Hoy, más que ningún otro día desde hacia tiempo, lo necesitaba... lo que me hace pensar en la posibilidad de que un día debería salir con ella a beber. Sería de lo más divertido aunque sé, por completa intuición, que no sería muy profesional ni muy correcto. Con todo, admito que es una mujer de lo más excéntrica, que se ríe conmigo de mí enfermiza mente en ocasiones convaleciente.
Por la tarde, en la sala de informática de la facultad, ha sonado mi móvil. Me ha anulado la cita por una urgencia y se me ha caído el alma a los pies.
Todavía tengo presente los propósitos de años nuevo pero últimamente la cabeza me hace la zancadilla. Es complicado pensar con claridad y he entrado en una especie de vórtice del que, aunque sea con ayuda del Diablo, voy a tener que salir con algo más que el apoyo que brinda el pasar del tiempo.
Es... ¿cómo se llaman las imágenes que no puedes hacer desaparecer?
Así que como propia terapia resolutiva de hoy he vomitado parte de mi malestar en un pobre mensaje a un amigo sabiendo que iba a encontrar con suficiente probabilidad una mano amiga. Luego he recurrido al silencio, a dejar los ojos mirando al vacío, a ocultarme bajo una serie barata y tecleando, con expresión culpable, un trabajo que por esta noche queda como cigarrillo a medio fumar.
Mientras recapacito en que debería continuar redactando y me debato entre prepararme o no un cubo de palomitas extremadamente saladas, caigo en la cuenta de que tengo un poema a medio escribir en el bolsillo. Los versos corretean, las palabras me visitan viendo sin ver una pizarra en el aula mientras me pregunto dónde fue a parar mi ira, mi voluntad, y por qué las han reemplazado las ganas de llorar.