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domingo, 12 de agosto de 2012

Mi dulce, mi hueca muñeca

Hace ya unos meses que lo que yo creía un jarrón de flores se ha convertido, a mis ojos, en una pieza de cerámica hueca. O, tal vez, siempre fue así y fui yo la incauta que intentó, por todos los medios que le fueron capaces, conferirle vida a ese ser.
Sonríe, sonríe mucho, pero se trata de una muñeca rota, forzada. A veces suave, a veces natural y burbujeante, incluso, pero sin vida al fin y al cabo. No tiembla, no respira, no vive. Es como una muñeca de porcelana muy linda. Pero está rota, hecha pedazos, incapaz de ver más allá de la nada que la invade.
Y yo... ya no puedo quererla como antes. No puedo.

Poe, en su Corazón delator, cita:
"[...] Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre."

Y así es. Es esa muñeca. Yo la quería, la aprecié mucho, me dio mucho, pero ya no más. ¡No más! ¡Nunca! ¡Nunca, nunca más! Son sus ojos, sus manos, sus sonrisas, su pelo, su aura, sus gestos, sus palabras, su prosa y tal vez hasta su poesía, sus abrazos. Es como abrazar al cristal, amar un trozo de plástico: no hay vida, no hay nada.
Es un modelo de carne en el que la naturaleza no moldeó nada, no creó absolutamente ni un ápice de emoción. Es la personificación de la apatía, la oscuridad en sí misma, el blanco más puro y primario, donde no coexiste nada. En ella no hay colores, no hay tintes, no hay variedad, no hay matices con los que pintar.
Cuando me roza o me toca, siento la pérdida. Experimento cómo la fuerza me abandona, cómo se extingue la vida de mi entorno, cómo los colores pierden un poco su esencia, cómo el mundo se apaga un poco más. Es ella, es esa muñeca, esa sonrisa de porcelana que me roba la fuerza, la emoción, la vida y en su lugar deja una angustiosa apatía.
Una angustiosa apatía diferente a mí, distinta a Lea.

"No te reconozco"
[...]
"Es fácil contártelo"
[...]
"No lo sé"
[...]
"¿Por qué?"

Lloras, te lamentas y te recreas en la mediocridad tachando al mundo entero de vulgar cuando, en una ironía, tú eres la muñeca que personifica el egoísmo más puro. El egoísmo más cruel es aquel que se escuda en la inocencia y la ingenuidad y tú eres su madre, su maestra.
Preguntarás, te reirás, mirarás con ojos huecos y, aún así; pasarás de largo e ignorarás el vacío y el daño que has cultivado a tu paso. Y mientras, frente a ti, sigo estudiándote ante el desconocimiento del resto de gente que te ve como los demás; encontrando en tu mirada un pozo sin fondo y en tu risa... un angustioso rezo: 
¡No! ¡No me mires! ¡No!
¡NO!

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