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sábado, 31 de diciembre de 2011

Al filo... Al otro lado del espejo


Dos jóvenes se acomodaron en el suelo frente a un cristal. Éste hacía cinco metros de alto por dos de ancho, profundo, infinito. De forma ovalada, a su alrededor unos detalles de estilo rococó asemejaban la esencia más salvaje de la naturaleza mientras que entre las hojas de plata se ocultaban las siluetas de las olas del mar.
La decoración parecía ser hecha a mano de la tierra y del océano.
La primera joven, la más alta, de cabellera oscura y larga; se apoyaba en sus manos en ese suelo oscuro; semejante a un pozo sin fondo. Estaba muy pálida, pero no lo suficiente como parecer enfermiza y frágil de salud. Sólo recordaba a una muñequita de porcelana de belleza huidiza. De ojos color miel y destellos dorados, observaba con atención y a la vez con una mirada fantasmal el reflejo del espejo que se asentaba frente a ella.
A la izquierda de la muchacha pálida se asentaba una chica de color natural con los ojos, esta vez, de color carmín. La cabellera, rojo fuego, le ocultaba parte del rostro y caía por sus hombros como una cascada. De lejos, el bermellón se confundía con la sangre. De labios carnosos y en otros momentos risueños, los mantenía firmemente cerrados.
Tal vez meditaba un secreto.
Ambas estudiaban inquisitivamente el reflejo del espejo de delante. En su superficie, la silueta esculpida en el cristal no era el reflejo natural que un espejo debe devolver a quien se mira en él. En su lugar, aparecía una joven de estatura media, con el cabello castaño y de ojos rasgados color chocolate. La muchacha estaba tendida en el suelo, en posición fetal, agarrándose con ansia las piernas con los brazos e intentando esconder su rostro con su cuerpo, oculto tras un vestido de un blanco apagado. Iba descalza.
-¿Dónde está?- preguntó la chica de ojos miel.
-Lejos de aquí... de nosotras- respondió Cath.
La chica tras el cristal no se movía apenas un ápice. Cualquier extraño creería que estaría muerta.
-Parece cansada.
-Lo está. Este año ha sido una odisea- repuso la pelirroja.
Lea se enderezó y una vez estuvo de pie se apoyó en el cristal.
-¿Volverá...?
Cath asintió con la cabeza de forma lenta y pausada, pero con firmeza.
-Lo hará, estoy convencida, pero le llevará tiempo.
Lea acarició el reflejo del espejo con cuidado, con sumo cariño. Resiguió con sus dedos los detalles que decoraban los bordes del cristal, ahí donde las hojas, las flores y las olas del mar se entrelazaban en una danza sin fin. De repente, su mirada fantasmal adquirió un brillo especial e inmediatamente retiró la mano de aquel objeto aparentemente tan hermoso y frágil.
El dedo índice tenía un corte fino y rosado del que goteaba sangre. Cath se levantó, acercándose a inspeccionar al herida con un fulgor caprichoso encendido en la mirada. Su compañera frunció el ceño.
-Deja de observarme como si fuera un animal al que dar caza.
Cath se alejó un poco y tan sólo sonrío dulcemente.
-Oh, perdona.
Lea la miró con cara de pocos amigos, como siempre.
-¿Por qué crees que esto corta?- señaló el contorno del espejo.
-Es el filo, el filo del espejo. Corta... Será que no quiere que lo toquemos demasiado.
-¿Por qué? ¿Por ella?
Ambas chicas miraron de nuevo a la joven tendida al otro lado del reflejo, igual de indefensa que un minuto antes. Seguía sin moverse ni una pizca.
-Debería dejarnos entrar. Está demasiado sola.
Lea hizo ademán de dar únicamente tres pasos y extender la mano como si quisiera traspasar el espejo pero, en cuanto lo hizo, sus dedos empezaron a cortarse y a sangrar. Unos hilos invisibles brotaron de las flores plateadas y salieron disparados hacia la mano de Lea. Ésta resultó herido, con un sinfín de cortes que cruzaron su mano formando un camino tortuoso y cruel.
-Te lo dije- se escuchó sus espaldas.
