Hola A.
El 5 de marzo está marcado en rojo o negro en mi agenda para que me acuerde que este día no debo ser feliz. Este día debo llorarte, recordarte, contemplarte, imaginarte, soñarte...
Parece mentira que ya sean cuatro años...
Todavía me arde el pecho si profundizo mucho en el recuerdo, ¿sabes?
Ni siquiera sé por qué te hablo como si estuvieras allí, como si pudieras leerme o oírme. Aunque una parte de mí confía en que estés detrás de mí, a punto de tocarme y hacer que me suba un escalofrío por la espalda, tal como pasa cuando entro en tu cuarto.
Todavía oigo tu voz en mi cabeza. Pienso qué dirías, qué harías y cómo me engañarías. Parece que me hayas enseñado tú, a mentir. Ahora, la que miente y da una imagen que no es soy yo. Y todo esto desde que me dejaste.
El día que desapareciste nació Lea. Me gustaría presentártela. Seguro que al enseñártela dirías: <
Siempre te dejabas asombrar, aunque no hubiera nada de impresionante en ello, en mí. Creías en mí, me gustaba. Pero deberías de haber creído un poco más en ti, y no en los demás. Valías la pena.
Este jueves voy a hacer dieciocho años. Me gustaría que estuvieras, aunque solamente fuera en apariencia. No sirven mucho los dieciocho si no estás. No tienen nada de especial, de alegría, de felicidad, si tú no me ves.
¿Cuándo lo voy a superar? Supongo que hablarte tampoco ayuda. Este viernes quería ir a verte pero no pude pasar por la floristería. Básicamente porque también era imposible ir a visitarte. Se necesita coche, ir por la autopista y nadie iba a estar dispuesto a llevarme. Además, quería estar a solas contigo.
Quiero pensar que ahora estás mejor, sea dónde sea que estés. Adivina: desde que te fuíste voy totalmente en contra de la iglesia. Antes todavía la soportaba, ahora no puedo ni verla. No hará falta que te diga el por qué, tú lo sabes de sobra.
Te quiere,
CLC.
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