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miércoles, 14 de mayo de 2014

Desde Italia con amor






Hermosa.
Una lástima saber que si la utilizara para Carnaval, probablemente, no acabaría bien.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Sugestión sibilina


Quizá fue esa sonrisa, quizá fue ese tren de las mañanas, quizá fueron tantas, cuantiosas, lágrimas; quizá fue ese tacto de tus sábanas y tu piel por las mañanas, quizá fue la terapeuta en aquél impoluto sillón blanco, quizá fue que al final las palabras callaron, quizá fue la oportunidad y el reconocimiento brindado en letras, quizá fueron mis pies prendiendo fuego al caminar (como siempre), quizá fue la escarcha volviendo a introducirse en mi cabeza, quizá fue esa joven del reflejo en el espejo susurrándome: uy..., te has cansado ¿eh?
Una serpiente se enrosca, sigilosa, en mi brazo. Repta por él, alcanza mi cuello, sube a mi oreja y, en un silbido agudo, me murmura palabras oscuras. Nada de destrucción, nada de caos, nada de anarquía emocional y química autodestructiva. Sólo me seduce, me alivia con palabras dulces salpicadas de miradas ponzoñosas que, en lugar de lastimarme, me inyectan fuerza e incrementan mi adrenalina.
Bajó de un árbol infecto, ya medio muerto y agonizando, hasta alcanzar mi altura y pasarme su mensaje. Me transmitió secretos de mujer, sonrisas pecaminosas, gestos volátiles, miradas sugerentes, palabras de goce, cuerpos cargados de magnetismo a partir del movimiento, del roce... Me habló de la sugestión de la mente y de la seducción de una mujer.
Y desde entonces un reflejo en el espejo me sonríe, me acaricia el rostro, me indica con su dedo en los labios que guarde silencio, que sea paciente y observe poco a poco el resultado. Sin pararme a responderla, me detengo un momento al suelo para vislumbrar, entre sorprendida y satisfecha, que los pares de ojos me miran, me siguen y me cuentan cosas. Cosas que ya sé, cosas que ya sabía.
Me sorprendo creyendo a ciegas que lo que mi rostro ofrecía no era cierto. Que cuando me regalaban esas palabras o esos ofrecimientos todo era un sueño, un espejismo vacuo fruto de una pesadilla. Pero la serpiente, tan insistente y a la vez tan sutil, me confiesa que no, que todo fueron verdades y que pueden seguir siéndolo.
El reptil comprime su abrazo en mi brazo, presionando más y más hasta que, contenta, abre sus fauces mostrando orgullosamente esos dos colmillos diminutos y, a la vez, tan feroces. Brillan como perlas: limpios, lustrosos. Se inclinan hacia mi piel, la rozan, la comprimen un poco y juguetean con ella sin llegar a hundir la carne bajo su yugo. Y tic, tac, tic, tac... esos dos colmillos se balancean, caprichosos, asustándome y jugando con mis nervios, que me atacan la compostura que con tanto ahínco intento mantener.
Continúan así hasta que, quizá aburridos, se cierran sobre sí mismos y reptan con el resto de su cuerpo hasta mi muñeca izquierda. Allí la cola de la serpiente se cuelga sobre mi otro brazo, como dejándose caer pero engañando a la gravedad, retándola a presionar su caída y logrando mantenerse en pie.
Entonces, con los ojos nublados por el sinuoso movimiento de la víbora, mi conciencia desconecta de la realidad y observa, sin ver nada en verdad, cómo ella se retuerce fríamente contra mi piel calentándola inusualmente. Buscaba el calor. Su cabeza fingió reposar en el inicio de mis venas más abajo de la palma de mi mano antes de, burlona, abrir su boca y acometer contra la carne.
No grité. Ni siquiera temblé. Me parece que, de hecho, quería que lo hiciera. Es más, probablemente necesitaba que lo hiciera desesperadamente.
Así, con los colmillos en mi muñeca, ahí donde anteriormente se surcó a filo una historia que no se contó apenas, ella estaba escribiendo otra encima. La sensación de plomo que ya de por sí mis muñecas sostenían un tiempo atrás volvió y esta vez, no obstante, fue distinta. El peso que saboreé mi dejó un sabor agridulce en la boca que, así como con el anterior quise deshacerme de él, éste no me desagradó del todo. Lo saboreé en la boca, lugar por entonces cargada de una seducción sinestésica que me embelesó por completo.
La serpiente, haciendo fuerza, aspiró fuerte y la sangre que circulaba por mi cuerpo libre y espesa salió a la superficie donde el sol la tocaba, la rozaba, abandonando su habitual oscuridad, su usual cueva, su lógica vestidura de poros humanos. Encharcó la piel y pintó la blancura de ésta mientras bebía.
Siguió así cuando, de pronto, escupió mi borgoña devolviéndola en un matiz más sombrío de la habitual en la sangre caliente al abandonar el cuerpo humano. Extrañada, la miré. El reptil me devolvió la mirada pestañeando dos veces para, finalmente, desenredarse de su presa y reptar hasta el suelo, frío y mortecino. Allí permaneció, enrollada en sí misma, observándome. Imagino que esperaba mi reacción.
La sangre devuelta se tornó espesa contra mi muñeca y de pronto empezó a girar sobre sí misma creando una esfera perfecta que se asemejaba al tamaño de una polvera. La negrura del fondo de aquel diminuto charco me asombró y me provocó curiosidad a partes iguales.
De pronto, en el fondo de aquella diminuta polvera, divisé el rostro de una mujer de cabellera castaña, con los ojos perfilados en un negro oscuro y una sonrisa mortificante que sugería un misterio, invitándote a descubrirlo. Ésa fémina me recordó alguien, alguien que no musité ni revelé al silencio que nos envolvía a mí y a esa víbora, aún a mis pies.
Con ojos oscuros y finalmente comprendiendo qué era lo que esa serpiente me quería transmitir, la miro directamente a esos dos eclipses por ojos. En ese momento se irguió y, amedrentadora, exhibió sus colmillos expandiéndose gradualmente. Emitió un silbido agudo, penetrante, tan amenazador como fascinante al mismo tiempo. Se escuchó a través del tiempo y del espacio, embarcados en su irónica rueda de la fortuna.
Apremiada por su toque de atención, observé atentamente aquella sangre esférica: me había servido en bandeja de plata la fortuna de una mujer, de cualquier mujer que se precie algo en este mundo.
De hecho, más bien, me la había recordado.