Cath agarró la mano herida y la escondió tras las suyas. En unos segundos el dolor se fue y al apartar el disfraz la mano volvió a ser la de antaño: frágil y pálida.
-¿Ha dolido mucho?
-Sólo lo justo- respondió Lea, con la mirada dolorosamente inexpresiva.
Cath se fijó en el espejo y en la joven de su interior. Parecía todo tan... absolutamente normal. Bueno, todo lo normal que podía resultar su entorno en aquellos mundos paralelos.
De pronto Lea le cogió del hombro, arrugando el ceño y dirigiéndole una mirada decisiva. Cath simplemente esperó paciente, tranquila.
-Debemos sacarla de ahí. ¡Está atrapada!
Cath la miró de forma triste. Era muy pocas las veces que Lea alzaba su voz, por lo general tan inquietantemente tranquila. Aquella exclamación provocó que una brisa desagradablemente helada le recorriera la piel por completo. Su cabello soltó unas chispas rojizas al aire.
-¿Es que no te das cuenta?- le susurró.
-¿El qué?
Lea parecía impaciente y confundida.
-Ella no está atrapada, Lea.
Lea forzó más su mano sobre el hombro de Cath y éste brilló con un fulgor azul. El cuerpo de Cath pedía a gritos apartarse de esa piel helada aunque la joven se resistía. De nuevo, el fuego de su pelo soltó alguna chispa pero, esta vez, más intensa. Parecía querer prender algo.
La pelirroja le señaló a la morena de nuevo el espejo. Éste seguía allí, quieto, como antes y aparentemente normal. Tras él, una chica de ojos y cabellera color castaño continuaba con el cuerpo tendido en el suelo, esa superficie negra y honda que parecía ser el pozo sin fondo de algún lugar perdido del mundo. Lo único que santiguaba aquella oscuridad eran unas pocas luces diminutas que aclaraban poco y más el paisaje azabache.
Lea se dio cuenta que, al otro lado, más allá de donde no podían llegar; unas escaleras de mármol se alzaban para reflejarse en el espejo. Tocaban el suelo de oscuridad y eran de subida, allí a una diminuta tarima donde, de pie; cualquiera podía reflejarse y ver el reflejo...: a Cath y Lea.
-No es ella la que está atrapada...
Lea abrió los ojos de golpe. La joven del otro lado se había movido. Había alzado el rostro del suelo y las miraba fijamente con tristeza, con sorpresa... con ansia.
-... Somos nosotras, Lea.
La muchacha empezó a caminar en su dirección, ya siendo conscientes ambas de que formaban parte de una cárcel voluntaria en las que esa chica las tenía presas. Ésta las estudió desde la tarima y con su mano, delgada y pequeña, acarició por completo el cristal. Su rostro se volvió sereno, aunque con la determinación brillando en su mirada color café.
De la nada, Lea y Cath se retiraron de forma instintiva y el espejo empezó a temblar. El aire inició unas convulsiones y unos latidos fuerts y compactos nacieron del cristal, de ahí donde la palma de la joven se posaba. El espejo, el aire, la oscuridad... estaban latiendo.
Unas hondas semejantes a las que impregnan el agua cuando una hoja toca su superficie se propagaron por el suelo negro, alcanzando los pies de las dos jóvenes y de la tercera chica en disputa.
-¿Qué es eso?- preguntó Lea, de repente fría y cerrada, como siempre.
Cath estaba alerta, pero sonriendo con malicia y predicción.
-Algo se acerca.
-¿El qué?
Cath no dijo nada pero sí mantuvo esa mueca suya impregnada de picardía y malicia, dándose la vuelta y ofreciéndole la espalda a la joven desconocida, con tal de que ésta no viera su sonrisa.
Lea no esperó respuesta. Se quedó quieta reflexionando, observando a la joven de pelo castaño y sus latidos, tan potentes y llenos de vida que parecían contagiarle adrenalina. La misma escarcha de su sangre se quebraba y se alteraba feliz, a la vez.
La chica de al otro lado del espejo... Ella, tan sólo sonrió con perfidia y diversión mientras en la superficie del espejo una grieta empezaba a tomar forma.
Algo... algo se estaba acercando.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Recuerdos de infancia





