Hoy me apatece ser una mártir, así como ayer me apeteció ser idealista
Hace tiempo...
Hace tiempo no era más que una criatura, que reía y sonreía. Pero el tiempo te espabila a base de bofetadas, de traiciones, de errores, de desgracias. Pequeñas o grandes, insignificantes o relevantes... pero son golpes secos y duros, al fin y al cabo.
Crecí. En el colegio era conocida por, primero, mi sentido del humor, mi principal mecanismo de defensa. Segundo, por ser el principal objeto de burla. Tercero, por ser demasiado amable. Y cuarto, por mi caótico carácter. Siempre he sido caótica, jamás lo he negado.
Con diez años me di cuenta que no podía seguir, que aquello no podía continuar de esa forma tan horrible hacia mi persona. A partir del día en que exploté, ya nadie volvió a molestarme jamás. "No la molestéis", decían. Y lo apreciaba tristemente, pero lo aceptaba.
Y me quedé, por fin, sola. Sola, sin nadie, sin un maldito farsante, sin palabras vanas, sin palabras superficiales a la vuelta de la esquina...
Por primera vez en mi vida, a pesar de tenerle miedo, saboreé la soledad. Era bonita, dulce y tranquila. No había nadie, ninguna molestia. Era... pacífica.
Fue entonces cuando empecé a caer en la cuenta que había una parte de mí que no sabía que existía, inexplorada. Me encontré a mí misma con doce años, dentro de la oscuridad y explorando mi verdadero yo. Y me gustó, me encantó, me enamoré.
Todos los anteriores años no había sido nadie, incapaz de darme a conocer por mis virtudes, sólo por mis debilidades.
Así que a partir de ese momento me creé una coraza, un escudo, por así decirlo. Era mi protección, una máscara falsa y al principio novata, pero eficaz. Con ella me creé una intensa protección. Nadie parecía darse cuenta de lo que yo pensaba en realidad. Pero claro, siempre habían momentos de debilidad y la gente miraba a través de las grietas momentáneas.
Pero... a los catorce años, mi mundo se desmoronó. Todavía hoy sigue sin haberse compuesto del todo.
Fue como un tiro de pistola, justo en el corazón. Por culpa de la muerte que provocó la desesperación, salieron las mentiras, las máscaras, las opiniones verdaderas... Fue como descubrir que mi toda mi vida, lo que de verdad me importaba, había sido un carnaval muy crudo, repleto de mentiras. Y caí enferma, depresiva, aislada y asustada. Jamás había experimentado tanto dolor de un sólo golpe.
Y morí.
Entonces comprendí que después de aquello, todo lo demás no valía nada. Ni yo, ni nadie. Nuestra vida es un milagro e increíblemente breve. No puedes lanzarla por la borda así como así. En el fondo, la mayoría de las cosas que pensamos y experimentamos son ridículas e insignificantes. No somos nada, nuestros problemas no son nada. Hay cosas más importantes en las que pensar y de las que reflexionar que en nosotros mismos.
Y volví a nacer.
Nació mi nuevo yo: más maduro, más duro, más reflexivo, más... sabio. Pero al fin y al cabo, más oscuro. Ahora todo son sombras y aunque experimento algo parecido a la felicidad y la alegría en ocasiones, sé que en el fondo sigo teniendo mi máscara a mano, con la sonrisa a punto para la obra de teatro que es mi vida. Estoy totalmente protegida a los ojos de la gente, de sus indagaciones o afiladas lenguas.
Hasta ahora, sigo así.
Hace tiempo... sonreía de verdad. Pero ahora ya no distingo la verdad de la mentira. De momento, es mejor fingir viviendo entre la realidad y la ficción...
PD: ...porque por mucho que encuentre a alguien que haga que mi corazón vuelva a latir, mi conciencia me dice: "No confíes en nadie, todo el mundo puede ser un enemigo".
Hace tiempo, hace tiempo...
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