Sylvia Plath afirmaba que no deseaba rodearse, de ningún modo, de escritores. Le parecían los seres más narcisistas de la tierra. Era escritora estadounidense. A lo largo de su vida llevó a cabo numerosos intentos de suicidio tras la muerte de su padre acompañado por largos períodos de depresión. Se suicidó metiendo la cabeza en el horno. Su hijo siguió sus pasos, ya de mayor.
Horacio Quiroga se pasó toda su vida fascinado con la selva, la amó hasta el punto de desearla más que un animal salvaje. Su pasión por la naturaleza le llevó a una misantropía absoluta y al suicidio de su primera mujer junto con el abandono de la segunda. Su vida estuvo marcada por el suicidio de sus seres queridos y fue tan fuerte su efecto, que él mismo imitó ese método para acabar con su vida al serle diagnosticado cáncer de próstata. Sus hijos le siguieron de igual modo.
Alfonsina Storni, amante de las letras y amiga de Quiroga, sufrió durante su vida depresión, ataques de nervios y paranoia. Hacia el final de su vida, cuando le hallaron cáncer de mama, su salud mental empeoró y acabó por recluirse del mundo. Tras una serie de indicios que auguraron el final de la escritora, Storni se arrojó al mar desde una escollera de la playa La Perla. El último poema que escribió, Voy a dormir, rezaba estas dos últimas líneas:
Si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...
Leopoldo Lugones puso fin a su vida con un trago de whisky y arsénico. Sus motivos ahondan desde su esencia política hasta el amor.
Y el último de esta lista, Jacques Rigaut, poeta surrealista cuya obra más importante fue la Agencia General del Suicidio. Este escritor defendió que la vida era la preparación para el acto supremo del suicidio.
Hombre excéntrico donde los haya, tenía la obsesión de acercarse a alguien y robarle botones para su colección privada. Fantasioso de la muerte voluntaria y la fina línea que compartía con la vida, se suicidó por el impacto de un disparo pero no sin antes tenderse en la cama rodeándose de almohadones que no le permitieran perder la compostura.
Argumentó que su libro de cabecera era un revólver.
"La autodestrucción como acto de fe,
como bandera,
como norte total e inexcusable,
como justa rebelión,
como protesta,
como arma letal contra uno mismo,
como risa final,
como método justo de vaciarse,
como máscara o pose –que es los mismo–,
como efecto aceptado, irreversible,
como par de la vida,
como guerra interior no declarada,
como peligro urgente y necesario,
como razón del justo y el tirano,
como expresión moderna y muy en boga,
como lucha interior introspectiva,
como forma de crítica al sistema,
como terapia absurda y consecuente,
como remedio justo contra el cáncer,
como claudicación,
como mordaza,
como final también,
como principio...
Como negocio, en fin,
seguro y cierto.
Se admiten asociados
en cómodo sistema de franquicia
o accionistas solventes sin escrúpulos."
Agencia General del Suicidio
"(...) Acabo de acostarme, después de una velada donde mi aburrimiento no había sido más asediante que el de otras noches. Tomé la decisión y, al mismo tiempo, lo recuerdo muy claramente, articulé la única razón: ¡Y luego, zás! Me levanté y fui a buscar la única arma de la casa, un pequeño revólver comprado por uno de mis abuelos, cargado de balas tan viejas como él. (En seguida se comprenderá por qué insisto en este detalle.) Durmiendo desnudo en la cama, estaba desnudo en mi habitación. Hacía frío. Me apresuré a esconderme bajo las mantas. Levanté el percusor, sentía el frío del acero en mi boca. Es verosímil que en aquel momento sintiera latir el corazón, como lo sentía latir al oír el silbido de un obús antes de que explotara, como en presencia de lo irreparable antes de consumarse. Apreté el gatillo, el percusor bajó, el tiro no había salido. Entonces dejé el arma sobre una mesita, probablemente riendo algo nerviosamente. Diez minutos después, dormía. Creo que acabo de hacer una observación bastante importante, tanto que... ¡naturalmente! Es lógico que ni durante un instante pensara en disparar una segunda bala. Lo que importaba, era haber tomado la decisión de morir, y no que muriese."
Jacques Rigaut
Hay algo, algo turbio... en los poetas, escritores, amantes de letras, de lo sensible y de las almas, que les lleva inexorablemente y sin remedio a la anarquía de su propia mente.