Desde que era un bebé. Es decir, desde siempre.


Los sábados por la mañana, tres al mes con suerte, me levantaban mis padres y me sacaban de la cama con prisas. Nos vestíamos, me arreglaban y desayunábamos como si nos fuera la vida en ello. Todo era muy rápido.


Al principio en brazos, después cogida de la mano y a continuación a solas, caminaba junto a mi madre y a mi padre... Más tarde, con mi hermana a mi lado. Caminábamos lento aunque yo, por lo general, solía correr. Quería volar, flotar, en dirección al coche.


Me hacía ilusión hacer mío el asiento trasero del vehículo, bajar la ventanilla y sentir el aire en mi cara mientras el coche parecía navegar, audaz, por la carretera hasta alcanzar la autopista. A los veinte minutos me llegaba la somnolencia y, ensoñada, la radio del coche que me cantaba canciones de los años ochenta me mecía en el rincón de mi asiento.


El sol entraba por la ventana y conseguía desvelarme de lo fuerte que era. En frente oía lejos, muy lejos, a mis padres. Charlaban sobre si llegábamos tarde, pronto, si debíamos pasar o no por el supermercado, si deberíamos detenernos a repostar, si lo traíamos todo... A veces, llamaban la atención de mi hermana y, en otras, escuchaba:


Mírala, ha vuelto a quedarse dormida.


El coche me arrullaba pero me molestaba ese aroma a tapicería, a polvo en ocasiones acumulado, al ambientador de pino que tan poco tiempo se balanceó sobre el salpicadero... Me mareaba ese olor... y aún lo sigue haciendo.


Cuando los neumáticos frenaban gradualmente, acariciando el asfalto y lo último que vislumbraba eran las manos de mi padre girando con gracia y agilidad el volante, abría la puerta y me bajaba, con los ojos entreabiertos; aún con sueño. Tras eso, a los dos pasos me despertaba y corría al alto muro de piedra, con la verja de metal que por aquel entonces me parecía gigantesca.


Tras ella los perros ladraban, uno enorme y otro canijo, muy alegres; muy contentos. Me saltaban encima y me lamían hasta que crecí lo suficiente como para detenerlos y no sentirme arrollada por esos animales.


Nos daban la bienvenida mi tía, mi tío, mi abuela y mi abuelo paterno y mis primos, chico y chica... gemelos de nacimiento. El resto del día parecía volar.


Mi tía la recuerdo como un duende: bajita, saltarina, gritona, alegre, y risueña; con un cigarrillo siempre en la mano derecha. Me gustaba, me alegraba, me hacía sentir bien... siempre joven. Era algo alocada, pero me encantaba. Mi tío político iba en consonancia: contento, muy amable, bromista, algo vago pero muy trabajador, también. Sacaba mi vena más peleona.


Mi abuela, por el contrario, era un gran muro de hielo inquebrantable. Sonreía siempre pero era de esas sonrisas finas, que apenas se abrían para dejar escapar palabras. Era partidaria de los silencios, de las críticas y de la tranquilidad, además de un egocentrismo muy bien disimulado que yo únicamente descubría. A pesar de ser de lo más amable y apacible, teníamos conceptos de la tranquilidad muy distintos. Siempre me pareció una muñeca de porcelana muy bella, rubia y de ojos azules y de un cuerpo frágil; pero aún así... helada, rodeada de escarcha.


Para mí sus palabras eran como agujas de hielo.


Mi abuelo era el mismo fuego personificado. Tenía alma de galán, de caballero, de sangre caliente. Poseía un gran afán por los banquetes y el puro de después de las comidas, vestido siempre con camisa o traje; guardando las formas. Me recordaba a esos hombres que se habían quedado atrapados en los años cincuenta, siempre rezumando elegancia y el "saber estar".


Mis primos eran otro par de duendes. El chico era de lo más revoltoso, nervioso y, por regla general, un tornado de incordio y travesuras. Su hermana, por el contrario, era un oasis tranquilo, sereno, apacible y de pocas palabras. Ambos rubios y de ojos castaños.


Los días transcurrían con el cielo despejado, con el jardín bañado por el sol, con los chapuzones en la piscina y nuestros paseos al bosque de al lado.


Todo era maravilloso, todo era un carpe diem de diversión y el único sonido que viajaba por el aire eran las risas y la charla amena, interesante.


En mi mente quedan la montaña de Montserrat, el primer amor de niñez, los perros en las verjas, los vecinos que te saludaban y te hablaban recordándote desde tu nacimiento, la vergüenza de una joven tímida, las leyendas de lobos y de brujas, el bosque y el río que nunca logré encontrar, las casas abandonadas y a las que quise entrar, las vivencias maravillosas bajo el agua azul, el sonido musical de la risa de mi tía, las vistas a Esparraguera, las calles oscuras y poco iluminadas que te atraían a vivir aventuras de magia...



Esos eran mis recuerdos. Estos son y lo siguen siendo.


