te endurece.
De luz blanca pasé a ser una sombra degradada.
Es cierto que poseo un espíritu dual, una alma partida en dos; pero el mundo y mi vida en general me ha hecho así. Tampoco me parece tan horrible: sé manejarme entre los dos frentes.
Sin embargo, por encima de mis chistes, de mi cinismo, de mi sarcasmo, de mis miradas frías... me duele admitir que soy incapaz de mantener o soportar el odio. Nunca he sido alguien que se sienta cómoda con la mayoría de emociones que mueven el mundo: como el egoísmo, el despecho o la envidia. Siempre me ha sido más fácil manejar la bondad.
Si alguien cercano a mí triunfaba, juro que jamás me lamenté por ello. Me alegré de todo corazón.
Si alguien de mi entorno se sintió alguna vez engañado o traicionado por mi conducta, me sentí con la deuda de recompensar esa decepción causada.

Si alguien, en algún momento, tuvo algún conflicto conmigo que le supuso más de un quebradero de cabeza le brindé la oportunidad de hablarlo o aclararlo. Si eso suponía ya no mantener una amistad, a lo hecho pecho.
A mi alrededor me han llamado de todo: tonta, ingenua o "demasiado buena". Lo cierto es que, al día de hoy, me importa un comino. Me siento mucho mejor conmigo misma dando que recibiendo; tendiendo la mano que extenderlas a la espera de algún porvenir.
También es cierto que, sin buscarlo, mucha gente se ha acercado a mí por alguna razón que desconozco y se han quedado enganchados a mí. Siempre me ha pasado. Como si yo desprendiera, según sus palabras, algún tipo de seguridad o calma de la que ellos carecían.
Mientras, yo siempre he estado mejor sola.
Como en el cuento de Poe, Un hombre entre la multitud, siempre me he sentido bien camuflada entre la masa, ajena a ojos extraños. Me considero bastante independiente, a no ser que se trate de mi familia. Ellos son un caso excepcional.
Sé que no soy alguien muy común, muy normal, pero aún siendo la oveja extraviada del corral jamás me han echado de él. Nunca me he sentido despreciada por los míos y sé que eso es ya de por sí una fortuna.
Pero hay otros que sí. Otros que sí me desprecian, me envidian o me utilizan. En pocos casos he podido entenderlo, en la mayoría desconozco el por qué.
Cuando eso ocurre me hago la fuerte, me creo una mentira tan veraz que funciona... Acaba pareciendo tan perfecta, a veces, que a mis ojos me lo creo y el secreto, finalmente; acaba tranformándose en la realidad. En muchas ocasiones no soy consciente de lo triste que puede llegar a ser eso.
Toda la gente de mi alrededor me ha tachado por una chica dura, solitaria, independiente y sensata. Más de una vez también he sido calificada de fría, incluso de insensible. Hasta me lo recuerdan los adultos. Al contrario, ante toda respuesta prevista, no me disgusta esa idea.
Cuando me lo decían, sonreía, los miraba fijamente y les dedicaba una risa de lo más serena. Una de esas superficiales, que no te saben a nada.

Porque, ante todo, soy una defensora aférrima de la valentía y la indiferencia que muchas veces ésta conlleva. Considero que el valor no es la ausencia del miedo, sino considerar que hay algo mucho más importante que el miedo. Por eso me gusta luchar, me gusta ser perseverante... aunque eso me haga testaruda a veces.
Y ahora, justo cuando las circunstancias me han hecho caer hasta lo más bajo, hasta incluso no quererme nada a mí misma; soy consciente de cuánto puede llegar a doler una mentira... o más de una.
Es curioso que, a la viceversa de la mayoría, cuando doy lo mejor de mí es en las peores situaciones. Cuando experimento cómo el mundo se desmorona a mi alrededor, cómo me ataca o cómo me desprecia; es entonces que yo todavía me levanto con más fuerza del suelo.
Jamás me he dado por perdida... porque nadie que haya valido la pena lo ha hecho.
He tenido tiempo de comprobarlo porque la vida me ha echado todo tipo de pruebas que, a mi edad ya, en teoría alguien, nadie más bien; debería pasarlas. En realidad, he podido con mucho que a una gran mayoría hubiera hundido.
Tal vez sea por mí misma, quizá sea porque recibí el apoyo adecuado. Me decanto por ambas, sin embargo.
Por esa razón y por mi educación también soy - muy pocos lo saben -, sentimental. Soy muy sensible y por eso mismo la fortaleza que ofrezco me confiere un caparazón muy certero. No quiero que mucha gente se dé cuenta de eso por el simple hecho de que, si saben de su existencia, también el daño infligido puede ser mayor.
Y aunque el sufrimiento lo lleve todo lo bien que alguien se pueda imaginar, tampoco es un concepto al que haya querido perpetuar alguna vez.

En definitiva, tan sólo soy alguien más. No hay nada de interesante en mí, nada de emocionante. Únicamente una bruja a veces, otras un lobo, otras tantas un ángel y otras una estúpida.
Si me pinchan sangro, si me hieren siento dolor y si me demuestran admiración o afecto me alegro. Tan sólo eso.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Rima LXXXI

Dices que tienes corazón, y sólo

lo dices porque sientes sus latidos;

eso no es corazón... es una máquina,

que al compás que se mueve hace ruido.




G.A. Bécquer.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Muertos en vida


Puedo descubrir esas sonrisas huecas,
esa simple verborrea amable,
y aún así jamás hallo veracidad.
Triste perspectiva.

Imagino cada noche vacía
con el vodka a medio tragar.
Esas risas de mentira
que no alcanzan el mirar.

Luchan entre la sobriedad,
pierden frente al alcohol.
Impulsos de bajo rango,
amistades que jamás fueron.

He vislumbrado esos vómitos,
esa carroña merecida
y la degradación nunca perseguida.
Los pecados son sus amos.

Me pregunto cuándo será:
¿dónde está su Marca de Caín?
¿En sus mentes pobres?
¿En sus cuerpos vendidos?

Y es que no veo nada más:
sólo muertos, muertos en vida.
Que ríen y cantan,
sonríen y bromean...

... para volver al pobre infierno que es su vía,
así como la bebida su guía.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Un día



Hay un día marcado en rojo en mi calendario: se trata del quinto día del tercer mes del año, de cualquier año. Es el día en que mi cuerpo se somete a una total somnolencia, los pulmones se comprimen, el corazón ralentiza su ritmo y los fantasmas del pasado vuelven.



Con el paso del tiempo los recuerdos que antes eran tan desesperantes han expulsado de su interior la bilis que les corroía y, al día de hoy, esa vida pasado resulta más dulce y repleta de ternura que la actual.



Recuerdo la semana en que desapareciste y en la que yo, muerta en vida, fallecí contigo. Aún cuando al día de hoy recuerdo tu nombre inscrito en piedra descubro el mío a tu lado, invisible al ojo humano, tan sólo presente para nosotros y para nuestro reencuentro; pues yo te espero pacientemente a que con el pasar de los años tú y yo nos reencontremos y volvamos a sonreír, a sentir y a devolver nuestro pasado muerto en la otra vida.