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miércoles, 21 de junio de 2017

Mentiras


Érase una vez un pobre borracho
al que un cuervo
le graznó un cuento.

Hablaba de sangre raída,
de su casa caída
y de todas sus... ¡adivina!
¡Mentiras!

Y entonces, mamá se dormía
justo cuando ibas a gritar
para acabar aullando yo.

Con tus uñas hundidas
en mi espalda encogida,
el aire olía a tierra mojada
y al hambre de tu boca.

Apetito de miedo y llanto,
así eras tú...

El rugido de una herida
que siempre sabe a sal,
a hambre y a metal;
animal lastimado.

Eras mi perfecto desastre:
de sangre limpia
y mirada sucia.

Te odio.
Te odio.
Te odio.

Men-ti-ra.
Mi boca cuenta men-ti-ras.
Pero tú...

Pero tú sabes a pesadillas,
a mi espalda empapada
en llanto y sudor frío.

Has teñido mi mundo
de sombras y borgoñas,
todo colores muertos
mientras me cuentas...

Men-ti-ras.

Y sonríes, me miras...
¡y finges no saber nada!
¡Me arde! ¡Fuego! ¡Te odio!

Men-ti-ras.

Plomo rojo y negro
que traza piernas,
pechos y palidez.

Ojos de ámbar
y boca de plumas...
Siempre odié tus labios
porque siempre me cantaban...

Men-ti-ras.

Siempre lo eran...
aun con tu mirada empañada
y tus alientos mojados
cuando tu respiración moría
donde nacía la mía.

Men-ti-ras.

Eres mi mejor tumba:
esa que me ralentiza el corazón
y me astilla la cabeza porque...
me estás rompiendo con tus...

Men-ti-ras.

Tus lágrimas, tus sollozos,
tus súplicas...
Todo lo aplastaré:
en esta casa, en este cuerpo,
en este rugido, en estas...

Men-ti-ras.

Mientras nadie más sospeche,
mientras nadie más mire,
mientras nadie más respire,
y sepan que

quiero las plumas de tus labios,
quiero el vacío de tus ojos,
quiero el auxilio de tu carne...

... y a ti, y a mí, y a nuestras...

... MEN-TI-RAS.

Inspirado en el relato "La caída de la Casa Usher" de Edgar Allan Poe.

lunes, 1 de mayo de 2017

El pájaro azul




¡Nos cuentan tantas cosas!
"Conserva la risa,
embotella el momento,
conquista la excelencia."

Pero cuando callan
y aparece el silencio,
le escucho a él:

Su grito herido, 
un canto desesperado
que sabe a libertad.

Hay un pájaro anidado
entre mis costillas
tan azul como mi primera acuarela
y, gimiendo, sobrevive en una cárcel
de hueso y nácar.

Ahí me llora una canción triste
mientras vive muriendo
un poco, una pizca, cada día.

Me revolotea en el pecho
pegado contra el hueso,
agonizando contra toda mi metralla.

Le pido: "cállate,
quieto, llora bajo"
y así lo voy ahorcando

mientras, de lejos,
mi niña huraña
de dientes torcidos
me escupe:
"Me lo estás matando"

Asustado, he fantaseado
en romperle el cuello,
deshojar sus plumas
y secar su azul

pero le escucho
y es tan hermoso
que podría amarlo
y tan triste
que podría llorarlo.

Pero ya no lo hago,
porque ya gime él;
porque ya canta por mí.

Y me lo matan...
Me lo mata el traje y la corbata,
el cinismo,
la mente cerrada,
oriente y occidente,
el banco y el dinero,
el hambre y el sexo.

Me lo matan los hombres,
el ayer
y el mañana.

Me lo mata
el silencio,
el ruido
y la sordera.

Y ahí sigue:
cuánto más grito,
más canta él...

ahí donde yo clamo:
"¡No puedo vivir sin ti!"
y sin palabras que decir, me protesta:
"¿Morirías por mí?"

¡Cuánto me duele!
¡Cuánto me pierde!
Mi pájaro azul,
mi voz cortada,
mi alma rota...