Al día de hoy, nada ha cambiado, pocos han sido los detalles que se han distorsionado con el tiempo. El abuelo ha faltado, los tíos han crecido, los primos se han hecho mayores y la abuela... Bueno, ella sigue rezumando escarcha. No obstante, la sensación de los viajes, de la estada en la torre, de las caminatas entre el follaje y el goce en el alma no son distintos del ayer, del hoy y del mañana.



Esparraguera, 2011.

domingo, 25 de diciembre de 2011

25 de diciembre


A pesar de que estas fiestas no acaban de hacerme el peso, os deseo feliz Navidad a todos.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Muchas sombras y pocas luces



La vida te da a elegir. Siempre. Elegir entre lo bueno, y lo malo. Pero no siempre es sencillo, fácil. No es una decisión tomada a la ligera, cuando la cabeza te dice blanco y el corazón chilla a pleno pulmón negro.
La vida es imposible dividirla entre blanco y negro, luces o sombras. Hay tantas y distintas tonalidades de colores que es demasiado complicado conocerlas todas, así como elegirlas o diferenciarlas unas de otras.
En su vida una persona se cruzará con mucha gente. Y todas, por regla general, le sonreirán, le serán amables y puede que hasta en algún momento le concedan un favor u otro. No obstante, ante tanta aparente blancura... ¿es ésta tan reluciente?
Últimamente veo manchas negras, alquitrán, donde antes tan sólo veía alguna que otra luz. Su presencia me perturba lo mínimo, curiosamente, cuando en resultado debería hundirme. La apatía vuelve con una fuerza sobrenatural, contranatura, susurrándome algo tan terrible que me parece una perdida de tiempo luchar contra ello.

Es una sombra intensa, enorme, que crece, con una voz grave y mansa que murmura: Nunca... ¡nunca más!

Nadie más la oye. Tan sólo yo. Está en todas partes, incluso en mi cabeza. Ni siquiera me abandona mientras duermo, pues me asalta en sueños y me obliga a despertarme a las tres o cuatro de la mañana, sola, con los ojos abiertos de par en par.
De día me grita lo mismo una y otra vez, repitiéndome lo ocurrido. Una voz que cuenta un cuento, un cuento de lobos, brujas y tinieblas. Tan turbio, tan agónico, tan increíblemente sangrante, que un cuento de Poe se asemeja a una nana de cuna.

Haría cualquier cosa para acallarla. De verdad.

Me arrojaría al mar y las olas rugirían, me tomaría unos calmantes, me sumergiría en historias de asesinos y sería capaz de simular la escena del Caminante en un mar de nubes antes de saltar de un saliente, compraría un ramo de flores y visitaría a los que ya se fueron, borraría mis huellas.
Sería agradable sentir algo distinto a la desesperanza o a la nada o, tal vez, creer en algo simplemente. Sin embargo, quizá sería de hipócritas decir esto... porque sí creo en algo: en la oscuridad. Doy fe ciega de las sombras, del alquitrán, de la negrura, de ese manto azabache que lo oculta todo. Entregaría mis manos a las llamas y al retirarlas ahí seguirían: intactas, igual de finas, blancas.

Pero no vislumbro luces.

Dicen que sin oscuridad no existe la luz y que sin la luz la oscuridad no toma forma porque, de lo contrario, ninguna de las dos seríamos capaces de apreciarla y ser consciente de su presencias. Si así es, debe haber luz en algún lugar ¿no?
Y si en el fondo no hay luz para mí, ni un resquicio de esperanza, ¿qué narices hago yo aquí? ¿Por qué sigo aguantando? ¿Por qué sigo luchando por ponerme de pie? ¿Por qué continúo escribiendo? ¿Por qué sonrío aún cuando por dentro quiero llorar? ¿Por qué me esfuerzo por pensar que en el fondo sigo siendo un poco especial? ¿Por qué continúo caminando entre la gente cuando lo que en realidad deseo es correr, escapar de esa condenada voz?
Únicamente ansío volver a ser yo misma, jugando entre sombras y claros de luz y no en este ente desecho y sin sentido, que vaga sin rumbo y deseando desaparecer.
Quiero encontrar una puñetera luz en este pasillo al que se le han fundido los plomos.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Tez oscura



Tez oscura de gitano,
caballero viejo del bailar,
picardía de malvado
y fanático del amar.

Marcar una rumba en el salón,
dejar huella en el manjar.
El cigarrillo sigue juguetón
a la tonada de Julio y su cantar.

Esa alma de Casanova,
por impulso pasional
entrañada en una oda
junto a tu quimera banal.

Tu fantasma salvaje
atado a mi espalda fría
recordando tu traje:
el abrazo del día final.

