Eres grande, eres alto, eres como esas sombras que acechan en cuanto das la espalda. De color verde, propagas veneno. Extiendes ponzoña que sabe a inseguridad, a desconfianza, a traición, a temor, a pérdida.
Aléjate de aquí, no es a ti a quién debo temer. Abandona tu luchan insignificante e inútil, no tienes razón de ser. Tu lugar no está aquí.
Aléjate de aquí, no es a ti a quién debo temer. Abandona tu luchan insignificante e inútil, no tienes razón de ser. Tu lugar no está aquí.
Miradas que si matasen lo harían, manos que agarran los brazos posesivas, voces que hacen un canto a la ira, insinuaciones que esconden un temor in crescendo, esas caricias que gritan en silencio eres mía.
Mientras, yo me pregunto por qué esa actitud propia de aquel quien desea enjaular a un pájaro y no dejarlo correr en libertad. Me cuestiono mi propio valor, el de mi mente y cuerpo; creyendo que, tal vez, atesoro un valor que desconozco.
Pero, ¿qué valor puede interesarme si el que se me adjudica sólo marca posesividad?
Debo ser ciega, debo pecar de ingenua, debo ser acusada de inconsciente... porque yo no veo lobos, no veo monstruos, no veo bestias a punto de cazarme, a la espera de que tú te des la vuelta.
Y aunque así fuera, si el lobo surgiera de entre los árboles y me susurrara: "Caperucita, ven conmigo"... ¿quién dice que yo aceptaría?
Porque aquí no hay lobos asomando en cada esquina, ni malvados a punto de atacar esperando una quiebra de confianza, sino solamente un monstruo malo y verde que vive dentro de ti y que, como una mala broma, no tiene razón de ser.
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