¡AY! Y el silencio vuelve...

¡Nos piden tantas cosas!
"Ignorad al raro,
salvad el paro,
anhelad lo caro..."

¡MATAD AL PÁJARO!



Inspirado en el poema "Hay un pájaro azul en mi corazón" de C. Bukowski.

martes, 14 de marzo de 2017

Mientras te sueñe

Hoy es uno de esos días. Ya sabes: gris, difuso, triste y cariñoso, temor e incertidumbre de la mano.
Hace exactamente tres días cumplí años y esa misma mañana desperté con la certeza de haber soñado contigo. No fue una pesadilla, sino una realidad extrañamente distinta. Familiar por tu olor pero ajena a mi día a día.
Estabas vivo, te había crecido el pelo y sonreías otra vez. Apareciste en mitad de una reunión de familia como un recuerdo con forma de espada y sabor a sal. Como un fantasma, una aparición y confusa, con el corazón en un puño, pregunté a mi madre: ¿no había muerto? Ella, de mirada grave y perdida, respondía: No lo sé.
Era tan lejano mirarte… y aún lo era más escuchar tu voz. Salí al balcón. Me esperaste allí. Y entonces, me alzaste entre tus brazos y me abrazaste. Empequeñecí. Me dijiste que me habías echado de menos, que me querías.
-Cuánto has crecido.
Nos asomábamos al balcón, a la barandilla de un segundo piso.
-Aléjate del borde- decía yo.
No podía dejar de mirar el vacío, la acera gris tan cerca y al mismo tiempo tan lejos.
-Aléjate por favor, no te acerques.
Me mirabas confuso, casi desconcertado por el objeto de mi atención. Acabaste por reírte a carcajada limpia pero acabaste por apartarnos del límite entre la nada y el todo. Me abrazaste más fuerte.
-Serás tonta…- respondiste alborotando mi pelo para luego observarme fijamente después. En tus ojos todo era amor- Estoy orgulloso de ti.
Lo dijiste así, sin más, con una convicción que yo distaba mucho de albergar. Una voz de una historia distinta me dijo que allí, en ese mundo, llevabas una tienda de bisutería junto a tu mujer, una joven a la nunca vi y que, con carácter, parecía hacerte feliz. Tenías dos hijos, una casa con jardín, habías envejecido… y no sabía si todavía conducías una moto o si seguías fingiendo. La única certeza de aquel sueño fue que no había sombras, mentes enfermas, pastillas o visitas a un psiquiatra. No había rastro de enfermedad.
-Te quiero.
Desperté en mi cama, confusa y lejana. A mis pies la perra dormía hecha un ovillo y me quedé con la mirada perdida en su pelaje, rubio pajizo. Me quedé un buen rato así hasta que, con el despertador marcando la salida del sol, volví a caerme dormida.
Me desperté con las felicitaciones de la gente, de mis padres, con el meneo incesantemente alegre de la perra a mis pies. En secreto calculaba a qué edad me dejaste, fantaseaba en cómo serías si todavía siguieras aquí y en si, finalmente, ya no me sentía culpable.
Yo no creo en estas cosas. No creo en los fantasmas, en las apariciones, en un cielo tras un último aliento que ha expirado. Sin embargo, no pude evitar pensar que esa felicidad debía ser, de algún modo, cierta.

Cuando nadie miraba se me escapó un deseo de felicidad por ti. Caduco, otoñal, pero completamente sincero así como directo. Al fin y al cabo, tú ya no existes y tu cariño ya no adopta tus formas… pero nunca, ni por un segundo, he dejado de quererte yo. No mientras respire, no mientras pestañee, no mientras te sueñe.

viernes, 3 de febrero de 2017

... Ayuda


Es horrible y frustrante, lo digo en serio. Realmente parece que me haya propuesto cazar un fantasma o besar una sirena. Un ideal, un rayo de luna becqueriano. No la encuentro... o se vende muy cara, como las putas de Baudelaire.