Mirada infamada de pasión,
marido de buena suerte
y padre de firme corazón...
que palpitó hasta ser fuerte.

Lilith



Esta noche traigo un tesoro:
corazones extraviados de tus labios;
amantes perdidos en rojo hilo.

Fría del norte,
ardiente del sur.
Romance sin suerte.

Tu desafío de ojos pardos
con tu lírica... prosa cínica.
Tu ponzoña cual dardos.

Mi Eva difusa,
mi Lilith borgoña.
Eres la manzana de una diosa.

Samael se baña en tus aguas
mientras tú danzas su caída
quemada, envuelta en ascuas.

Fruto prohibido de las llamas,
desterrada por los divinos cielos,
hechicera de estas pobres almas.

Pecado de hombre
y envidia de mujer:
¡seré tu servidumbre!

Pasión es esta fiebre
que me ahoga en delirios.
De ti tengo hambre,
¡compasión de este quiebre!

jueves, 15 de diciembre de 2011

Prisión de agua



Salto desde el acantilado
dejando atrás el faro:
mi hogar más preciado
sin ningún amparo.

Caerme en la lejanía
rasgando el aire, su vacío,
fruto de una epifanía
y un salto sin brío.

Perderme en aguas crueles,
que jamás fueron amistosas
durante viajes interminables,
aunque sí bellas como rosas.

Sentirme húmeda y arrugada
durante horas en ese abismo
acompañada de sirenas, colmada,
con el hermoso mar en sí mismo.

Dormirme en hondas de satén
rodeada de espíritus de agua.
Complaciente seré su rehén,
víctima de una melodía ambigua.

Prisionera soy de estas burbujas,
cárceles de humedad y cristal,
espejos del océano por su bruja.
Una tumba de rocas mi pedestal.

Ahogarme en un lecho de lotos
entre una soledad maravillosa
con mis sentimientos rotos
y mi alma, por fin, silenciosa.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Pensamiento

Que tiemblen los insensatos que confundan la nobleza con la debilidad, pues pronto pueden verse abandonados a su suerte

martes, 6 de diciembre de 2011

Un padre, un héroe



Un combatiente empuña una espada,
un arquero apunta con su saeta,
de un claro lago surge un hada,

caballeros alrededor de una esférica mesa.

Batallas marcadas por victoria,
otras por sus crueles desgracias.
Luchar en un país por su custodia
donde las muertes son grandes gracias.

Un cruel violín entona una sonata
una madre acompaña con su llanto
sobre su pecho, muerto, inclinada;
sin desear en realidad velarlo.

Un rey ha sido coronado,
su hija ha contraído nupcias
y el pueblo se siente respetado:
paz y calma sus reliquias.

Firmes contornos, ojos añiles
claros cabellos y alma honrada;
tomas de acciones cabales
esta ha sido siempre tu casa:

Una doncella de rizada cabellera,
dos hijas esperando en la puerta,
una obsoleta, pensativa, de otra era
y otra risueña, siempre despierta.

Valores impartidos: honor y libertad...
has comunicado en cada ocasión
derrochando plena integridad,
total y clara comprensión.

Talante de padre,
paciencia de hijo,
hermano de sangre
pasión de marido...

...siempre corazón amigo.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Prepárate para sangrar



Esta noche vas a ir a buscarle,
para que muerda hay que motivarle.

Prepárate para sangrar.

A lo lejos se escucha la luna aullar,sentirás que vas a fallar.
Prepárate para sangrar.
Esta noche él irá a por ti,
recordarás que ya te lo advertí.
Prepárate para sangrar.

Al sobrevalorarte podrás engañarte,
porque pensarás en confiarte.
Prepárate para sangrar.

El siseará juguetón,
tú temblarás,
porque sabrás que caerás.
Prepárate para sangrar.

La idea ya no te parecerá tan atractiva
ante la pavorosa perspectiva.Prepárate para sangrar.

Cuando te acometa verás sus colmillosa los cuales temerán hasta los grillos.
Prepárate para sangrar.

Asustada te lamentarás,pero tarde gritarás.
Prepárate para sangrar.
Poco falta para que te muerda,
pronto creerás no haber sido cuerda.
Prepárate para sangrar.

Él te está mordiendo,
tu vida está corriendo,
la sangre está cayendo.
¡Prepárate para sangrar!

Manualidad de la semana: rosa en la caja


En el fondo, una gran frustración, puede desembocar en algo creativo. Es una liberación sorprendente.