Imagen: extraída de deviantART. Nombre: Snake. Autor: eugenebuzuk.

viernes, 2 de mayo de 2014

¿Tenemos miedo a morir?

Algo debe saber que necesito un empujón para sentarme, teclear y ponerme escribir, así que ahí va ese empujón:

http://priamluna.wix.com/laputaverdad#!carla/c229p

Nada y, a la vez, todo


Esta noche el aire de Barcelona es frío. Frío, helado.
Esta tarde, desde la boca del metro y de camino a casa, he cruzado los brazos con fuerza sobre mi pecho para no sentir esa sensación de desamparo que me agarró y zarandeó el pecho. Esas palabras que, aun dulces, me llenaron de culpabilidad.
Autocontrol, serenidad, templanza. Últimamente son palabras que me agarran con desesperación los pies, sosteniéndome sobre la tierra que piso y que tan impacientemente intenté hacer mía anteriormente, en vanos intentos. Y esta tarde, con la facilidad de un suspiro, toda esa entereza se desplomó y voló lejos, como si jamás hubiera existido.
Fue esa mirada, esa mano, esa espalda, ese apoyo, ese pilar... que me lo dijeron todo. Que nada había cambiado y que, esa nada, lo había transformado todo.
Tenía que decírtelo, rezaste.
Es tan injusto saber en el fondo de tu corazón que te lo mereces, que serías feliz, que si aceptara tu ofrecimiento todo sería tan sencillamente fácil y maravilloso... pero no existe lo importante, lo más básico de todo: sentimientos.
Pensé en que era estúpida al mismo tiempo que injusta, cabreada conmigo misma y asustada... A partir de ahora nada volverá a ser lo que era antes. Caminaré sobre minas, arenas movedizas, hoyos a punto de hundirse cuidando que cada una de mis palabras y mis gestos no hagan batir tus alas de esperanza. De ser, como tu dijiste, mi motivo de felicidad de cada semana.
En ese instante sospeché que iba a flaquear: noté la humedad en mis ojos. Pero no pasó. Y ya en casa, esperando, eternamente esperando, creí que una vez más lloraría a solas en casa, ya en la oscuridad de mi cama. Pero no puedo, soy incapaz. Creo que es porque estas dos últimas semanas he llorado lo suficiente para llenar de lágrimas dos veces mi vida. Me parece que también colabora el hecho de que me he cansado de estar triste, de compadecerme.
Ignoro si se trata de Cath hecha un basilisco, de Lea, mi montaña de hielo particular... o de una unión de ambas. Sin embargo, la cuestión es que ahora mismo siento un dominio, un egoísmo poco usual en mí que me grita, como una tormenta: se acabó. Una vez más, como en el pasado: ¡never more!
Es como si en mi cabeza hubiera saltado un resorte, un mecanismo que me dijera, decidido: ahora te toca a ti. Fuera, ya vendrá el mundo.

A pesar de todo, de esta nueva visión que me golpea la cabeza, admito que siempre serás tú, con tu risa y tu férrea fuerza, quien podrá siempre apagar el fuego y evaporar cada una de mis heladas. De la misma forma que sé que, en un segundo, yo haría lo mismo contigo si quisiera. Eres el único que puede dignarse a enorgullecerse de barrer mi egoísmo y mis barreras.
He escuchado cada una de tus historias, de tus vivencias, de tus experiencias y puedo afirmar que nada de lo que me digas podría asustarme. Cada pedazo de tu oscuridad la he aceptado como si fuera un compañero, un amigo o incluso un hermano. Vislumbré en tus ojos el miedo, al principio, que sentías al compartir conmigo tu lado más sombrío.
-¿Qué crees que iba a hacer? ¿Echarte? ¿Mandarte a la mierda?
-No, sé que no pero... Lo último que quería era que te apartaras. Has cambiado mi vida.
Y cada palabra fue tan dulce, tan sincera y pura, que me maravilló saber que algo tan hermoso como lo que me ofrecías y regalabas podía hacerme sentir como el ser más indigno del mundo.
No obstante, en absoluto es tu culpa hacerme sentir así. Soy yo, creyendo que si hubiera hecho algo, actuado de otra forma o simplemente si mi carácter, propósitos, mente y alma fueran otros... tal vez hubiera podido... Lo más probable es que no soy la indicada.
Pero no lo digo, me callo. Sigo mirando al suelo mientras pienso, desesperada, en un no quiero perderte.
Los labios callan, el pecho me golpea, el frío me traspasa la piel mientras concluyo, resquebrajada, que no podré repetir de tu boca esas dos palabras que nacieron hace años y, en cambio, hoy tu boca sinceró.