El impulso de escribir es vicioso, me corroe, como pasar el mono medio retorcido en un rincón y aguantando como un valiente los sudores fríos. Pero no sale, no se expande, no me cosquillea los dedos y me dice: Ahora sí, escribe y no pares.

Tengo la cabeza llena de metralla; ideas que me bombardean los ojos en imágenes y palabras pero se mudan, no dan el paso a la hoja en blanco. Palabras. Son ellas: las palabras; mujeres en una barra de bar a las que invitas y te abandonan en cama ajena y vacía.

Me faltan, se me escapan. Hubo un tiempo que no tenía que buscarlas. Ellas venían solas, reptaban, ahora ya ni siquiera me miran. Sucias rameras. Es como si debiera pagar por ellas. Y hasta creo que lo haría pero ¿a quién?
No me hacen caso, me tienen lástima. He entrado en neurosis, en un ataque de nervios. Creo que se me está pudriendo el cerebro, como si se me cayera a pedazos: el principio de un alzheimer literario. ¿He dicho ya lo mucho que quiero gritar?

El pánico se me pega a la piel con la fuerza de una ventosa, con la grima del alquitrán, la espesura del azabache nocturno.

Creo que me muero. Sé que siento ese impulso narrativo, lo sufro porque palpo el desgarro, la asfixia, el ardor como un trago de vodka... pero la bilis no me alcanza: los verbos no mutan, los sinónimos no germinan, los nombres se atascan y los gritos, finalmente, mueren. No vomito las palabras.

En la boca, en los dedos, en el teclado, en la hoja en blanco, en el lápiz, en la cabeza. Muere ella, muero yo.


Soy palabra, soy tinta, soy personaje, soy emoción; barata o mala, no importa.
Pero muero, empequeñezco... y si lo hace ella, lo hago yo.

jueves, 2 de febrero de 2017

"Belleza" la llaman


Es extraña, de seda. Tiene algo de antiguo, de dulce..., de sucio.

Cuentos para niños que no concilian el sueño, sino que despiertan el llanto. Y si la tocara sería ébano, marfil, nácar, la corteza de los árboles previos a su decapitación. De todos los colores, todos los aromas, todos en una fusión absoluta que implosiona y la onda, en lugar de lanzarte, te absorbe. Pero con violencia, con pasión, con dolor, con un sadismo un tanto considerado pero descarado que en el fondo no puedes ignorar y menos menos despreciar.

De esas que intuyes cuando preguntas: ¿Quién eres?, respondes No soy nada y todo cambia cuando, en una respiración, te adentras en sus ojos y ahí está: un universo entero expandiéndose, naciendo, matando y en constante cambio y movimiento. No gente de plástico, no gente común, no gente vacía, no gente que arrojó su cerebro a un tarro helado.

Pero siempre vive en los ojos. Ahí duerme y ahí despierta. En color común, en color que grita. Arde, ahoga y traga pero siempre pervive en los ojos. Por ello es posible vislumbrar el alma, donde susurra, aúlla y canta.

Que se viste de atardecer, de llanto, de grito al nacer, de silencio que sangra, de hoja que cae, de ironía bífida, de agua que chapotea, de palabra que asfixia; siempre de mente enferma y nunca de simplista. Con ojos de niño, con codicia de hombre, con lujuria de mujer.

De esas que guardan esencia de bruja, el secreto que protege un bosque, el cadáver que admira un sepulcro, los recuerdos que corroe la putrefacción con un par de cucharadas de moho. Salvajes glicinas que devoran el gris urbano, imparable madreselva que consuela la flora que agoniza.

Verborrea mental, escrita. Impulsiva y sincera. Es la bilis y también un suspiro. Quizá dos, incluso puede que más.

Ha sido pintura, dolor, cicatriz, una oreja cortada, una meretriz ahogada en un río, un fugado, una voz que desgarra, un grito impreso en papel, una súplica versada.
Pero nunca quieta, de ningún modo estática. Nunca, nunca jamás muerta. Pero siempre un desgarro, una herida, un labio muerto, un disparo en la nuca, un sexo vivo, una flecha en el pecho, una mentira en el oído, una imitación a la vida.


Eso es ella para mí.